El término adicción está cargado de resonancias negativas. Tanto que, en estos tiempos, la academia y los servicios de salud mental, prefieren su reemplazo por «consumos problemáticos» o «abuso de sustancias».
Sin embargo, tanto el término adicción como sus eventuales reemplazos apuntan a un mismo tipo de consumos, socialmente reprobados. Consumir otras cosas, sin embargo, es valorado como motor del crecimiento económico en estas épocas del capitalismo tardío.
Estrenar un 0km cada año no es una posibilidad al alcance de todos. Precisamente por eso, una minoría lo asume casi como una marca identitaria. Y se desespera si, circunstancialmente, no puede hacerlo. Aunque sea un desperdicio de dinero desde el punto de vista puramente económico.
Pero desde la perspectiva de la otra economía puesta en juego, la del narcisismo del propio sujeto, es una manera en la que un sector de la población tiene para exhibirse como exitosa ante los ojos propios y extraños. Esa compulsión consumista, que se puede rastrear detrás de muchas adquisiciones, no se piensa como un modo de adicción. Porque sin ella gran parte de la dinámica del sistema productivo caería.
Al contrario, la compulsión a comprar objetos o bienes que satisfacen una necesidad de gratificación inmediata es estimulada por todo el aparato comercial publicitario.Es la misma lógica existente detrás de la obsolescencia programada de muchos productos. Pero con una vuelta de tuerca que apuesta al deseo del consumidor. Así, la lógica del sistema es promover el consumo adictivo.
Empezando por la moda, que renueva cada temporada lo que propone como novedad y última tendencia estética. O la llamada “industria del lujo”.Pero este furor por el artículo más avanzado, con más funcionalidades o portador de la tecnología más desarrollada del momento, invade la comercialización de toda clase de artefactos electrónicos y de uso doméstico.
No se trata sólo de ropa, perfumes, accesorios o artículos suntuarios. La confianza ciega en que lo nuevo habrá de ser siempre mejor, tiene su basamento en la increíble revolución tecnológica que nos toca experimentar, pero el consumo compulsivo rebasa esa certeza y responde a la demanda de un exceso de goce, que es el verdadero imperativo detrás de toda adicción.
Y, como cualquier otra forma adictiva, la sensación de plenitud que invade al consumidor luego de adquirir el nuevo bien y estrenar su uso, se disipa rápidamente y deja como resaca la sensación de un enorme vacío existencial.
Lic. Gerardo Codina. Psicoanalista