A tener en cuenta: esta investigación se escribió después del golpe blando que tiró a Dilma Rousseff, pero mucho antes de que el regreso de Lula a la presidencia brasileña fuera siquiera imaginable.
Los anteriores capitulos de la saga estan aqui
TRISTEZA NAO TEM FIN
Indios Munduruku del río Tapajós, en rebelión contra las represas que se les vienen encima y los dejarán sin medios ni lugar de vida.
Brasil, con las centrifugadoras que se autoabastecen de combustible enriquecido, tiene cierto margen para desobedecer al “Club Nuclear”, o al menos a sus cuatro miembros principales, sin que el estado de Río de Janeiro pierda la mitad de su capacidad de generación eléctrica.
Asociado con el 5° estado del “Club”, Francia, el presidente Luiz Lula da Silva en 2008 anunció la compra de cuatro submarinos de ataque Scorpene franceses de propulsión convencional (térmica y eléctrica), más un 5° con el casco alargado y preparado para recibir un motor nuclear de tipo PWR con uranio enriquecido al 19,7%, límite máximo del material considerado de uso civil por el OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica).
Esta PWR sería de desarrollo totalmente brasileño (según los vecinos), y su combustible saldría de alguna ampliación de Resende, por ahora abocada a surtir la demanda (no toda) de “las Angras”. Los motores atómicos navales de las superpotencias suelen usar uranio de grado militar (93% o por ahí), dado que el espacio a bordo no sobra y conviene que todo sea muy potente y compacto.
Es física: cuanto más enriquecido el combustible, mayor es su capacidad de generar calor en menor espacio, y más dura. En los subs clase Ohio de la US Navy, la carga original de combustible excede la vida útil de casi todo el resto del submarino. Pero Resende, por su tamaño, tardaría años en fabricar un núcleo tan enriquecido, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas le tiraría el caballo encima a Brasil si se atreviera a enriquecer uranio a más del 19,7%, y mientras Resende llega lentamente a un primer núcleo del reactor naval, las Angras se quedarían sin combustible.
Visto todo lo cual, es mejor bancarse un motor atómico más grandote, menos potente y con alguna rotación periódica del combustible. Con un motor de 19,7% la ventaja principal del submarino atómico se mantiene: puede permanecer meses sumergido generando su propio oxígeno y agua potable, sin otro límite que la comida a bordo, y las superpotencias no tendrán mucha idea de en qué lugar del mundo está y qué demonios hace. Lo cual les generará un consumo infernal de recursos navales en búsqueda, detección y seguimiento. Que es la utilidad primera de los submarinos nucleares: empiojarle el mar a quienes se piensan sus dueños.
Como decía el creador del Nautilus, el Alte. Hyman Rickover: «Better a sub at sea than a bomb in the basement» (mejor un submarino en el mar que una bomba en el sótano). El axioma de Rickover es válido incluso para submarinos de ataque como será el SBN Alvaro Alberto, sin armas nucleares.
Brasil trata de conseguir esa capacidad por la cual la Armada Argentina, arma carente por completo de vocación industrialista, puso su paraguas político sobre la CNEA durante sus 30 años. Y es muy probable que Brasil lo logre: los primos son tenaces.
Cuándo lo logrará es otra historia. Las fechas de terminación de este 5° submarino se van corriendo: la última anunciada es 2023, y tiene tanta credibilidad como las muchas anteriores que ya vencieron. Lo cierto es que Resende ya tiene el módulo suficiente como que Brasil pueda permitirse el lujo de al menos UN primer submarino nuclear, cuando se logre resolver su miríada de desafíos técnicos.
El país, que aspira a asegurar militarmente sus rutas comerciales de navegación, especialmente las del Atlántico Sur que conectan a la industria brasuca con decenas de estados africanos, queda en condiciones de decir «urbi et orbi»: no nos pueden parar el submarino ni apagar la luz. Con copia en carbónico para las cancillerías de la OTAN.
El problema es que no hace falta que nadie les corte la luz: se apaga igual. Brasil tiene sin duda la mejor red de distribución eléctrica de la región, y la número 10 del mundo: 100% de la población urbana y 97,5% de la población rural servidas. Pero también tiene un consumo pavoroso, por sus considerables industrias, sus megalópolis atlánticas, y un déficit de potencia de base que sólo se curaría con un programa nucleoeléctrico de alrededor de 30 mil MWe. Estoy hablando de 17 veces la exigua capacidad instalada de Nucleoeléctrica Argentina SA (NA-SA) al 2018, de modo que seguramente me quedo corto.
Pero plantear siquiera eso en Planalto es un suicidio político, tras tanto escándalo y fracaso en el pasado de Angra 1 y 2, y otros asuntos. Ya conté por qué y cómo el átomo brasileño quedó maldito ante parte de la población, al menos para usos civiles. Y ni el propio Lula, el más querido de los presidentes brasileños, que de ecologista finolis no tiene un pelo, logró resucitarlo.
El otro recurso a mano para generar electricidad de base en Brasil es hacer estragos humanitarios, etnológicos, sociales, ecológicos y jurídicos en sus inmensos ríos. Para mal de la población ribereña.
En la historia del Programa Nuclear Brasileño desde fines de los ’60 no hay sólo algunas malas decisiones, sino también demasiada mala suerte como para ser casual, y mucha confusión política de la población. Y todo esto arrimó leña a un ardiente final de tragedia griega, que acaba de incinerar al gobierno del PT, sin importar que haya sacado a 40 millones de brasileños de la pobreza.
Angra 1, decidida en 1971 y firmada en 1972, tuvo la desgracia de entrar en línea tarde, renga y el mismo año en que estalló la central soviética de Chernobyl. Y por sus frecuentísimas salidas de servicio, extrañas para una Westinghouse tan probada y conocida, se ganó su apodo entomológico de “A Vagalume”. Y eso sucedió mientras en la URSS se desencadenaba el primer accidente nuclear “INES 7” de la historia, y en Río de Janeiro se fundaba el Partido Verde. Todo junto.
En sus inicios, el PV era un inocuo rejunte de artistas y psicólogos progres, pero le llovió plata (?) y se enraizó rápidamente en varias corrientes de raíz distinta y más profunda y legítima, que tratan de corregir las injusticias más brutales y desatendidas del Brasil: el Movimiento de los Sin Tierra, el mucho más disperso y despolitizado de las etnias amazónicas acorraladas y masacradas por ganaderos, madereras, mineros y constructoras de represas, y la devastadora pobreza urbana de cuentapropistas, donde sucedió el “boom” de los partidos evangélicos de la creciente población “favelada”. Todo eso hoy es un compacto poderoso. Y con fobia al átomo.
Lo que logró la línea fundacional carioca del Partido Verde –y sin Chernobyl le habría sido más difícil- fue imprimirle su antinuclearismo tilingo a toda esta gente tan distinta, tan humilde, y tan desencontrada en intereses económicos y visiones culturales. Contra el antinuclearismo difuso en la sociedad no pudo luchar siquiera Lula, pese a comandar un partido obrero, urbano y con un ideario industrial, es decir educativo, científico y tecnológico.
Las represas “buenas” por definición son las de ríos de montaña o serranía: alta pendiente implica mucha potencia hidroeléctrica, y altas orillas de piedra suponen lago chico en área, con buena capacidad de almacenamiento para gastar en años secos, y un impacto de inundación de vecinos muy manejable.
Un caso interesante: Itaipú, con 14.000 MW instalados, cuya producción eléctrica DIARIA equivale al consumo ANUAL de Argentina en 2008. Como el Paraná pese a su estiaje es bastante caudaloso a año completo (factor de carga del 51%,), Itaipú en producción anual equivale a 8 centrales nucleares de 1000 MW cada una, nuevecitas, de buena marca y con un factor de disponibilidad del 90%.
Hay un lado oscuro de Itaipú, cuando uno logra cerrar la boca y pensar en frío, tras el vértigo inicial que da esa obra prodigiosa. Los sobrecostos fueron del 240% sobre lo estimado: oficialmente, fueron U$ 36.000 millones. Con eso, hoy uno se compra 9 centrales nucleares como las que quería Geisel. ¿Qué opción era mejor?
Las centrales hidroeléctricas binacionales arman balurdos de plata entre socios: a pedido del Paraguay, el economista estadounidense Jeffrey Sachs investigó y dijo, como perito de parte, que con los préstamos que el país guaraní recibió de Brasil, hay U$ 24.000 millones más de costos financieros que se terminarán pagando en 2023.
Si esto fuera cierto, “la boleta total” de Itaipú cerraría en U$ 60.000 millones. Pero como el comprador del 97,5% de la electricidad es Brasil y Paraguay estuvo vendiendo su 50% de producción eléctrica “a precio reventado”, en 2012 –siempre según Sachs- Brasil le debía U$ 5000 millones a Paraguay. No aceptamos Banelco. Colaciónese.
Atif Ansar y Bent Flyvberg, respectivamente profesores de Gobierno y de Manejo de Grandes Programas en la Universidad de Oxford, creen que en realidad Itaipú salió tan cara que no va a pagarse jamás. Probablemente eso es una pavada de Brits que odian la obra pública. Pero es cierto que la escala de los megaproyectos hidro resulta proporcional a la opacidad de sus costos y el alcance de sus “externalidades”, nombre técnico para otro axioma: “los costos que paga la gilada”. ¿Quiénes la componen?
Hay más lados oscuros de Itaipú en esa dirección, la gilada que garpa, y con su vida. El lago es enorme: 1400 km2, y desalojó cultivadores brasileños de soja que, ante la insuficiencia de las compensaciones, tuvieron que comprar hectáreas más baratas en Paraguay, transformándose en “brasiguayos”, como se los llama. Pero esos eran tipos con una moneda: pudieron poner la ropa a salvo.
Otros no: datos de impacto humano del lago en Paraguay, indisponibles, según usos y costumbres. Pero distintas organizaciones civiles e iglesias concuerdan en que el total de familias desplazadas en ambas orillas fue de 10.000, y el de individuos, 59.000. Los Ava-Guaraníes y mestizos del lado paraguayo terminaron amontonados a culatazos en reservas inviables y conflictivas, mientras los medios elogiaban la obra y los ecologistas se preocupaban por los yaguaretés.
Y ojo, Itaupú es una presa “buena”, la última buena de varias decenas de cierres de un tramo en que el Paraná tiene 200 metros de pendiente y un cauce emparedado entre dos potentes orillas de granito. Ojalá tuviéramos algo de esa geología hidrológica nosotros, más allá de Misiones. Pero no es el caso, y hace tiempo que Brasil, el país más hidroeléctrico del planeta, agotó todos los enclaves geográficos comparables.
Los que le quedan sin represar se dividen en malos y peores. La obra hidro más controvertida, Belo Monte, sobre el Xingú, entró en operaciones a principios de este año, pese a la movilización masiva de las tribus Kayapó, Munduruku y otras. Los caciques que no fueron comprados con televisores y camionetas saben que tras Belo Monte se vienen 60 represas más en la cuenca amazónica, a construirse en las dos próximas décadas sobre el Tapajós, el Teles-Pires, el Araguaia-Tocantins, y sigue la lista. El 99% de los argentinos nunca vio esos ríos, pero existen y son enormes. Y también un irremediable despelote técnico.
Antes de acusar a nadie de indigenismo tilingo (estoy en la Argentina, conozco el paño facho), los problemas de estos emprendimientos son inherentes a la geografía. Toda la cuenca amazónica, en su mayor parte una planicie, funciona con dos estaciones casi independientes de la lluvia local: la inundada y la seca.
En la primera, que va de diciembre a abril, toda la red de grandes ríos, de tributarios y de arroyos tiene 7 metros extra de profundidad, por la mayor escorrentía que baja desde los Andes, irrigados por lluvias monzónicas motorizadas por los «ríos atmosféricos» del Amazonas.
Hasta el 17% de la selva (el “Igapó”) queda entonces 3 o 4 meses bajo agua por el desmadre hídrico general, porque en esta zona tan chata de la llanura amazónica ningún río tiene orillas de piedra y bien delimitadas.
En revancha, durante la estación seca, de mayo a diciembre, todos los ríos bajan 7 metros y en muchos de ellos se puede caminar por el fondo, y hasta pisando sobre pasto nuevecito. Y esto sucede aunque llueva diariamente, con esas lluvias de ciclo cerrado generadas por la evapotranspiración de la formidable masa vegetal, tal vez la única del mundo tan ingente como “para regarse a sí misma” todos los días. En la seca fluvial, las precipitaciones apenas bajan un 10% promedio sobre una media anual de 4000 milímetros.
Es una seca muy mojada, la amazónica, pero tanta mojadura sin pendiente no mueve el amperímetro. Construir represas al pedo es un negocio de constructoras, pero en términos hidroeléctricos a Brasil no le reporta casi nada.
Es extraño, como todo en el Amazonas: llueva o no llueva, en la seca los ríos quedan reducidos a su mínima expresión. Esto obliga a que cada gran represa cuente con varias represas tributarias construidas aguas arriba, que les sirvan de reservorio. De otro modo, en la seca dejarían las turbinas fuera de régimen y la red eléctrica en “brown-out”. Sí, lector, las superficies lacustres -y los desalojos violentos- se van sumando.
Las etnias ribereñas hasta hace poco eran alimentariamente autónomas: vivían sobre ríos corrientes y biológicamente vivos, no sobre cadenas de lagos de agua estancada, eutroficada por excesos fotosíntesis, podrida de algas en descomposición y con poca pesca.
Cuando los ríos tropicales son subdivididos como ristras de chorizos en cadenas de lagos de escasa corriente y alta temperatura, a lo sumo sobreviven los peces no migratorios o capaces de arreglárselas en los primeros metros de profundidad (el epilimnio). Allí arriba el contenido de oxígeno disuelto del agua la vuelve “respirable” para todo ser con branquias. Pero el agua de fondo, o hipolimnio, se vuelve técnicamente una “zona muerta”, agua negruzca y sin oxígeno.
Peor aún: esos lagos en zona tropical emiten gases invernadero a borbotones, especialmente metano, proveniente de la putrefacción de plantas y algas en el hipolimnio. Y el metano, muy eficiente en atrapar radiación térmica, tiene un GWP (Global Warming Potential, capacidad de recalentamiento global) 25 veces mayor que el dióxido de carbono, medido a 100 años de emitido. La de Belo Monte no es electricidad limpia.
Tampoco limpia de sangre. En los embalses de llanura los lagos hidroeléctricos se vuelven gigantescos en superficie, porque -nuevamente dicho- la chatura del paisaje no demarca orillas. Y esto significa que los lugareños no sólo pierden la pesca –su fuente de proteínas y medio de vida- sino también sus aldeas. Pierden todo. Se vuelven IDPs, “Internally Displaced Persons”, eufemismo gringo de parias.
En suma, el antinuclearismo berreta de “las minorías intensas” y la acuciante falta de electricidad condenaron a la desaparición al sector menos organizado y peor representado y defendido de la democracia brasileña: los indios.
Alguien tenía que joderse.
Daniel E. Arias