Alguien muy vinculado a este portal manifestó ayer en las redes sociales «Es curioso que tanta gente dé tanta importancia a la publicación de un artículo en The Lancet. Porque estoy convencido que una gran mayoría de esa gente no podría evaluar críticamente lo que se dice en el artículo. En realidad, no podrían terminar de leerlo sin aburrirse y dejarlo».
Es cierto. Pero no es toda la historia. Como tampoco lo es el hecho que en la fuerte y productiva ciencia rusa no existe la tradición de publicar de inmediato sus descubrimientos o hipótesis.
Y aunque se puede decir también que así se libran de decenas de miles de textos rutinarios, que agobia a sus colegas occidentales bajo el imperativo de «Publish or perish!«, hay algo muy valioso e importante en el hábito de publicación.
Compartimos el análisis de Nora Bär sobre el asunto:
«Desde hace más de tres siglos, las revistas científicas son un engranaje esencial en la comunicación y difusión de los hallazgos en el mundo científico.
Cuando un investigador termina un estudio o experimento, divulga sus conclusiones a través de revistas “con referato”. Esto significa que envía toda la información de cómo realizó el trabajo, qué métodos empleó, quiénes participaron y qué conclusiones o hipótesis plantea, y lo somete a la evaluación de “referees”; es decir, un grupo de especialistas en el mismo campo que actúan como auditores para sopesar la calidad y validez de esa investigación.
Estos son independientes, analizan en detalle el estudio y pueden incluso pedir más experimentos para corroborarlo. Las publicaciones científicas ofrecen algo así como un virtual certificado de calidad.
Pero como ocurre en otros órdenes de la vida, no todas las revistas “valen” lo mismo. Las mejores, que también son las más exigentes y las que tienen standards más estrictos, rechazan los papers menos originales o que presentan errores de diseño, y son aquellas que les confieren más prestigio a los autores. También funcionan como registro y otorgan reconocimiento a los referentes en cada área.
Las revistas científicas eligen muy bien lo que publican y están ordenadas en un ranking elaborado sobre la base de su “factor de impacto”, un índice bibliométrico que mide la frecuencia con la que se cita un artículo promedio de una revista particular.
En 2020, The Lancet, fundada el 5 de octubre de 1823, por Thomas Wakley, figuró cuarta entre las de más alto factor de impacto (según el Journal of Impact Factor). Es algo así como una de las “figuritas difíciles” en el ámbito de la biomedicina.
Justamente ayer, después de varias semanas de idas y vueltas entre revisores y autores, The Lancet publicó los resultados intermedios del estudio de Fase III de la vacuna Sputnik V en casi 20.000 personas, una información que aporta los datos detallados que esperaba todo el mundo. En el análisis intermedio de eficacia del ensayo clínico, aleatorizado, a doble ciego y controlado por placebo se alcanzó una eficacia del 91,6%.»