Cinco científicas ganadoras del Premio Internacional L’Oréal-UNESCO terminaron, años después, ganando también el Nobel. No hay un Nobel de la Matemática (o sí, el premio Fields), pero desde hoy la doctora Alicia Dickenstein es la primera argentina de ese palo en merecer el L’Oréal Internacional. De no ser por la pandemia, hoy estaría tomando el avión para París.
Si le pregunto qué hace de concreto en su disciplina, Alicia me contesta que viene trabajando en Geometría Algebraica. Los epistemólogos discuten desde hace milenios si los matemáticos descubren lo preexistente o lo crean. Nunca llegarán a una conclusión.
Lo que descubre o crea Dickenstein son estructuras geométricas en presencia de simetría, y desde esos objetos inmateriales vive tirando cables hacia la física, la biología y la química. Lo suyo parece una de esas soluciones en busca de problemas que produce (¿descubre? ¿inventa?) la Matemática, y que las economías del conocimiento incorporan con voracidad, y de modo invisible, en la vida productiva.
En un país emperrado en exportar naturaleza cruda, la doctora Dickenstein podría haberse desperdiciado como un violín Stradivarius en un planeta de sordos. No ha sido el caso.
Podría también haberse ido de aquí hace tiempo, pero fuimos compañeros de la promoción 1972 en el Colegio Nacional Buenos Aires. En una añada con casi 40 expatriados (muchos de ellos, científicos) y 17 asesinados, conozco a poca gente con raíces tan hondas como Alicia: se quedó, como tantos, pero de otro modo. Nunca la oí quejarse de que el país la maltrata o le queda chico: lo ama sin ostentación. Y como constructora de recursos humanos, hace décadas que viene formando cantidad de matemáticos argentinos importantes.
“Quedarse” es un decir. 2020 y 2021 vienen siendo años extraordinarios en los que la doctora Dickenstein, de 66 años, vive en su casa en lugar de en aeropuertos y aviones. Pero esto es rarísimo. Si no hay pandemia, la suya es una vida tan aeronáutica como la de los tenistas de los Torneos del Grand Slam, aunque bastante más espartana.
La Matemática tiene su modo muy geofísico de ser estratosférica: los popes de la disciplina pasan muchas horas/año en la tropopausa, la linde de la atmósfera con la estratósfera, normalmente a 12.000 metros de altura, donde navegan los jets de pasajeros. Raramente viajan en “Business Class”. Y no todos son jóvenes promesas. Ignoro cómo les da el cuerpo.
Profesora titular plenaria en “Exactas” (la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA) e Investigadora Superior del CONICET, el talento de emergente de Alicia Dickenstein la destacó desde fines de los ’80 y la fue volviendo una eminencia en los ’90.
Desde entonces, con los chicos ya criados y tras décadas de publicación en revistas internacionales importantes, fue adquiriendo la obligación de no faltar a ningún congreso. Los matemáticos hacen cantidad y en todos los continentes, salvo en la Antártida, y en ello obedecen a una necesidad imperiosa de estar de modo tangible entre gente de su misma lana, que respira números o los maneja como si los tocara, videntes en un planeta donde los demás somos un poco ciegos.
Aquí Dickenstein pertenece a dos academias de ciencias exactas y naturales: la ANCEFN porteña y la ANC cordobesa. Pero desde 2018 es vicepresidenta de la Unión Matemática Internacional (IMU), novedad en un organismo dirigido generalmente por hombres.
A ese cargo de “vice” se llega produciendo y publicando, pero una vez en él hay que arremangarse para organizar cursos, eventos, viajes, exposiciones, publicaciones, prensa y difusión, y manejar desde horarios y taxis hasta la gastronomía, asunto que a Alicia se le da bien.
Son las 2 de la mañana y mi jefe, Abel Fernández, quiere saber cuándo le entrego la nota para poder irse a la cama. Le digo que yo también estoy muerto de sueño. Me contesta que la haga simple.
No es tan fácil. Por empezar, el L’Oréal es un premio raro, que necesita ser explicado porque mezcla la ética con la excelencia. Se da en colaboración entre esa multinacional francesa de la cosmética y la UNESCO, y lo que intenta es despertar a la ciencia profesional a las chicas de secundario y de la universidad, apoyar a las que ya son jóvenes investigadoras, y reconocer a quienes –como Dickenstein- han construido una carrera relevante, y las de otros.
¿Es un premio feminista? Decididamente, pero no se gana en la barricada, sino por trayectoria científica.
Tiene dos categorías: Rising Talent, para las emergentes jóvenes, y Laureadas (caso de Alicia). Instituido en 1998, el L’Oréal ya premió a 3.400 investigadoras de 110 países agrupados en 5 continentes. Desde hoy y gracias a Alicia, dentro del grupo de América Latina y el Caribe, Argentina se volvió el país con más premios: 2 Rising Talent y 7 Laureadas. ¿Qué tal?
Revisando las ganadoras argentinas, uno se encuentra con gente que figura en los artículos de AgendAR: en 2003 fue laureada la física computacional Mariana Weissman, en 2008 la neurocientífica Belén Elgoyen, en 2013 la biofísica y neurocientífica Cecilia Bouzat, en 2016 la bióloga molecular y viróloga Andrea Gamarnik, en 2017 la hematóloga Julia Etulain (como Rising Talent), en 2018 la biogeoquímica y ecóloga Amy Austin, en 2019 la física nuclear Karen Hallberg, en 2019 la química en nanomateriales María Molina (otra Rising Talent), y ahora Dickenstein se vuelve la laureada número 7 y la premiada número 9.
Esas mujeres, profesionalmente, son el planeta donde habitamos los de este portal científico, tecnológico, industrialista y defensor de la educación pública. Y con 36 años de periodismo científico encima, aunque aún no entiendo cómo o por qué, puedo decir que las mujeres tienen otro modo de hacer ciencia, una mirada distinta. Y muy poderosa.
Hay un L’Oréal argentino en el que colaboran la empresa y el CONICET (Consejo Nacional de Investigación Científica y Técnica), que ya premió a 42 mujeres de todo nuestro territorio. La firma dice, en su comunicación de hoy, que el mundo necesita de ciencia y la ciencia, de mujeres.
Es una frase redonda. Pero además, es cierta.
Daniel E. Arias