El RA-1 ubicado en el Centro Atómico Constituyentes. La formación de recursos humanos, las nuevas terapias en medicina nuclear y las múltiples líneas de investigaciones que allí se desarrollan hacen de esta instalación una de las joyas de nuestro sistema científico-tecnológico
El 20 de enero de 1958, nuestro país fue protagonista de un gran hito en la historia del sector nuclear: la inauguración del RA-1, el primero de los cinco reactores de investigación construidos por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Es una instalación pionera en América Latina y en todo el hemisferio sur. Se trata de un reactor de tanque abierto, con una potencia de 40 kilovatios, un núcleo de uranio levemente enriquecido, moderado y refrigerado con agua liviana desmineralizada. Las barras de grafito, ubicadas en el centro y radialmente en el reactor, actúan como reflectores de los neutrones, lo que permite que el funcionamiento del reactor sea más eficiente.
Aplicaciones en múltiples áreas
En el RA-1, tiene lugar la capacitación de los operadores de las centrales nucleares de potencia y de los reactores de investigación del país, como el futuro RA-10 –el sexto de su tipo, en avanzado estado de construcción, en el Centro Atómico Ezeiza–. También tiene usos en el ámbito de la medicina nuclear, en el tratamiento del cáncer y la artritis reumatoidea, entre otras patologías. Otras aplicaciones son, por ejemplo, la evaluación de daños por radiación en materiales y el análisis por activación neutrónica en muestras ambientales, en piezas de arqueología o en el ámbito forense.
En el ámbito de la medicina nuclear, cabe destacar la terapia por captura neutrónica en boro (BNCT, por su sigla en inglés), que consiste en el uso de haces de neutrones para irradiar tumores. “Al capturar el neutrón, el boro se escinde en dos partículas con muchísima energía, que destruyen las celulares tumorales”, detalló la doctora en Ciencias Biológicas, Andrea Monti Hughes, quien se desempeña en el Departamento de Radiología y trabaja desde 2004 con el equipo del RA-1. “De esa manera, tenemos una terapia selectiva; es decir, podemos irradiar un tejido con un haz de neutrones, destruir selectivamente las células tumorales y proteger los tejidos normales”, completó. De ese modo, pueden ser tratadas patologías complejas, como tumores en la cabeza y en el cuello, que son más difíciles de combatir con la radioterapia convencional.
El RA-1 es utilizado, asimismo, por la industria aeroespacial. En el RA-1 se han comenzado a evaluar celdas solares para satélites, que son irradiadas con fuentes de neutrones para “adelantar” el daño al que serán sometidas por la radiación solar durante su vida útil, ya que esas celdas deben tener una duración mínima de diez años. En esa línea, están trabajando investigadores de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y de la Universidad de Ginebra.
Talento, pertenencia y vocación de servicio
En el Centro Atómico Constituyentes, el jefe del reactor RA-1, el ingeniero Hugo Scolari, de 72 años, se apresta a dejar la posta a uno de los jóvenes reactoristas a los que tomará examen en el mes de diciembre. “Los reactoristas somos una raza en extinción”, afirmó este experimentado profesional, uno de los entre 50 y 60 profesionales especializados con los que cuenta la Argentina para la operación de estas complejas instalaciones. En la sala de operaciones del RA-1, el plantel mínimo es de tres personas: un jefe de turno, un operador y un oficial de radioprotección, quien vela por la seguridad.
El ingeniero Scolari explicó que la carrera de reactorista tiene distintos escalones y que su formación lleva no menos de tres años. Primero, se rinde un examen para obtener la denominada “licencia de operación” y, posteriormente, se debe superar otra prueba ante la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN), que otorga la “autorización específica” para operar el reactor. El escalafón incluye, en forma ascendente, al “jefe de turno”, al “jefe de operaciones” y, finalmente, al “jefe de reactor”. “Cuesta mucho formar a un joven y prepararlo para que rinda el examen”, admitió este avezado conocedor del sector, quien lamentó la “fuga de cerebros” formados por la CNEA.
“El talento argentino es indudable y es buscado en todos lados”, señaló, por su parte, el jefe del Departamento de Reactores Experimentales y Servicios de la CNEA, Fabián Moreira, quien destacó la creatividad y la audacia de nuestros profesionales, reconocidos en todo el mundo. “El talento tiene que ser complementado con la mentalidad, y ahí es donde hay que dar el paso para generar metodologías claras de trabajo”, completó. “Después de toda el agua que pasó bajo el puente, hoy nuestra tecnología nuclear sigue siendo referencia y marcando un posicionamiento geopolítico del país”, aseguró Moreira, al tiempo que definió a la industria nuclear argentina como “la pieza de un gran rompecabezas tecnológico” en el que se cruzan un sinnúmero de disciplinas y campos de investigación.