Ayer, media hora antes que se abrieran los mercados, en un breve mensaje (menos de 2 minutos) desde la Quinta de Olivos, el presidente Macri anunció que el Gobierno acordó con el Fondo Monetario Internacional un adelanto de «todos los fondos necesarios para garantizar el cumplimiento del programa financiero del año próximo».
Como sabemos, los «mercados» -inversores y especuladores nacionales y extranjeros, y también simples ciudadanos preocupados- no le hicieron caso. El precio del dólar volvió a subir, como las 6 jornadas anteriores, pero con un salto más grande: 7,5%. Y alcanzó el precio récord de $ 34,48.
Ayer también se alcanzó otro triste récord: trepó a los 728 puntos el riesgo-país. Las acciones y títulos argentinos siguieron siendo castigados en la Bolsa de Nueva York…
Como era inevitable dados los resultados, se criticó con dureza al mensaje presidencial. Se dijo que le faltó precisión y los números concretos del programa financiero. También, o principalmente, la ausencia de un rumbo claro.
Otros señalaron que fue un grave error exponer al presidente -que no es un gran comunicador, por cierto- en lugar de poner un ministro u otro fusible.
En nuestra opinión, el error estuvo, está, en aferrarse a una política que ha mostrado su fracaso. Más tarde, el ministro Dujovne insistió: «El único camino para salir de estas turbulencias es resolver el desequilibrio fiscal».
¿Ignora el ministro -quiere que se ignore- que el principal factor de ese desequilibrio fiscal, el que crece con más velocidad, es el pago de intereses del endeudamiento del Estado nacional?
El otro problema estratégico de la economía argentina, la escasez de divisas, está en vías de ser «solucionado» -a un costo altísimo- por la desvalorización del peso argentino. Va a ser difícil que seamos inundados por chucherías importadas, porque estarán caras y porque cada vez menos argentinos podrán comprarlas.
Pero no podrá haber una reactivación impulsada por las exportaciones mientras se priorice la lógica de la actividad financiera sobre la de la producción.
¿Puede el gobierno aceptar esto y hacer los cambios necesarios? Es por lo menos dudoso. Su ideología, su discurso, sus alianzas internacionales van en contra de cualquier cambio.
Pero… hay una presión más poderosa que una oposición confundida y un sindicalismo prudente: la de la realidad. Es inevitable recordar la historia del andaluz que explicaba: «Mire usted, torear es muy sencillo. Que viene el toro, se quita usted. Que no se quita, lo quita el toro».