La saga de la Argentina nuclear – XLIX

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49 – EL MERCOSUR NACIÓ ATÓMICO PERO TRATÓ DE SEGUIR INFORMÁTICO

 

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La primera calculadora CIFRA 211, sobria, bella, irrompible y diseñada por alumnos de Manolo Sadosky. Entre 1969 y 1976 esa división de hardware de FATE, CIFRA, hizo de la Argentina uno de los 10 mayores fabricantes mundiales de electrónica de oficina.

No lo recuerda nadie pero nadie lo niega: el Mercosur, por lo que vale, nació nuclear. Su peldaño inicial fue una operación audaz del embajador Adolfo «Chinchín» Saracho, que logró que el presidente Raúl Alfonsín invitara a su par, José Sarney, a visitar la plantita argentina de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu, en la estepa patagónica, a 65 km. de Bariloche. Sarney vino con gran comitiva de la CNEN, que es la CNEA brasuca, y meses después retribuyó con una invitación para que los expertos argentinos fueran a ver la planta de enriquecimiento de Aramar.

De ahí nació un tratado de inspecciones y control de combustibles nucleares y elementos físiles, el ABACC… y el resto de la trama de relaciones comerciales e industriales y pactos aduaneros que forman el Mercosur, que actualmente suma más de U$ 600 mil millones en intercambios, fue emergiendo como un inesperado pollo de aquel inesperado huevo.

Lo dicho: el Mercosur nació nuclear. Lo raro es lo que hizo Alfonsín a continuación: discontinuó el Programa Nuclear Argentino. Pilcaniyeu a Alfonsín le sirvió para «hacerle el dentre» a Sarney, estilo «¿Siempre venís aquí? ¿Trabajás o estudiás?». Antes de que llegara Sarney la había cerrado, la reabrió para la visita y en cuanto se fue, la volvió a cerrar. Y si sólo hubiera sido Pilcaniyeu…

En 1987 algunos diplomáticos, periodistas y estudiosos del área Ciencia y Tecnología, tanto brasucas como argentos, nos devanábamos los sesos tratando de fijar los lineamientos técnicos y comerciales de un “Mercosur Nuclear”. Era imposible: amén de que 37 años de desconfianza y rivalidad recíprocas en el área atómica no desaparecen a toque de botón, ambos programas, el argentino y el brasileño, venían en picada. Por distintas causas, pero no tan distintas.

Lo común en ambos lados de la frontera fue que, recuperadas ambas democracias, la gente atómica ya no tenía campeones entre los partidos civiles y los medios, y en esta nueva etapa, los milicos –aunque chirriaran- estaban pintados en la pared. Mucho más en Argentina, donde habían matado civiles a rolete, destruido mucha industria y de yapa declarado (y perdido) una guerra.

Las cúpulas partidarias en Brasilia y Buenos Aires no tenían ni idea de que el verdadero negocio nuclear es la venta de tecnología, no de energía. 36 años más tarde, asunto rarísimo, siguen en la misma.

En Brasil, cuyo Programa Nuclear tuvo resultados menos espectaculares pero se avanzó mucho en enriquecimiento de uranio y en motorización naval, eso llama un poco la atención. Pero Argentina en el interín lleva exportados 8 reactores nucleares multipropósito, algunos verdaderamente complejos y poderosos (¡uno de ellos a Brasil!), amén de centros de medicina nuclear, y plantas de manipulación de radiofármacos medicinales e industriales. Tenemos clientes nucleares en la India, Australia, Holanda y Arabia Saudita. Y todavía hoy, no hay modo de que el político argento tipo entienda el prestigio y autoridad diplomáticas que esto confiere al país. Tampoco a nuestros diplomáticos les cae la ficha.

Cuantimás, en 1987 las nuevas autoridades energéticas civiles renegaban del átomo y apostaban a la hidroelectricidad con entusiasmo de inventores en Brasil, y al estrepitoso yacimiento de gas de Loma de la Lata en Argentina. El descalabro de Chernobyl, el año anterior, había agravado además nuestra desconcertada orfandad política, la de los pro-nucleares sudacas.

La muerte de Jorjón Sábato, radical, emblema científico y nuclear, respetado por el país entero, sucedida apenas un mes anterior a la jura de Alfonsín, había roto el único puente a prueba de terremotos entre aquel nuevo presidente, cofundador del Mercosur, y el distante Planeta CNEA.

Pero aunque el Cono Sur viniera con átomos a la baja, 1986 pudo haber sido el año de boom de un “Mercosur Informático”. Ventana de oportunidad, la hubo y grandota: el mercado se había reinventado y disparado en los suburbios de Los Ángeles en 1981 con la aparición de las computadoras de escritorio. Rápida de reflejos, la industria electrónica brasuca, protegida por una gruesa coraza aduanera, se había trepado con decisión a esa rampa.

Y… epa. Nos invitaba a subirnos.

Ojo, no por bondad sino por necesidad, que es más durable. Desde 1979, literalmente entre gallos y medianoche, Brasil había devenido en la gran subpotencia informática regional: partiendo de un 27% de dominio del mercado propio, llegó al 60% en 5 años, los últimos 2 -1985 y 1986- bajo el paraguas de una ley de reserva de mercado.

Habiendo devorado sus recursos humanos por exceso de éxito, las empresas brasucas, junto con los palacios de Planalto e Itamaraty, pedían acceso rápido a la vieja baquía de la UBA en Computación Científica, carrera creada por el clan de Manolo Sadosky en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. La fundación sucedió en 1962, con la instalación de la primera supercomputadora de la región, la célebre “Clementina”.

Sadosky fue a los números lo que Sabato a los átomos, pero sin ningún paraguas naval, cuando todavía esos adminículos servían. Echado de la UBA por los trogloditas de Onganía y luego del país por la Triple A, el irrompible don Manolo volvía en 1983 como Secretario de Ciencia, a recoger los pedazos del sistema científico y juntarlos sin Poxipol, porque eso no estaba en el presupuesto. De todos modos, aunque Alfonsín no le diera un mango, don Manolo ponía huevo y sesera en todo lo que hacía, y además era pasajero inevitable en el avión presidencial.

Buenísimo, porque los nuevos empresarios informáticos brasileños tenían por fin con quién hablar.

Pero además tenían tema. No sólo querían asociarse a Sadosky y la UBA, querían sobre todo a sus hijos intelectuales, los dispersos ingenieros argentos de FATE Electrónica, con toda su rarísima experiencia en materiales, electrónica, diseño, fabricación y exportación. Esas personas habían quedado dispersas en el sistema científico, en las industrias, y buena parte estaba en el exterior.

Esta historia tiene una prehistoria. Desde 1935, los empresarios Manuel y Adolfo Madanes se volvieron los más exitosos fabricantes de impermeables del país con su empresa FATE, sigla de Fábrica Argentina de Telas Engomadas. Durante la 2da Guerra no se conseguían neumáticos en Argentina, de modo que este par de audaces decidió fabricarlos aquí. Ya en 1945 dominaban buena parte del segmento rodados del mercado automotor argentino. Los hacían tan bien o mejor que las marcas yanquis, italianas, francesas e inglesas.

En 1967 los Madanes vieron una nueva oportunidad, aunque muy distinta, en la electrónica liviana, que estaba a muy pocos años de volverse informática pero no lo sabía. La industria local avanzaba mucho en calidad en ventas, fogoneada por un mercado bastante exigente y quisquilloso, pero bien forrado.

Entonces los Madanes, amigos y admiradores del «Clan Sadosky» y de su trayectoria en Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, aprovecharon la dispersión de cráneos (en más de un sentido) que desató Onganía en la UBA con su “Noche de los Bastones Largos”.

Con la diáspora de profesores renunciantes y tratando de retener a muchos de los buenos en el país, los Madanes armaron otra empresa, “un aguantadero electrónico de tecnozurdos”, como la definen con nostalgia incrédula los memoriosos. Nuestro proyectito Manhattan criollo, pero benigno. Algo que conocí de chiquilín, y aunque la miraba de afuera (fui sólo un usuario), en su momento me dio asombro, y todavía me da orgullo.

Los Madanes eran millonarios y contrataron a los próceres matemáticos e informáticos criados por Sadosky, entre ellos Humberto Ciancaglini y el radioastrónomo Carlos Varsavsky. Los que entonces eran muy jóvenes y siguen en la brecha informática recuerdan bien aquel minuto de fulgor argentino: Alfredo Moreno, que desde ARSAT diseñó en 2014 el software de la plataforma de cine argentino “Odeón”, o el maestro criptógrafo Hugo Scolnik, que dirigió hasta 2014 la seguridad informática de esa firma estatal de telecomunicaciones.

Desde la citada noche de cachiporrazos y hasta la llegada de Martínez de Hoz, durante 9 años, “aquella chusma valerosa” (por decirlo a lo Borges) de Exactas y de Ingeniería, con Varsavsky como Jefe de Nuevos Proyectos, logró implantar la marca CIFRA en casi toda oficina privada o pública argentina y latinoamericana.

“Implantar” minimiza lo que pasó. CIFRA barrió con la competencia. La pisoteó y pulverizó.

¿Quién era la competencia? Olivetti ante todo, que tenía el 90% del mercado hispanoamericano. Lo perdió. ¿Y Corea del Sur no aprovechó para colarse? Estimados/as: Corea ni pintaba. ¿Qué sabían esos de electrónica? Las firmas a vencer eran la mencionada italiana, más las yanquis Remington, Monroe, Hewlett Packard y Victor, más las emergentes japonesas Toshiba y Sharp.

Y derrotadas fueron todas y cada una, desde Tierra del Fuego al Río Grande. Por CIFRA, Industria Argentina.

Años de oro de la electrónica criolla: otros fabricantes argentos de electrónica se sumaron al malón, aunque con éxito menor: Czerweny, Drean, Talent. Y es que aquí, hay que subrayarlo, había una electrónica más que interesante en el segmento «top» del mercado de consumo. Los equipos de audio Audinac y Holimar eran MEJORES que los japoneses, y sólo les pisaba el poncho alguna marca “very high end” como la yanqui Marantz, la nipona Luxman o la inglesa NAD.

Pero lo de FATE-CIFRA en calculadoras de escritorio fue un vendaval. Dominio total del 30% del mercado hispanoamericano, y del 50% del argentino. Exportaciones a Alemania… ¿Qué quedó de eso?

Diez años y 30.000 muertos más tarde, en 1986, la de FATE-CIFRA era ya otra épica industrial olvidada en el Gran Alzheimer Argentino, una leyenda urbana algo tanguera y melancólica para los fieles y fanáticos, más o menos como lo es el Pulqui II para los aeronáuticos y el IKA Torino y el Rastrojero para los tuercas.

Pero los industriales del palo brasileños en 1987 recordaban bien aquella breve patriada. Y el Mercosur, ese chiche nuevo, podía darles acceso a la vieja muchachada de CIFRA, vía Manolo Sadosky.

La Política Nacional de Informática de Brasil había sido escrita de apuro en 1984 para decirle “vade retro” a Bill Gates, a Steve Jobs y a sus obras. El presidente Jose Sarney subió con mandato de volver inmortal el momento de gloria de sus propias marcas. Hablo de Modulo en software, e IGB, Itautec y Bravox en hardware, y varias más que aquí, en nuestras pampas, no pintaron nunca.

En 1986, los brasileños habían chocado contra un techo interno: necesitaban no sólo de nuestros recursos humanos. Necesitaban también, y sobre todo, de nuestra capacidad docente para formarlos. Cuando los fabricantes informáticos de Sao Paulo tuvieran que sobrevivir fuera de su barricada aduanera, debían salir de la misma matando, mandarse “la gran blietzkrieg”.

De modo que decidieron hablar con expertos en invasiones electrónicas. Sí, tal cual, no mire alrededor.

Hablo de nosotros.