En nuestro país, un grupo de investigadores encara el desarrollo de estas técnicas de manipulación genética, cuyo costo todavía es prohibitivo. Las novedades se presentaron en un congreso en Mendoza.
“Es una cosa impresionante, una revolución absoluta para la medicina”, asegura Osvaldo Podhajcer, biólogo molecular que integra el Instituto Leloir, que junto a su equipo son casi los únicos que investigan terapias génicas en la Argentina. Esas terapias parten del concepto de poder modificar una célula a nivel genético de modo que se pueda revertir una enfermedad. Algunos ejemplos que muestran lo disruptivos que son estos tratamientos son los pacientes con Atrofia Muscular Espinal (AME) que volvieron a sentarse o a caminar, los que iban camino a la ceguera por la enfermedad de Leber y recuperaron la visión o aquellos que se curaron de algunos tipos de leucemia. En esa liga, donde la ciencia hace que se diluyan algunos relatos de ficción, es que juegan este tipo de terapias que representan una ventana única hacia una nueva oportunidad para miles de personas.
Una de las técnicas posibles para llevar adelante este tipo de terapias, describe Hernán Amartino, jefe de Neurología Infantil del Hospital Universitario Austral e investigador científico de la Federación Argentina de Enfermedades poco Frecuentes (Fadepof), es administrarle material genético al paciente a través de un vector viral al que se lo modifica genéticamente. Ese virus modificado, al que además se le quitó la posibilidad de ser patógeno, es el que penetra en las células y corrige el error.
Por su parte, Susana Baldini, directora médica de la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales (Caeme), quien, entre otros temas, disertó sobre las terapias génicas en el primer encuentro de Medios & Farma, que se realizó en Mendoza, explica que en el núcleo de la célula están los cromosomas, formados por genes. Al tener dos pares de cada cromosoma, puede ser que uno, o ambos, estén mutados. Las enfermedades dominantes requieren que solo una copia esté mal para desarrollarse en la persona, mientras que en las recesivas requieren que ambas copias estén mutadas. Y esos errores o mutaciones son los que se intentan corregir con este tipo de terapias.
La historia de una nueva terapia
Podhajcer señala que el primer ensayo clínico de terapia génica data de 1990 y consistió en modificar genéticamente los linfocitos T de una nena que sufría de una inmunodeficiencia asociada al gen ADA (adenosina deaminasa). En los chicos que sufren esta enfermedad su sistema inmunológico no funciona correctamente y deben vivir aislados. Desde entonces, se hicieron miles de estudios clínicos de esta disciplina que es utilizada tanto en enfermedades metabólicas congénitas (donde se conoce el gen mutado incapaz de producir la proteína normal) hasta enfermedades más complejas como el cáncer o las neurodegenerativas.
“La terapia génica ha logrado avances notables y estos chicos con mutaciones en el gen ADA pueden recibir terapia génica y hoy viven una vida normal con su sistema inmunológico reconstituido. Pero los avances de la terapia génica no solo han sido en esta enfermedad en particular, sino que se extienden a retinopatías, donde personas con ceguera han recuperado la visión como en la Amaurosis Congénita de Leber. En este caso, el gen RP65 se administra directamente en la retina. O chicos con Atrofia Muscular Espinal que no pueden sentarse pueden volver a hacerlo luego de recibir terapia génica especifica del gen mutado que también es administrado usando vectores virales”, detalla Podhajcer.
Amartino recuerda un caso a fines de los 90 de un paciente tratado por una enfermedad llamada déficit de OTC, que tuvo una reacción inmunológica muy grave al vector y murió. Eso hizo que se retrasaran muchas otras investigaciones vinculadas con las terapias génicas. Sin embargo, luego los estudios continuaron y hoy los resultados suelen ser muy exitosos. Por supuesto, aduce Amartino, aún no ha pasado el tiempo suficiente como para saber si a muy largo plazo habrá alguna implicancia por el uso de estos tratamientos.
Dos tipos de terapias génicas
Por un lado, detalla Amartino, están las terapias in vivo. En este tipo de terapias el vector viral que lleva el gen que se quiere transferir se puede aplicar directamente en el órgano o tejido donde la enfermedad tiene mayor impacto.
“En cambio, en las ex vivo se sacan células madre del paciente, las modificamos y le ponemos un gen nuevo. Luego volvemos a infundirle las células ya modificadas. Es como un autotrasplante. Para eso primero tenés que hacerle una quimio y sacarle todos los glóbulos blancos propios. Que se haga un tipo u otro de terapia va a depender de la enfermedad del paciente, aunque hay enfermedades para las que se investigan ambos métodos”, indica el especialista.
Un ejemplo de una terapia ex vivo es el uso de CAR-T. “Esta es una terapia génica celular en donde se sacan células del paciente y se las interviene genéticamente para que ataque a las células malignas. Entonces el paciente mata su propio cáncer. Este tipo de tratamiento por ahora se utiliza principalmente para algunos tipos de leucemias”, sostiene Baldini.
Podhajcer advierte que el uso de CAR-T es un tratamiento que, si bien ya se utiliza, es muy complejo. Se necesita un laboratorio apropiado para que esas células sean modificadas con el gen de interés. Luego de la modificación, las células se mantienen en el laboratorio durante un tiempo y son readministradas al paciente. El paciente debe estar cerca de ese laboratorio y no se pueden enviar las células, por ejemplo, de la Argentina a Estados Unidos porque no llegarían en condiciones.
Otro problema de las CAR-T, agrega Podhajcer , al igual que en la terapia convencional de cáncer, es la resistencia del tumor con el correr del tiempo. Las CAR-T suelen ser dirigidas contra una proteína especifica a la cual reconocen y usan para atacar a la célula maligna. Lamentablemente, los tumores pueden reaparecer a partir de las células que no expresan esa proteína y, por ende, escapan al tratamiento.
“Un tercer inconveniente es que las CAR-T no parecen funcionar como único tratamiento en tumores sólidos que son los tumores más frecuentes. Y las razones son simples: funcionan muy bien en tumores hematopoyéticos porque se trata de células que no forman un tejido tumoral compacto a diferencias de la mayoría de los cánceres que sí lo hacen. Y las CAR-T simplemente no pueden penetrar el tumor”, explica Podhajcer.
Innovadoras, pero muy costosas
“Uno de los temas de estas terapias es el costo. Se están invirtiendo millones de dólares en investigación y desarrollo para centenares de enfermedades raras, pero ese alto nivel de inversión inevitablemente va a hacer que las terapias sean muy caras”, se lamenta Amartino.
En la Argentina, uno de los casos que demuestra la complejidad de conseguir los fondos suficientes para este tipo de tratamientos, fue el de Emma, la beba que padecía AME tipo 2 y necesitaba un medicamento del laboratorio Novartis que vale US$2.100.000. Para reunir esa suma de dinero, el influencer Santiago Maratea realizó la campaña “Todos con Emmita”.
“Las terapias génicas son hasta el momento bastante caras, del orden de cientos de miles de dólares. Varias de las terapias génicas aprobadas curan a la persona de una enfermedad que antes era incurable, o aumentan muchísimo la calidad de vida. Para abordar el pago de estos tratamientos lo que se está logrando son negociaciones entre las empresas desarrolladoras y los Estados porque, al ser enfermedades poco frecuentes, no son tantos los pacientes que necesitan estas terapias”, sostiene Podhajcer.
En sintonía con su colega, Baldini cita el ejemplo de España, en donde hay un esquema de “riesgo compartido” entre las empresas y el Estado. Si le administran el tratamiento al paciente y no resulta exitoso, no se termina abonando dicho tratamiento.