Cuatro homenajes a Juan Carlos Almagro, el hombre que salvó Atucha I

JUAN CARLOS ALMAGRO Y SUS MISIONES IMPOSIBLES

El Ing. Juan Carlos Almagro, uno de los últimos discípulos de Jorge Sabato, nos dejó el sábado 5 de septiembre. En tiempos normales, su partida habría merecido sin duda un brindis de honor en la sede central de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), a la que dedicó su vida. Pero la CNEA y el país a Almagro le deben tanto al “Petiso”, como le gustaba que lo llamaran, que le propongo a los lectores que brinden por él desde sus casas. Eso le habría gustado más: Almagro le rajaba a la solemnidad.

¿Qué le debemos? Atucha I, por empezar. En 1988 se rompió y su reparación totalmente nacional se consideró una misión imposible, y no sólo técnica sino políticamente: enfrentó una hostilidad tremenda total del proveedor (KWU-SIEMENS), y del antinuclearismo que brotó en estas tierras después del desastre de Chernobyl.

Como algunos lectores saben, reparada por U$ 17 millones y en 9 meses, en lugar de por U$ 200 millones y en 2 años (la propuesta alemana), Atucha I arrancó de nuevo en 1990. Desde entonces se la repotenció con nuevo combustible levemente enriquecido (0,85%), que aumentó su potencia neta de 320 a 335 MW… y no paró más.

Cuando la central volvió a servicio, como premio, el inefable Jorge Lanata tituló la portada de P12 con la foto de Atucha I y la leyenda: “La arreglamos con un alambre”. El gobierno uruguayo le creyó: durante un par de semanas, el gabinete oriental sesionó discretamente en Paysandú, lo más lejos posible del “Chernobyl bonaerense” que prometía Greenpeace. No existía aún el euro, pero esa campaña no debe haber sido barata en Deutsche Marks.

En justicia y no obstante, al Petiso le debemos también Atucha II, y de dos maneras. La primera y evidente: de haber salido mal la reparación de Atucha I, la número 2 jamás se habría terminado. Hoy seguiría siendo, como entre 1994 y 2006, un desconsolado rompecabezas de centenares de miles de componentes a espera de algo, repartido en decenas de carpas de atmósfera controlada que envejecían en lo alto de una barranca sobre el Paraná de las Palmas, en Lima, provincia de Buenos Aires.

Desde 2015, ésa es la central nuclear de mayor potencia del país. Pese a ser otro prototipo del mismo proveedor anda bien, gracias por preguntar.

A Almagro también le debemos una participación directa en la terminación de esa Atucha grandota: como mano derecha del ing. José Luis Antúnez, de Nucleoeléctrica Argentina SA (NA-SA), El Petiso fue el encargado de calificar a las empresas proveedoras de aquella segunda misión imposible: resucitar un proyecto abandonado durante 27 años sumados.

Con lo cual la deuda argentina con Almagro no sólo pasa por fierros sino por, fundamentalmente, recursos humanos y organizativos. Sin contar su trabajo como metalurgista y “combustiblero”, que contarán luego sus excompañeros de trabajo, sólo en centrales a Juan Carlos le debemos 1027 MW eléctricos netos sumados, y unas 100 empresas, mayormente PyMES, amén de 400 ingenieras/os que añadieron el adjetivo “nuclear” a sus pergaminos.

Si realmente piensa brindar por él esta noche, vaya calentando el sacacorchos, porque con una sola botella no tenemos ni para empezar.

¿Y si hacemos entrar en la cuenta el retubamiento de Embalse, la central cordobesa? Fue otra obra enteramente Nac & Pop, ya que se hizo con un 98% de recursos humanos y un 100% de componentes argentinos, pero lejos de ser una misión imposible, sólo fue simplemente difícil. Almagro, jubilado de NA-SA en 2012, no participó en este trabajo sucedido entre 2014 y 2018. Pero esa obra perfecta y cronometrada representa bien el autonomismo tecnológico, muy «a la Jorge Sabato», de Antúnez y de Almagro y toda la Vieja Guardia nuclear: “lo hacemos en casa”.

Es contrafáctico decirlo, pero imposible no pensarlo: la dirección actual de NA-SA probablemente habría contratado masivamente a CANDU Energy, de Canadá. Son posmacrismo puro, como vienen demostrando en su negociación con China National Nuclear Corporation (CNNC), de la que excluyen rigurosamente a la CNEA hasta en la cuestión de los combustibles: les gusta comprar llave en mano y ser operadores. Menos problemas, menos responsabilidades. Que inventen, desarrollen y construyan otros, no importa si canadienses o chinos, pero otros.

¿Que eso no genera trabajo argentino ni construye industria nacional ni capacita recursos humanos criollos? Mire, m’hijo, el negocio volvió a ser vender electricidad, no investigar, o diseñar o construir o educar. ¿Y Jorge Sabato? Murió en 1983.

Visto todo lo cual, en materia de un brindis por Almagro, acredita a media botella más, y la mitad restante es para Jorge Sabato (a) “El Mudo”, de quien El Petiso fue uno de aquellos doce discípulos llamados jodonamente “Los Apóstoles” por los ácidos, resbalosos y criticones pasillos nucleares.

De aquellos próceres viven unos cuantos. Y brindaré también por ellos, porque no se bancan estas agachadas, y porque aún jubilados tienen prestigio, garra y arrastre entre “los pibes nucleares” de 40 o 50 y también porque cuando hablan, los demás paran la oreja. Y mientras les dé el cuerpo, siguen en pelea por el desarrollo de una tecnología nucleoeléctrica propia.

Y ya que estoy contrafáctico, me animo a plantear esta hipótesis: de haber salido mal la “reparación imposible” de Atucha I que aunó a toda la Vieja Guardia de la CNEA, no sólo careceríamos de ambas Atuchas, sino también de Embalse. Esa central cordobesa a fecha de hoy estaría en decomisión.

Paso a explicarme: cuando llegó el presidente Carlos Menem a partir en pedacitos a la CNEA y crear NA-SA, lo hizo no sólo para congraciarse con los EEUU desmantelando el Programa Nuclear, sino también para privatizar las centrales nucleares (plinc, caja, la música favorita del expresidente). Como recomendaba el poeta latino Horacio, Menem unió lo útil con lo dulce. O al menos, trató.

Y es que se quedó sin el dulce. Porque Almagro (y Emma Pérez Ferreira, y Jorge Sidelnik, Roberto Perazzo, Juan Carlos Duarte, Becho Murmis y toda la embroncada Vieja Guardia nuclear) a Menem le dejaron la cancha (y la caja) empiojada: una central reparada “joya nunca taxi” con media vida útil cumplida, Atucha II en estado de rompecabezas porque Alfonsín no la quiso terminar (y lo pagó en apagones)… y la bella Embalse, que en 1994, como toda CANDÚ de las cuarenta y tantas entonces repartida por el mundo, tenía una foja operativa y de seguridad impecable y 2/3 de vida útil por delante. Ésa era la única vedette del paquete.

Y Menem no tuvo más remedio que ofrecer la vedette junto a dos chicas problemáticas: Atucha I era un prototipo y cuantimás, reparado en el país hacía escasos 4 años. ¿Qué importaba que, como indicaba su factor de disponibilidad desde la reparación, hubiera pasado de 85 a 91%, y que estuviera mejor que “cero kilómetro”? El empresario nacional tipo habría preferido una reparación por SIEMENS. En suma, poco vendible.

Muy poca gente pudo entender que entre 1988 y 1990 nos volvimos mucho más expertos que los alemanes en este tipo de tecnología. Desde su regreso a servicio en 1990 y curada de casi todos los errores de diseño del proveedor, Atucha I se había sacado totalmente de encima lo que se llama “efecto FOAK” (First of a Kind, primera en su tipo). En cristiano, había dejado de ser un prototipo y en cambio manifestaba la solidez industrial de un yunque.

Tanta, que la CNEA se puso a experimentar con su combustible y descubrió que con un enriquecimiento ligerísimo, de 0,13% adicional sobre la ley de 0,72% de isótopo 235 propia del uranio natural, la máquina casi duplicaba su quemado, que pasó de 6500 MW/día/tonelada a los 12.000 actuales, y no había modo de romperla aunque la Secretaría de Energía la hacía funcionar fuera de sus parámetros de diseño, haciendo seguimiento de cargas. Había sido bien arreglada, le doliera a quien la haya dolido. El que nadie quisiera comprarla muestra qué poco entiende de negocios cierta gente de negocios. O cuánto mejor negocio es poner casillas de peaje en rutas construídas por el estado.

El predio de las Atuchas, muy operativo pese a quien le pese.

Pero el paquete de centrales que ofreció Menem debió incluir sí o sí la terminación de Atucha II. Y semejante tarea, tan minuciosamente compleja y sin garantías de éxito, incluso hoy espantaría a cualquier empresa privada nacional o internacional.

De modo que la reparación de Atucha I y el parate en la obra de Atucha II lograron, indirectamente, que no se privatizara Embalse: qué carambola impensada. Y como Embalse sigue siendo del estado argentino, en 2010 y con una NA-SA ideológicamente MUY distinta a la actual, se empezaron los estudios para retubarla. Desde 2018, eso nos dio 30 años más de electricidad nuclear por U$ 2100 dólares, en lugar de los entre U$ 6000 que saldría una central equivalente nueva. Y volvió al ruedo con un 6% más de potencia (683 Mwe netos), y un factor de disponibilidad aumentado al 93%.

Embalse privatizada sencillamente no se hubiera retubado. Habría salido definitivamente de servicio el 31 de diciembre de 2015. Son 683 Mwe brutos. Si lo sumamos a los 1027 de las Atuchas, a Juan Carlos le debemos un montón de electricidad nuclear, es decir de carbono no emitido, más o menos 27.380 millones de metros cúbicos/año de gas natural ahorrado en las centrales de ciclos combinados. Menos “fracking” en Vaca Muerta y menos contaminación de aguas y suelos en Neuquén. En mi brindis personal, eso acredita un vaso extra.

Por si le llega a interesar al lector, en la primera “misión imposible” de Almagro se inventó un procedimiento de reparación de centrales hasta entonces desconocido en el mundo. En lugar de destapar el recipiente de presión y tener la máquina fuera de servicio 2 años, como quería SIEMENS, los expertos de la CNEA entraron por los canales de refrigeración del núcleo, de 12 cm. de diámetro, con herramientas telecomandadas diseñadas por INVAP y TECHINT.

En lugar de un by-pass, en el que se abre el pecho y se ponen cañerías nuevas, se hizo el equivalente de una angioplastía, en que se entra por las arterias y se destapa y emparcha la lesión circulatoria desde adentro de un modo mucho menos agresivo.

En la reparación de Atucha I se removieron las chapas de zircaloy y las pastillas de dióxido de uranio sueltas en los internos de la central, se pusieron y soldaron piezas nuevas en el canal refrigerante averiado, se reemplazaron sensores mal ubicados por diseño… ¡y su ruta, a trabajar! El país se ahorró U$ 283 millones, equivalentes a U$ 380 millones de hoy. Eso también se lo debemos a Juan Carlos Almagro. Y ese cálculo no es contrafáctico.

El asunto está contado con pormenores políticos y técnicos increíbles en el  libro “Crónica de una reparación (im)posible. El incidente de 1988 en la Central Nuclear Atucha I”, firmado por Almagro, el Dr. Roberto Perazzo y el Ing. Jorge Sidelnik.

Ing. Jorge Isaac Sidelnik

Dr. Roberto Perazzo.

Almagro merece mucho más que un brindis repartido en las casas de los miles de lectores de estas líneas. Se lo debemos a su trayectoria previa de maestro de  metalurgistas y de “combustibleros”, codo a codo con Jorge Sábato. Personas así son y serán, sin duda, la gente más esencial de cualquier programa nuclear autónomo como el que supimos tener, como el que todavía queremos y creemos posible, y por el cual lucharemos hasta que no ardan las velas aquí, en AgendAR.

De modo que alzo mi copa por un grande. Y dejo la palabra a quienes conocieron a Juan Carlos mucho mejor que yo, y en acción:

Daniel E. Arias

-o-

Juan Carlos Almagro (1938-2020)

            Por Roberto Cirimello

Planta de la Fábrica de Aleaciones Especiales en el Centro Atómico Ezeiza

Resulta difícil ser objetivos al despedir un amigo. Nos conocimos hace 53 años. Yo promediaba el Curso Panamericano (en Metalurgia y Ciencia de Materiales) y él me dirigió el trabajo especial en deformación plástica, si bien quien supervisaba y corregía, era el Dr. Carlos Martínez Vidal. Nos divertíamos además de hacer cosas creativas, como una termocupla plana para medir la temperatura de los rodillos de la laminadora (de zircaloy, la aleación con la que se hacen los tubos de los elementos combustibles).

Sábato lo tenía entre sus preferidos. A su pedido hizo una pasantía en Birmingham, Inglaterra, y luego también estuvo, en el 76, en AECL, Toronto, Canadá, cuando se estaba diseñando la Central de Embalse.  Recuerdo que allí  le corrigió a los de Westinghouse la curva de tensión/deformación del zircaloy, porque la estaban haciendo mal.

En todos lados dejó su marca de profesional incisivo, de personalidad chispeante, alegre, empático.

Juntos viajamos a Japón y Corea cuando estábamos desarrollando la tecnología para el combustible de Embalse y él las de las vainas para Atucha I.  En ese viaje hicimos la auditoría de calificación de un posible proveedor de esponja de circonio: Nippon Mining, que estaba tratando de entrar en el negocio nuclear argentino. Los volvió locos a los japoneses.

El Proyecto PPFAE (Planta Piloto de Fábrica de Aleaciones Especiales) fue su hijo predilecto y puso todas las energías en los años que demandó el desarrollo de los tubos para las vainas. En ese periodo fue a Rusia (entonces la URRS), a la fábrica de las máquinas de laminado de tubos donde negoció la compra de las mismas.  Luego la tecnología y el equipamiento fueron transferidos a la fábrica argentina FAE, situada en el Centro Atómico Ezeiza, copropiedad de la CNEA y del grupo Pérez Companc.

Sus compañeros  lo recuerdan con cariño y respeto. Fue el responsable del desarrollo de la tecnología y la puesta en marcha del equipamiento de uno de los pocos proyectos de tecnología nuclear que llegaron a producción industrial. Hoy los tubos de los elementos combustibles de las tres centrales nucleares argentinas, se construyen con los que fabrica FAE.

También visitó plantas sensibles del ciclo de combustible de India y Pakistán donde pudo recoger experiencias de países que se habían apropiado de la tecnología de centrales canadienses CANDU, de uranio natural, agua pesada y con tubos de presión. Tanto pakistaníes como indios estaban haciendo desarrollos autónomos.

No podemos olvidar que Juan Carlos Almagro fue el “alma mater” de la reparación de Atucha I cuando se rompieron los canales. El libro que escribió junto a Roberto Perazo y Jorge Sidelnik es un ejemplo de la determinación que animó su espíritu de hacedor. Sin esta intervención, realizada solo por argentinos, se hubiera puesto en duda el futuro de la central.

Juan Carlos era proactivo en todo lo que se proponía, ya fuera la gestión gerencial o los desarrollos tecnológicos. Se retiró después de haber pasado por NA-SA (Nucleoeléctrica Argentina SA) con la responsabilidad de la calificación de proveedores para Atucha II. Tuvo la confianza, respeto y amistad de José Luis Antúnez, el hombre que logró terminar aquella otra “obra imposible”.

Juan Carlos, como jubilado, jamás dejó su espíritu creativo. En su casa, estaba dedicado a desarrollar un método para facilitar la sutura de las operaciones de corazón a cielo abierto, como el by-pass que le habían hecho. Estaba escribiendo la patente en los últimos meses.  No llegó a presentarla.

Fue para mí un colega, un compañero y un amigo. En los últimos años, cuando yo estaba en Buenos Aires, compartíamos en mi casa quincenalmente un té (¡nuestro Tea Party!) junto a Domingo Quilici. Lo que al principio fueron conversaciones de evocación de nuestros años de actividad en la CNEA se transformó en charlas sobre la vida. Allí también Juan Carlos mostró sus ganas de vivir esta etapa de la vida profundizando las experiencias acumulada, siempre con pasión y con alegría.

Almagro construyó una familia hermosa. Su esposa Victoria, sus dos hijas María Eugenia y María Victoria, sus yernos y sus cuatro nietas lo adoraban.  Fue un esposo, padre y abuelo cariñoso y dedicado. En los últimos años gozaba de la playa de Pinamar.

No hay duda que con él se fue una parte de mí.  Siempre te recordaremos,  Petiso.

(Concluye mañana)