En un momento en que los argentinos estamos inmersos en nuestros propios problemas -con buenos motivos- nos parece útil reproducir esta reflexión de Juan Gabriel Tokatlian, sobre uno de los desarrollos importantes que están forjando el sistema global en que vamos a vivir ahora y en las siguientes décadas:
«Una característica que distingue a las grandes potencias de los países pequeños y de los poderes regionales es que pueden recurrir, indistinta y complementariamente, al unilateralismo, al bilateralismo y al multilateralismo.
Pueden así imponer a otras naciones sus intereses y valores, privilegiar relaciones y negociaciones directas con una determinada contra-parte y pueden desarrollar actividades y compromisos con varios países en torno a temas específicos en organizaciones de distinto tipo.
Dos hechos de diferentes momentos históricos pueden ser examinados para analizar lo anterior. Por un lado, la crisis del multilateralismo, en particular de los foros e instituciones impulsadas por Occidente como Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, la Organización Mundial de Comercio, el G-7 y el G-20, entre otros.
Por otro lado, la evidente agresividad del bilateralismo exhibido por la administración del presidente Donald Trump. Su estilo arrogante y pendenciero se impuso disimulando el gradual declive estadounidense. La creciente propensión al unilateralismo coercitivo se manifestó además en las sanciones aplicadas a distintos países (Ucrania, Venezuela, Siria, Cuba, Irán, Somalia, Corea del Norte) y a personas (por ejemplo, las vinculadas a la Corte Penal Internacional).
También se hizo evidente en el abandono de tratados (por ejemplo, el de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio y el Acuerdo de Paris en materia ambiental), en el retiro de organismos (por ejemplo, del Consejo de Derechos Humanos de la ONU) y en los reiterados ataques a los órganos de Naciones Unidas.
El espectáculo que ofrece China, por el contrario, es del todo diferente. De manera paulatina y a la vez firme, Beijing ha venido propiciando y consolidado una combinación de multilateralismo alternativo y bilateralismo activo en lo que podríamos llamar el “Multi-bilateralismo” chino.
Como toda potencia en ascenso, China aspira a moldear un ambiente propicio para su auge, reducir las posibilidades de enfrentar coaliciones que la debiliten y mejorar su posición relativa a nivel internacional.
Este esquema mixto ha atravesado distintas etapas. A principios de los noventa, el involucramiento chino se concentró en las estructuras multilaterales existentes en su vecindad y se llevó a cabo con cierta suspicacia y de modo defensivo para apaciguar los temores de los cercanos.
Por ejemplo, en 1991 Beijing se sumó al Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico creado en 1989. A partir de 1994 participó en el Foro Regional de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN en su sigla en inglés) compuesta por 27 miembros. Y en 1997 se estableció el proceso de cooperación conocido como ASEAN + 3 (China, Japón y Corea del Sur).
El comienzo de siglo XXI mostró una China que con cautela, pero de forma incremental y con vasto alcance geográfico, emprendió una diplomacia multilateral propositiva. A iniciativa de Beijing, en noviembre de 2000 se firmó en 2002 el Acuerdo de Libre Comercio ASEAN-China. También en 2000 se estableció el Foro de Cooperación China-África. En materia de seguridad, la principal propuesta de Beijing fue la Organización de Cooperación de Shanghái (conformada por ocho naciones) en 2001.
En ese año, China impulsó la Iniciativa de Chiang Mai (compuesta por ASEAN + 3) con el propósito de crear un esquema multilateral de swap de monedas que se concretó en 2010 con un fondo equivalente a US$ 120 mil millones de dólares. En 2004 se lanzó el Foro de Cooperación China-Estados Árabes.
En 2012 el mecanismo de cooperación entre China y 17 países de Europa Central y Oriental y en 2014 se creó el Foro China-CELAC.
En 2009 se efectuó la primera cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y en 2015 este grupo estableció el Nuevo Banco de Desarrollo con sede en Shanghái y un capital de US$ 50 mil millones de dólares. Además, China promovió el establecimiento del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura en 2016, cuya sede es Beijing, con 45 miembros de Asia y 37 miembros extra-regionales (por Latinoamérica están Ecuador y Uruguay) y un capital de US$ 100 mil millones de dólares.
Finalmente, después de negociaciones entre China, los países de ASEAN y Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelandia, en noviembre de 2020 se sellará en Vietnam la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por su sigla en inglés); el bloque económico más grande del mundo.
China ha sabido combinar el multilateralismo con el bilateralismo. Su principal herramienta en esa dirección es la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI por su sigla en inglés) anunciada en 2013.
Esta suerte de megaproyecto comercial y de infraestructura ya cuenta con la firma de memorandos de entendimiento con más de 100 países (más de una docena de la Unión Europea) y Beijing. 17 países de América Latina y el Caribe han ratificado compromisos similares. Esta iniciativa multibillonaria ha sido tan atractiva que, en mayo de 2017, el entonces presidente del BID, Luis Alberto Moreno, anunció la disposición del banco de sumarse con “cofinanciamientos” al BRI. Es de esperar que el nuevo presidente del BID, el estadounidense Mauricio Claver-Carone, interrumpa esa promesa.
El multi-bilateralismo chino refleja el proyecto de expansión de una gran potencia. Al momento Beijing ha prescindido del unilateralismo ostentoso y los beneficios para las contra-partes parecen superiores a los costos. Sin embargo, el dilema, en especial para las naciones de Latinoamérica es evitar y reducir la dependencia que se vislumbra. Sabemos que las superpotencias tienden a procurar súbditos más que semejantes. O al menos eso es lo que ha mostrado la experiencia occidental.»