Las cifras de la contaminación causada por el plástico son difíciles de entender. Estudios recientes sugieren que cada año, a nivel global, se tiran a basureros, ríos y mares entre 9 y 14 millones de toneladas de residuos provenientes de envases de alimentos y embalajes. El número es tan grande que solo hay dos maneras lograr entenderlo: una analizar las fotos que ilustran este artículo. Y el otro es un número inquietante: comemos hasta 5 gramos de plástico por semana.
¿Cómo lo comemos? Es que el plástico no se degrada, sino que se rompe y achica, y hay infinidad de micropedacitos de plásticos ocupando espacio en el ambiente, flotando en el agua o sirviendo de indigesta comida para peces. O sea que buena parte del plástico que tiramos a la basura termina volviendo a nosotros ya sea en una comida o en una bebida: así, una investigación realizada por expertos de la Universidad de Newcastle sobre microplásticos y medio ambiente, determinó que una persona promedio podría estar consumiendo hasta 5 gramos, el equivalente al peso de una tarjeta de crédito, cada 7 días.
Esos pedacitos de tamaño microscópico ya circulan por nuestra sangre, tal como se publicó en el journal científico Environment International hace apenas dos semanas. La investigación detalla el hallazgo de partículas de PET, poliestireno y polietileno en muestras de sangre tomadas al azar de ciudadanos holandeses. Y hay para todos y todas. Los plásticos, aparte de ubicuos, prácticamente no se biodegradan por lo que la mayor parte del material producido desde que se «inventó» aún persiste en el ambiente. Se calcula que hasta ahora, se han producido 7.8 billones de toneladas de plástico, lo que significa una tonelada por persona en el mundo.
¿Cómo llegamos a este número? A partir de mediados del siglo pasado el plástico comenzó a ganar mercados y por su practicidad, durabilidad y conveniencia fue reemplazando a otros materiales: al acero en autos, al papel y al vidrio en embalajes, a la lana y al algodón en los textiles y a la madera en muebles, entre otros usos.
«El plástico contamina durante todo su ciclo de vida: desde la extracción de la materia prima, hasta el proceso de fabricación, su uso y -sobre todo- su disposición final. Y su ingesta y acumulación en nuestro metabolismo o respirar los vapores de plástico «quemado» nos expone a diversas concentraciones de sustancias cancerígenas y neurotóxicas», resumió María Verónica Torres Cerino, jefa de Toxicología del Hospital Austral y profesora en la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. «Esos compuestos se acumulan y pueden afectar desde nuestra fertilidad al crecimiento del feto. Sus efectos conocidos van desde deteriorar el funcionamiento de los riñones a dañar el sistema endocrino e inmunológico, entre otras cosas». Obviamente, también se han detectado relaciones causales entre plásticos y ciertas moléculas que los caracterizan y la aparición de diversos cánceres.
El problema de la contaminación por plástico es global y eso explica que a principios de marzo la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente los delegados de los 175 países miembros acordaron por unanimidad negociar un tratado para hacerle frente a la contaminación plástica. La resolución dio mandato para desarrollar un acuerdo que sea legalmente vinculante para el año 2024, y que ese acuerdo aborde el ciclo de vida de los productos plásticos, incluyendo su producción, diseño y eliminación.
Por supuesto, la Argentina no está exenta de este problema de contaminación y salud. De hecho, como en otros rubros ambientales, está aun más atrasada que otros países tanto en acciones preventivas como en legislación. Y no solo va por detrás de las naciones europeas sino también de la región, comparando con regulaciones de Chile o Uruguay.
Contaminacion por plasticos
«Nos faltan datos de uso y también de los desechos de plástico. Y, por supuesto, no tenemos legislación adecuada», resumió Consuelo Bilbao, Directora Política del Círculo de Políticas Ambientales (CPA), una ONG especializada en estas temáticas. Según el equipo de CPA las estadísticas oficiales argentinas de reciclado de plástico son de 2013. Luego solo hay datos sueltos, de algún municipio o cooperativa. Incluso el CEAMSE dejó de publicar datos desde hace años, «lo que implica que nos sabemos realmente cuanto se recicla y cuanto plástico termina en un basural a cielo abierto, relleno sanitario o cuerpo de agua».
Aparte de no conocer la magnitud real del problema, algo básico para encarar políticas públicas efectivas, tampoco contamos con legislación adecuada. Bilbao explicó que «en nuestro país no tenemos ni siquiera una hoja de ruta comprensiva que proponga como remplazaríamos los elementos de plástico, en cuanto tiempo y con que materiales». Más bien hay esfuerzos que, a veces, parecen espasmódicos. Un ejemplo de esa falta de coordinación central lo demuestran las famosas «bolsitas» para la compra de supermercado, prohibidas -pero permitidas- respectivamente a uno y otro lado de la Avenida General Paz.
No se puede de un día para otro prohibir todos los elementos de plástico sin contar con alternativas en materia de envases, sean de vidrio o de otro tipo. Prohibir todo de un día para otro no solo afectaría a las industrias y comprometería puestos de trabajo sino que, incluso, afectaría la seguridad alimentaria.
Qué hacer
Las soluciones pasan por repensar su uso y producción, volcándose a materiales que tengan múltiples usos como contenedores de vidrio, cerámica o acero inoxidable para reducir la producción de plástico. Y en el mientras tanto, para minimizar cualquier riesgo a la salud si el uso del plástico resulta imprescindible Torres Cerino recomienda «solo recurrir plásticos de la mejor calidad, que no contengan ftalatos ni bisfenoles y jamás usar recipientes de plástico para calentar alimentos en un microondas o en el lavavajillas, porque el calor, con el tiempo, puede descomponerlos y permitir que algunas moléculas tóxicas se filtren hacia la comida. También descartar cualquier recipiente plástico que muestre deterioro en sus superficies a simple vista, las bandejitas de telgopor y rechazar las bolsas de plástico de «un solo uso».
Una de las soluciones de base que proponen los ambientalistas es involucrar los estímulos adecuados para la mejora en todo el ciclo de uso. «Tenemos que incorporar la responsabilidad del productor de elementos de plástico en el ciclo de vida completo de sus productos, incluyendo la disposición final. Esa manera de internalizar el costo es la única que les genera incentivos reales a las empresas para que reduzcan su uso o cambien el material y desarrollen soluciones más sustentables», explicó Bilbao.
Daños colaterales
En nuestras costas bonaerenses, y de acuerdo a los resultados de los Censos de Basura Costero-Marina que organiza la Fundación Vida Silvestre desde 2016 en equipo con una veintena de ONGs de la Provincia de Buenos Aires, se encontró que el 80% de los residuos de las playas bonaerenses son plásticos. El dato se corresponde con informes de Naciones Unidas que relevan que cada año se desechan 13 millones de toneladas de plásticos a los océanos. El mayor porcentaje de esa basura proviene del continente debido a la mala disposición de los residuos urbanos o de las aguas pluviales no tratadas y una parte la aportan los barcos comerciales y pesqueros. Estos plásticos generan numerosos peligros para la vida marina. Su ingestión, por ejemplo, puede conducir a deficiencias nutricionales o inanición por obstrucciones estomacales. Pero los residuos plásticos también pueden enredar, ahorcar y ahogar a animales como peces, tortugas, ballenas, lobos y aves marinas y delfines.
Enrique Garabetyan