En nuestro portal tratamos de no sumarnos al ecologismo sin ciencia tan de moda entre las clases medias urbanas. Pero hay deterioros del ambiente que vienen destruyendo la economía: reproducimos esta nota, publicada por «Diálogo Chino», y agregamos un comentario de Arias:
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«Aunque atrae menos atención que su vecino amazónico, el Gran Chaco tiene una de las tasas de deforestación más altas del mundo, habiendo perdido más de una cuarta parte de su superficie forestal desde el año 2000.
La destrucción del bioma, que se extiende por el norte de Argentina, Paraguay, el sur de Bolivia y el extremo sur de Brasil, se ha visto impulsada en las últimas décadas, en particular, por la expansión de la producción de soja modificada genéticamente y la ganadería.
Sin embargo, en la provincia de Chaco, en el norte de Argentina, el bosque ha vivido recientemente un período de paz incómoda. A finales de 2020, se introdujeron protecciones legales para suspender la tala de bosques en la provincia, después de que sus autoridades no actualizaran su plan de uso del suelo para los bosques nativos, conocido como «ordenamiento territorial» (OTBN).
La ley argentina exige a las provincias que actualicen estos ordenamientos cada cinco años, clasificando sus áreas forestales según su valor de conservación. Sin embargo, el ordenamiento más reciente de Chaco había expirado en 2014.
El sistema de ordenación territorial se estableció con la Ley de Bosques Autóctonos de 2007, que entró en vigor en 2009. Establece tres categorías de clasificación para las zonas forestales: Categoría I, (Roja) para áreas de alto valor de conservación que no deben ser transformadas; Categoría II (Amarilla), para áreas de mediano valor de conservación, que pueden ser degradadas pero siempre y cuando se realicen actividades adecuadas de restauración; y Categoría III (Verde), áreas de bajo valor de conservación que pueden ser transformadas parcial o totalmente.
La laguna El Cachapé, con sus ranas cantoras, es un reflejo de la biodiversidad que aún abunda en el Chaco. (Imagen: Ignacio Conese)
Según la plataforma de monitoreo de la deforestación a cargo de la Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf), entre 2008 y 2020, la provincia perdió más de 376 mil hectáreas de bosque nativo, en su mayoría en las áreas Verdes, pero también en las Amarillas y Rojas, donde la deforestación no está permitida.
A pesar de estas pérdidas, a finales de septiembre, el gobierno provincial presentó una propuesta de actualización del plan de ordenamiento territorial de los bosques nativos, según la cual se ampliarían las áreas categorizadas como verdes (a expensas de las otras dos), abriendo la puerta a una mayor deforestación. La propuesta aún debe ser aprobada por la legislatura provincial, pero ha suscitado duras críticas, pues se teme que acelere la destrucción del segundo bosque más grande de Sudamérica.
Impulsada por la extracción de la madera dura Schinopsis balansae, o árboles de quebracho rojo -nombre que viene de «rompehachas»-, la deforestación comenzó a ritmo acelerado con las operaciones de la empresa maderera británica La Forestal a finales del siglo XIX.
Aunque La Forestal desapareció en la década de 1960, en la época de la dictadura militar argentina (1976-1983), el gobierno comenzó a penetrar en el bosque profundo de la ecorregión del Chaco.
Hoy, en las áreas de conservación del Rojo ubicadas en el noroeste de la provincia, sólo queda entre el 20 y el 25% del bosque original.
Rubén Luca es el líder indígena wichí de MOWITOB, una organización que representa a los grupos indígenas moqoit, wichí y toba y que controla la llamada Reserva Grande, un territorio de 300.000 hectáreas en el norte del Chaco. Luca afirma que la organización apoya el uso sostenible de los bosques del Chaco y entiende la necesidad de utilizar los recursos.
El problema es que los árboles, especialmente el quebracho colorado y el algarrobo, son regalados, dijo Luca. «Cada vez quedan menos algarrobos, las empresas madereras deciden el precio, y lo que pagan es miserable».
Ricardo Tiddi, de la ONG Somos Monte Chaco, dijo que, según los datos oficiales, se extrae un millón de toneladas de madera al año en el Chaco, una cifra que probablemente no da la imagen completa, dada la gran cantidad de madera que se extrae ilegalmente; la escala real puede alcanzar niveles de hasta dos o tres millones de toneladas al año.
«Para el sector agroforestal es más barato comprar tierras en zonas boscosas que por ley no pueden ser desmontadas, y luego presionar para obtener permisos especiales de desmonte, o simplemente pagar las ridículas [pequeñas] multas», dice Tiddi. «Lo que estamos presenciando en el Chaco ya no es un daño a los bosques nativos, sino simplemente su extinción».
Fábricas de tanino en el Chaco
A finales de 2020, Chaco celebró la entrada en funcionamiento de dos plantas de biomasa que utilizan los residuos de la industria del tanino y que se presentan como una fuente de energía sostenible.
Según las estadísticas oficiales, en 2021 se produjo un total de 423.000 toneladas de troncos en el Chaco, gran parte de ellos extraídos del bosque nativo por la industria forestal provincial. De esta producción, el 38%, es decir, 163.000 toneladas, se destinó a la industria del tanino, y el resto de la madera y subproductos fueron utilizados por aserraderos, carpinterías y fabricantes de muebles.
Un camión cargado de troncos de quebracho rojo llega a la planta de Indunor en La Escondida, en la provincia argentina de Chaco, para ser procesado para la extracción de taninos. (Imagen: Ignacio Conese)
La planta de tanino de Indunor, en la localidad de La Escondida, requiere más de 160.000 toneladas de troncos al año. Junto con la otra instalación de Indunor en La Verde, también en la provincia del Chaco, la planta contribuye a la producción anual de la empresa de 25.000 toneladas de tanino, que se utilizarán en la producción de cuero, el procesamiento de petróleo y minerales, cemento y asfalto, cerámica y productos sanitarios.
Michelle Battaglia, presidenta de Indunor, afirmó que en los últimos 10 años la empresa ha utilizado madera procedente de tierras deforestadas, ya que «no tiene sentido dejar que se queme». En los últimos años se han producido repetidas oleadas de incendios forestales en el Gran Chaco, y en los cuatro países se han producido algunos de los peores incendios en décadas.
Para el ingeniero zootécnico Mauricio Tinari, de la Fundación Gran Chaco, las especies de interés forestal -algarrobos y quebrachos, principalmente- deben ser aprovechadas de manera ordenada y aplicando los criterios técnicos adecuados. «Si se sigue cosechando indiscriminadamente, estos árboles desaparecerían todos en unos 15-20 años», dice.
Troncos de quebracho rojo en la parte trasera de la planta UNITAN, empresa productora de taninos del quebracho, antes de ser procesados. (Imagen: Ignacio Conese)
Los activistas de Somos Monte Chaco llevan mucho tiempo denunciando el uso por parte de las empresas de tanino de madera procedente de desmontes o de cambios de uso del suelo, muchos de ellos sin permisos oficiales. Tiddi también se queja de algunos de los entresijos, y de la indulgencia de los castigos.
«Cuando se descubren plantas de tanino [que han utilizado madera procedente de talas ilegales] y son sancionadas por las autoridades, las empresas o los propietarios de los campos de los que proceden las talas ilegales son sancionados con multas que pueden pagarse en cuotas, y que pueden descontarse si se realizan como pagos al contado», dijo Tiddi.
El desarrollo del Chaco en el contexto mundial
El nuevo plan de ordenamiento territorial de los bosques nativos propuesto ha sido presentado por el gobierno provincial como sostenible, a pesar de su apertura a la tala en zonas donde actualmente está prohibida. El gobernador del Chaco, Jorge Capitanich, dijo que el plan permite que el sector agrícola se expanda de forma sostenible, y prometió mejorar los sistemas de vigilancia y hacer frente a la deforestación ilegal con multas más fuertes.
El gobernador de la provincia del Chaco, Jorge Capitanich, habla sobre la gestión de los bosques nativos y los planes de desarrollo para su provincia. (Imagen: Ignacio Conese)
Capitanich también dijo que recaudará fondos para la protección y vigilancia de los bosques mediante la emisión de bonos verdes a través de «Eco-Tokens» que cubran 100.000 hectáreas de bosques de la provincia.
El gobernador señaló recientemente que «como país, debemos fortalecer nuestra estrategia de acreedores ambientales», refiriéndose al hecho de que Argentina está proporcionando servicios ecosistémicos al resto del mundo debido al dióxido de carbono capturado por sus bosques nativos, un argumento que también utiliza el gobierno nacional de Argentina. Los créditos de carbono, comercializados en los mercados internacionales, son objeto de un creciente entusiasmo en el país.
A principios de noviembre, el presidente argentino Alberto Fernández presentó el Plan Nacional de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático de cara a la cumbre del clima COP27 en Egipto. Tras la victoria electoral de Lula da Silva en el país vecino, declaró a la prensa durante la presentación del plan que «junto con Brasil y los países latinoamericanos, somos el pulmón del mundo».
Pero los nuevos planes en el Chaco ponen en duda la administración del país sobre estos pulmones. Matías Mastrangelo, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET), escribió recientemente en El Diario que el nuevo ordenamiento territorial de los bosques nativos en el Chaco viola de hecho la Ley de Bosques Nativos de Argentina, ya que degrada el valor de conservación de Amarillo a Verde de más de 376.350 hectáreas de bosques nativos.
En Chaco, el ministerio provincial de Medio Ambiente tiene poder de policía en casi todo lo relacionado con el control de los recursos naturales, excepto en la protección de los bosques, que es manejada por el ministerio de Producción. «Aquí, las empresas tanineras preceden a la provincia y al Estado, por lo que siguen creyendo que pueden gobernar por encima de la ley», dijo Paula Soneira, bióloga y ex subsecretaria de Medio Ambiente y Biodiversidad de Chaco.
Para Soneira, ya no se trata sólo de conservar lo que estipula la ley de bosques, sino de preparar a la provincia para los efectos del cambio climático: «Este año en El Impenetrable y en la capital chaqueña hemos sufrido picos de calor que no se habían producido antes. No es posible producir productos básicos de la misma manera que hace 100 años. En esta década hay que adaptarse y reducir los graves impactos del cambio climático».
En una reciente entrevista, el diputado chaqueño Nicolás Slimel dijo que quiere votar una nueva propuesta que pueda representar los intereses sociales y ecológicos de la provincia, de acuerdo con las leyes forestales nacionales. El grupo de trabajo del que forma parte quiere ampliar las áreas productivas de la provincia sin reducir las áreas de conservación.»
Comentario de AgendAR:
Que China nos refriegue la cara con asuntos de daño ambiental es como que el muerto se ría del degollado. Dicho esto, el bosque chaqueño, el mayor bioma argentino por su extensión original, va camino de desaparecer en un par de décadas.
Y esto hoy sucede mayormente por la ampliación de la frontera agrícola y su protagonista es la soja que nos compra China para criar chanchos. Pero la culpa no es del chancho, como dicen en el campo.
La idea de vender «créditos verdes» por el 2do bosque de Sudamérica (sólo que puesto a la mayor velocidad de tala y quema del mundo) es cómica. No da ni para «greenwashing» de carteras de inversión. En ese bosque -y se sabe- estamos emitiendo carbono a lo bestia, tanto desde el suelo desnudado como de las hogueras e incendios, no fijándolo. Y si el Gran Chaco es «nuestro pulmón»… estamos como Sandro.
El paisaje remanente tras la desaparición del bosque NO son los sojares. A la larga, estos empiezan a perder plata: no aguantan la agudización de los ciclos de seca e inundación inevitables tras la pérdida del bosque, ni la degradación del suelo, que se queda sin su microfauna y flora bacteriana y fúngica por los pesticidas. También se queda sin nitrógeno y fósforo, porque la alternancia de calor letal (en sequía) y de anoxia (cuando los anegamientos) matan los hongos que garantizan la biodisponibilidad, y la escorrentía de las lluvias encharcadas lavan los minerables.
Y no es sólo bioquímica sino física. El suelo tampoco resiste la novedad de la mayor frecuencia y gravedad de las olas de calor que el bosque mitigaba un poco con su evapotranspiración. Se pone comu un ladrillo.
Como explicaba el agrónomo Jorge Molina Buck, ex jefe de Cátedra de Agricultura de la Facultad de Agronomía de la UBA, el suelo chaqueño suele ser rico en arcillas sódicas, pero la mala agricultura lo vuelve cada vez más pobre en celulosa: la soja sin rotación con otros cultivos aporta muy poco rastrojo.
Entonces el suelo se pone abiótico, «se plancha», pierde estructura, se impermeabiliza, deja de almacenar agua y forma esos «pisos de arado» duros como baldosa, que sólo se rompen a rastra de discos pesados y gastando gasoil a lo pavote.
Pensar en siembra directa conservacionista cuando ya llegaste a esa situación… haceme reír. Lo único comestible capaz de crecer en esos suelos como de hormigón rojo son los zapallos. Con la logística complicada por unos caminos rurales que te la cuento, a la larga la tasa de ganancia de los fondos de inversión se evapora.
Resucitar el suelo demoliéndolo con aradas y a golpes de urea y fosfatos amónicos es como darle respirador artificial y cardioversión a un muerto de nueve días: no funciona, pero además de inútil es caro.
Hay recetas de recuperación lenta del suelo: la de Molina Buck era plantar agropiro o «sorgo de escobas» varias campañas, bajo alambrado e interdicción de ingreso del ganado. Toma años, pero aceptando que hasta que el suelo se recupere, hay lucro cesante.
Los fondos de inversión que se compraron 50 o 60 mil hectáreas de un saque para luego entrar echando a patadas a los pobladores anteriores, cuando el suelo se les hace como portland terminan alzando campamento. Como no vinieron a hacer beneficencia ni invirtieron en fierros, riego, edificios ni nada -pasaron dos o tres décadas subcontratando todo laboreo y manejo-, no están atados a la tierra. Son lo que fueron siempre: capital golondrina. Se piantan con el primer quinquenio de bajón sostenido de la soja.
Lo que queda tras su paso, a la larga, no es bosque chaqueño incipiente. Los nuevos dueños o el fisco pueden recurrir al salvavidas de siempre: la ganaderia extensiva. Pero el ganado suelto, tras barrer con el poco pasto, son los renovales de árboles de maderas nobles, como el quebracho colorado, el algarrobo, el palosanto o el definitivamente extinto palo rosa.
Lo que vuelve entonces es vinalar, un paisaje de arbustos petisos e impenetrablemente espinosos: el churqui, el vinal, el viscote, el arca, el teatín y otras leguminosas hirsutas de pinchos. De pinta nomás, es repelente pero, sobre todo y ante todo, resulta inhabitable por económicamente inútil.
Para el caso, con más de 60 millones de hectáreas blindadas de espinal en 8 provincias que antes tenían grandes islas de bosque, somos el mayor caso de arbustización del planeta, muy por encima de Australia y Sudáfrica. Eso es algo de lo que los argentinos no tienen ni siquiera registro. Quienes atraviesan la región e incluso quienes hoy viven allí creen que ése es el paisaje original o al menos, histórico. No es así.
Es un asunto viejo: el arbustal fue formándose ante la mirada impasible de tres generaciones de clases dirigentes que no entendieron la historia por su lentitud. Pero sin embargo sucedió, es sencilla y hoy se está acelerando.
Hace un siglo, cuenta el doctor Enrique Buchler, investigador en ecología forestal de la Universidad Nacional de Córdoba, esas tierras eran un mosaico muy habitable de «Chaco», palabra que en las tres lenguas originarias predominantes significa exactamente lo que se veía entonces: una alternancia de pradera y y bosque muy alto, con dominio del quebracho colorado. La actividad humana estaba limitada por la falta de ríos, por los acuíferos demasiado profundos (o demasiado arsenicales), y en la franja más oriental de ese paisaje, por una estación seca de 7 u 8 meses.
Es esa estación seca de clima monzónico la que establece las diferencias clave entre las 900.000 km2 de Llanura chaqueña y los 600.000 km2 de Pampa Húmeda. Los suelos se parecen, pero la Pampa Húmeda, con lluvias a año completo, se banca maltratos que el ecosistema chaqueño no logra tolerar.
Bastó que en 1920 la historia juntara dos tecnologías como el ferrocarril y el pozo artesiano para que al Chaco entrara el colono europeo, hacha en una mano y una vaca traída del ronzal con la otra. El hacha se encargó de los lapachos y quebrachos en pie, la vaca de comerse sus renovales, y el estado nacional que administraba ese territorio entonces federal, se encargó de no decir “esta boca es mía”.
El resultado: el pastoreo extensivo (a la que te criaste) eliminó no sólo el bosque futuro, sino también los pastos incendiables. Estos cumplían una función clave: al incendiarse espontáneamente por rayos, o por fogatas mal apagadas en las estaciones secas, los pastizales limpiaban periódicamente de arbustos espinosos el bosque existente, que era columnar y «caminable». Desaparecidos los bosques y las praderas, el stock de semillas del sotobosque espinoso, antes sólo una nota al pie en todo sentido, pasó al frente y se adueñó del paisaje.
La acción hormiga del chiquitaje rural, los colonos hoy llamados «criollos», no fue lo decisivo de esta historia. La devastación en serio empezó con las corporaciones como La Forestal, desde fines del siglo XIX hasta los años ’60 del siglo XX, y hoy con los fondos de inversión internacionales que acuden al agronegocio del NEA y de la Región Centro porque aquí vale todo. La lentitud de película iraní del desmonte hoy se aceleró a velocidad de videoclip de TikTok. Adiós hacha, adiós motosierra, llegan las topadoras y las quemas. La función siguiente es la arbustización.
No sin conscuencias demográficas profundas: el arbustal ha casi despoblado 60 millones de hectáreas, pero tiene una única virtud: al ser impenetrable para el ganado y económicamente inútil, mitiga la erosión eólica de la capa fértil. Con sus durísimas y enormes raíces logra que el suelo absorba algo de agua. Sin los arbustos, los años de sistema climático «Niña» como estos tres que venimos de agarrar en cadena, serían pura tormenta de polvo, y los años de «Niño» pasarían entre inundaciones de horizonte a horizonte. Más vale arbustal que peladal… que también hay.
Pero este pseudobosque petiso e intratable expulsa juventud, porque no permite vivir de la vaca y la madera dura, como los abuelos, que mal que mal, zafaban. Ni siquiera del chivo y el carbón, como papá y mamá, que la pasaban realmente mal. La tercera generación de criollos hace su valijita y se va adonde no lo echen.
Las primera provincia en vaciarse simultáneamente de bosques y de jóvenes fue Santiago del Estero, hasta hace no mucho tan boscosa que en su libro de 1946 don Ricardo Rojas la llamó «El país de la selva». Siguieron ocho provincias más, de las cuales la de presente y pronóstico más sombríos es Chaco.
El problema siempre fue solucionable, a escala de gobiernos provinciales o nacional. Ergo, nunca se solucionó, en parte porque la arbustización no tiene diagnóstico. Es muy probable que la palabra y el concepto le sean nuevos, lector/a.
Si el suelo es recuperable en una década con el método de Molina Buck, probablemente responda algo más rápido con métodos de pastoreo ultrraintensivos pero itinerantes del francés André Voisin y el zimbabweño Allan Savory. El asunto es que ni unos ni otros no se han intentado más que como experimentos individuales de grandes propietarios con ideas alternativas, y en superficies que, frente a la escala del problema, no mueven el amperímetro.
Estos tres métodos -y hay otros- recargan el suelo de carbono, nutrientes, celulosa y estructura, y permiten una producción agrícola y ganadera cautelosa: dicho de nuevo, con lluvias monzónicas y estaciones secas que se van alargando hacia el Oeste, esto no será nunca la Pampa Húmeda. Pero quede claro que este paisaje no está condenado a ser un erial biológico y demográfico.
La familia de sistemas derivados del Voisin-Savory van en contra de la tercerización. Son muy «labour-intensive»: fijan más mano de obra y crean mercados locales de trabajo, producción y consumo de comida vegetal y animal diversificados. Generan oasis microeconómicos, y no es imposible que dejen más plata en los bolsillos que engordar chanchos en China. Sólo que es plata en otros bolsillos, los de la gente local y con menos chequera.
No sería imposible que reverdecer la tierra deje también margen para replantar bosque. Pero si la intención es maderera tradicional, los quebrachos y los palosantos son de crecimiento lentísimo: los turnos de clareo excederían los 30 años, y los de corta final y replantación, entre los 80 y 100. Una reforestación con tiempos tan geológicos no tiene sentido. Al menos, mirados por un agrónomo que lee los suplementos rurales y confunde la agricultura con una carrera de Fórmula Uno.
Pero si a la forestación se le añade producción industrial que genera valor agregado EN SERIO, es otra cosa. El quebracho es la madera más densa, dura e imputrescible del mundo. Puede sustituir a la piedra, sólo que es más difícil de tallar aún, por la veta. El árbol rompedor de hachas no sólo sirve para aplicaciones estructurales, como la carpinteria de muelles, los durmientes ferroviarios y las tableestacas de estabilización de costas.
El quebracho se puede vender mucho más caro en aplicaciones de arquitectura «pipí-cucú», como mesadas de cocina y de baños, o parquets literalmente eternos. Por algo, el cierre de los ferrocarriles por Menem, especialmente el del Belgrano Norte, generó una enorme actividad ilegal de «carancheo» de durmientes. Tras un siglo y monedas de intemperie los durmientes siguen intactos, y terminaron fungiendo de senderos para autos en los céspedes country-clubs y de casas señoriales. Y los de mejor calidad hoy son parquets, escaleras y mesadas.
Lo mismo vale para el lapacho, el algarrobo, el viraró o el palosanto, maderas de grano fino y de una dureza menos militar y, por ende, más tallables. Permiten hacer muebles finos durables, de esos que varias generaciones sucesivas se pueden ir pasando por herencia. El valor agregado final crea trabajo calificado y elimina la necesidad de una forestería «minera», que extrae materia prima sin reponer. Pero eso requiere de programas nacionales y/o provinciales con base en la industria local y la capacitación laboral. Y la dirigencia está muy en otra.
La industria «facilonga», la que no genera casi valor agregado, es usar esas maderas excelentes para hacer carbón, briquetas, fabricar electricidad o, peor aún, «cocinar» quebracho y volver a exportar tanino, como en la Década Infame.
Hablando justamente de aquella década, la población juvenil expulsada desde los ’40 por la arbustización terminó confluyendo en las villamiserias de las megalópolis de la llanura chacopampeana. El asunto era menos grave cuando al menos en esos sitios había una fuerte industria nacional ávida de mano de obra. Pero esa industria también ha venido muriendo desde 1975, y la educación pública, ni te cuento.
Hoy, si en la punta rural y provinciana del problema hay una descapitalización por ruina de la capacidad productiva de la tierra, en la otra punta, la urbana, hay el fenómeno del hacinamiento, la marginalidad y la ingobernabilidad.
El problema no es sencillo y local, sino complejo y nacional. Pero no hay gobernador del NEA que entienda la arbustización. No conocen la palabra. No aparece en sus discursos. Tampoco lo oí de boca de ningún presidente/a de la Nación. Eso, en el país más arbustizado del planeta.
No es el caso del pez que no percibe el agua porque está en el agua. Tiene otra lógica, más perversa y tributaria: los beneficiarios de que los bosques Amarillos se recataloguen como Verdes revientan la tierra un par de décadas, fugan la plata y están hechos. Y si fuera por el estado nacional y la AFIP, se sembraría soja hasta en la base Marambio.
Y ahora, ya no sólo es la soja sino el regreso de la pseudoindustria del tanino, que viene a caranchear los quebrachos todavía en pie. Pero ojo, nos advierte Michelle Battaglia, es «para que no se incendien».
Daniel E. Arias