Las advertencias de una alta funcionaria del Departamento de Estado que nos visitó recientemente sobre seguridad nuclear de las empresas chinas, despertaron la indignación de nuestro Daniel Arias, casi de proporciones bíblicas («Hipócritas, que veis la paja en el ojo del vecino y no la viga en el propio»).
Pero eran esperables, en estos tiempos de la Guerra Fría II, y tomar precauciones siempre es bueno. Y este editor, que durante varios años publicaba breves notas con el título común «Para la autoestima argentina», encuentra que el reconocimiento de la trayectoria y el liderazgo argentino en tecnología y seguridad nucleares, es estimulante. Los dejo con el reportaje a Ann Ganzer y el comentario de Arias.
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El Departamento de Estado de EE.UU., a través de una de las visitas recientes a nuestro país, acercó a varios ministros las preocupaciones del gobierno de Biden sobre la seguridad de la central nuclear que financiará y construirá China.
«La decisión de la Argentina de avanzar en la construcción de una cuarta central nuclear con tecnología y financiamiento de China no pasó desapercibida en el gobierno de Estados Unidos. A principios de este mes, una comitiva importante de 15 funcionarios, comandada por Ann Ganzer, subsecretaria de Política de No Proliferación del Departamento de Estado, visitó Argentina y alertó sobre sus preocupaciones “acerca de la calidad del control de seguridad de China”.
Ganzer le transmitió este mensaje de manera directa a los ministros Matías Kulfas (Desarrollo Productivo), Daniel Filmus (Ciencia y Tecnología) y Jorge Taiana (Defensa); al jefe de Gabinete, Juan Manzur, al secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, y al vicecanciller, Pablo Tettamanti.
“Es una decisión soberana de la Argentina elegir con quién asociarse para ampliar la generación de energía nuclear, pero queremos advertir que China tiene una mirada menos estricta en lo que se refiere a seguridad y protección que nosotros; ellos toman atajos. Les hemos hablado a los reguladores para que estén seguros y entiendan cómo es el reactor chino y que verifiquen bien esa tecnología para que se aseguren que funciona”, dijo Ganzer.
En febrero pasado, Argentina firmó un acuerdo con China por el cual confirmó la construcción de una cuarta central nuclear que se llamará Atucha III. Esta negociación llevó más de 10 años e involucró también al gobierno de Mauricio Macri, quien decidió avanzar con el reactor de tecnología china Hualong One, de agua liviana y uranio enriquecido, en vez del de tecnología canadiense Candu, que se tenía como alternativa.
El acuerdo incluye que China aporte el 85% del financiamiento de la obra, presupuestada en US$ 8.300 millones, aunque las autoridades de la empresa estatal Nucleoeléctrica, encargada de la operación y mantenimiento de las centrales nucleares, están negociando para que los bancos chinos cubran el 100% del costo.
La construcción de Atucha III demoraría 99 meses (un poco más de ocho años). El repago comenzaría una vez que esté en operación y se extendería durante 12 años.
China tiene 54 centrales nucleares en funcionamiento en su país y está construyendo otras 15 más. Sin embargo, fuera de su territorio solo se probó la tecnología china en Pakistán; la Argentina sería el segundo país donde se exportaría el reactor Hualongo One.
“Sabemos que la Argentina está trabajando en el diseño de un reactor más chico, el Carem, y nos encantaría ver que construyan eso en vez [de la central nuclear con tecnología China, pero es una decisión de la Argentina. Solo le estamos comunicando al gobierno argentino algunas de las preocupaciones que tenemos sobre la calidad de control de seguridad de China. Es una alerta de nuestras preocupaciones”, hizo hincapié la funcionaria, que optó la visita a nuestro país como su primera salida internacional luego de dos años de pandemia.
Ganzer señaló a la energía nuclear como una herramienta clave para combatir el cambio climático y en ese sentido indicó que los reactores pequeños, como el que está diseñando la Argentina, son el futuro.
“Creemos que los reactores pequeños pueden ser una significativa fuerza multiplicadora para ayudar al cambio climático. Todos los países están buscando energía limpia y muchos se enfocan en energías renovables, que son muy buenas, como la energía solar, eólica e hidráulica, pero no son consistentes, porque el sol no brilla siempre. La matriz energética necesita potencia de línea base y pensamos que pequeños reactores pueden ser la solución para parte de América Latina. Queremos asociarnos con la Argentina para proveer estos reactores al resto de la región. Tal vez el que está diseñando la Argentina o alguno nuestro o de algún otro país”.
La funcionaria destacó el liderazgo argentino en el sector nuclear y lo ejemplificó en Rafael Grossi, titular del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). “Deben estar muy orgullosos de Rafael Grossi. Valoramos mucho sus esfuerzos para asegurar la seguridad nuclear de los reactores, sobre todo el de Chernobyl, donde estamos muy preocupados por la toma de Rusia de esas operaciones».
«Hay establecidas reglas internacionales para mantener el orden, como el tratado nuclear de no proliferación, la convención de armas químicas y los tratados multilaterales de controles. Pero a Rusia no le importó. Estamos muy preocupados con la posibilidad de que Rusia utilice armas nucleares. Estamos mirando la situación de cerca, pero esperamos que no se llegue a eso”.
«La Argentina y Estados Unidos tienen una relación de más de 40 años en materia de energía nuclear. El país fue el primero de todo América Latina en construir la primera central, Atucha I, que entró en operación en 1974. Hace 20 años se creó entre ambos países el Comité Permanente Conjunto de Cooperación en Energía Nuclear (Jscmec). (A los americanos nos encantan los acrónimos).»
«Hacemos estas reuniones una vez al año y alternamos el lugar. La última vez nos reunimos en Estados Unidos, en 2019. Después se suspendió por Covid los últimos dos encuentros y este año nos tocó en la Argentina. Tenía una delegación de 45 personas que quería venir, que tuvimos que cortar. Todos querían estar porque es una relación muy importante. La Argentina es líder en energía nuclear y en seguridad nuclear”.
Finalmente, volvió a dejar en claro la advertencia sobre la construcción de la central nuclear con tecnología china. “Lo importante es que la energía nuclear no es como construir otra fábrica, hay mucho de preocupación sobre seguridad y protección que va con ello, requiere regulaciones, pericia, entrenamiento especial, y esperamos trabajar en sociedad con la Argentina para traer esta información y capacidad en otros países de América Latina. La Argentina es la líder de la región y nos encantaría trabajar con ella para ayudar a otros países a construir esa infraestructura, para que cuando los reactores pequeños estén listos para la comercialización y exportación, los países de la región puedan comprarlos, operarlos y tener energía limpia en sus matrices”, concluyó.»
Comentario de AgendAR:
Me resulta inevitable recordar que las autoridades regulatorias nucleares de los EEUU, que «no toman atajos en materia de seguridad», licenciaron la central GE MK-1. Lo hicieron pese a las muchas objeciones internas de los revisores de esa tecnología.
Aquí en los ’60 la GE-MK1 se rechazó a libro cerrado. La lista de objeciones era casi tan larga como la carpeta de presentación. Pero en EEUU se construyeron 23 de estos reactores cuyos sistemas de seguridad no son únicamente insuficientes, sino claramente malos, y al menos uno de ellos (la correlación de la potencia térmica del núcleo con el volumen del edificio de contención), incorregible.
No es que eso lo hayamos descubierto aquí. En 1972 Stephen Hanauer, experto en seguridad radiológica de la AEC (Atomic Energy Commission) de los EEUU, pidió discontinuar la construcción de los GE-MK1, que la industria eléctrica estadounidense adoraba: eran TAN baratos… Aquel mismo año Joseph Hendrie, posteriormente director de la NRC, (Nuclear Regulatory Commission), el organismo federal que otorga o niega licencias a instalaciones nucleares, fue un poco más lejos que Hanauer y dijo que «era atractivo prohibir esos sistemas».
Los cuestionamientos fueron «in crescendo»: en 1980 Harold Denton, otro directivo de la NRC, dijo que los GE MK-1 tenían un 90% de posibilidades de reventón del edificio de contención, en caso de derretimiento del núcleo. Ese edificio es la última línea pasiva de defensa entre los elementos combustibles y el medio ambiente, y en el GE-MK1 no sólo es de escaso volumen sino estructuralmente débil. General Electric y las «utilities» le cayeron a Denton con los tapones de punta, y luego pasaron años tratando de mitigar silenciosamente ese defecto intratable.
No lograron mucho. España compró un GE-MK1, y la Tokyo Electrical Power Company (TEPCO) de Japón los 4 que se hicieron puré radioactivo en Fukushima, en el accidente de 2011. Además de problemas estructurales de diseño, estas centrales tenían tres agravantes independientes en sus sistemas de back-up para garantizar el enfriamiento de sus núcleos en caso de inundación:
- eran pocos,
- eran malos
- y estaban mal ubicados.
Eso, en el país donde se acuñó la palabra «tsunami». El accidente de Fukushima llegó al tope de la escala de severidad en la escala INES: el 7. Sólo la URSS, con el accidente de Chernobyl en 1986, había llegado a esas alturas. Y para eso les hizo falta el peor diseño de central de la historia, el RBMK.
También le recordaría a Mrs. Ganzer que el único derretimiento de núcleo de una central nuclear en las Américas la tuvo un reactor B&W, Babcok & Wilcox, mucho mejor que el GE-MK1, por la construcción. Pero eso sí, muy pobremente instrumentado, porque en su país, Mrs. Ganzer, «no toman atajos» con la seguridad nuclear para bajar costos. Tal vez el nombre del reactor le suene: Three Mile Island, en Harrisburg, Pennsylvania.
¿Recuerda, Mrs. Ganzer? La unidad 2 de ese complejo nuclear se accidentó en 1979. Sin víctimas, pero aquel fue el primer accidente nucleoeléctrico de la historia en alcanzar la categoría 5 en la escala INES, hubo una ola de terror nacional, y se tuvo que cerrar esa planta para siempre. Su gemela, Three Mile Island 1, tiene licencia del NRC para seguir operando hasta 2034.
De modo que en materia de centrales nucleares el único país que licenció dos máquinas que sufrieron accidentes de categoría 7 y 5 en la escala internacional INES (7 es el máximo) fue EEUU, su país. Que nunca toma atajos, Mrs. Ganzer.
Tal vez los chinos sean incluso peores que los estadounidenses en seguridad nucleoeléctrica, pero todavía no hay indicios de ello, pese a que desde 1991 tienen una flota activa de 54 reactores en operación, casi todos bastante grandes. Y como Ud. sabe, ni la física ni la química ni la meteorología permiten esconder un accidente INES 6 o 7 en una gran instalación nuclear, aunque las autoridades nacionales traten de disimularlo.
El accidente de la unidad 4 del complejo de Chernobyl fue denunciado por los expertos en radioprotección de Forsmark, una central nuclear sueca distante 1100 km, cuando detectaron niveles anormales de cesio 137 y iodo 131 en los zapatos de un empleado. Hicieron una recorrida a fondo de seguridad de Forsmark y todo andaba normal. Salieron al parque que rodea la planta y había cesio 137 y 131 en el pasto. Acababa de llover, y el viento había soplado dos días seguidos desde Ucrania. Miraron el mapa: Chernobyl. Dieron la alarma. A las pocas horas, el gobierno de Gorbachov dio oficialmente la noticia.
Si los chinos hubieran tenido algún problema grave de seguridad nuclear, el planeta entero se habría enterado, Mrs. Ganzer. Y si lo llegan a tener, nos enteraremos.
De todos modos, si la ARN, la Autoridad Regulatoria Nuclear de nuestro país observa algo que no le guste en el diseño de la Hualong-1 que se está comprando a China, tiene suficiente autonomía como para detener la adquisición. Y en ello le puede pasar por encima incluso al presidente de la Nación. No es un invento, es historia. Si Ud. no lo sabe, será porque estaba distraída, Mrs. Ganzer. Pero conviene repasar esas cosas antes de bajar a darnos consejos.
El CALIN, o Comité de Licenciamiento, antecesor institucional de la actual ARN, hizo parar Atucha I en 1987 porque el gobierno del doctor Raúl Alfonsín venía retrasando paradas de mantenimiento a la central. Alfonsín hacía esto porque se le venía encima un verano de apagones: faltaba electricidad en todo el país, pero el problema era peor en el AMBA, ya que el parque de generación térmico de SEGBA e ITALO era viejísimo y no había modo de sostenerlo en línea.
Como la dirección de la CNEA trataba de colaborar con el gobierno y los apagones son muy impopulares, para la Secretaría de Energía lo ideal era que las 2 robustas centrales nucleares cargaran con el peso muerto de todo un sistema eléctrico que se había derrumbado ante sus ojos. Para el Ministerio de Economía, esa situación también era ideal: el país estaba endeudado y los repuestos nucleares son importados y caros.
Pero en 1987 Chernobyl era un recuerdo recientísimo. El CALIN perdió la paciencia, informó a la prensa, y el escándalo subsiguiente permitió que Atucha I hiciera rápido y bien su muy atrasada parada de mantenimiento.
¿Alguien fue echado? Nadie. ¿Represalias institucionales? Tampoco. ¿Carreras estropeadas? En absoluto. Para la cúpula de la CNEA al hacer su trabajo el CALIN estaba garantizando que en Argentina la energía nuclear siguiera siendo una opción. En EEUU, ya desde antes del accidente de Three Mile Island, había dejado de serlo tiempo atrás: las plantas se habían vuelto endemoniadamente complejas y caras. Después del accidente se volvieron también anatema político.
Hoy la seguridad nuclear en nuestro país está a cargo de la ARN, que es externa al organigrama de la CNEA y de NA-SA, se maneja con presupuesto propio y depende únicamente del Poder Ejecutivo Nacional. Es otra gente de otra generación, pero con la misma formación científica y legal, y un grado aún mayor de independencia institucional.
Haciendo historia, esto no es algo que se pueda decir de la Nuclear Regulatory Commission de los EEUU, según los hechos, Mrs. Ganzer. ¿Puedo llamarla Ann? Have a good trip, Ann.
Daniel E. Arias