Ayer murió Horacio Luis González, sociólogo, docente, investigador, ensayista y uno de los intelectuales importantes de Argentina. La de intelectual es una condición difícil de definir, pero justamente traemos unas líneas de él que a lo mejor ayuda (aunque no era un escritor fácil).
También fue un intelectual comprometido con su tiempo y con su gente, y eso es más fácil para apuntar: porque fue uno que participó, y contribuyó a definir, el debate político del último par de décadas.
Y a pesar de eso, en un país con un cultura política canibal, era respetado y estimado en ambos lados de la «grieta». Porque era, ante todo y sobre todo, una persona buena y generosa.
Acercamos unas líneas de él, y un video todavía muy poco visto, una entrevista que le hace María Pía López como director de la Biblioteca Nacional (Tendrán que saltear o aguantar los dos minutos previos con música que parecen ser inescapables en algunos).
«La noción de intelectual es al mismo tiempo odiosa y atractiva. Preferiría que fuera una noción sin sujeto, es decir, que “nadie” fuera intelectual. Y que tan solo hubiera problemas de tipo intelectual. Pero en ese caso ¿cuáles serían esos problemas y quienes los definiría? Los intelectuales, por cierto. Pero de esta manera, los intelectuales serían todas las personas que ante cualquier núcleo de problemas, se dispusieran a reflexionar colectiva o individualmente sobre ellos. A esta momentánea idea de intelectual, un intelectual situacionista, digamos, le agregaría que sería necesario advertir o seleccionar el lenguaje con el que se habla de tales núcleos problemáticos. A mi juicio, una dilucidación intelectual puede tener varios rangos de lenguaje, que recorran desde el plano más expresivo y vitalista hasta el más conceptual. No puede faltar, sin embargo, la cualidad argumental y el sentimiento de que se está pensando un tema “por primera vez”. Esas son a mi juicio las características, sino de una vida intelectual -tal cosa, creo, no existe- sino de una actitud intelectual frente a los enigmas de la vida y la ética de las relaciones. En todo lo demás, estoy de acuerdo en intervenir en los asuntos públicos con un sentido de justicia, e incluso de escribir sobre la misma condición intelectual, como lo hizo Gramsci. El “caso Dreyfus” es uno de los tantos episodios que escinden la opinión pública nacional. Este tipo de escisiones establecen la fisura intelectual por excelencia. Todos deben pronunciarse, todas las relaciones sociales entran en tensión y un único dilema ético bifurca de un tajo el cuerpo nacional. Terreno ideal para la manifestación del intelectual aislado, que apela a su conciencia genérica sobre lo tolerable o intolerable en una sociedad y explicita lo que sería una muestra selecta de su espíritu vulnerado. No hay intelectual sin una exhibición pudorosa de un espíritu vulnerado. El caso de Grasmci es diferente al de Emile Zola, pues si éste, con su intervención a favor de Dreyfuss fue un hombre singular al servicio de la conciencia colectiva, Gramsci siempre tuvo el proyecto del “hombre colectivo” aunque su drama de encarcelado es estrictamente individual. Sus escritos son los de un encarcelado, la escritura surge de sus condiciones de encierro. Son dos formas biográficas de las herencias intelectuales del siglo XX.»