El investigador, primer latinoamericano que gana los 660.000 euros del Premio Abel, desnuda las interacciones entre sólidos y líquidos, abriendo nuevas puertas a la medicina, la automoción e incluso el conocimiento del universo
El matemático argentino Luis Caffarelli, bonaerense de 74 años, se queda absorto al hablar de un vaso con hielo. Al derretirse los cubitos, explica entusiasmado, sus aristas se van redondeando, creándose poco a poco un nuevo mundo en esa frontera entre el sólido y el líquido, un enrevesado universo con energías y geometrías cambiantes. Caffarelli lleva más de cuatro décadas sumergido en ese tipo de microcosmos y ha logrado describirlos matemáticamente, cada vez con mayor precisión. Este miércoles ha ganado por ello el Premio Abel, considerado el Nobel de las matemáticas y dotado con 7,5 millones de coronas noruegas (660.000 euros).
“No puedes alcanzar la verdad, pero por lo menos puedes acercarte a ella, a la complejidad de la realidad”, señala por videoconferencia desde su casa en la ciudad estadounidense de Austin, donde investiga desde hace un cuarto de siglo en la Universidad de Texas. La Academia Noruega de Ciencias y Letras, que concede el galardón, ha destacado sus resultados “técnicamente virtuosos”, sobre todo en los llamados problemas de frontera libre, como esos modelos matemáticos de lo que ocurre en la superficie de contacto entre el agua y el hielo, o en una aleación de diferentes metales fundidos que se solidifican a distinto ritmo. Caffarelli también ha brillado al profundizar en las ecuaciones de Navier-Stokes, que describen desde 1845 el flujo de un fluido viscoso, como el aceite. Las aplicaciones de su trabajo son incalculables: el análisis de la circulación sanguínea de una persona, la predicción del movimiento del petróleo, la fabricación del motor de un automóvil, las matemáticas financieras, el perfeccionamiento de los modelos fundamentales que explican el universo.
Caffarelli se doctoró en la Universidad de Buenos Aires en 1972 y enseguida emigró con una beca a Estados Unidos, pasando una década en el mítico Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en el que recaló el físico alemán Albert Einstein huyendo de los nazis. “Las matemáticas vinculadas a la física son las más interesantes. Yo no soy muy partidario de hacer investigaciones superabstractas, que solo puedan entender media docena de matemáticos”, opina el argentino, muy vinculado a España y miembro del comité científico asesor del Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT), en Madrid.
El investigador impulsó una exitosa escuela de verano de matemáticas junto a Ernest Luch
El investigador recuerda que su primera visita a la capital española fue en 1984, en plena explosión contracultural tras el franquismo, aunque sus intereses eran otros. “La movida madrileña no era tan importante como la comida madrileña”, bromea. Caffarelli desnudó las interacciones entre sólidos y líquidos con ayuda de colegas españoles, como Antonio Córdoba, Ireneo Peral, Juan Luis Vázquez y Fernando Soria. Córdoba, exdirector del ICMAT, califica de “clásicas y revolucionarias” las contribuciones del argentino en el campo de las ecuaciones en derivadas parciales, unas herramientas empleadas en la descripción matemática del mundo físico protagonista de la vida diaria, como los fluidos en movimiento. El bonaerense es el primer latinoamericano que gana el Premio Abel, un galardón establecido en 2002 por el Gobierno noruego para cubrir el vacío matemático de los Nobel.
Caffarelli y Córdoba coincidieron en Princeton con otro español, el economista Ernest Lluch, padre de la sanidad pública universal en España —como ministro en el primer Gobierno socialista— y rector entonces de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Los tres idearon una exitosa escuela de verano de matemáticas en el Palacio de la Magdalena de Santander, que terminó cuando la banda terrorista ETA asesinó de dos tiros en la cabeza a Ernest Lluch, en el garaje de su casa, el 21 de noviembre de 2000. Córdoba recuerda que Caffarelli llegó a comprarse una parcela en la sierra madrileña, en Soto del Real, para construir una casa junto a su esposa, la también brillante matemática Irene Martínez Gamba. Finalmente, la pareja se quedó en Estados Unidos.
El investigador argentino recuerda con nostalgia aquella época. “Madrid fue, científicamente, uno de los lugares más interesantes, quizás porque era una combinación de hacer matemáticas y la vida muy amable que teníamos entre nosotros. Hablar la misma lengua hacía mucho más fácil tener discusiones científicas profundas”, rememora. Caffarelli ha pasado trimestres enteros en la capital desde los años ochenta, en estancias de investigación en la Universidad Autónoma de Madrid, pero nunca acabó con un vaso con hielo tras sus jornadas matemáticas. “Si uno quiere beber, en España se toma buen vino”, comenta entre risas.