El segundo capítulo de esta saga está aquí. Y conste que este texto fue escrito en 2016. Pero mantiene cierta vigencia.
III. Oportunidades y amenazas en Viena… y en Baires
Nuestra presencia en el OIEA es fundacional (arranca en 1957), cuando funcionaba en un edificio comparativamente pequeño de Viena, en lugar del inmenso complejo de la ONU que hoy tiene a 20 minutos de subte del casco urbano.
La presencia argentina ahí también es protagónica: siempre hemos tenido “jefazos” en áreas críticas de radioprotección y de comercio. Además, estamos sobrerrepresentados en el ejército más silencioso y real de OIEA: el inspectorado, los encargados de husmear la trastienda nuclear de decenas de países. En el ring vienés, al decir gringo, “we punch above our weight”: somos un peso liviano que noquea a los welters e irrita a los pesados y referís.
Grossi es un hijo de casi 6 décadas de protagonismo argentino en Viena, pero también de sus propios hechos. Es el tipo que tal vez detuvo un conflicto nuclear entre Israel e Irán, o por decirlo más crudamente, el que persuadió a los iraníes de cerrar sus plantas de enriquecimiento de uranio de Natanz y Fördu antes de que el estado judío enloqueciera e transformara a su contrincante en una playa de estacionamiento radioactiva. Para, acto seguido, sucumbir bajo el odio de 2000 millones de musulmanes súbitamente unidos a escala planetaria por un gigantesco odio común.
¿Eso es conjetural? ¿Política ficción? ¿No podría haber sucedido nunca? Si cree eso, no conoce a los muchachos de la Guardia Revolucionaria Islámica o al ministro de defensa israelí Avigdor Lieberman, y tal vez ignora también que éste tiene a su disposición –según confesó el ex Secretario de Estado de George W. Bush, Colin Powell- aproximadamente 200 bombas de hidrógeno en misiles de todo tipo, incluso submarinísticos, contando sólo las apuntadas a Teherán. El total estaría en 400. La situación que desarmó Grossi, hasta 2015, parecía de peor pronóstico que la otra carrera nuclear del Tercer Mundo, India vs. Pakistán, empezada formalmente en mayo de 1974.
Pese a las intermitentes guerras convencionales y atentados circunscriptos a la provincia fronteriza de Kashmir, en los Himalayas, India jamás amenazó públicamente a Pakistán con “borrarlo del mapa”. A partir de 1998, con el testeo de la primera bomba atómica pakistaní, ambos países alcanzaron ese inestable “equilibrio del terror”, o hipótesis MAD (Mutual Assured Destruction) que desde 1945 viene impidiendo una Tercera Guerra Mundial entre contendientes mucho más potentes, y la dispersa en decenas de espantosas guerritas locales, pero no nucleares.
Es una diferencia grande con Medio Oriente: a partir de 2008, Teherán ya había amenazado de sobra con exterminar a Israel, pero sin tener todavía los medios técnicos a punto. Y en Tel Aviv, donde no quedan estadistas sino políticos que piensan como militares, la tentación abrumadora era la de actuar preventivamente y a fondo. Lo que hubiera seguido, en términos políticos, militares y climáticos era una pesadilla global.
Se entiende que en algunos pasillos del OIEA a Grossi lo consideren un héroe gris. Es como un anónimo negociador de la policía que salva a los rehenes, pero en un episodio sucedido en una refinería de petróleo en la que estamos hasta los sudacas, y en el cual los chorros están fabricando “molotovs”, y los SWAT amenazan entrar con lanzallamas.
Grossi nunca se hizo autobombo: lo suyo va con la profesión. Ni siquiera cree haber estado defendiendo una causa justa: ¿a santo de qué los israelíes son libres de tener todas las armas nucleares que quieran sin que nadie boicotee y destruya su comercio exterior? Grossi le aplicó a Irán el TNP, el principal “corpus” legal que vertebra el OIEA, que de suyo es discutible, y lo hizo en favor –indirecto- de un país que, como Israel, se da el lujo de no haberlo firmado, y de acumular cabezas termonucleares y “delivery systems” sin que la ONU se escandalice. Son sus colegas del OIEA, un puñado de expertos que conocen qué cerca estuvo el mundo del desastre, quienes saben lo que vale Grossi.
No todos. El único país fuertemente interesado en serrucharle el piso a Grossi es Japón, que quiere una “re-re-elección” antirreglamentaria de Yukyo Amano, director actual. ¿Por qué Japón está en eso? Para que sus “zaibatzus” nucleares, que se acaban de comprar o hicieron alianza con las tres más rumbosas firmas de ingeniería nuclear de Occidente, irrumpan como exportadoras. Mitsubishi se alió con la francesa AREVA, hasta hace poco el mayor constructor de centrales del mundo. Hitachi se compró el 80% de General Electric, y Toshiba, el 85% de Westinghouse.
Son matrimonios de conveniencia, por supuesto, es decir, los mejores. Los viejos y exhaustos gigantes nucleares norteamericanos hace décadas que no venden nada, maniatados por un combo de altos costos y oposición ecologista doméstica. A los franceses les empezaba a suceder otro tanto. Tienen tecnología nueva y sorprendente, y ahora con Japón, MUCHA plata.
Pero el talón de Aquiles japonés es de imagen mundial: son aquellas 4 NPPs medianas y grandes que se hicieron puré radioactivo en Fukushima en 2011: eran todas General Electric MK-1, un diseño desastrosamente inseguro que en 1967 la Argentina rechazó “en carpeta” justamente por ser tan malo. Fukushima aparte, solamente analizando el historial de la TEPCO (Tokyo Electrical Power Corporation), Japón lleva demasiadas décadas acumulando muertos en el ropero. Pero además de socios nuevos, tiene desarrollos propios y quiere desesperadamente un lavado de cara.
Si la pelea de Argentina hoy por Arabia Saudita es con Corea del Sur, la pelea por OIEA es con Japón, y la causa es una sola: nosotros también necesitamos exportar tecnología nuclear argentina. Aunque somos un peso mosca, como exportador nuclear, créase o no, tenemos más horas de vuelo que Japón y Corea, y además una foja limpia de accidentes. Y en materia de dirigentes, Amano ya pasó dos períodos haciendo la plancha, mientras Grossi, con su silenciosa epopeya de Irán, se ganó el respeto de países tan disímiles como EEUU, Rusia, China, y sigue la lista.
Grossi hoy dirige un grupo fuerte de poder en OIEA, el NRG (Nuclear Suppliers Group), donde goza de mayoría de intención de votos, 30 sobre 48. Hasta hace dos meses, eran 31. Pero como Macri no designa a Grossi, Japón va comprando indecisos uno tras otro. Perú, el primer cliente nuclear de la Argentina, país con dos reactores nuestros a falta de uno (desde 1987 y andan joya), le vendió el voto a Japón hace dos meses.
Y no es imposible que Argentina también se haya vendido: el embajador local de Japón, llamado Noriteru Fukushima (tal cual), dijo hace justamente un par de meses que su país invertiría aquí U$ 7000 millones en infraestructura y trenes. De buenazo, nomás. Nadie le había pedido nada. Por derecha, al menos.
Estamos hablando de renunciar a una pelea dura por U$ 80.000 millones a cambio de la promesa de un crédito blando por U$ 7.000. Dado que la victoria y la promesa son igualmente inciertas, las matemáticas indican que es mejor pelear.
Y si podemos hacerlo con Rafael Grossi como cabeza del OIEA, alguna chance. Alguien que despierte a Macri, por favor.
Daniel E. Arias