Suecia canceló su plan de educación digital y financiará la distribución de libros físicos. Detrás de esta decisión está una pregunta que todos pensamos desde la aparición de los kindles, las tablets y los miles de pdf para estudiantes: ¿qué cambia entre la lectura en pantalla y en papel?
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La ministra de educación sueca, Lotta Edholm, anunció el 15 de mayo que una gran cantidad de los fondos estatales se destinarían a redireccionar sus políticas educativas para volver a utilizar libros de papel (y no pantallas) en escuelas. La medida se tomó luego de que se dieran a conocer los resultados de las pruebas internacionales PIRLS, que evalúan la comprensión lectora de estudiantes de primaria. Aunque tal como se comparte en esta nota los suecos mantuvieron un puesto bastante alto y superan en puntaje al promedio de la Unión Europea, están por debajo de los resultados alcanzados en la prueba anterior.
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Edholm denunció que, en muchos casos, la digitalización se asume de manera acrítica como algo positivo sin diferenciar por el contexto o el contenido. Esto nos lleva a una pregunta más amplia, que excede por mucho a las políticas educativas suecas (y nos incluye): ¿cómo ha evolucionado la lectura en pantallas desde su aparición y cuáles han sido sus resultados?
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Tal como se cuenta en esta breve historia del blog Good reader, los e-books comenzaron a ganar popularidad entre los años ‘90 y los 2000. Su crecimiento fue sostenido y se proyecta para el año 2027 que 1.12 millones de usuarios leerán en pantallas. El dispositivo Kindle, lanzado por Amazon, tuvo una gran importancia en este proceso. De hecho, es considerado uno de los lanzamientos más exitosos de la compañía y su popularidad es tal que hoy acapara el 68% de todo el mercado de los ebooks.
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Además de sus obvias ventajas a la hora de aliviar peso para viajes o que emite su propia luz para leer en lugares oscuros, los dispositivos de lectura evolucionaron para emular lo mejor posible la experiencia de lectura que ya conocíamos. Los últimos modelos permiten elegir hasta el color del “papel” de fondo y cuentan con una iluminación distribuída para no dañar la vista.
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En una encuesta conducida por USA Today y Bookish, ya en el año 2013 un 60% de graduados universitarios estadounidenses poseían algún dispositivo de lectura electrónico, de los cuales un 35% aseguraba que leía más desde que lo adquirieron. A esta tendencia, se agrega el empujón hacia la digitalización en muchos aspectos debido a la pandemia, siendo la educación uno de los principales.
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Education Weekly entrevistó a Marianne Wolf, directora del Centro de Dislexia, Alumnos Diversos y Justicia Social de la Universidad de California respecto a la controversia de lectura digital versus lectura en papel. Ella expresó que no se puede pensar en este problema en términos de “blanco o negro”. Para decirlo de manera más simple, cada formato tiene sus ventajas y desventajas.
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Por ejemplo, puede que una tablet sea más atractiva y genere más engagement en los niños porque los atrae de manera casi instintiva. Sin embargo, también pueden convertirse en un factor más de distracción que de concentración. De hecho, las palabras más comunes que los niños pronuncian cuando se desconectan de las pantallas son “me aburro” (la costumbre de estar sobreestimulados).
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Consultado por Infobae, Fabio Tarasow, que es coordinador académico del Proyecto Educación y Nuevas Tecnologías (PENT) de Flacso, comparte una opinión similar:
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“Más allá de la carga política que se le quiera agregar por las características de la política sueca, la cuestión es pedagógica y no tecnológica (libro o pantalla). Lo importante es qué tipo de actividades se proponen a los alumnos. Podemos favorecer la comprensión lectora y el pensamiento crítico sea con libros o con pantallas, o podemos estimular un aprendizaje memorístico, fáctico e inútil, sea con pantallas o con libros. Lo que cuenta es la propuesta didáctica, qué actividades tienen que hacer los alumnos a partir de la información, qué problemas van a resolver, cómo van a procesar y transformar la información en conocimiento.”
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Tal como sugirió la ministra sueca, pensando en términos de contenido y no en una oposición abstracta, un estudio realizado por Virginia Clinton (profesora de Educación en la universidad de Dakota del Norte) arrojó el siguiente resultado: si bien la lectura sobre papel parece ser más eficiente respecto a textos informativos o de contenido educativo, no se hallan diferencias significativas en la lectura de textos narrativos.
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Sin irse a ningún extremo, la experta Marianne Wolf concluye: “Los libros son una de las mayores herramientas para el pensamiento y no deben perderse, al menos hasta que nos aseguremos de que los procesos que favorecen no se ven perjudicados por los otros medios de lectura”. (Delfina Montagna).