Durante el reciente I Simposio de Caminos Rurales, organizado por la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap), se evaluó que el estado de los caminos rurales es «crítico».
El diagnóstico contundente indica que más del 60% de la red vial que permite llegar a establecimientos de campo de la provincia está en «regular o mal estado» consecuencia directa del desgaste por el tránsito periódico y el efecto climático. Y a esto se suma la histórica falta de un plan y fondos para su recuperación y mantenimiento.
Hace tiempo que Carbap presentó a la actual gestión provincial una carpeta con cuatro inquietudes del ámbito y la vida rural: transitabilidad, electricidad, conectividad y seguridad. Pero no han registrado, por ahora, respuestas.
Cómo transformar el barro en hormigón
Sin embargo, al menos desde 2003 el estado nacional tiene tecnología sencilla y barata con la que podría responder al problema. Existen sulfonas de origen petroquímico, desarrolladas por un «joint venture» entre el Ejército Argentino y la entonces SEPCyT (Secretaría de Ciencia, Tecnología y Desarrollo Productivo, precursor del actual MINCyT (Ministerio de Ciencia y Tecnología de La Nación).
Las sulfonas fueron testeadas en 6 tipos distintos de malos caminos de la Argentina. Literalmente, transforman el barro en cemento. Esto lo publicó La Nación en su sección científica en 2007. El año posterior, 2008, fue climáticamente difícil: muchos tamberos en la mayor cuenca lechera bonaerense, la del Salado, tuvieron pérdidas porque los camiones no podían sacar el producto desde los campos hasta las usinas lácteas, y en menor medida pasó lo mismo con los cultivos agrícolas: se arruinaron centenares de miles de toneladas sin cosecharse «por falta de piso» para que entraran las máquinas a los campos.
Las sulfonas podrían dar vuelta la situación caminera de todo el interior bonaerense. Aplicadas sobre la peor traza de tierra, le confieren una dureza de asfalto, pero a menos de la mitad del costo de un enripiado. El desarrollo se testeó en los caminos de barro de peor reputación del país incluso entre militares acostumbrados a usar camiones Unimog: los de la cuenca lechera santafecina, con un alto contenido de arcillas sódicas.
Las experiencias se llevaron a cabo en 2003 en las localidades de Suardi (Santa Fe), Devoto (Córdoba), Selva (Santiago del Estero) y la citada Santo Tomé, sobre un total de 16 tramos de camino de 500 metros cada uno. Por el lado productor, participó CAPYC, una cooperativa lechera grande, con socios en Santa Fé, Córdoba y Santiago del Estero.
Los resultados: los tramos de camino tratados se volvieron tan duros e impermeables a la lluvia que hubo que agregarles una capa superficial de pedregullo molido para dejarlos más rugosos. ¿Por qué? Porque cuando llovía, los neumáticos patinaban encima de la arcilla, como sobre azulejo mojado.
Los tramos sulfonados se mantuvieron en buenas condiciones aproximadamente el mismo tiempo que dura un asfalto bien hecho en condiciones de relativo tránsito y grandes variaciones climáticas: entre 5 y 6 años. Pero el costo por kilómetro mejorado estaba en la mitad del de un simple y frágil enripiado, que en 2003 era de 32.000 a 53.000 pesos, para un trabajo de entre 10 y 15 centímetros de espesor. Con el tratamiento químico de sulfonas y 5 centímetros de pedregullo para evitar patinadas, se tenía un camino comparable en calidad y duración con el del asfalto, pero por entre 22.000 y 25.000 pesos.
Todas estas cifras deberían actualizarse teniendo en cuenta no sólo la devaluación del peso sino la evolución del kilómetro de asfalto, dependiente de las oscilaciones del precio del petróleo.
Las “sulfonas camineras” fueron desarrolladas con fórmulas específicas de 6 tipos distintos de suelos de las distintas ecorregiones nacionales: la Pampa Húmeda, la Región Chaqueña, el NOA, el NEA, la Pampa Seca y la Estepa Patagónica. Cada cual tiene sus propias arcillas, que (se verá después) son la base del problema.
La idea de usar sulfonas para mejorar los caminos argentinos nació militar, pero se volvió civil sobre la marcha. Se planteó en la 2da. Conferencia de Ingenieros Militares Latinoamericanos y de EE.UU., en 2002, como modo de garantizar el despliegue rápido de tropas del Mercosur en caso de conflictos. En ese momento se hizo especial hincapié en que la solución debía ser muy barata y no depender de importaciones extra-zona.
La apuesta la levantó el Instituto de Enseñanza Superior del Ejército (IESE), institución que, para alejarse de su tradición cerradamente castrense, se había tomado el trabajo de acreditar todos sus posgrados y carreras de ingeniería por la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU). La CONEAU le impuso al IESE la obligación de tener proyectos de investigación: generar conocimiento, además de transmitirlo, hace la diferencia entre verdaderas universidades y simples «enseñaderos».
“Lo de las sulfonas no fue un proyecto difícil –dice el general de división retirado Miguel Sarni, ingeniero militar y director del IESE hasta 2002, hoy en la recientemente creada UNDEF, la Universidad de la Defensa. «A la Argentina -prosigue- le sobra experiencia petroquímica para formular, testear, patentar y fabricar compuestos a medida de los distintos suelos nacionales. Y con los problemas logísticos y de despliegue que ha tenido el Ejército desde siempre por la intransitabilidad de los caminos secundarios y vecinales, era claro que el hombre de campo argentino debía haber sido el primer beneficiario de este desarrollo. No me explico cómo esta idea, tan sencilla y barata, no se «viralizó» entre las grandes asociaciones de productores agropecuarios. Un camino que no deja pasar a un Unimog, mucho menos sirve para camiones lecheros o graneleros”.
La investigación “a campo” la realizaron en 2003 el mencionado IESE y la Escuela Superior Técnica del Ejército (EST); mientras que del diseño molecular de las sulfonas se ocupaba el Laboratorio de Química Fina, formado por el INTEC- CERIDE- CONICET y Fundación VINTEC. El acuerdo de colaboración entre el Ejército Argentino y la entonces SECTyP, hoy MinCyT, data de fines 2001, tiempos ya casi arqueológicos. Sin embargo, ya la Internet tenía una década, y el márketing por Internet cobraba fuerza. Probablemente ése fue el ingrediente que faltó en esta iniciativa. Un poco de promoción por Facebook le habría venido de perlas.
Mensaje para CARBAP y todos los grandes nucleamientos agropecuarios argentinos, la SRA, CRA, CREA, FAA, todos, y también para el MinCyT y el MinDef: esto habría que retomarlo.
La química de los barros
Las arcillas, por su estructura molecular llena de recovecos invisibles hasta para un microscopio electrónico, atrapan agua como esponjas. Entonces se hinchan hasta triplicar su volumen, generando barros fofos y de larga vida. Cuando finalmente se secan a dureza de adobe, los lodos quedan esculpidos en profundos huellones donde es fácil romper una punta de eje.
La paradoja es que, semanas más tarde, estas trampas anti-camión se desintegran en polvo volátil. El viento entonces socava el camino y éste va quedando como enterrado en el relieve, en comparación con los campos colindantes. Con el paso del tiempo, a veces puede quedar dos y más metros más profundo. Inevitablemente, al haberse vuelto una zanja o una cubeta, acumulará aún más agua con la lluvia siguiente.
Las sulfonas son moléculas con una cabeza hidrofílica (que atrae el agua) seguida por una cadena hidrofóbica (que la rechaza), y rompen este círculo vicioso. Bloquean las arcillas en forma muy duradera, aumentando 1,5 veces su volumen y dándoles estructura. Cuando llueve, las moléculas de agua de lluvia no logran penetrar en los huecos moleculares de las arcillas: son rechazadas por las cadenas hidrofóbicas de las sulfonas.
Pero además, las moléculas de agua ya contenidas en la arcilla no lograrán evaporarse, cuando la humedad ambiente baje. Las sulfonas “cierran” las moléculas de arcilla como un corcho una botella: tanto para la entrada, como para la salida. Y lo de la salida importa, porque al deshidratarse totalmente, algunas arcillas se compactan a menos de la mitad de su volumen habitual.
Esto explica que un camino arcilloso tratado con sulfonas adquiera una considerable estabilidad dimensional. “No se entera” de la lluvia, de la seca o del viento. Ésto no sólo termina con los barrizales, sino que puede alargar mucho la vida útil de cualquier pavimento urbano, flexible o rígido, tendido sobre suelo arcilloso.
Las calles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sujetas al mismo problema, serían un buen sitio donde retomar la experimentación en forma visible para el público y las autoridades. Ya se sabe, Dios está en todos lados, pero atiende en la Reina del Plata.