Este artículo de CNN-Business habla de un desarrollo inevitable en el futuro próximo en los EE.UU. y también en la Unión Europea. Y, muy poco después, en la Argentina:
«Ahora que las vacunas contra el coronavirus están comenzando a implementarse en los EE. UU. y en el extranjero, muchas personas pueden estar soñando con el día en que puedan viajar, comprar e ir al cine nuevamente. Pero para realizar esas actividades, es posible que eventualmente necesiten algo además de la vacuna: una aplicación / pasaporte que acredite que está vacunado.
Varias empresas y grupos de tecnología han comenzado a desarrollar aplicaciones o sistemas para teléfonos inteligentes para que las personas carguen detalles de sus pruebas y vacunas de Covid-19, creando credenciales digitales que podrían mostrarse para ingresar a salas de conciertos, estadios, cines, oficinas o incluso países.
Common Trust Network, una iniciativa de la organización sin fines de lucro The Commons Project y el Foro Económico Mundial con sede en Ginebra, se han asociado con varias aerolíneas, incluidas Cathay Pacific, JetBlue, Lufthansa, Swiss Airlines, United Airlines y Virgin Atlantic, así como con cientos de sistemas de salud. en los Estados Unidos y también en el gobierno de Aruba.
La aplicación CommonPass creada por el grupo permite a los usuarios cargar datos médicos como el resultado de una prueba Covid-19 o, eventualmente, una prueba de vacunación por parte de un hospital o profesional médico, generando un certificado de salud o pase en forma de código QR que se puede mostrar a las autoridades sin revelar información confidencial. Para viajar, la aplicación enumera los requisitos del pase de salud en los puntos de salida y llegada según su itinerario.
«Puedes hacerte la prueba cada vez que cruzas una frontera. No tienes que ser vacunado cada vez que cruzas una frontera», dice Thomas Crampton, director de marketing y comunicaciones de The Commons Project. Hizo hincapié en la necesidad de un conjunto de credenciales simple y fácilmente transferible, o una «tarjeta amarilla digital», en referencia al documento en papel que generalmente se emite como prueba de vacunación.
Las grandes empresas tecnológicas también se están sumando. IBM desarrolló su propia aplicación, llamada Digital Health Pass, que permite a las empresas y lugares personalizar los indicadores que requerirían para ingresar, incluidas pruebas de coronavirus, controles de temperatura y registros de vacunación. Las credenciales correspondientes a esos indicadores se almacenan en una billetera móvil.
En el esfuerzo por volver a la normalidad después de que las vacunas se distribuyan ampliamente, los desarrolladores enfrentan otros desafíos, que van desde problemas de privacidad hasta representar la eficacia variada de diferentes vacunas. Pero el desafío más urgente puede ser simplemente evitar la implementación inconexa y el éxito mixto del intento anterior de la tecnología para abordar la crisis de salud pública: las aplicaciones de rastreo de contactos.
Al principio de la pandemia, Apple y Google dejaron de lado su rivalidad con los teléfonos inteligentes para desarrollar conjuntamente un sistema basado en Bluetooth para notificar a los usuarios si habían estado expuestos a alguien con Covid-19. Muchos países y gobiernos estatales de todo el mundo también desarrollaron y utilizaron sus propias aplicaciones, no necesariamente compatibles.
Para fomentar una mejor coordinación esta vez, la Fundación Linux se ha asociado con la Iniciativa de Credenciales Covid-19, un colectivo que representa a docenas de organizaciones en los cinco continentes y también está trabajando con IBM y CommonPass para ayudar a desarrollar un conjunto de estándares universales. para aplicaciones de credenciales de vacunas.
«Si tenemos éxito, cualquiera debería poder decir: tengo un certificado de vacuna en mi teléfono que obtuve cuando me vacunaron en un país, con un conjunto completo de sus propias prácticas de gestión de la salud … que utilizo para subirme a un avión a un país completamente diferente y luego presenté en ese nuevo país una credencial de vacunación para poder ir a ese concierto para el cual la asistencia estaba limitada a aquellos que han demostrado que han tenido la vacuna «, dijo Brian Behlendorf, director ejecutivo de la Fundación Linux.
«Debería ser interoperable de la misma manera que el correo electrónico es interoperable, de la misma manera que la web es interoperable», dijo. «En este momento, nos encontramos en una situación en la que hay algunas partes móviles que nos acercan a eso. Creo que hay un compromiso sincero de todos en la industria».
Parte de garantizar un uso amplio de los pasaportes de vacunas es tener en cuenta el gran subconjunto de la población mundial que todavía no usa ni tiene acceso a teléfonos inteligentes. Algunas compañías dentro de la Iniciativa de Credenciales Covid-19 también están desarrollando una tarjeta inteligente que encuentra un término medio entre los certificados tradicionales de vacunas en papel y una versión en línea que es más fácil de almacenar y reproducir.
«Para nosotros se trata de cómo se puede almacenar esa credencial digital, se puede presentar, no solo a través de teléfonos inteligentes, sino también de otras formas para aquellas personas que no tienen acceso a Internet estable y también que no poseen teléfonos inteligentes». dijo Lucy Yang, codirectora de la Iniciativa de Credenciales Covid-19. «Lo estamos investigando y hay empresas que están haciendo un trabajo realmente prometedor.
Una vez que construyan un pasaporte para vacunas, las empresas deberán asegurarse de que las personas se sientan cómodas usándolo. Eso significa enfrentar las preocupaciones sobre el manejo de información médica privada. CommonPass, IBM y la Fundación Linux han enfatizado la privacidad como un elemento central de sus iniciativas. IBM dice que permite a los usuarios controlar y dar su consentimiento para el uso de sus datos de salud y les permite elegir el nivel de detalle que desean proporcionar a las autoridades.
Con las vacunas fabricadas por múltiples compañías en varios países en diferentes etapas de desarrollo, hay muchas variables que los fabricantes de pasaportes deberán tener en cuenta. «Un punto de entrada, como una frontera, querrá saber, ¿recibió la vacuna Pfizer, recibió la vacuna rusa, recibió la vacuna china?
Tampoco está claro qué tan efectivas son las vacunas para detener la transmisión del virus, dice la Dra. Julie Parsonnet, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Stanford. Por lo tanto, si bien una aplicación de pasaporte de vacunas mostrará que recibió la vacuna, es posible que no sea una garantía de que asista a un evento o tome un vuelo de manera segura. «Todavía no sabemos si las personas vacunadas pueden transmitir la infección o no», dijo a CNN Business. «Hasta que eso se aclare, no sabremos si los ‘pasaportes’ serán efectivos».
Aún así, Behlendorf anticipa que la implementación y adopción de pasaportes de vacunas sucederá con bastante rapidez una vez que todo esté en su lugar y espera que una variedad de aplicaciones que pueden funcionar entre sí estén «ampliamente disponibles» en la primera mitad de 2021. «Tenga la seguridad, los nerds están en eso».»
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Una reflexión de AgendAR: la acreditación de haber recibido una de algunas de las vacunas anti-Covid autorizadas por agencias regulatorias estatales debidamente coordinadas entre sí se perfila como legalmente necesaria. Y eso pese a que no se sepa si las vacunas realmente cortan el contagio.
Y es que la limitación de transmisibilidad no figura como «endpoint», o meta a cumplir, en ninguno de los estudios de fase III terminados o en curso en el mundo. Por sentido común profesional, como recomienda el Dr. Anthony Fauci, director desde los ’80 del NIAID (National Instituto of Allergy and Infectious Diseases de los EEUU), para generar «inmunidad de manada», es decir una sociedad global que ofrezca una resistencia casi perfecta a la transmisión del SARS CoV2, se necesitará la vacunación de entre el 80% y el 90% de la población de la población mundial. Las presunciones de Fauci allá a comienzos de la pandemia eran mucho menores: suponía que alcanzaría con un 60% de vacunados, y suponiendo vacunas casi perfectas, con eficacias cercanas o superiores al 90% demostradas en fase III.
Pero al igual que la mayoría de los infectólogos de fuste, Fauci fue modificando su criterio del límite estadístico donde la «inmunidad de manada» se vuelve una fuerza efectiva a medida que esta zoonosis recientemente adquirida por la humanidad fue mostrando sus facetas desconocidas y socialmente más peligrosas. Entre ellas, su enorme capacidad de «contagio silencioso» a través de la población juvenil (e incluso infantil) asintomática, o casi asintomática, o presintomática.
Fauci, ciudadano de un país donde a principios de la pandemia las encuestas medían un 60% de estadounidenses remisos a la vacuna, hoy se atreve a hablar de la necesidad de un 80 o 90% de vacunación nacional porque, a fuerza de entierros, los «antivaxxers» -al menos los no muy fundamentalistas- han ido disminuyendo: muchos murieron, y los más vieron morir a demasiados compatriotas de su misma lana por estupideces como amucharse o no usar tapabocas. Como dice el Martín Fierro: «No hay cosa como el peligro/pa’ refrescar a un mamao».
Hoy los «antivaxxers» estadounidenses se han reducido al 40%, y se prevé que, fuera de algunas comunidades que viven dentro de «tupperwares ideológicos» especialmente blindados, sigan a la baja a medida que las vacunas muestren su efectividad. Pero es mucho más seguro que la fuerza de cambio sean los estados y las corporaciones, que o logran restablecer cierta «nueva normalidad» educativa, económica y tributaria, o revientan. Y por ello serán la fuerza motriz de las diversas formas de pasaporte sanitario respecto del Covid.
Y eso es inevitable incluso en sociedades como la estadounidense, donde el «libertarismo» ideológico ha impedido, desde la propia constitución, que el estado federal emita documentos nacionales de identidad. Por ello, en los trámites municipales, los contractuales e incluso en las transacciones inmobiliarias, la identificación de las personas se hacen con una licencia de conductor, o con un número de seguridad social. Pero a los autodenominados «americanos» se les vienen encima no sólo las vacunas sino las apps, o las tarjetas que las certifiquen.
La explicación es evidente: todo OK con la libertad del que no se vacuna y no vacuna a sus hijos. Pero yo también tengo la libertad de que ese tipo/a no se suba a mi avión, no trabaje en el escritorio contiguo al mío, y no mande a sus hijos no vacunados a infectar a los míos a la escuela. Libertad, pero para todos. Y tiene un precio.
En los países anglosajones esto ya se condensó en una consigna muy sintética: «jab or job» (pinchazo o trabajo). En castellano derecho: si no te vacunás, que te contrate Magoya.
La eficacia de estos certificados de vacunación irá creciendo desde muy abajo. ¿Por qué? Porque el licenciamiento de las vacunas hoy en fase III o por completarla dará inicio a lo que se llama «fase IV», o de fármacovigilancia, en la que cada una de ellas se suministra, según su orden de arribo, su facilidad de fabricación, de distribución y también a su precio, a centenares e incluso miles de millones de personas.
En esta nueva etapa se vuelve inevitable que cada fórmula exprese en números mucho más fiables que los actuales su efectividad real, e incluso que surjan a la superficie los problemas de seguridad que quedaban ocultos en las respectivas fases III. Nuevamente, por matemáticas. Los estudios de fase «a doble ciego» para licenciar vacunas se hicieron inevitablemente de apuro y han involucrado entre 30.000 a 60.000 personas por fórmula. Todas las vacunas licenciadas o por licenciar tienen pendientes la realización de «trials» especiales, de mayor potencia estadística, para poblaciones especiales, particularmente los mayores de 60; y máxime con una virosis que se ha mostrado especialmente «mataviejos».
Las comparaciones no estarán libres de interferencias corporativas, gubernamentales y mediáticas, que embarrarán deliberadamente la cancha. Pero, también por pura necesidad corporativa y de gobierno, en los próximos 2 o 3 años se empezarán a perfilar las mejores vacunas, e incluso se las podrá ranquear en orden descendente por su capacidad para cortar el contagio.
Por ahora, mientras no haya estudios «ad hoc» sobre transmisibilidad, el sentido común infectológico supone que las buenas vacunas en despliegue podrían empezar a mitigar el contagio al ir disminuyendo la circulación viral comunitaria. Es aritmética, no biología. Pero se sabe que la biología, a diferencia de la física, se rige por matemáticas sumamente enrevesadas, complejas y a veces refractarias a la modelización computacional.
Y pese a las idioteces conspiranoicas pseudocientíficas en circulación, como el Corbett Report, mucho más sofisticado que las patrañas de los antivacunas criollos, el macaneo irá a la baja. Porque con una inmunidad de rebaño que parece sólo alcanzará su eficacia con un casi 90% de vacunación universal, hoy todavía impensable, la tolerancia social, laboral y educativa para con los «antivaxxers» sólo lograría que tengamos que seguir años y años parando todo a toque de silbato, y volviendo a las catacumbas del ASPO o del DISPO con cada rebrote.
Ya alcanza con los cuellos de botella del licenciamiento, amén de los de la fabricación de suficientes vacunas, más los cuellos de botella añadidos por sus dificultades de distribución, amén de la eventual baja eficacia de algunas de ellas, para que tengamos garantizado (y esto lo dice la Organización Mundial de la Salud) que el SARS CoV2, en lugar de desaparecer como especie viral, siga en circulación, aunque más reducida, y matando gente aquí y allá, y estropeando la vida económica, afectiva y social del resto.
No se necesitan, como asegura el Corbett Report, chips intradérmicos para la identificación de los vacunados. Nadie exigirá que hagamos cambios en nuestros cuerpos. Tampoco harán falta apps dependientes de celulares inteligentes, recursos a lo sumo válidos para quienes pueden/quieren comprarlos. Por el contrario, confiamos en algo tan aparentemente bobo como el papel moneda y también en nuestros DNIs y pasaportes, porque tienen recursos gráficos de altísima resolución, tintas invisibles salvo bajo iluminación ultravioleta o infrarroja, y bandas magnéticas de seguridad.
¿Son «truchables» nuestros billetes y nuestros plásticos? Absolutamente sí, pero a costa de bastante plata, tecnología y organización, por ahora únicamente accesibles a estados delincuentes, o a organizaciones sub-estatales como las maffias más poderosas. No nos imaginamos que la N’Draghetta o los cárteles narcos de México y Colombia vayan a arriesgar recursos o aumentar sus riesgos en proteger a los no vacunados.
Los no vacunados hoy hacen que el país más vacunado de la Tierra, Israel, tenga una bomba de tiempo infectológica imposible de desactivar. Efectivamente, la comunidad ortodoxa «haredim» no se vacuna, no usa tapabocas y practica una vida de ceremonias que implican amuchamiento multitudinario, por lo cual pese a ser el 10% de la población nacional, tienen el 40% de los infectados de Covid-19. En EEEUU es todavía inmedible la cantidad de «antivaxxers» dispuestos a defender con las armas sus cuerpos de vacunas satánicas que les inyectarán microchips para teledirigirlos, como pregonan. Pero están a la baja.
Por el contrario, somos muchos quienes pagaremos gustosos el incordio de llevar encima un plástico más u otra app en el celular. Y eso a cambio de poder salir de la cueva de nuestros departamentos, abrazar a nuestros amigos sin matarlos, y hacer uso efectivo y pleno del cacho de mundo a nuestro alcance, durante el cacho de vida que nos queda.