La semana pasada IMPSA, un viejo gigante metalúrgico mendocino, terminó un componente importante de la futura central nuclear CAREM: es una pieza de 30 toneladas y 5,5 metros de altura. Se la calza bajo la base del recipiente de presión, al que aísla termomecánicamente del edificio de contención.
Éste es el primer componente metalúrgico pesado entregado por un proveedor de la obra específicamente nuclear del prototipo de 32 megavatios. Como es un paso importante en dirección al futuro montaje del reactor, estuvieron presentes el presidente del directorio de IMPSA, Marcelo Kloster, y la presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Dra. Adriana Serquis.
La obra civil de una central nuclear consta básicamente recintos de muy diferentes tipos de hormigón, de acuerdo a sus funciones, integrados generalmente en un edificio de enorme resistencia mecánica. La obra civil del CAREM trastabilló en 2016, cuando el presupuesto nuclear descendió en 53% en pesos, y se detuvo en 2018, cuando el peso perdió casi todo valor de cambio. Volvió a ponerse en marcha este año tras cambios de autoridades en la CNEA y en NA-SA, y la firma de nuevos contratos de construcción.
Pero lo que define una central atómica es su “isla nuclear”. En el caso del CAREM, la forma el recipiente de presión compacto, que contiene dentro de sí los generadores de vapor, que refrigeran el núcleo por convexión, sin necesidad de bombas. Un CAREM en apagón sigue funcionando, porque la circulación convectiva es un fenómeno de la física que depende de la diferencia de densidad del agua y de la gravedad. No hay modo de impedir que el núcleo del CAREM se refrigere, salvo que se logre perforar el recipiente de presión para dejarlo en seco, algo difícil de lograr hasta con un cañón antitanque. Estos son rasgos originales de diseño del CAREM que lo hacen diferente de los demás PWR, o reactores presurizados con agua liviana, existentes o en construcción, y que probablemente lo vuelvan el de mayor seguridad inherente durante un tiempo.
Lo que entregó IMPSA, entonces, es una interfase metálica entre la obra nuclear (básicamente, fierros) y la civil (básicamente, hormigón). En IMPSA a este componente lo llaman “blindaje térmico”. Protegerá el edificio de contención. Éste envuelve herméticamente la isla nuclear entre gruesas paredes de hormigón ultradenso impermeabilizadas por dentro por un “liner” o recubrimiento de acero. Olvidate de perforar eso con un cañón.
El blindaje protege esta estructura de hormigón del calor que irradiará el recipiente de presión, producido por la lenta fisión de 3.812,5 kg. de uranio enriquecido a entre el 3,4% y 1,8% dentro del núcleo. Y es bastante calor: alrededor de 100 MW térmicos, con el reactor operando a pleno.
Buena parte de ese calor se irradia o se disipa inofensivamente en la circulación termohidráulica general: lo que llega a transformarse efectivamente en electricidad estará en 32 MW eléctricos. Eso se logró por sucesivas mejoras en planos de la ingeniería original, que suponía que este prototipo produciría 25 MW eléctricos. Por puro conservadurismo, al prototipo se lo sigue llamando CAREM 25.
Conviene recordar que estamos hablando de un prototipo, nacido para «fajarlo» y entender las virtudes y defectos de una central compacta, convectiva y con seguridad inherente. Los CAREM comerciales constarán de varios módulos de 120 o 125 MW, están en las preliminares de diseño, y hay algún consenso en integrarlos en una central de 4 módulos y con entre 480 y 500 MW de potencia.
Queda explicado, entonces, porque el blindaje se llama “térmico”. Protege al hormigón del calor, pero también de los neutrones que se fugan del núcleo a través del acero del recipiente de presión. Pero el blindaje también protegerá la contención de que las sacudidas de un eventual terremoto hagan chocar el recipiente de presión con el «liner» de la contención.
Sorpresivamente para muchos, los terremotos en esta parte de la Pampa Húmeda son raros y más bien débiles, pero que los hay, los hay. El último de cierta importancia sucedió el 5 de julio de 1888, derrumbó un par de muros en la Iglesia de La Piedad, en Buenos Aires, y zarandeó arañas, movió camas y pianos e hizo saltar la vajilla de los aparadores en casi toda choza, casa o edificio desde Rosario hasta La Plata. Y eso fue todo: no se reportaron muertes.
Tras muchos recálculos, hoy hay consenso de que el hipocentro de aquel sismo porteño de 1888 estuvo en medio del río y al sur de la isla Martín García, y en que su intensidad llegó al 5,5 de la Escala Richter. Más recientemente, el 30 de noviembre de 2018 (3 años), a las 10:27 de la mañana, se produjo un sismo con epicentro a 25 km. al sur de CABA, con magnitud 3,8 Richter.
Con los medios incendiados por la estanflación, y la doble rampa del dólar y del endeudamiento, el de 2018 pasó bastante desapercibido. En parte, porque la escala Richter es logarítmica: por ello, un sismo 5,5 tiene 10 veces más energía que un 4,5. En otra parte, porque sabemos producir políticas mucho más devastadoras que los terremotos. No es casualidad que en 2018 se hayan prácticamente parado todas las obras nucleares, incluido el CAREM. Todo la obra pública, y con ella todo el país se pararon.
Las centrales atómicas son sismorresistentes por diseño en casi todo el mundo, pero aquí, un punto más. No es chiste: la mayor parte de las viejas centrales nucleares inglesas todavía activas aquí jamás habrían sido licenciadas en planos, ni hablemos en construcción u operación. Muchas tienen galpones de chapa como edificios de contención.
Las Atuchas I y II están preparadas para zarandeos sísmicos bastante peores que los enumerados, cosa que Atucha I, la más vieja, probó de sobra el 23 de septiembre de 1977. A las 06:23 de aquel día, el terremoto de Caucete (un 7,4 en la escala Richter), destruyó esa localidad sanjuanina y mató a 64 personas. Amortiguadas por el suelo blando y la distancia de casi 1100 km., aquí en el AMBA ese sismo hamacó con tanto entusiasmo los edificios altos que más de un habitante de pisos encima de 15 fue arrojado de su cama. Atucha, trepada a lo alto de una barranca sobre el Paraná de las Palmas pero sólida como un adoquín, ni se enteró del temblor.
IMPSA todavía debe entregar la pieza fundamental del CAREM, el recipiente de presión. Sería la primera pieza de ese tipo fabricada en la Argentina, país cuya industria metalúrgica nunca tuvo equipamiento de forja para este tipo de componente nuclear, generalmente gigantesco.
Los recipientes de presión de Atucha I y II vinieron de Alemania, y Embalse, de diseño CANDÚ, usa tubos de presión, en lugar de recipiente. En el caso del CAREM, que a su modo bastante revolucionario no deja de ser un PWR, el recipiente es inevitable, y también particularmente complejo porque contiene 12 generadores de vapor anillándolo por dentro.
IMPSA tiene bastante baquía con piezas nucleares de gran tamaño, entre ellas los 4 generadores de vapor de Embalse, en Córdoba. Pero cuando termine este recipiente de presión se habrá colocado un par de peldaños más arriba como proveedor nuclear mundial.
IMPSA ganó su fama fabricando otros componentes descomunales de acero, aquí y en todo el mundo. En 1983 construyó su primera grúa de puerto. En 2000 era el tercer proveedor mundial de grúas de puerto. Cuando en 2004 terminó de equipar con 24 grúas la terminal de containers de Tanjung, Malasia, situada frente a Kuala Lumpur, la volvió la mayor del mundo durante varios años.
IMPSA levantó muchos parques eólicos en Brasil con turbinas de diseño propio, del tipo “Direct Driven”, sin caja de transmisión, inspiradas quizás en las elegantes Enercon alemanas pero notoriamente menos caras y con tiempos de entrega más razonables. Instaló esas grúas en el Parque Eólico Arauco, el único del país que tiene máquinas argentinas.
En los demás parques eólicos del país, básicamente los construidos por los planes RenovAR 1, 2 y 3 entre 2016 y 2018, los únicos componentes nacionales vienen a ser las torres (pocas veces) e infaltablemente, el viento: todavía los inventores de la estanflación, y la doble rampa del dólar y del endeudamiento de 2018 no descubrieron el modo de importarlo.
En estos días, IMPSA, administrada hoy ya no por don Enrique Pescarmona sino por el estado nacional, está terminando más turbinas hidráulicas tipo Kaplan para la represa de Yacyretá, en cuyos componentes se gastó más acero que el que se emplea en construir 70.000 automóviles grandes. Más de 200 otras turbinas hidráulicas de IMPSA, de tipo Kaplan, Pelton y Francis, operan en grandes represas de China, Malasia, Colombia y Estados Unidos, entre muchos otros países. Suman más de 50.000 MW instalados.
La semana pasada algún idiota de solemnidad en Mendoza habló pestes de la administración estatal de IMPSA. Es del partido que en 2018 puso al país en default técnico, asunto que colaboró no poco con la quiebra de esta firma mendocina, que en general gozó de buena salud desde 1907, pero venía arrastrando una deuda de U$ 1200 millones. Eso decidió al estado nacional a mantener viva esa joya metalmecánica, de modo que hoy tiene el 65% de las acciones. Junto con INVAP, nacida de la CNEA y propiedad del estado rionegrino, IMPSA es una de las poquísimas multinacionales tecnológicas argentinas «fierreras» que triunfaron a escala planetaria.
No se cierra.
Con su participación en el CAREM, IMPSA se vuelve muy fuerte en otro campo más de las energías libres de carbono.
Daniel E. Arias
Además, firmamos un acuerdo entre la @CNEA_Arg e IMPSA para avanzar en la fabricación de componentes y aprovechar la experiencia y estructura de altísima especificidad con la que cuenta la empresa para dar sustento a los diferentes proveedores de suministros del proyecto. pic.twitter.com/Am9tyjXRms
— Adriana Serquis (@aserquis) December 17, 2021