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Por una cabeza…
La eficiencia de quemado de las CANDU es tan mala como las de toda máquina de uranio natural: 7500 MW/día/tonelada de combustible. En su tiempo, las centrales de uranio enriquecido daban el doble y algunas casi el triple. Hoy rinden al séxtuple y se vislumbra llegar a diez veces más con enriquecimiento del 6%.
Pero los CANDU no están acabados: queman la basura generada por reactores de enriquecido. Son un poco como aquella vieja cupé De Lorean de 1985 del profesor Emmet Brown en el film “Vuelta al Futuro”, rediseñada en el futuro y capaz no sólo de volar, sino también de viajar en el tiempo con la energía extraída de una lata vacía de Coca Cola.
Estaba en el diseño original que las CANDU pudieran funcionar con combustibles tan pobres como el uranio natural o incluso el torio, cuatro veces más abundante en la corteza terrestre. Pero los chinos desde 2010 desarrollaron otras pastillas llamadas NUE a partir de combinar basura con basura: reciclaron uranio sin quemar de los combustibles gastados de PWRs y lo mezclaron con uranio empobrecido de las “colas” (o desechos) de las plantas de enriquecimiento.
Si uno tiene 4 PWRs de al menos 1000 MW, y además enriquece y reprocesa, puede hacer andar una 5ta planta canadiense CANDU ACR con los desechos de las 4 anteriores. Son 1000 megavatios más “de propina”, con “fuelling” casi gratis. ¿Qué tal? Prendemos un 20% más de lamparitas con menos megaminería. Programa más gasolero que uno que mezcla 4 PWRs y un CANDU, no existe.
Los CANDU mostraron durante décadas que queman “lo que les pongan”, entre ellas los MOX, u óxidos mixtos de uranio y plutonio. El ACR (Advanced Candu Reactor) 1000 logra incluso refrigerarse con agua liviana (sólo usa agua pesada como moderador), y como dieta, funciona con uranio de bajísimo enriquecimiento (1%, contra el 5% que suelen tener las PWRs de hoy).
Como miembros del COG, los canadienses nos han invitado a probar ese combo de uranio ligerísimamente enriquecido y agua liviana en Embalse, que para ellos es una central vieja. La CNEA contestó que muchas gracias, pero que hagan la prueba ellos primero en una de sus propias centrales viejas. Eso si les queda alguna, dado que han incurrido en la idiotez de cerrar algunas por presión del ecologismo local.
Los grandes fabricantes de NPPs (EEUU, Rusia, Francia, Japón) dudan de que la tecnología canadiense tenga futuro. Es más, sugieren que a mediano plazo tampoco lo tendrá la AECL (fue privatizada y la compró la firma canadiense Lavalin). Particularmente, creo que los críticos sangran por la herida: en su apuesta al gigantismo, y con su reticencia a transferir tecnología, nunca tuvieron nada decente para venderle al Tercer Mundo, a diferencia de Canadá.
Pero en 1967, cuando la CNEA estaba “que me compro, que no me compro” una CANDU, nada de esto había sucedido o se podía adivinar.
Canadá se obligó a dar un trato insólitamente igualitario y generoso a sus clientes. En buena parte lo hizo para remontar su imagen internacional de país semisalvaje, casi despoblado y exportador primario, con una oferta inmensa de petróleo, carbón, madera, papel, minerales, salmones, pintorescos policías montados y eventuales osos pardos.
Que Canadá se volviera la “escuelita nuclear” de parte del Tercer Mundo, entre ella los dos países más poblados de la Tierra, la India y China, le causaba la irritación imaginable a los dueños de la pelota atómica hasta aquel momento. Es un club que atrasa, porque se formó en 1964: EEUU, la URSS (hoy Eusia), el RU, Francia y China, entonces recién llegada.
En 1967 el nido Sabatiano recalcitrante en CNEA ya era “Canook friendly”. En los asados apostólicos de fin de semana, se discutía a gritos (costumbres de la casa, no le puedo explicar el hartazgo de las familias) qué componentes críticos podrían sustituirse por “made in Argentina” a la hora de futuras compras.
¿Los tubos de presión? Desde ya. Pasame el chimichurri.
¿Toda la calandria? Vamos, todavía. ¿Quedó más bondiola?
¿Todo eso, y además los elementos combustibles? De suyo, por ahí se empieza, somos sabatianos. ¡”Fuelling” criollo, ahijuna!
¿Generadores de vapor? Hmm… muy complicado. ¿Vos sabés lo que es soldar miles de cañitos de incoloy? Vamos, che, no ha de ser tan difícil. ¿No? Mirá: es nada más que una simple aleación de níquel-hierro-cromo y… ¡¡Córtenla, che, que salen los chinchulines!!
Esta pintura atrasa. No sé cuántos ingenieros nucleares argentinos puede pagarse un asado, hoy, 16 de enero de 2023.
Volviendo al reltao, cuando el romance con Canadá parecía a punto de entrar en fase tórrida… ¡Sorpresa! Los Cosentinistas sacaron un conejo (alemán) de la galera. La KWU, todavía no comprada por SIEMENS, insisto en esto, estaba construyendo las primeras PWR para el expansivo mercado alemán. Pero no habían inaugurado ninguna. Y de uranio natural, los teutones no entendían ni les importaba. Salvo aquella plantita piloto de 47 MW a uranio natural en Karlsruhe, que además andaba para el demonio, según se salía de servicio… Lo dicho, se vinieron de caraduras.
Jacques Hymans, un académico yanqui, en su libro “The Psychology of Nuclear Proliferation”, cuenta la historia con bastante gracia:
“Las preocupaciones de Quihillalt por los efectos de haberse mantenido fuera del Tratado de No Proliferación Nuclear reflejaban que hacia fines de los ’60 Argentina había desarrollado un programa nuclear vibrante, pero todavía frágil. En contraste con otros países que se contentaban con recibir plantas “llave en mano” desde el Norte, la Argentina, nacionalista como por deporte, tenía una preferencia marcada por el desarrollo autónomo en el área nuclear. Algunos dentro de la CNEA, notablemente el ingeniero Celso Papadopoulos, interpretaban esta idea como que todo debía hacerse “en casa”. Pero la fuente de luz y razón de la CNEA, Jorge Sabato, vástago de una familia de notables, director desde 1955 del Departamento de Metalurgia de la CNEA, entendía que una trama bien diseñada de asociaciones internacionales podía ser más conducente hacia la meta última de la autonomía tecnológica. En particular, Sabato convenció a sus colegas de que mejor que tratar de diseñar una central desde cero, la CNEA debía más bien importar una extranjera, pero –e insistía en esto- debía quemar uranio natural, potencialmente desarrollable en el país, en oposición al enriquecido que debería importarse. (Como es notorio por el caso de Australia, los reactores de uranio natural son vistos con frecuencia como un camino hacia las armas nucleares, pero los motivos de Sábato eran intachables: es más, entre los militares argentinos se lo consideraba una especie de hippie pacifista de izquierda). La opción de Sábato por el uranio natural se enraizó con rapidez…
“…Y en efecto, cuando el presidente Arturo Illia decidió en 1964 la compra de un NPP –destinado a ser el primero de América Latina-, Quihillalt primero se acercó a Francia, cuyas centrales usaban uranio natural, tratando de liquidar cualquier proceso licitatorio competitivo que pudiera terminar en el triunfo de una planta de uranio enriquecido. Los franceses estaban dispuestos a venderle lo que quisieran a los argentinos, pero únicamente cobrando caro, de modo que el gambito de Quihillalt fracasó. Pero en la licitación que siguió, la firma alemana Siemens le ofreció a Argentina una central de uranio natural bajo términos financieros espectacularmente ventajosos, prácticamente “de regalo”. El sucesor de Illía por sus méritos de golpista, el general Juan Carlos Onganía, aceptó sin demoras la oferta alemana y así en 1968 empezó la construcción de la planta que se llamó Atucha I (pág. 146)”.
Otro “scholar” yanqui con opiniones parecidas, Daniel Poneman, en su libro “El poder nuclear en el mundo en desarrollo”, cuenta esto:
“Las ofertas canadiense y alemana eran las más atractivas. La alemana… iba con un 100% de financiación, un 35% de participación local y el tiempo más corto de entrega de obra. Pero su mayor desventaja era la falta de experiencia comercial en diseño de planta, ya que la alemana se basaba únicamente en un prototipo de 50 MW en Karlsruhe. El diseño canadiense para uranio natural era superior en muchos aspectos… La propuesta del gigante alemán en electricidad, Siemens AG, ganó por su superioridad en financiación, tiempo de entrega y participación local. Pese a que el diseño canadiense era mejor, le pesaron en contra la conveniencia Argentina de comprarle a un socio comercial tradicional, la confiabilidad de Siemens (que tenía una sucursal local importante) y el apoyo pleno del gobierno alemán, asuntos críticos en un país cuyos proyectos naufragaban con frecuencia en las turbulencias económicas. La CNEA creía que en casos extremos, era más probable que los alemanes quisieran seguir la cosa hasta el final, y no así los canadienses”.
En eso último en la CNEA no se equivocaron. Pero tuvieron razón por las causas equivocadas. No se pierda la próxima entrega.
¡¡Llame ya!!
Daniel E. Arias