La central nuclear Atucha II sigue fuera de servicio desde Enero de 2022, pero ya se definió cómo se va a reparar, y las herramientas para ello fueron diseñadas, construidas y se ponen a prueba en un enorme simulador físico por la constructora y operadora estatal NA-SA (Nucleoeléctrica Argentina SA).
La tarea real tendrá lugar en junio, durará menos de un día y cerrará cuentas en U$ 20 millones. El diseñador de la máquina, la multinacional SIEMENS, pedía U$ 400 millones y de 2 a 4 años por la tarea.
Esta máquina produce el 3% de la electricidad del Sistema Argentino de Interconexión por U$ 787.000 diarios. Y vuelve al ruedo entre Julio y Agosto.
Lo que hay que arreglar es un desperfecto simple en un sitio complejo: el “plenum”, que alimenta de refrigerante el núcleo de la central. Está en la parte más profunda de un recipiente de presión de 670 toneladas, de acero al cromo-níquel-molibdeno forjado, con paredes de 28 cm. de grosor.
Hasta 2007 el recipiente de Atucha II fue el mayor del mundo. Se lo diseñó para no ser abierto jamás durante 30 años operativos continuos, o sólo cuando la central tuviera que ir a decomisión. Si hubiera un campeonato mundial de sitios inaccesibles por lo recónditos y radioactivos, el plenum de Atucha II probablemente sacaría algún premio.
Como ya sucedió en 1988 ante un desperfecto de internos en la primera Atucha, se consultó ante todo con el fabricante, SIEMENS. Su respuesta casi automática, en el caso actual fue de este tipo y tenor:
Unsere Lieben Argentos: Primero destapamos el recipiente de presión y desmontamos los centenares de componentes del interior (muy radioactivos), pieza a pieza. Ahí van U$ 400 millones, para empezar. Gastos adicionales emergentes de gestión, radioprotección y obviamente la fabricación de nuevos componentes, se facturan aparte, porque fija que al sacar tantas cosas y tan apretadas, algunas se rompen, Verwünschung! Esto tomaría dos años, aunque… (aquí, largo suspiro nibelungo) ¿Cómo saber que nos vamos a encontrar cuando destapemos el recipiente de presión, hein? Y Uds pagan el lucro cesante, Das ist klar?
Como aquí nadie se creyó que desarmar semejante Tetris de metales activados tomara sólo dos años, y cada mes de operaciones de Atucha II reemplaza la importación de un barco metanero grande, de esos con 56 millones de m3 de gas natural licuado, y como desde que hubo que parar la central ya vamos por el quinto barco y contando, la respuesta de NA-SA fue un cortés “No, gracias”.
No hubo otras comunicaciones notables con la multinacional. Tras dejarnos en la estacada con la rotura de Atucha I en medio de los apagones de 1988, y además interferir su reparación por su entonces propietaria y operadora, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), SIEMENS perdió todo su prestigio y poder sobre el Programa Nuclear Argentino. Que eran enormes.
Perdió más cosas. Tras 24 años de desnuclearización de toda la República Federal Alemana, en Argentina sabemos más que ellos de fierros atómicos, incluso de los que nos vendieron: se han ido quedando sin recursos humanos en ingeniería nuclear. Marketineros todavía tienen, se ve. Como dijo otro alemán, Karl Marx: “La Historia ocurre dos veces: la primera como una tragedia, y la segunda como una farsa”.
La reparación “fatta in casa” hecha por NA-SA costará al 20 veces menos y durará un día. Desde que se tuvo el diagnóstico de qué había pasado en los internos de la central, NA-SA podría haber dejado la central lista para puesta en marcha en un par de semanas, pero hubo y hay que licenciar el diagnóstico, y cada procedimiento y herramienta «curativas» ante la ARN (Autoridad Regulatoria Nuclear), antes de meterle mano.
La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en 1988 era dueña y operadora de Atucha I. Cuando aquel año se rompieron algunos internos del reactor de esa centralita bonaerense, la CNEA rechazó con mucho más conflictos de pasillo otra propuesta de reparación de SIEMENS, también a recipiente de presión abierto.
Se tardó meses en acordar -con bastante asombro- que el abordaje de la SIEMENS no era sólo absurdamente complicado, sino también un robo. Y se tardó 2 años en entender que en realidad SIEMENS quería irse de la sociedad con CNEA en particular, y del negocio nuclear en general, y además en todo el mundo, incluida la República Federal Alemana. Pero de aquí quería irse con plata.
En remplazo de la propuesta germana, la CNEA tuvo que inventar una cirugía a recipiente cerrado y con herramientas a telecomando, diseñadas ex-profeso para aquella tarea. Resulta algo parecido a lo que se va a hacer hoy en Atucha II, pero el problema de internos hoy es distinto y más simple, y el de 1988 fue mucho más extenso y complejo. Lo cierto es que aquel año jamás se había intentado siquiera nada por el estilo en ninguna central nuclear del mundo. Hubo que hacer magia, sacar conejos de la galera.
Aquella propuesta de SIEMENS de 1988 fue de U$ 200 millones y suponía parar la central al menos 2 años, que podía fácilmente volverse el doble o el triple, por el tamaño, la complejidad y novedad de la tarea.
La reparación “a la criolla” costó U$ 17 millones y se hizo en 9 lentos meses, con el país sumido en apagones. Los 9 anteriores se habían malgastado en intentos de una propuesta más amigable y/o razonable con la firma alemana, a la sazón socia principal y estratégica del Programa Nuclear Argentino.
Con aquella reparación que SIEMENS llamó “imposible”, adjetivo repetido una y otra vez por nuestros insobornables multimedios, el país ahorró U$ 183 millones de entonces. A valor actualizado de hoy serían U$ 480 millones. Eso, sin contar los apagones.
Frente a la inesperada reacción independientista de la CNEA y no sin ayuda de otra multinacional, Greenpeace, SIEMENS prendió el ventilador: lanzó una campaña mediática de terror advirtiendo a toda cadena, pasquín, provincia, municipio o político al uso sobre un posible Chernobyl bonaerense, y se fue de la CNEA con ese portazo. Haben Sie eine gute Reise!
Chernobyl, tu abuela. Una vez vuelta al ruedo, en 2000, Atucha I no sólo no volvió a dar problemas: más bien fue mejorando en todo. Pasó de unas 20 salidas no programadas de servicio por año a casi ninguna. La disponibilidad subió del 71% al actual 89%, la potencia pasó de 320 a 357 MWe, y el nuevo combustible “Pilcaniyeu”, ligerísimamente enriquecido, dura un 80% más que el original.
También perdimos un mal socio. Eso no tiene precio.
¿Qué se rompió ahora, y por qué y cómo?
La pieza que se rompió en la segunda y mayor Atucha es un separador, uno de cuatro idénticos, ubicados todo en el fondo más profundo del recipiente de presión, el “plenum”.
Éste “plenum” es un tanque de refrigerante: tiene como fondo un piso de bloques de acero de varias toneladas encastrados entre sí con precisión milimétrica y un techo muy bajo, el fondo del tanque del moderador. Pese a su tamaño avaro, por el plenum circula, rugiente, un caudal de refrigerante de 10,3 toneladas por segundo.
El moderador y el refrigerante son lo mismo, agua pesada o D20, formada por un átomo de oxígeno y dos no de hidrógeno sino de deuterio. Pero en una u otra función, el agua pesada debe estar a presiones y temperaturas distintas y circular por circuitos distintos. Y estos deben estar incomunicados entre sí.
Los separadores tienen forma de disco, son de acero inoxidable, pesan unos 15 kilos y en realidad no separan nada de nada. Deberían hacerlo en caso de derrumbarse el tanque del moderador, para evitar que éste quede apoyado en el piso del recipiente de presión.
Si lo hiciera, anularía el plenum como cavidad de circulación. Nadie quiere que eso suceda: desde el plenum asciende el refrigerante por 451 canales, brutamente impelido por dos bombas de tan bárbara potencia que gastan casi 10 megavatios eléctricos.
Esta catarata inversa, ascendente y entubada enfría las 85 toneladas de combustibles, arrastrando 2160 megavatios de potencia térmica lejos, hacia los generadores de vapor. Sin esta refrigeración forzada, en la cual el agua pesada sale entra al núcleo desde abajo a 280º C y sale por arriba a 320º C, las barras de zircaloy y pastillas de cerámica de uranio acumularían calor hasta el “meltdown”, se derretirían, y la anónima Atucha II estaría saliendo en este mismo medio y en todo el mundo, pero por las causas equivocadas.
Me adelanto a la pregunta: el D20, que es química y físicamente muy parecido al agua, en su rol de refrigerante no hierve. Nadie quiere burbujas en el circuito de refrigeración: no enfrían. Y el refrigerante no hierve porque está sometido a una presión muy bestia, de 115 atmósferas: es 50 veces la del aire en el neumático de un Volkwagen Vento, por dar un ejemplo banal pero de lo más teutón.
Ahora Ud. acaba de entender por qué nuestras centrales clasifican como PHWR, Pressured Heavy Water Reactors, que forman más o menos el 11% del parque nuclear mundial. Las de uranio enriquecido, que usan agua natural, son muchas más y no llevan H: se las llama PWR, Pressured Water Reactors.
Me adelanto a otra pregunta: el enfriamiento del núcleo nunca estuvo en peligro: el separador llegó a obturar un 80% del canal refrigerante AD13, pero hay 450 canales más. Se bajó la potencia de la central al 60% mientras se hacía un diagnóstico, y se aprovechó una parada total obligatoria no planificada (la turbina estaba vibrando) para terminar de entender el problema y encarar. Esto es industria nuclear. No se opera con fierros sueltos en el núcleo del reactor, punto.
Sin embargo, volviendo a nuestro plenum, los cuatro separadores podrían eliminarse sin dramas. En condiciones normales no están hombreando ninguna carga. Son esas redundancias de redundancias en la que abunda la seguridad nuclear, y máxime si es alemana.
Los separadores Atucha II los heredó pasivamente del diseño de Atucha I, donde tampoco sirven para un comino, pero como jamás causaron problema alguno, quedaron. Era más vueltero y caro licenciar la modificación en planos antes las autoridades regulatorias que dejarlos como estaban.
Y es que para un regulador obsesivo (y su trabajo es serlo), lo redundante en seguridad es inherentemente BUENO. Si las defensas ante accidentes se escalonan en profundidad, cuánto más escalones, mejor. Si sugerís eliminar un escalón para simplificar la ingeniería y el regulador te mira muy fijo, es porque lo que se va a complicar es tu vida.
Para dar una idea: Atucha I tenía 3 grupos generadores diésel de “back-up” para garantizar que las bombas de refrigeración funcionaran aún en caso de apagón de la red, el entonces llamado Sistema Nacional Interconectado. El primer diésel entra en acción si se cae la red. El segundo, suple la red y el primer diésel. El tercero, la red y los diésel número 1 y 2.
Pese a que la probabilidad de que se caigan simultáneamente la red y además tres bombas de back-up es estadísticamente despreciable, la filosofía regulatoria es que a más escalones en una línea de defensa, mejor. Por eso Atucha II nació no con 3 sino con 4 generadores diésel.
Y ojo, esto se determinó en 1980, 6 años antes del accidente de Chernobyl, 21 antes del de Fukushima, y porque a los germanos les gusta que sobre y no que falte. El OIEA terminó recomendando esto de cuatro generadores de back-up escalonados en profundidad recién en 2012.
El mundo regulatorio nuclear adora la redundancia. La CNEA tenía incluso 2 oficinas regulatorias internas redundantes, el Comité de Licenciamiento, o CALIN y la Gerencia de Radioprotección, que controlaban ambas a la CNEA y cada una a la otra.
¿Por qué los separadores no llevan carga alguna, y no la llevarán jamás? Para caerse y obturar el plenum, el tanque del moderador debería soltarse de unas estructuras superiores que lo mantienen levantado, a la altura de los caños que salen desde el recipiente de presión hacia los generadores de vapor. Son estructuras enormes. No es imposible que se rompan o desprendan, pero antes probablemente se congele el infierno. «No hay terremoto que pueda romper esos soportes”, dice el Dr. Jorge Sidelnik, vicepresidente de NA-SA.
En realidad, tampoco alcanzó con misiles antibuque. Me refiero a los Exocet AM39 que en Malvinas hundieron el destructor británico HMS Sheffield y la conteinera STUFT Atlantic Conveyor, y de despedida sacaron de servicio al portaaviones HMS Invincible hasta el fin de la guerra.
El Ing. Abel González en los ’80 fue codiseñador y constructor inicial de Atucha II, y hoy es uno de los dos mayores expertos en radioprotección del mundo, como testifica su premio Sievert (el equivalente al Nobel en su disciplina). BTW, tenemos 3 Sieverts, 1 más que EEUU y 2 más que cualquier otro país nuclear, la radioprotección y los centrodelanteros son la verdadera salsa criolla.
González me recordó por teléfono, desde Viena, que las cúpulas de los edificios de contención de SIEMENS, como el de Atucha II, bajo su cascarón de hormigón ultradenso tienen un “liner” esférico interno de acero Aldur de 3,5 cm. “Todas esas corazas sobre corazas se bancaron no sólo un misil transónico con 160 kg. de carga explosiva, Arias. Se bancaron dos, y sin siquiera dejarlos penetrar”, me dijo.
Efectivamente, el 17 de Noviembre de 1987 durante la guerra entre Irak e Irán, la aviación iraquí misileó dos veces la central nuclear iraní de Bushehr, entonces en obra. Saddam Hussein, a la sazón con apoyo unánime de la OTAN, se permitía esas cabronadas sin rechiflas de prensa desde Occidente.
Bushehr tiene aún esa misma cúpula semiesférica, tan identificatoria de nuestras dos centrales sobre el Paraná de las Palmas. Atacar Bushehr a don Saddam le sirvió tanto como tirarle huevos a un acorazado: el diseño alemán es wagneriano. Sus centrales son superproducciones caras, pero en materia de seguridad, dormís sin frazada.
Las Atuchas SON bichos raros en otros sentidos, máquinas únicas en el mundo, pero cada una tan a su modo que la primera, hoy de 357 MWe, no puede considerarse prototipo de la segunda, de 745 MWe. Atucha II se parecerá lo que quieras a Atucha I pero no es «un Atuchón», una copia grandota de su predecesora.
Si faltaba explicarlo, en este brete de Atucha II se operará con herramientas telecomandadas. Son, enumerando, una sopapa inmovilizadora para capturar el separador, un especie de «cama quirúrgica» retráctil, una pinza, luces fortísimas, cámaras de video, una soldadora, una aspiradora y una máquina de corte, pero todo a través de tubos de 10,5 cm. de ancho, en la oscuridad, en un espacio minúsculo y radioactivo, y desde 16 metros de profundidad.
El separador suelto se extraerá por un tubo refrigerante cortado en tres pedazos, y los otros tres recibirán cuatro puntos de soldadura cada uno, como para soportar décadas de violentísima corriente de refrigerante sin vibrar ni desprenderse. Sumando, esto es como operar un aneurisma cerebral a cráneo cerrado… pero por un caño minúsculo, mediante video, con el paciente bajo agua, y desde un sexto piso. Y sin embargo, en comparación con las reparaciones mucho más extensas y complejas que mereció Atucha I entre 1988 -y quedó joya-, esto es coser y cantar.
Que ambas Atuchas sean más raras que dos perros verdes y de yapa, cada una un prototipo único, tiene causas históricas muy ajenas a la ingeniería y a la voluntad argentina. Son las mismas que nos volvieron el país pionero y probablemente más experto del mundo en remediar rupturas en sitios inaccesibles de recipientes de presión nucleares. No por ganas, sino porque, como dicen en Mondoñedo: «Por fuerza, ahorcan».
Y aunque eso se aparte un poco del periodismo y entre en la historia geopolítica del siglo XX, no hay otro modo de entender semejante suma de rarezas como las nuestras.
Los linajes que no fueron
Ninguna de las dos Atuchas logró ser una FOAK, una «First of a Kind», la iniciadora de un linaje de clones o casi clones. Sin embargo, ésa había sido la intención de la CNEA al evaluar los diseños, su construcción “en flota” y además su exportación.
Ganas de fundar linaje, la hubo siempre. Por caso, el ARGOS, una versión optimizada y potenciada de Atucha I, se estaba mostrando en planos en 1987 en los países del África Mediterránea, y también los del África Oriental.
Abel González, que pasa más su vida en aviones que un tenista del Grand Slam, aquel 1987 se bajó en Ezeiza restregándose las manos de contento. El Argos había levantado varios pedidos de cotización: el año anterior, con el desastre de Chernobyl, el mundo se había enterado, entre otras cosas, de que los edificios de contención son indispensables. Eso, porque las centrales RBMK soviéticas, como Chernobyl 4 jamás tuvieron ninguno.
Pero aquel mismo año ’87, como se dijo, Saddam había estado misileando Bushehr, con idéntica contención que Atucha I, y al cuete. Entre los soviéticos y los iraquíes, mejor propaganda a favor del ARGOS no podíamos haber tenido.
El oferente fue ENACE, Empresa Nuclear de Centrales Eléctricas, una “joint venture” de la CNEA donde SIEMENS tenía el 25% de las acciones. El gerente general era el mentado González, ya entonces un peso pesado mundial en radioprotección, y dueño de una porra engominada, famosa y renegrida.
Lo que hacía doblemente tentador al ARGOS en los países árabes sin petróleo era quemar uranio natural moderado con agua pesada. Este combo te habilita a corte de manga estilo fantasía, dedicado al club de los países que enriquecen uranio a grado central y a gran escala, y que vienen a ser… caramba, los del G7.
Lo cierto es que todavía hoy esos buenos muchachos te pueden armar un boicot de uranio enriquecido si no les firmás tal o cual declaración o no les concesionás este yacimiento o aquellas minas. El uranio natural te exime así de aprietes que, si sos dueño de muchos megavatios nucleares que consuman uranio enriquecido a entre el 3 y el 5% y te negás a firmar, pueden dejarte a millones de tus compatriotas en apagón.
Hay giles que todavía sostienen que el uranio enriquecido es un commodity de libre venta, incluso en esta Argentina que en 1981 se ligó un boicot de enriquecido por parte de EEUU, y que salió carísimo. Por algo aquí, tras una discusión bastante picante que duró años en la CNEA y se saldó en 1967 pero dejó heridos, las centrales nucleares argentina en línea queman uranio natural. Decisión desconfiada, ortiva y fundacional. Gracias, Jorge Sabato, allí adonde estés.
Como argumento de ventas, la prosapia del ARGOS en 1987 era Atucha I, con 13 años de operaciones, excelente por foja de seguridad y buena disponibilidad. Pero ENACE enfrentaba la terrible competencia mundial de las centrales CANDU canadienses, también de uranio natural y agua pesada, comparables por lo seguras y robustas, pero un 50% más baratas por más sencillas.
Las CANDU no tienen recipiente de presión, esa temible cacerola de aleaciones forjadas que puede representar hasta el 30 o 40% del costo de la máquina. Lo sustituyen por centenares de caños de presión, algo al alcance de la industria metalúrgica de casi todo país de mediano desarrollo. Por haber empezado antes y su trato directo y libre de complicaciones, en el llamado Tercer Mundo los canucks jugaban de locales y tenían los números y la tribuna a su favor.
Las CANDU las vendía una firma estatal, la AECL, o Atomic Energy Commission of Canada, Ltd. Y los problemas no los dio la tecnología, en absoluto, ni siquiera la firma en sí, sino -rompiendo sus tradiciones- el estado canadiense, que hasta entonces mantenía cierta distancia diplomática respecto de su gigantesco vecino al Sur del paralelo 49 Norte.
Desde el 21 de mayo de 1974, cuando la India detonó sorpresivamente su primera bomba atómica, la política externa canadiense empezó a ser teledirigida por el State Department de los EEUU. El canciller Henry Kissinger le echó la culpa del bombazo indio a Canadá y se decidió a destruir el floreciente negocio de exportación de centrales de su vecino. Era un verso justificatorio: Canadá no sólo le estaba robando exportaciones a lo grande, sino desordenándole el gallinero diplomático mundial.
No es por darle razón a ese centenario sátrapa de Kissinger, pero las centrales a uranio natural y agua pesada podrían servir (teóricamente) como “production facilities”, es decir para irradiar uranio 238 y transformarlo en plutonio 239. Ése es el material físil más lógico, barato y eficiente para hacer bombas atómicas implosivas, tipo “Fat Man” (la de Nagasaki). Pero los reactores plutonígenos tipo sólo fabrican plutonio, no electricidad, son baratos, berretas y tan destripados de seguridad que (dicho por González en 1987) “el personal se irradia hasta las pelotas”.
Las CANDU, sus muchas imitaciones indias y las dos Atuchas, las únicas centrales de uranio natural y agua pesada del mundo, son imprácticas para cocinar plutonio, tanto como puede serlo una locomotora para hacer compras de supermercado. Pero más inútiles son por los papeles acompañantes: sólo se venden bajo salvaguardias del OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas).
Con la máquina, te compras decenas de controles anuales sorpresa, hechos por una fuerza internacional de expertos que tocan timbre sin avisar y no dejan puerta sin abrir. Inspeccionan no sólo de tu central sino también de todo material que entra y sale de la misma.
Además, ésta ya arrancó monitoreada por cámaras y sensores de todo tipo intocables, controlado todo en tiempo real desde la sede del OIEA en Viena. Todas las exportaciones nucleares internacionales, incluidas las de combustible, están sujetas a similares salvaguardias.
Lo único no inspeccionable según la ley fundamental del OIEA, que es el Tratado de No Proliferación o TNP, son las instalaciones nucleares desarrolladas por cada país con componentes 100% nacionales. Alcanza con un tornillo importado añadido zainamente a la lista de “artículos proliferantes” para que una central entera, con millones de otros componentes, quede bajo salvaguardias. Son las llamadas “salvaguardias pegajosas”.
El otro “sancta sanctorum” libre de inspector y salvaguardias son las instalaciones, sean civiles o militares de los países garantes del Tratado. Que vienen a ser… caramba, EEUU, el Reino Unido, China y Rusia. Los mismos que redactan la pegajosa lista de artículos proliferantes. Y también los mismos propietarios de casi todo el parque de armamento nuclear, alrededor de 12.500 cabezas explosivas, y contando. Algo no estaría funcionando en el TNP, al parecer.
En lo que se refiere a nosotros, no importa cuán santas e inobjetables sean las centrales de uranio natural y agua pesada que te hayas comprado, las sacudís y caen inspectores del OIEA. Esos vienen «de fábrica», como los fantasmas en los castillos escoceses. Nunca te van a servir para hacer plutonio militar.
Pero porque su combustible está hecho de pastillas cerámicas de uranio natural, con la misma composición isotópica con que éste salió de la mina, al menos te ponen a salvo del “dame tu petróleo, tu cobalto, tus fosfatos o tu litio o no te entrego más enriquecido y te dejo a 7 millones de ñatos en apagón”. De esos aprietes bajo la mesa nadie se entera por lo mismo que rara vez se reportan las violaciones sexuales: el sistema está hecho para que la víctima se avergüence.
De moda que ante la carrera armamentista que desató la India con Pakistán, en 1974, Kissinger aprovechó para empezar el estrangulamiento de la AECL como firma rival de las yanquis Westinghouse, GE y Babcock & Wilcox. AECL no las dejaba exportar sus centrales, ya que en la oferta estadounidense las hay demasiado complicadas, las hay demasiado grandes, las hay demasiado malas, las hay demasiado caras, y las hay “demasiado todo junto”. Caso de tapa de libro, las 4 GE MK1 que se accidentaron en Fukushima.
Peor aún, AECL estorbaba las ventas de uranio enriquecido, que políticamente es como vender crack: genera dependencia energética y aprietes que, generalmente por victoriosos, nunca salen en los medios. Zbigniew Brzezinsky, cuya influencia sobre la política externa estadounidense fue mucho más brutal y duradera que la de Kissinger, perpetuó esta doctrina. Y continúa.
Entre 1974 y 2011, EEUU logró espantar con extorsiones a puerta cerrada a casi toda la clientela de la AECL, incluida la canadiense, y en 2011 logró hacer quebrar la firma. El canadiense de a pie no dio bola ni se enteró de que le acababan de robar su mayor y más exitosa firma tecnológica, pero en el edificio Harry Truman, del State Department, deben haber descorchado champagne. Discretamente.
¿Qué tipo de problemas nos dio AECL cuando cayó en posesión satánica del State Department? Al principio daba gusto trabajar con los canucks. Con el contrato recién firmado, la obra junto al embalse cordobés de Río Tercero en cimientos y primeros hormigonados, avanzaba a trancos. Pero promediando el ’74, los hasta entonces cordiales y colaborativos canadienses empezaron, al principio muy incómodos, a gruñir: “Firmá el TNP (Tratado de No Proliferación) o no te termino la central”.
Se tardó años en entender que no estaban jodiendo y no hubo exorcista que nos valiera: los canucks se habían vuelto irreconocibles y se fueron poniendo muy pesados: documentación técnica ya pagada y que, por contrato, debía facilitarse, no se entregaba; componentes que se atrasaban y la obra se paraba, etc.
Entre los canucks tropezando con sus nuevos grilletes y la hiperinflación argentina subsecuente al Rodrigazo, que en 1976 dejó a la CNEA sin plata, la obra avanzó a tumbos hasta 1978, cuando literalmente AECL desapareció de Córdoba. La CNEA tuvo que terminar Embalse sola con su alma, cosa que logró recién en 1984, con 4 años de atraso.
Y pese a todo, por su historial de seguridad y su disponibilidad del 91%, hoy Embalse es nuestra mejor central. Y eso se debe a que cuando se compró ya había muchas CANDU similares o idénticas en línea en varios países, y se les conocían las mañas a todas. Los canadienses le habían ido sacando defectos. Embalse nunca fue un prototipo.
En 1979, cuando se licitó Atucha II, AECL hizo el chiste de volver a presentarse, pero la CNEA obviamente le bajó el pulgar y compró la nueva Atucha a SIEMENS. Sin embargo, más de uno en la Dirección de Centrales Nucleares (DCN) de la CNEA propuso lo único obvio, lógico y audaz: construir una CANDU sin canadienses.
La única restricción contractual de la CNEA era que no podía exportar CANDUS, pero legalmente, podía alfombrar la Argentina con ellas, si quería, y, con o sin colaboración de AECL, se había agenciado de toda la documentación técnica para hacerlo.
Sin embargo, a esa altura de los ’70 ya había un considerable bando pro-alemán en la CNEA y el contralmirante Carlos Castro Madero, su presidente, prefirió ir a lo seguro: la SIEMENS había terminado Atucha I con un atraso mínimo por rediseño de combustibles. Pero la República Federal Alemana era un proveedor que se negaba a actuar como ventrílocuo de Kissinger o de Brzezinsky. Ergo, no te corría con el TNP.
Con el diario del lunes, fue un error.
Técnicamente, sólo en 1983, cuando la central se puso en marcha, se terminó por demostrar que la CNEA estaba en condiciones de hacer una CANDU sin ayuda, algo por lo que en 1979 no se aceptaban apuestas.
Pero tanto los «canduceros» como los «atucheros» de la CNEA no querían otra central nuclear: querían muchas, y nacionales, es decir querían otro país más industrial e independiente. Pese a que todas las compras se habían hecho bajo la modalidad “llave en mano”, la CNEA siempre pulseó tras bambalinas con los proveedores y logró que el 31% en valor de Atucha I viniera de industria nacional, y el 50% de Embalse. Y no hablamos poner obra civil local, es decir hormigón y ladrillos, hablamos de fierros complejos.
Lo que quiso siempre la CNEA fue construir una enorme y refinada red de proveedores locales metalúrgicos, metalmecánicos, electromecánicos, electrónicos e informáticos con calidad nuclear, y exportar centrales y componentes para centrales.
El verdadero negocio nuclear no es de electricidad: es de tecnología. Salvo que uno sea un perfecto idiota capaz de adquirir una central atómica como quien compra un auto, (y el TNP genera ese tipo de comprador-operador), la industria nuclear es industrializante. Jorge Sabato no quería simplemente electricidad nuclear: quería un país más culto, industrial, soberano y mejor.
ENACE fue un plan B que tampoco prosperó, pero no porque fuera imposible vender el ARGOS en nuestro mercado interno. En realidad y sin saberlo, ya tenemos uno. Y es que a fuerza de repotenciaciones, cambios de combustibles y otras mejoras, la pequeña Atucha I se transformó en un ARGOS: dejó de ser un prototipo. Por eso ya no da problemas. Hoy es una máquina mucho mejor que la que compramos en 1968.
Lo que pasó con ENACE es que la abandonó SIEMENS cuando se plegó a la onda antinuclear alemana, y como tiro de gracia la cerró el presidente Carlos Menem, quien de paso y cañazo le puso la firma al TNP. Fue el mayor intento diplomático de ponerle una lápida al Programa Nuclear. No lo lograron enterrar, pero hasta 2006 fue un zombi.
Las dos FOAK que son las Atuchas nunca pudieron generar prosapia. Las presiones de la OTAN para que Atucha II, empezada en 1981, quedara sin terminar, la atrasaron 27 años, sin que importara que, con la firma del TNP, hubiéramos pasado al bando de «los buenos chicos obedientes».
Nadie en la OTAN quiere que la Argentina mantenga su viejo Programa Nuclear independiente. Desde 1982 y vía endeudamiento, lograron prácticamente destruir la fabricación nacional de aviones, y ni hablar de la de armamento. Les molesta sobremanera que tengamos una industria de radares y satélites propios, y bastante vivaz. No somos confiables. Se acuerdan bien de los 6 barcos, o 7 según quién cuente la historia, que les hundimos en 1982.
Y en lo nuclear comercial, hacemos goles en tiempo de descuento. Perú, Argelia, Egipto, Australia, Brasil, Holanda y Arabia Saudita ya nos compraron reactores de INVAP, y habrá más clientes.
Desde la derrota de Malvinas, el átomo le viene quedando grande a nuestra clase política. No entienden su potencial de transformación industrial y social, aunque Argentina se haya vuelto el principal vendedor de reactores multipropósito del mundo. No valoran tampoco que Argentina sea el único país de la región con un desarrollo decente y federal de la medicina nuclear.
Es un problema haber tenido tantos gobiernos tan antinucleares, y en general al hilo: el de Raúl Alfonsín, ni hablar de los dos de Carlos Menem, ni el de Fernando De la Rúa, ni el de Mauricio Macri. Fueron expresiones de lo que el biólogo Marcelino Cereijido llamaba “una burguesía pretecnológica”, y que el ideólogo del Programa Nuclear, Jorge Sabato, llamó más escuetamente “una burguesía chanta”, dirigentes que no diferencian un tornillo de una tuerca y que en el átomo argentino sólo vieron y ven motivos de conflicto con la diplomacia de los EEUU.
No se salva nadie, o casi nadie. Sin los tremendos apagones que empezaron en 2003, no bien el PBI argentino volvió a crecer en un país donde Repsol había literalmente vaciado Loma de la Lata, Néstor Kirchner probablemente no habría dado la orden de terminar Atucha II. Lo hizo recién en 2006 y los insobornables multimedios la llamaron una obra faraónica, innecesaria y fundamentalmente imposible. Fácil no fue, pero Kirchner la sostuvo. Atucha II está en línea desde 2014, y todavía le estamos sacando las mañas. ¿Por qué? Porque es un prototipo.
Como demuestra esta rotura banal -pero cara- de Atucha II, no es bueno tener 2 prototipos sobre 3 centrales. Pero peor aún es tener sólo 3 centrales tras 73 años de energía nuclear, y que además sean todas distintas. Es en la construcción serial o «en flota» cuando un diseño muestra todas sus fortalezas y debilidades. La fabricación en serie sirve no sólo para bajar costos por escala, sino para ir podando y simplificando la ingeniería.
Los componentes más peliagudos de fabricar una CANDU Nac & Pop país habrían sido las bombas del circuito primario, la turbina de vapor y el generador eléctrico. Pero componentes CANDU aún más difíciles, al menos desde el punto de vista de ciencia de materiales, como los generadores de vapor, se resolvieron en 2015, cuando se “retubó” Embalse para darle 30 años más de extensión de vida. Los nuevos generadores de vapor los hizo Pescarmona, a la que se olvidaron de avisarle que eso era imposible.
Atucha I se compró en 1968 a KWU-SIEMENS a último momento, cuando estaba ya por adjudicarse a AECL. El canciller alemán llamó inesperadamente al contralmirante Oscar Quihillalt, entonces presidente de la CNEA, y la ofreció a U$ 101 millones, casi la mitad de la oferta canadiense. Y estaban tan desesperados los alemanes por subirse al Programa Nuclear Argentino, entonces el más dinámico del Tercer Mundo, que don Oscar se cebó con ellos y les pidió “la cajita feliz”.
Así las cosas, junto a Atucha I y por la misma plata, los alemanes nos regalaron -chirriando- un reactor académico, el RA-4 todavía en uso en la Universidad Nacional del Litoral. Los alemanes nunca fueron el plan A, e hicieron mal en olvidarse de ello, pero ya se deben haber olvidado de que se olvidaron. El propio Castro Madero, reactorista si los hubo, había llegado a pensar un plan para que a 1990 la Argentina llegara con 6 centrales CANDU, 5 de ellas clonadas de Embalse.
Cuando Castro Madero optó por ENACE, y prácticamente en términos de casorio con SIEMENS, la DCN (Dirección de Centrales Nucleares) de la CNEA no dejó nunca de gruñir su oposición, y no exactamente a puertas cerradas. El bando “canducero” en la CNEA era y sigue siendo considerable, y en NA-SA, ni te cuento.
Esto explica por qué construimos nuestro Programa Nuclear con máquinas con recipiente de presión que, para la Argentina, eran de plan B. Eso explica también lo especialistas que nos hemos vuelto en reparaciones creativas, más endoluminales que laparoscópicas, cuando algo se rompe dentro de uno de esos inmensos tachos acorazados.
Si a eso sumás la prohibición no declarada de la OTAN de que Argentina tuviera una industria nuclear independiente, y el modo en que esa prohibición se ejerció con presupuestos congelados, obras paradas y destrucción de los recursos humanos del Programa Nuclear a lo largo de 25 años que atravesaron 6 gobiernos elegidos por urnas, se entiende por qué el parque nucleoeléctrico argentino quedó congelado en 3 máquinas, como en 1980, y por qué son distintas entre sí al punto de usar cada una su propio tipo de elementos combustibles. Lo raro es que no hayamos tirado la toalla, que nos hayamos vuelto exportadores nucleares dominantes, aunque en un nicho de mercado.
Con menos palos en la rueda desde la Secretaría de Energía, ese club petrolero, y de un par de embajadas, nuestro país debería tener al menos un 30% de electricidad nuclear, no el actual 7%. Paradójicamente, estaría exportando más gas, porque 1000 MWe nucleares evitan la quema de 1600 millones de m3 de gas natural por año.
Pero además, una Argentina con bastante electricidad nuclear tendría una cadena industrial proveedora metalúrgica, metalmecánica, electromecánica, electrónica e informática, pero de una calificación como sólo la tiene la aeroespacial. Tendría también decenas de miles de puestos de trabajo registrados y bien pagos en todas esas firmas proveedoras, y a las mejores Universidades Nacionales y el CONICET vinculadas con la CNEA, NA-SA e INVAP a través de proyectos de distintos desarrollos.
Con un 30% de electricidad nuclear salida de fierros propios, viviríamos en un ecosistema industrial y educativo de mucha vivacidad y prestigio. Esto, en los ’80, parecía un camino inevitable. Volver a ese camino sería más que una reparación, sería una reconstrucción histórica. Y no del Programa Nuclear. Del país.
La supervivencia del Programa Nuclear fue desapareja y muy cuesta arriba. INVAP estuvo varias veces al borde de la quiebra, ignorada por el estado argentino y rescatada a último momento por una venta internacional. Pero las centrales nucleoeléctricas constituyen un mercado incomparablemente mayor que los reactores, en general de producción de radioisótopos. Uno requiere de radiofármacos unas pocas veces en la vida, pero prende la luz todos los días, y varias veces por día.
Más allá de si tendremos o no una central china Hualong-1 como cuarta central nuclear, la posición de AgendAR es que la única máquina de uranio enriquecido que nos interesa es la central compacta CAREM, hoy en construcción en fase prototipo de 32 MWe en vecindad de las Atuchas. Puede funcionar en sitios remotos y fuera de red, y probablemente tiene bastante futuro en ubicaciones costeras, desalinizando agua de mar. Pero su virtud principal es ser argentina, ergo exportable. Dólares que entran, no dólares que se van.
No nos morimos de ganas de que el Programa Nuclear pase a depender masivamente del uranio enriquecido. Salvo que volvamos a enriquecer uranio en una planta mucho mayor y más moderna que la de Pilcaniyeu, Río Negro, que pese a lo testimonial de su producción, 6 presidentes sumamente obedientes prefirieron mantener cerrada. No parece que vaya a ser fácil.
Y si logramos tener una planta de enriquecimiento de porte industrial, más vale que se use para garantizar exportaciones de los reactores de INVAP, o de las centralitas CAREM, sin que nos caigan con embargos de combustible a nosotros o a nuestros clientes. Esa película ya la vimos. El presidente Jimmy Carter hacía el rol protagónico.
La Argentina tendría que retomar el camino industrialista que se interrumpió en 1983: el de las centrales de uranio natural y tubos de presión, una CANDU pero sin canadienses, la máquina que el presidente de NA-SA, el Ing. Luis Antúnez, el hombre que se atrevió a terminar el perplejo meccano desarmado que era Atucha II en 2006, llama “Proyecto Nacional”.
La India tiene su propio modelo de «CANDU» trucho, con 22 construidos, uno recién inaugurado, 6 en construcción y 10 más pedidos y con presupuesto aprobado. Se llaman IPHWR, por Indian Pressured Heavy Water Reactor, y los modelos recientes andan por los 700 MWe. Andan joya.
China y la India vienen «retubando» sus respectivamente 2 y sus 4 CANDU, porque las reservan para quemar en ellas el combustible ya quemado por centrales de uranio natural.
Las CANDU queman de todo. Incluso torio, 4 veces más abundante que el uranio en la corteza terrestre. Es una tecnología tan sensata que ha sobrevivido a la empresa que la desarrolló y goza de cierta salud. Aquí sólo tendría que sobrevivir a los que la llaman «vía muerta».
Un CAREM y una CANDU Nac & Pop son nuestras próximas FOAK, una reparación más histórica que técnica. ¿Imposible? La palabra ya la escuchamos otras veces. En una película que ya vimos.
Demasiadas veces.
Daniel E. Arias