Hace más de medio siglo que la Asociación Argentina de Oncología Clínica (AAOC) realiza una reunión científica que, cada dos años, pretende generar una puesta al día de una enfermedad que se cobra anualmente en el mundo 10 millones de víctimas mortales; más de 60.000, en la Argentina: el cáncer.
Durante tres días, entre el 8 y el 11 de noviembre próximo, el predio ferial de la Sociedad Rural Argentina en Palermo será sede del 26º Congreso Argentino e Internacional de Oncología, que busca reunir a más de 3500 especialistas locales y extranjeros. Matías Chacón, oncólogo clínico y presidente del encuentro, conversó sobre los desafíos, las promesas y las realidades de la oncología.
–El congreso se titula “El cáncer en el centro de la comunidad y la ciencia”. ¿Por qué?
–La esencia del encuentro es coordinar la relación entre investigadores básicos, oncólogos clínicos, cirujanos, radioterapeutas… en suma, todos los actores que vemos, tratamos e investigamos sobre el cáncer. El objetivo es integrar todas estas perspectivas y generar una fuerza hacia adelante que no habíamos tenido previamente. En ese mismo ambiente, estará también la voz del paciente, a través de los grupos, que han tomado mucha relevancia.
–Nos visitarán varios especialistas extranjeros.
–Así es: son más de 60 speakers de distintos países. Por ejemplo, Abou Ghassan, jefe de tumores Hepáticos y Biliares del Memorial Sloan Kettering de Nueva York; Paolo Dei Tos, el referente más importante de patología de tumores raros, de Italia; Aleix Prat, oncólogo referente en cáncer de mama y plataformas genéticas; Neeraj Agarwal, oncólogo referente en tumores urológicos, de Estados Unidos; Eva Ciruelos, experta española en cáncer de mama; Daniel Castellano, referente de tumores urológicos de España; Martín Broto, referente español de tumores óseos y partes blandas; Alberto Righi, patólogo de referencia de Bologna, Italia; Emanuella Palmerini, la oncóloga más importante de Europa en tumores óseos; Jonathan Trent, oncólogo de Florida, Estados Unidos; Jorge Gallardo, referente en patología digestiva, de Chile; y Luis Ubillos, de Uruguay, expresidente del Consejo Latinoamericano frente a la Asociación de Oncología Clínica de Estados Unidos (Asco).
–Todo el tiempo se leen noticias sobre cáncer. ¿Qué es lo realmente novedoso?
–Cada semana aparecen unas 1500 publicaciones de cáncer a nivel científico. Nunca hubo tanto. Lo que revolucionó la oncología claramente es la inmunoterapia, que permitió que personas con 35 modelos tumorales distintos se beneficien enormemente. Yo hago oncología hace 30 años y este aporte les cambió la historia a pacientes con melanoma, con cáncer de riñón, con cáncer de pulmón. Antes decíamos que los tumores eran todos iguales porque se trataban con cirugía, radioterapia y quimioterapia. Eso se fue modificando.
–¿Qué es la inmunoterapia?
–Tus glóbulos blancos atacando el tumor. Con la propia inmunidad esto no se logra, pero si uno le pone un pie en el acelerador a esa inmunidad del paciente, sí. Hace poco más de una década, la probabilidad de sobrevivir un año a un melanoma con metástasis era del 10% al 15%. Hoy, el 70% de la gente está viva a siete años. No en vano los dos investigadores que desarrollaron la inmunoterapia para el cáncer recibieron el Nobel en 2018. Pero, para que la inmunoterapia funcione, tiene que haber distintas condiciones.
–¿Cuáles?
–Los tumores liberan sustancias llamadas antígenos que, procesados de determinada manera, permiten “hacer” linfocitos (células inmunitarias) que van al tumor con esa información y los destruyen. Pero muchos tumores no tienen la capacidad de formar antígenos; se los llama “tumores fríos”. Por ejemplo, los cánceres de páncreas o de cerebro. En cambio, el melanoma es el tumor que más antígenos libera hacia la circulación y por eso tienen esa capacidad de reacción ante los linfocitos. El intento actual de esta novedosa tecnología está puesto en tratar de estimular tumores de distintas formas para que empiecen a liberar antígenos.
–Entonces, el alcance de la inmunoterapia es limitado. ¿Para qué porcentaje de pacientes?
–En cáncer de mama, que en la Argentina hay aproximadamente 22.000 nuevos casos cada año, quienes se benefician con inmunoterapia son aproximadamente el 15%. El segundo tumor en frecuencia es el cáncer colorrectal, con 15.000 casos anuales; el beneficio de la inmunoterapia es para los pacientes que tienen “inestabilidad microsatelital”, entre el 5% y 7%. En cáncer de pulmón, que en la Argentina es el cuarto en frecuencia, la gran mayoría de los casos se presenta en etapas avanzadas y la inmunoterapia tiene utilidad en el 60% o 70% de los tumores que presentan una variable llamada PDL1. El año pasado, la inmunoterapia se aprobó para hacer tratamiento neoadyuvante en cáncer de pulmón, es decir, antes de la cirugía. Es todo conocimiento nuevo, emergente, que se comenzó a aplicar desde 2018, hace falta mucho más tiempo de evaluación.
–¿Y qué otras novedades podemos mencionar?
–La terapia dirigida, que es como identificar cerraduras y crear las llaves para abrirlas. También esta alternativa fue, desde 2001, un cambio paradigmático en el tratamiento del cáncer. En principio, en la leucemia mieloide crónica y los tumores GIST, una especie de sarcomas digestivos. Y atrás de eso, esa misma tecnología se empezó a aplicar en otros modelos tumorales, como en cáncer de riñón y de pulmón. Otro grupo de tumores sobre el que hubo un cambio radical ocurrió a finales de los 90, con la aparición del cáncer de mama HER2 positivo, que representa entre el 15% y el 20% de los tumores, sobre los que algunas terapias dirigidas con anticuerpos monoclonales cambiaron la historia de los tratamientos.
–¿Podemos pensar en tratamientos oncológicos con opciones menos devastadoras que la quimioterapia, que causa vómitos, anemia, descenso de los glóbulos blancos, anorexia, caída del cabello…?
–En quimioterapia hay más de 200 drogas. No todas producen los mismos efectos colaterales. Estoy de acuerdo con el concepto, no tanto con la terminología, porque la gran mayoría de los pacientes la mala experiencia que tienen es por la progresión del tumor.
–¿La mala experiencia tiene que ver con la progresión de la enfermedad y no con la quimioterapia?
–Establecer cuáles de los síntomas adversos son fruto del crecimiento de la enfermedad o de la quimioterapia puede ser difícil. La quimioterapia provoca cambios en la vida del paciente, pero no es una mala palabra y sigue siendo el instrumento para curar muchísimas enfermedades: leucemias, linfomas, cánceres de mama. Y uso la palabra “curar”. Entonces, a veces ese precio costoso de toxicidad es el que tiene que atravesar el paciente para curarse. La mayoría de los chicos menores de 14 o 15 años se curan por la quimioterapia. Todas las terapias nuevas en general a la población pediátrica no llegan, porque los chicos se siguen curando con quimioterapia. Entonces no está bien demonizar la palabra.
–También se lee sobre tratamientos con células CAR-T. ¿De qué se trata?
–Se sacan fragmentos del tumor del paciente y mediante una tecnología se “entrenan” glóbulos blancos para que, cuando se los reinserten, sean mucho más específicos y precisos para poder atacarlo. Las primeras aprobaciones, americanas y europeas, fueron en leucemias en chicos y en linfomas, que son tumores líquidos. El problema para montar una logística para las CAR-T es el gasto que requiere.
–¿Y las biopsias líquidas? ¿Es verdad que puede diagnosticarse un cáncer con un simple análisis de sangre?
–Un tumor genera degradación, que permite encontrar en la circulación sanguínea fragmentos de ADN o ARN. La aplicación clínica hoy en día de la biopsia líquida está restringida esencialmente a pacientes con metástasis para poder identificar si hay alguna mutación sobre la que se pueda accionar. A futuro, hay un campo muy interesante que es determinar la enfermedad residual mínima. O sea: tuve un tumor de mama, me quitan el tumor de mama, hago una biopsia líquida después de la cirugía y ver si se encuentra algo de ADN o ARN.
–¿Y respecto del tema genético? ¿Es útil hacerse un chequeo para descartar riesgo hereditario?
–El cáncer hereditario es de mucho interés. Pero el primer paso no surge de hacerse un análisis genético, sino de una entrevista simple, concreta, a partir de la cual la persona exponga su árbol genético. Es decir, hay una forma fácil, barata y sencilla que es a través del interrogatorio. ¿Cuántos en tu familia tuvieron cáncer? ¿Quiénes? ¿A qué edades? Cerca del 12% de los cánceres de mama son hereditarios, al igual que entre el 7% y 8% de los cánceres de colon. Pero el cáncer de mama se puede detectar tempranamente y el cáncer de colon, cuando no es cáncer, cuando aún es un pólipo.
–En la Argentina hay leyes que cubren los tratamientos oncológicos, pero ¿no existen de todos modos grandes desigualdades?
–Sí. No tenemos datos de registro de cáncer. Ese es el primer obstáculo. Hay registros aislados y buenas intenciones, como el Registro Institucional de Tumores en la Argentina (RITA), pero refleja una pequeña parte de la población con cáncer. Entonces, generar programas efectivos de tamizaje, inspección o screening se vuelve utópico. Además, y lo sé porque trabajo tanto en el ámbito público como privado, existe una gran asimetría en el acceso. El sistema médico es hiperfragmentado y es un error conceptual creer, por ejemplo, que la medicina prepaga siempre tiene el mejor nivel de atención.
–¿Es cierto que un porcentaje importante de cánceres podría evitarse con medidas preventivas?
–Absolutamente. Hay medidas buenas, baratas y seguras: tener un peso adecuado, hacer una dieta equilibrada, no fumar ni tomar alcohol, darse las vacunas que correspondan, hacer alguna actividad física de manera constante, no tomar sol a edades tempranas. Según las cifras americanas y europeas, un 40% de los casos de cáncer anuales (8 millones de un total de 20 millones) podría evitarse con estas medidas. Como me enseñaron siempre mis maestros: la sociedad más inteligente no es la que se cura más, sino la que menos se enferma.