En la película «Volver al Futuro» (de 1985), Marty McFly (Michael Fox) y el dr. Brown (Christopher Lloyd) le echan basura al tanque de nafta de su automóvil DeLorean antes de ponerlo en marcha. Lo que en ese momento era pura ficción, hoy es posible gracias a un proceso termoquímico llamado «Pirólisis».
El procedimiento consiste en calentar la materia prima (en este caso residuos plásticos) a altas temperaturas en ausencia de oxígeno, con el objetivo de romper las moléculas poliméricas y convertirlas en compuestos de cadenas más cortas, que corresponden a hidrocarburos combustibles.
El emprendedor Walter Rosner decidió implementarlo en su taller metalúrgico en Dos de Mayo, provincia de Misiones, ante el aumento de los costos energéticos y una serie de circunstancias personales que lo llevaron a pensar alternativas para mantener a flote la empresa. Hoy, no sólo se autoabastece de energía para su taller y para secaderos de té en la zona, sino que se dedica a la construcción y mantenimiento de plantas de pirólisis para industrias, municipios y cooperativas en Argentina y el exterior. «Son un complemento ideal para las plantas de reciclado, ya que permiten obtener energía de aquello que no se puede reciclar», destaca.
En realidad, «la pirólisis es una tecnología que se conoce desde hace muchas décadas. En los años 50 ya se usaba en Polonia. Pero los bajos precios del petróleo y el hecho de que no había tanto plástico, demoraron su masificación», comenta el emprendedor. Actualmente, con la crisis energética y la sobreproducción de basura plástica, se ha convertido en una alternativa para mitigar ambos problemas.
Inventar para sobrevivir
En su carrera emprendedora, Rosner fue un autodidacta y siempre pudo ver la oportunidad en medio de la crisis. A fines de los 90, cuando su padre cerró el comercio familiar por un juicio laboral, tuvo que dejar la escuela técnica para ir a trabajar a un lavadero de colectivos. «Yo tenía que esperar a que los mecánicos hicieran la revisión, y de tanto mirar empecé a meter mano y aprender mecánica con ellos», cuenta.
Pero con el cambio de reglas económicas a partir de 2016, y el encarecimiento de la energía, ni la exportación de té ni el taller metalúrgico eran viables. Fue el momento en que pensó en emigrar a Europa junto con su familia.
Dos semanas antes de viajar, su amigo lo llamó y le pidió que lo ayudara en el gerenciamiento de su empresa de té. Rosner aceptó con la condición de irse en un año. En el interín a su esposa le diagnosticaron cáncer, y sobrevino una crisis energética en la que no había biomasa suficiente (chips de madera y residuos de la cosecha) para hacer funcionar las calderas de los secaderos de té. Un nuevo obstáculo que ponía a prueba su inventiva y espíritu emprendedor.
Volver a empezar
Rosner recordó algunas soluciones que había visto en sus viajes por el mundo como vendedor de té. «Muchos países, en lugar de tirar o enterrar la basura como hacemos acá, la convierten en energía», afirma. «Sin saber nada de química ni de reciclado, me puse a investigar un poco más sobre el proceso de pirólisis, y decidí intentarlo en mi taller», señala.
«Empezamos con una planta piloto pequeña, junto con mi hijo, y nos dimos cuenta que por cada 10 kilos de plástico obteníamos unos 8 kilos de combustible, que una vez destilado puede usarse como nafta o querosén, y también residuos sólidos que se pueden quemar como carbón. El resto son gases que deben pasar por catalizadores y pueden usarse también para alimentar turbinas y generar energía eléctrica», explica.
No todos los plásticos son aptos para transformarse en energía. «La forma de diferenciarlos es a través de números que indican cuál es su composición y por eso es crucial contar con un proceso de separación previo», indica Rosner. El polietileno y los polipropilenos son aptos, mientras que el PET (con el que están hechos la mayoría de las botellas y envases de productos masivos), el telgopor y el PVC no lo son. Este último material está prohibido en varios países porque contiene tóxicos y puede ser cancerígeno.
Luego de montar la planta piloto, un medio local realizó una nota, y la noticia se expandió no solo en el país, sino en el exterior. «Me hicieron muchos memes, y me llamaron hasta del Vaticano, creyendo que al ser Misionero soy religioso», se ríe. «Nos cansamos de hacer presupuestos; la realidad es que el costo de instalación de una planta de pirólisis es muy variable y encima cambia todo el tiempo por la inflación», comenta.
La firma, a la que se incorporaron su esposa (transcurrido el tratamiento exitoso de su enfermedad) y su hijo, ya instaló una planta pirolítica en la provincia de San Luis, otra en la localidad peruana de Iquitos, y está diseñando otra para una empresa de Ciudad del Este (Paraguay) y para un ingenio azucarero en Tucumán.
El proyecto va creciendo con reinversión propia. «Apliqué para un subsidio del Estado Nacional, pero es tanto el papelerío, que cuando te dan los fondos, los costos se dispararon», lamenta. Más del 90% de los componentes de una planta de pirólisis -que requiere reactores, tuberías, condensadores, tanques reservorios, depósitos y sensores de temperatura- son nacionales. Excepto unas válvulas que se producen en China. «Tuvimos problemas para importarlas, por lo que estamos viendo la posibilidad de empezar a fabricarlas acá», dice el emprendedor, cuyo proyecto migratorio quedó por el momento frizado. «En Argentina, tenemos el conocimiento y la inventiva para poder exportar. Si no tuviéramos tantas trabas, nos iría mejor», concluye.