Entre 2018 y 2021, según un estudio publicado por Oceana, ONG internacional dedicada a la conservación de los océanos, 800 barcos bajo banderas de China y España se ‘oscurecieron’ durante 900 mil horas para pescar sin ser vistos.
Las embarcaciones españolas se oscurecieron tres veces más que las chinas, en frecuencia.
La Prefectura Naval ejerce una vigilancia permanente en el Atlántico Sur, porque de la costa hasta la milla 12 no puede navegar ningún barco extranjero, aunque entre la milla 12 y la 200 (Zona Económica Exclusiva argentina, en adelante ZEE), se permite la navegación pero se prohíbe expresamente la pesca.
Flotas pesqueras de numerosas unidades coordinadas, que se aventuran lejos de sus países de origen, y principalmente las que operan bajo bandera de la República Popular China, apagan regularmente sus balizas de rastreo para evadir la detección e identificación.
Estas flotas, en el Atlántico Sur, se especializan en una pesca ilegal de calamares y otras especies lucrativas en el borde mismo de los extensos caladeros -zonas marítimas explotadas por su productividad biológica- de la República Argentina, según un nuevo estudio realizado de Oceana.
Todos los años, los barcos se aglomeran a lo largo de los límites de la ZEE argentina acordadada por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derechos al Mar en 1982 para saquear gratis sus caladeros.
Al monitorear las balizas de rastreo de los barcos entre enero de 2018 y abril de 2021, Oceana descubrió que más de 800 embarcaciones sumaron casi 900.000 horas de pesca activa adentradas al menos 20 millas náuticas al Oeste del límite externo de la ZEE argentina.
“Durante este período de tres años y medio, hubo más de 6.000 casos en los que estos barcos pesqueros parecían ‘oscurecerse’ al deshabilitar potencialmente sus dispositivos de rastreo electrónicos, conocidos como Sistemas de Identificación Automática (AIS)”, señala el informe, publicado el miércoles, titulado: «Ahora me ves, ahora no: barcos que desaparecen a lo largo de las aguas argentinas».
En total, estas embarcaciones estuvieron “escondidas” durante más de 600.000 horas durante las cuales Oceana sospecha que ingresaron en aguas territoriales argentinas para la pesca ilegal.
“Es muy sospechoso que tengan el AIS apagado durante una gran parte del tiempo que están pescando”, dijo Marla Valentine, ecóloga de Oceana.
“Se están sacando de los ecosistemas miles de millones de dólares en vida marina, como el calamar, la merluza y el camarón, de las que se alimentan especies como el atún. Esto puede tener un impacto duradero en su ciclo reproductivo”, afirmó Valentine.
Casi el 66% de los barcos «oscuros» eran jiggers («poteros» en español), diseñados exclusivamente para pescar calamar, mayormente de bandera china, barcos con hasta 150 lámparas de luces brillantes y líneas de anzuelos automatizadas, especialmente diseñados para enganchar calamares atraídos irresistiblemente por la luz.
Sin embargo, los arrastreros españoles que remolcan pesadas redes en forma de bolsa a lo largo del lecho marino para capturar especies como la merluza argentina y el camarón rojo se oscurecieron tres veces más que los barcos chinos, según el informe.
La presencia de tantos barcos frente a las aguas argentinas ha provocado una serie de enfrentamientos en alta mar con la Prefectura Naval Argentina (PNA). En abril del año pasado, aproximadamente 100 pescadores de calamar, en su mayoría con bandera china, fueron capturados pescando ilegalmente durante incursiones nocturnas en aguas argentinas, cada uno con su AIS apagado.
“En 2016, un arrastrero chino fue hundido después de que, según informes, intentara embestir un barco de la PNA y en 2018 cuatro barcos pesqueros chinos se unieron para proteger un quinto barco que perseguía la PNA”, indica el informe.
“Existe una delgada línea entre lo que es legal, sustentable, responsable y regulado”, aseguró Valentine. “Los barcos extranjeros podrían estar a solo una pulgada fuera de la ZEE Argentina y su actividad se consideraría legal”.
Argentina tiene una de las pesquerías de calamar más grandes del mundo con un valor comercial de casi U$S 4 mil millones en 2016. El calamar del país “es de vital importancia para la economía mundial, la seguridad alimentaria y la resistencia de los océanos”, argumenta el informe.
Oceana también informó el año pasado sobre la pesca ilegal de enormes flotas chinas a lo largo de la costa del Océano Pacífico de América del Sur, que afecta a los países de Chile, Colombia, Ecuador y Perú.
Las embarcaciones de ese grupo también fueron acusadas de desactivar sus dispositivos de rastreo público y de participar en prácticas de transbordo potencialmente sospechosas, todo lo cual puede facilitar la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (IUU) que es un problema en todo el mundo.
Nota de AgendAR: Debimos corregir en el texto mismo algunos conceptos erróneos de la ONG Oceana y otras las hemos dejado en pie ex-profeso.
Las varias especies de calamar de la ZEE argentina, fundamentalmente, son presas y no predadores de peces de aleta de gran porte como el atún. El Illex argentinus, la especie más abundante en nuestras aguas, es comida por casi todo pez de aleta de valor pesquero, como la merluza hubbsi o la mucho más cara merluza negra. Por eso a los calamares se los considera dentro de las «especies forrajeras»: están cerca de la base de los 3 ecosistemas marinos argentinos.
Marla Valentine no debería presentarse como ecologista sino como ecóloga, grave diferencia conceptual entre persona meramente entusiasta y persona con formación científica. ¿Tal vez un error de traducción?
Lo siguiente no lo parece: no tenemos Guardia Costera, como sí la tienen los EEUU, sino Prefectura Marítima Argentina (PNA), cosa que Valentine debería saber si su intención es iluminarnos, y jamás sucedió que la PNA capturara 100 poteros chinos, y menos que menos en un solo mes, aunque confesamos que nos encantaría.
La PNA no tiene suficientes guardacostas para capturar 100 poteros, ni hay lugar en los puertos argentinos patagónicos para custodiar esa cantidad de barcos decomisados, ni los tribunales federales poseen los recursos humanos, la celeridad o siquiera la disposición de incautarlos o al menos decomisar sus «artes de pesca». Éstas, especialmente si se trata de redes, suelen ser mucho más costosos que los barcos en sí.
Si Ud., lector, ve los barcos que nos piratean se da cuenta de que estamos siendo saqueados por desarrapados. Donde sí se ve cierta inversión de las empresas piratas es en la cantidad de abogados que movilizan en los puertos marítimos argentinos. Los tipos pintan por los tribunales cuando el barco capturado aún no ha llegado a puerto. Pero eso, lejos del escenario que pinta Valentine, sucede poco.
En general se trata de naves viejas y en pésimo estado de mantenimiento. Capturarlas conlleva el problema adicional de tener que repatriar (a expensas del estado argentino) a sus tripulaciones, en muchos casos formadas por esclavos de distintos países asiáticos donde fueron «reclutados» generalmente por engaño contractual o por secuestro liso y llano.
La mortandad a bordo por hambre, frío, exceso de trabajo y trato brutal suele ser considerable. Lo saben bien en Montevideo, donde la flota (ilegal para la Argentina pero con licencia expedida por Port Stanley), recala para proveerse de insumos y mantenimientos, y de tanto en tanto desembarcar cadáveres de tripulantes-esclavos. No se hacen preguntas. Uruguay recauda unos U$ 300 millones/año por dar servicios de puerto a la flota irregular.
Hay dos consecuencias fácilmente visibles de la concurrencia de pesqueros piratas al estuario del Plata. Visto desde la costa uruguaya, el horizonte del río en esta última década dejó de ser negro. Si hay un cielo de nubes, está iluminado desde abajo como por una ciudad. Es la flota potera con toda su potencia lumínica. No dejan de pescar ni cuando suben por la costa a por combustible o comida. Y en general levantan 50 toneladas/noche/barco.
La otra consecuencia del accionar pesquero pirata se ve en nuestros supermercados. La sección pescadería, hace una década casi obligatoria en cualquier cadena importante, ha desaparecido o está en extinción, y sólo vende productos congelados o envasados de importación. El pescado argentino fresco está desapareciendo de las mesas de los argentinos, y ante las narices de los argentinos. Ya sucedió entre 1997 y 2003, en que pudimos celebrar el éxito de la política pesquera inaugurada por el gobierno de Carlos Menem comiendo otras cosas, con 30.000 obreros argentinos pesqueros sin trabajo, y el país sin la menor idea de si los tres grandes caladeros argentinos se recuperarían. Ahora están en pleno desplome, y las preguntas reaparecen.
La pesca pirata en aguas argentinas (y sudamericanas y también africanas) usa sonar para detectar peces, y dispositivos de iluminación con más lúmenes que los de un estadio de fútbol para atraer calamar a la superficie. Es tecnología toda del siglo XX. Sin embargo, tanto en España como en China esta industria se organiza con rasgos del capitalismo esclavista del siglo XIX, y con otros rasgos de la piratería bajo patente de corso del siglo XVIII: los capitanes tienen instrucciones claras de sus empresas de no dejarse capturar. Y sus empresas tienen protección de sus cancillerías, mucho más claras en el caso de las chinas ya que suelen ser estatales.
Sobran casos de agresión de barcos piratas a guardacostas argentinos. Y la agresión es tratar de embestirlos, lo que supone hundirlos. Los 6 guardacostas argentinos de la clase Halcón, barcos de apenas 1000 toneladas, tiran en sólo dos ocasiones: con fusil FAL y por delante de la proa del pesquero que se escapa, o con FAL y la ametralladora de 12,7 mm. a la línea de flotación cuando se juntan varios pesqueros piratas para tratar de hundir a un guardacostas. No hay casos en que hayan usado el cañón Bofors de 40 mm. o el Oerlikon de 20 mm. Y eso para evitarse problemas con los jueces argentinos.
Añadimos que nos parece coherente que los pesqueros españoles, tanto poteros como arrastreros, apaguen sus AIS con 3 veces más frecuencia que los barcos asiáticos. Integran las flotas de empresas asentadas en la costa argentina. Además de naves ilegales en la milla 201, el límite externo de la ZEE, tienen barcos legalmente trabajando bajo bandera argentina, y plantas de procesamiento terrestre.
La motivación para ocultar el paradero de unos y otros es mucho mayor que en el caso de la flota asiática, que es puramente ilegal, sobre todo cuando se trata de ocultar una de las tantas prácticas ilegales frecuentes, como el trasbordo de cargas desde barcos pesqueros españoles en ejercicio legal de su oficio dentro de la ZEE, a barcos factoría (o «congeladores») españoles prudentemente alejados de la ZEE. Eso es contrabando, y la AFIP ni se entera.
Como es obvio, el daño que se puede hacer a los caladeros argentinos operando en forma simultáneamente legal e ilegal es mucho mayor. Por algo son muchos los países, especialmente asiáticos, que envidian la protección y el desparpajo con el que se mueven aquí las pesqueras españolas radicadas.
Hagan lo que hagan (y logran desastres, como el sucedido entre 1997 y 2003) los pesqueros de la «flota roja» (o de altura) española son oficialmente intocables desde 1989, incluso cuando se los captura con «in fraganti», tras invadir áreas de cría donde la pesca está prohibida, o usando «el calcetín», una red ilegal de malla fina que se esconde dentro de la red legal de malla gruesa, y eso para atrapar peces juveniles.
Cualquier causa legal federal contra ellos se atrasa años, y suele terminar en fallos adversos para la Argentina, sentencias jamás escandalosas porque los medios raramente las publican. Esto desmoraliza a la PNA y también a la Marina. Ésta fuerza militar, el estar equipada con naves más rápidas y mejor armadas, a veces cumple -o intenta cumplir- el mismo rol que la Prefectura, y con idéntico resultado: ninguno. Hay una pared de jueces entre la ley y su cumplimiento.
La mala noticia faltante es que las pesqueras chinas, respaldadas diplomáticamente por una superpotencia mundial mucho más pesada que España, se están comprando casi todas las pesqueras españolas legales.