En 1957, la Comisión Nacional de Energía Atómica conformó un equipo para construir el que sería el primer reactor experimental de América Latina. Entre sus integrantes había hombres y mujeres, la mayoría surgidos del primer curso de reactores que se dictó en la institución.
Trabajaron a la par, con roles repartidos en función de sus conocimientos y capacidades. De esta manera, el mismo proyecto que sentó las bases de la soberanía nuclear argentina, también fue una muestra de lo que significa la igualdad de género.
Las mujeres eran minoría en ese equipo. Pero hasta hace muy poco, ocupaban apenas el 35% de los puestos de trabajo en la CNEA y solamente un 20% de las áreas técnicas.
El organismo, que este 8 de marzo se suma a la conmemoración del Día de la Mujer, impulsa una política para cambiar esa situación, incentivar la participación de las mujeres, alcanzar la equidad de género y quebrar el techo de cristal que durante años impidió el acceso femenino a los cargos jerárquicos.
“Cuando asumí no había ninguna mujer al frente de ninguna de las gerencias de la CNEA. Hoy ya tenemos casi equidad de género: pasamos de 0 a casi un 45% de mujeres a cargo”, cuenta la doctora en Física Adriana Serquis, que en junio de 2021 se convirtió en la tercera mujer presidenta de la CNEA.
Creada en 1950, la Comisión tuvo su primera mujer en la presidencia recién 37 años después: la física Emma Pérez Ferreira, quien se hizo cargo del organismo entre 1987 y 1989. La segunda fue la licenciada en Química Norma Boero, entre 2007 y 2016.
En 2023, todavía hay mucho por hacer. “Estamos dándole institucionalidad a una tarea que se empezó hace tiempo, dándole un apoyo a los movimientos de mujeres y colectivos de diversidades que están tratando de lograr una mayor representación en las posiciones de decisión, pero también en el día a día. Buscamos tener mayor equidad en la participación en temas técnicos y, también, evitar la violencia de género, que está presente con todas sus sutilezas como en el resto de la sociedad”, afirma Serquis.
Para eso, explica, se creó el Departamento de Mujeres, Género, Diversidades e Inclusión Laboral dentro de Recursos Humanos, junto al que actualmente se trabaja para la aprobación de un protocolo de intervención institucional para casos de violencia de género, acoso o discriminación.
Las pioneras de la energía nuclear y sus aplicaciones
En 1951, el químico alemán Walter Seelmann-Eggebert fue contratado por CNEA para crear una división de Radioquímica en la que brillarían las mujeres. Entre ellas, la física Ilse Franz y las químicas Josefina Rodríguez, Sonia Nassiff, María Cristina Palcos, Sara Abecasis y Maela Viirsoo, quien se sumó en 1961. La tarea de este grupo fue fundamental para el desarrollo de radioisótopos en la Argentina.
“Había siempre un trato directo y personal. Éramos todos muy jóvenes y nos tratábamos como iguales. Además, la mayoría éramos mujeres”, cuenta la doctora en Química Maela Virsoo, profesora e investigadora especializada en radioisótopos de la CNEA y fundadora de Women in Nuclear (WIN) Argentina. Tiene 85 años y está retirada, pero durante la entrevista en la que recuerda aquellos tiempos luce orgullosamente su guardapolvo de investigadora. Ella descubrió dos de los 20 radioisótopos identificados por su División.
Nacida en Estonia en 1937, Maela emigró con su familia durante la 2° Guerra Mundial, en 1944, y vivió en Finlandia y en Suecia. Ya en la Argentina, se radicaron en Tucumán, donde ella estudió en la Universidad Nacional de esa provincia. Su padre, ingeniero agrónomo, era docente universitario. En su hogar no había otra opción: ella también sería profesional.
“La Asociación de Mujeres Universitarias de Estonia, de la que formo parte, existe desde 1911 y la de hombres, desde 1860. Son tradiciones de la Edad Media”, dice Maela, que descree de que exista una diferencia intelectual entre los géneros. “Todo tiene que depender de la persona, de su capacidad y de su experiencia, más allá de su género. Por eso tampoco estoy de acuerdo con el cupo femenino”, opina.
En el equipo que construyó el RA-1, el primer reactor nuclear de América Latina que aún funciona en el Centro Atómico Constituyentes, también se destacaron las mujeres. Clara Mattei y Elda Pezzoni hicieron los cálculos de la configuración del núcleo del Reactor. Velia Hoffmann supervisó y trabajó en el desarrollo del blindaje de hormigón. Además, participaron Vera Vininski y María Delfina Bovisio.
“Mi mamá tenía 24 años y era la única ingeniera civil del grupo, que estaba a cargo de Fidel Alsina. Los operarios la respetaban porque se ponía el mameluco igual que ellos para hacer la dirección de la obra. Para mí era normal que mi mamá fuera ingeniera. Estudió esa carrera porque mi abuelo trabajaba en la Dirección de Obras Públicas y ella siempre lo acompañaba a las obras”, cuenta Mariana Geiger, la hija de Velia Hoffmann y del ingeniero Miguel Alberto Geiger, quien también trabajó en la construcción del RA-1. “El matrimonio atómico”, los bautizó la revista Vea y Lea por aquellos años.
Velia falleció en 2021. Pero dejó un escrito sobre su experiencia al frente del laboratorio que desarrolló hormigones de alta densidad para las paredes de protección contra las radiaciones del RA-1. Su taller estaba en un galpón en el predio de General Paz y Constituyentes. “Estábamos todos muy entusiasmados y poniendo el mayor empeño en pos del objetivo de lograr nuestro primer reactor nuclear. El avance de su diseño y el de la construcción de sus componentes no daba tiempo a pensar en otra cosa. Éramos un grupo de profesionales muy jóvenes, trabajando muchas horas, en el tramo final hasta de noche, en ese descampado”, relata.
También cuenta que dormía en un catre que había llevado al laboratorio y que, como no tenían baños, les prestaban los del taller mecánico que había en el mismo predio. “A mí me dieron la llave del privado del jefe del taller”, recuerda.
“Mi mamá me contó que en el proyecto no se hacían diferencias por sexo, sino por capacidad. Cada uno tenía un rol a cumplir y se sabía que tenía la capacidad para hacerlo. Era un trabajo en equipo. No tuvo un techo de cristal en CNEA, aunque sí lo tuvo cuando trabajó para una empresa privada. Ella pensaba que no debía haber diferencias por una cuestión de género”, enfatiza Mariana.
El 20 de enero de 1958, día de la inauguración oficial del RA-1, Velia se sentó en la consola y le indicó al entonces presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu cuándo accionar el botón para que el reactor alcanzara criticidad.
Detrás suyo estaba su esposo, Miguel Geiger. En el diario Noticias Gráficas salió una foto de ese momento en el que decían que ella era una operadora y él un ingeniero. “Esa nota causó malestar en mi casa, por su machismo –dice Mariana‒. Mamá también era ingeniera”.
“Gracias a todas esas pioneras siempre hubo un montón de capacidades aportadas por mujeres en CNEA. Pero con el paso de los años, por alguna razón se fueron invisibilizando”, evalúa Serquis. “Me parece importante darle impulso y visibilidad a las mujeres capaces que vienen haciendo su tarea en forma invisible”, concluye.
Las nuevas generaciones de mujeres de CNEA
Dentro del nuevo organigrama hay gerencias de área a cargo de mujeres. Una de ellas es la de Producción de Radioisótopos y Aplicaciones de la Radiación, encabezada por Natalia Stankevicius, quien es egresada de Aplicaciones Nucleares del Instituto Beninson.
Con 14 años de trabajo en la CNEA y conocimiento de los desafíos a enfrentar liderando grupos de trabajo, lo primero que se planteó al asumir fue cambiar ciertos roles prefijados por género. “En fisión o en la planta de producción de radioisótopos no había operadoras, a pesar de que había mujeres con capacidades para entrenarse para ese puesto”, señala. “En el imaginario estaba que una mujer no iba a tener fuerza para manejar los telemanipuladores, que son los brazos robóticos. Hoy tenemos operadoras, jefas de proceso, una jefa de instalación de la planta y una subgerenta. Y las mujeres tenemos mayor participación en la visión estratégica y en la toma de decisiones”, dice Natalia.
En el medio hubo que acondicionar las instalaciones de la planta, como los baños, porque habían sido diseñados sólo para hombres. “Ante un evento de seguridad, las mujeres no tenían duchas y tenían que usar las del baño de hombres”, cuenta Natalia.
¿Qué es lo que falta? “Para mí hay que avanzar con respecto a la cultura organizacional, fortalecer una cultura de respeto, en condiciones seguras y vinculada con la perspectiva de género. Tener buenas condiciones laborales nos permite trabajar en forma segura y eso no se puede si no confío en mi compañero o si mi compañera no se va a animar a expresar su idea. Cómo nos tratamos forma parte de la cultura de la seguridad”.