El economista Emmanuel Álvarez Agis examina aquí un problema fundamental de la economía argentina, la «restricción externa». Lo hemos debatido muchas veces, en AgendAR y en otros sitios. Pero es interesante compararlo con el reciente trabajo del matemático Martín Maas, que publicamos aquí. Porque la diferencia es que Maas lo encara desde lo que el país puede exigir, legítimamente, a sus ciudadanos. Mientras que Alvarez Agis se referencia en lo que esos ciudadanos van a tratar de hacer.
En este tiempo, donde entre otras cosas las transferencias de fondos son digitales e instantáneas y las capacidades del Estado nacional son las que son, nos parece que el enfoque de E.A.A. es más cercano a la realidad.
Haciendo puré verde
Se estima que el mes pasado unas 5 millones de personas sacaron un turno, fueron hasta un banco y compraron sus 200 dólares. La mayor parte de ellas, no contenta con eso, se llevó esos billetes a su casa. Y se estima que la inmensa mayoría lo hizo para hacer puré. No, no es que con esos 200 dólares compraron papa, la hirvieron, le pusieron un poco de leche e hicieron puré, sino que vendieron esos dólares en el mercado ilegal -el blue- y se hicieron con una diferencia nada desdeñable: unos $ 5.000.
Pero ¿tanto lío para ganar “nada más” que $ 5.000? Bueno, tal vez si a usted le toca leer esta nota en la comodidad de su casa o departamento de 4 ambientes, en alguna zona acomodada de CABA o el norte de la provincia de Buenos Aires, la suma le podrá parecer menor. Pero si usted es una de las 4 millones de personas que se quedó sin empleo a causa de la crisis del COVID-19, $ 5.000 no son poca cosa. Máxime si se toma en cuenta que es lo mismo que puede recibir esa persona por el subsidio que el gobierno nacional decidió otorgar en el marco de pandemia. El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) es de $ 10.000, pero hasta el momento, el Gobierno lo otorgó 3 veces, con lo cual el beneficiario recibe un IFE aproximadamente cada 60 días, es decir, $ 5.000 por mes. Para muchos argentinos, la única alternativa para poder comer durante la pandemia fue “hacer puré”.
Sobre la clase media cipaya y los empresarios garcas
A las personas que empezaron a “hacer puré” a causa de la diferencia entre la cotización del dólar oficial y el paralelo hay que sumarle, claro está, a todas las personas con capacidad de ahorrar que eligen al dólar como vehículo y también a todas las empresas que deciden dolarizar sus excedentes. El diagnóstico “cultural” ve a esas personas de diversas formas. Serían algo así como una clase media que no solo vota, sino que ahora también, “ahorra en contra de sus propios intereses”. Algunos directamente optan por diagnósticos más sintéticos: cipayos. Para el empresariado, los motes van desde “fugadores seriales” hasta “garcas”, en el mejor de los casos.
Personas y empresas con mayor o menor capacidad de análisis financiero llevan en su experiencia algo que los números muestran de manera contundente: si cualquiera de ellos hubiera decidido vender 100 dólares en el 2010, por ejemplo, pasarlos a pesos y dejar esos pesos depositados en un plazo fijo tradicional, hoy tendría nada más que 50 dólares. No solo habría perdido sus dólares, sino que ese rendimiento habría estado muy por debajo de la inflación.
La consistencia interna de la tesis cultural: la alegría siempre fue brasileña
Así y todo, y a pesar de que los números le dan la razón a los compradores de dólares, no son pocas las voces que siguen insistiendo con el “problema cultural”. La tesis cultural se impone a fuerza de repetición, porque mínimamente analizada nos lleva a conclusiones ridículas.
Muchas veces esta irritante tesis viene de la mano con un ejemplo no menos irritante: el de Brasil. Al parecer en Brasil no tienen este problema, porque tienen otra cultura. El brasileño no piensa en el dólar, ni siquiera sabe cuánto está el tipo de cambio. La tesis cultural dice entonces que la razón por la cual Brasil no tiene un problema con el dólar es, básicamente, porque está llena de brasileños. Y, por tanto, que Argentina tiene un problema con el dólar porque está llena de argentinos.
Un experimento para contrastar la tesis cultural
Acompáñeme usted a ver si la tesis cultural tiene algún sentido. Tratemos de realizar el siguiente experimento mental: piense en un país “serio”, donde las cosas funcionan, en el que la gente respeta los semáforos y no tira la basura en el piso, donde el transporte público da gusto y los ricos se atienden en hospitales públicos. Un país en el que los ricos pagan más impuestos que los pobres, pero los hijos de ambos se encuentran en la misma escuela pública. Piense en unos de esos países donde daría gusto vivir, tanto en lo que refiere a indicadores sociales, económicos, de igualdad, etcétera. Déjeme adivinar: pensó en los países nórdicos, ¿no?
Bueno, hagamos el siguiente experimento: vamos a someter a una sociedad nórdica a las mismas condiciones que la argentina se vio sometida en muchas oportunidades con el dólar y ahí vamos a ver si los nórdicos siguen siendo tan nórdicos como dicen, qué tanto. Vamos a someter a prueba la tesis cultural: si hacemos que una sociedad nórdica se tope con una mega devaluación, una crisis cambiaria, una aceleración de la inflación, una suba del desempleo y un mega cepo, y aun así sus personas y sus empresas se siguen comportando como “nórdicos”, entonces pediremos perdón y le daremos la razón a la mayoría: el problema del dólar será cultural. Veamos.
El experimento, o cómo volver argento a un nórdico en unos pocos meses
Los países nórdicos constituyen una región geográfica y cultural que comprende cinco Estados: Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. Los nórdicos son conocidos entre otras cosas por sus altos estándares de vida para ser economías comparativamente pequeñas. En el año 2007, medidas por el Índice de Desarrollo Humano, esas economías se ubicaban en la siguiente posición en el ranking que lleva adelante la ONU sobre un total de 186 países: Dinamarca (8), Finlandia (10), Islandia (13), Noruega (1) y Suecia (7). Solo para tener una referencia, durante ese año Argentina se ubicó en el puesto 46.
Lo primero es llevarle tranquilidad al lector: en este experimento no haremos sufrir a ningún ciudadano nórdico. El experimento ya tuvo lugar en Islandia en el 2008. En ese año, Islandia sufrió la peor crisis bancaria y cambiaria que una economía desarrollada recuerde. En los años anteriores al estallido de la burbuja inmobiliaria en los EEUU, la economía islandesa había estado impulsada por enormes ingresos de capitales extranjeros que transformaron a Islandia en la economía con el sistema financiero más grande del mundo (midiendo al sistema financiero en relación al tamaño de su economía). Ese ingreso de capitales impulsó el crecimiento de Islandia.
Cuando la crisis financiera estalló en EEUU, el sistema financiero de Islandia colapsó. La corona se devaluó, subió la inflación, cayeron las reservas y aumentó el desempleo. Islandia llegó al punto de tener que estatizar la banca y acudir al FMI parar estabilizar la economía. Debido al enorme proceso de fuga de capitales (recordemos, nuevamente, que la mayor parte del crecimiento de Islandia hasta el estallido de 2008 estuvo apalancado en el ingreso de capitales desde el exterior), el FMI obligó a Islandia imponer controles muy estrictos a la salida de capitales. Un cepo, como diríamos en estas tierras.
El FMI era tan consciente de la necesidad de imponer un cepo para evitar que los fondos prestados a Islandia se fueran por la canaleta de la fuga que obligó al parlamento a votar el cepo por ley. La normativa se promulgó la noche anterior el primer desembolso del FMI, como parte de un acuerdo equivalente a la mitad del PIB de Islandia. Algo así como que el FMI le hubiera prestado a Argentina en 2018 unos 250.000 millones de dólares en lugar de los 44.000 que efectivamente nos prestó.
Islandia y la involución cultural (del cepo)
Como consecuencia del cepo implementado de común acuerdo entre el FMI y el Banco Central de Islandia, los islandeses comenzaron una involución cultural: se empezaron a comportar como argentinos. Las empresas comenzaron a utilizar estrategias para eludir el cepo y evitar ingresar las divisas al país. Las empresas pesqueras llegaron al límite de operar con bandera de Islandia sin ingresar siquiera una divisa al país nórdico. Muchas otras empresas comenzaron a usar estrategias como los precios de transferencias para eludir el control de cambios. Cualquier similitud entre los pesqueros islandeses y los sojeros en Argentina no es mera coincidencia. Los empresarios islandeses comenzaban a comportarse como sus pares argentinos: fugando y garcando al Estado.
Pero lo más interesante es lo que pasó con las personas. La involución cultural de los islandeses fue notable. Como consecuencia del cepo, la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el paralelo creció. Para 2009, el tipo de cambio oficial cotizaba a 160 coronas por euro y el paralelo a 250 coronas por euro, una diferencia del 56%. La única forma que los islandeses tenían de acceder a divisas al tipo de cambio oficial era si acudían a un banco con un pasaje de avión, demostrando así que realmente necesitaban las divisas para poder solventar su estadía en el exterior.
Si el islandés podía demostrar que tenía un pasaje para volar fuera de Islandia, entonces el banco podía venderle una cierta cantidad de divisas. La dinámica que comenzó a observarse es que una cantidad creciente de islandeses comenzaron a comprar el pasaje más barato de avión al exterior y con eso acudían a los bancos para comprar el máximo de divisas permitido. Con la diferencia que obtenían vendiendo esas divisas en el mercado paralelo, no solo podían pagar ese pasaje de avión que nunca utilizarían, sino hacerse unos buenos pesos, digo, unas buenas coronas.
La tesis que el problema del dólar es cultural es chamuyo
La economía es una ciencia porque, entre cosas, predice que, enfrentados a los mismos incentivos económicos, las personas y las empresas reaccionarán de la misma forma sin importar si son argentinos, islandeses o estadounidenses. Parafraseando libremente al maestro Aldo Ferrer, si usted trajera a un empresario alemán y lo instalara en Argentina, a los 3 meses estaría comprando dólares.
Ni la clase media que ahorra en dólares es cipaya ni los empresarios que fugan divisas son garcas. Ambos grupos no son otra cosa más que racionales. El dólar no es un problema cultural sino económico. Si la economía moldea la cultura, es un problema que se lo dejamos a los marxistas. Argentina lleva ya muchos años destruyendo su moneda y en la actualidad el problema se vuelve acuciante gracias a la pandemia.
Comprender que el problema no es cultural, sino económico, es el primer paso para encarar una solución tanto de corto como de largo plazo. Si el dólar fuera un problema cultural, la solución serían las palabras, hablar, componer canciones y obras de teatro que nos alejen del dólar y nos acerquen al peso. Si, en cambio, el problema es económico, la solución son números, medidas concretas de política económica: aumentar la tasa de interés, disminuir la brecha con el tipo de cambio paralelo, ofrecer opciones al ahorrista que estén a mitad de camino entre el dólar y el peso y, sobre todo, empezar a construir un programa de largo plazo que recupere al peso como moneda. Es fácil decirlo y muy pero muy difícil hacerlo, pero imposible si se parte de diagnósticos equivocados.