Especialistas del Centro de Investigaciones en Bioquímica Clínica e Inmunología y el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal, ambos dependientes de la Universidad Nacional de Córdoba y del CONICET, identificaron y modificaron la solanocapsina, una molécula del «revientacaballos», un yuyo serrano.
Este alcaloide puede bloquear la división de células de tumores tipo BRAC2, los que tienen una mutación en los genes BRAC que empeora los pronósticos de tratamiento. El revientacaballos podría ser el origen molecular de armas nuevas para añadir al arsenal de los quimioterápicos usados en ciertos cánceres de colon, mama, ovarios y próstata.
Todo nuevo quimioterápico es bienvenido: con tumores BRAC2 es frecuente tener que librar luchas largas, y saltar de un protocolo quimioterápico a otro cuando las células cancerosas hacen mutaciones y adquieren resistencia. Y frente a la excusa habitual de las obras sociales y prepagas de que un citotóxico nuevo «no está en los libros», es excelente que por una vez los libros se escriban en el país.
La planta, conocida por su toxicidad con el poco sutil nombre de ‘revientacaballos’, es habitual en las Sierras Pampeanas, pero es tan regional que llega hasta México. Casi todos la hemos visto, con sus flores chicas y blancas de cinco pétalos, y su indolente buena facha de plantita de tomates cherry, y hemos sido aconsejados, con suficiencia mediterránea, de no comerla ni dejarla comer, aunque eso no figurara en planes.
La advertencia no es mala, porque los humanos vivimos comiendo solanáceas, o partes de solanáceas, y máxime en Sudamérica. Como ejemplos, la papa (Solanum tuberosum), el tomate (Solanum lycopersicum), la berenjena (Solanum melongena) y los ajíes, o pimientos para los chilenos, o chiles, para los mexicanos (capsicum). Pero, hay solanáceas psicotrópicas que te hacen pegar unos viajes que te los cuento (como las daturas), y otras que te pueden dar el viaje de ida. Como ésta del título.
El arbusto revientacaballos crece en la sombra y ama los suelos nitrogenados: rara vez está lejos de los corrales de las vacas, que si llegaron a grandes le tienen merecida desconfianza. Su nombre científico es Solanum pseudocapsicum, lo que la denota parentela de género con las inocua planta de papa, y un cierto «look» de planta de ají. A diferencia de éstas, es venenosa. Muy decorativa, eso sí.
Tras miles de horas de trabajo sobre 60 distintas moléculas de distintos tejidos del yuyo revientacaballos, se identificó a la solanocapsina como alcaloide capaz de matar selectivamente a las células con el gen BRAC2 mutado. Al parecer, este alcaloide bloquea una enzima humana que en los tumores BRAC está muy activada, la desoxicitidina quinasa (dCK). Sin esta enzima disponible, las células tumorales dejan de dividirse y mueren.
Lejos de patentar una molécula natural, algo que la legislación estadounidense permite pero sencillamente carece de toda ética o sentido, ya que nadie respetará esa patente, las investigadoras cordobesas desarrollaron un derivado de la solanocapcina que resulta más activa y selectiva, es decir menos tóxica para células no mutadas.
La solanocapsina no es una revolución conceptual, pero sí un arma más en un arsenal que se vacía rápido. Ya existen tratamientos de inhibición de la desoxicitidina quinasa, llamados genéricamente «inhibidores de PARP», pero típicamente, en más de un paciente generan la aparición de células tumorales resistentes. Obviamente esto puede sucederle también al derivado cordobés de la solanocapsina. Éste podría transformarse en una opción más en una lucha antitumoral que puede ser larga, pero se acaba -y mal- cuando se acaban los planes alternativos.
La solanocapsina fue elegida por los investigadores entre más de 60 compuestos que se probaron para células mutadas. Otras buenas noticias: los estudios mostraron que el alcaloide derivado tiene acción antibacteriana y además inhibe una vía enzimática típica del mal de Alzheimer. Pero todo esto hay que demostrarlo. La farmacología vive soñando con panaceas, esas moléculas que son soluciones a la búsqueda de problemas. Y de vez en cuando se tropieza con alguna.
Todo esto abre vías divergentes a nuevas investigaciones «in vitro», preclínicas (con animales), y luego la larga y demoledora prueba de atravesar estudios de fase I, II y III con seres humanos. Pero si se atraviesan con éxito, viene el licenciamiento y el despliegue clínico.
Comentario de AgendAR:
Éste es un desarrollo importante. ¿Cómo es que no hay farmacológicas nacionales haciendo cola para encargarse del licenciamiento? Si las hay, ¿cómo no se informa?
Daniel E. Arias