En mayo de este año el gobierno del ingeniero Mauricio Macri eliminó la central Atucha III, el proyecto máximo de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica). Sin embargo, hay dos obras estratégicas que siguen vivas: la central compacta CAREM y el RA-10, un reactor nuclear para el suministro de radioisótopos de uso médico, industrial y agropecuario. La noticia es que este último llegó al 50% de avance de obra con la instalación de su imponente pileta de acero de 14 metros de profundidad y 4,5 metros de ancho.
El gerente por parte de la CNEA, el ingeniero nuclear Herman Blauman, lee las noticias económicas, como todos nosotros. Pero está lidiando con la obra y los permanentes recortes del presupuesto nuclear desde 2016. Y apuesta seriamente a terminar la monumental instalación en 2022 (con un «cash-flow» normal, estaría lista en 2020).
¿Qué pasa después? Si todo lo que hoy está en marcha sale más o menos bien, lo que pasa es que Blauman (59) se jubila y el reactor empieza a facturar U$ 62 millones/año para el país.
La cuenta sale de U$ 50 millones de ventas de radioisótopos, U$ 8 millones de ventas de silicio irradiado para electrónica, y U$ 4 millones de servicios de calificación de los combustibles de las centrales de otros países nucleares. Deducidos los gastos operativos del RA-10 (U$ 12 millones), quedan U$ 50 millones limpios.
Vidas medias cortas, distancias largas
Los saldos podrían ser mejores entre 2024 y 2030, período en que 6 de los 7 los reactores de irradiación que producen el 95% del molibdeno-99 (Mo-99) del mundo saldrán de servicio. Mientras se escribe esto, el mayor de todos, el NRU canadiense, abastecedor del 40% del mundo, va completando su cierre. ¿Por qué esto? Porque estos reactores están demasiado viejos y estropeados, y sus propietarios son estados-nación que han aceptado sólo recoger “chirolas” de un negocio que en 2017 levantó U$ 14.000 millones. Sobre eso, volveremos.
Para entender mejor estas anomalías, hay que mirar la radioquímica. el Mo-99 es el precursor del tecnecio-99 metaestable (Tc-99m), y éste último es el principal radioisótopo de diagnóstico del planeta. Se lo usa unas 35 millones de veces/año en la detección de enfermedades cardíacas, oncológicas, neurológicas, inmunes, infecciosas y sigue la cuenta. Ningún médico pide un estudio con Tc-99m salvo para asuntos serios.
El 80% de los diagnósticos por imagen nuclear se hacen con Tc-99m. Emite rayos gamma de energía media que dan imágenes de mediana precisión anatómica, pero en revancha, mucha precisión metabólica: todo proceso inflamatorio, infeccioso u oncológico «brilla» en contraste con el tejido sano. La breve vida media de 6 horas del Tc-99m hace que a las 24 horas de inyectado el 96% haya desaparecido del cuerpo. Por ende, la irradiación del paciente no es mayor que en una tomografía computada.
En esta ventaja hay un problema. Las escuetas vidas medias de la sustancia precursora, el Mo-99 (6 días) y la de su sustancia “hija”, el Tc-99m, los hacen imposibles de almacenar. Requieren de fabricación y distribución casi instantáneas. Y sin este dato, no se puede entender el despropósito que sigue.
El desabastecimiento del Mo-99, es una constante que se agravó en 2009, 2014 y 2017 debido al mal estado de la flota mundial de producción. Por ahora, viene siendo una de las tragedias médicas mejor silenciadas de la historia. Si en Argentina no hizo falta versear a familiares de pacientes con diagnósticos menos potentes ha sido porque somos totalmente autosuficientes en medicina nuclear, gracias a sucesivos rediseños y repotenciaciones del RA-3 de Ezeiza, un “fierro” viejo pero noble diseñado y construido íntegramente aquí, y que fue pasando de sus 3 MW iniciales en 1967 a 10 MW a fecha de hoy. Subrayamos: inversión 100% estatal. Y en tiempos de vacas flacas.
El RA-3 sigue siendo tan productivo que el 50% de nuestra producción de radioisótopos se la lleva Brasil. En 2026, con el RA-10 (tres veces más potente) en su lugar, podrá dárselo de baja, o quizás tenerlo “en reserva”, por si pinta nueva demanda.
Durante un tiempo, mientras no entren nuevos reactores “world class” en servicio, estarán soportando la demanda mundial el RA-10 (argentino), el OPAL (australiano, construido por INVAP) y el futuro PALLAS (holandés, otro de INVAP), amén del viejo SAFARI (sudafricano), un contemporáneo de nuestro RA-3 con salida ya inminente. De esos cuatro pilares, tres serán de diseño y construcción nacional. ¿Eso le dice algo, lector, del nivel argentino en este tipo de plantas?
Luego de 2030 irán entrando al mercado algunos competidores nuevos (Alemania, Francia, Rusia) geográficamente mejor posicionados que nosotros. Y es que si fabricás Mo-99, cuya vida media es de sólo 6,6 días, es mejor estar cerca de la demanda.
De fierros y de redes
El Mo-99 se distribuye en valijitas portátiles blindadas de plomo, llamadas “generadores” o “Moly cows”. Para dar una idea de la rapidez inherente al negocio, a fecha de hoy 6 reactores grandes y a tiro de un aeropuerto cubren la demanda de más de 150 países. Cada día que una “Moly cow” pasa en tránsito o se “tranca” en una aduana se pierden miles de dólares de Tc-99m generado en su interior, por decaimiento radioactivo, y centenares de pacientes, algunos de ellos con enfermedades que no esperan, pierden un estudio programado, sin idea de por qué.
Este es un negocio de logística y velocidad, donde la plata en serio la hacen los distribuidores privados grandes (IRE, Mallinckrodt, NTP, Nordion), no así los estados productores. ¿Por qué cree que está tan venida abajo la flota de reactores? Las firmas mencionadas no practican “la teoría del derrame”. Si quiere una demostración más cabal de irracionalidad de mercado, el mayor consumidor mundial (EEUU) no tiene producción propia desde hace décadas, y acaba de perder la canadiense. ¡Australia al rescate! Eso sí, qué flete…
En teoría, el RA-10 podría dominar el 20 o 30% del mercado mundial. Pero el hecho de que durante una o dos décadas tengamos el mejor reactor de producción del planeta no determina el partido. Sí podría hacerlo que la Argentina empiece a desarrollar ya su propia red logística global, como lo hicieron los australianos de ANSTO, o que se asocie sin dar ventajas innecesarias con los dueños del mercado. Nuestro país, mirado desde el Norte, es una estrecha península al Sur de un hemisferio mayormente marítimo, en el cual sólo habita el 10% de la humanidad. En términos logísticos, la geografía nos juega en contra.
Los otros dos grandes frentes de negocios del RA-10, la venta de silicio irradiado y el testeo de elementos combustibles de centrales y reactores de otros países, son asuntos a desarrollar despacio. La Argentina nunca estuvo en esos mercados, y aunque ambos segmentos prometen un crecimiento muy fuerte, traer clientes hasta aquí implicará bastante «timbreo”.
Hay otro aspecto del RA-10 que no se aprecia debidamente: es una universidad nuclear en la que los estudiantes aprenderán haciendo investigación original. La construcción de talento experto en disciplinas nucleares y ciencia de materiales con semejante instalación nos dará un adelanto enorme sobre el que ya tenemos, que no es poco. Y no todos los estudiantes serán argentinos. Con su RA-6 de Bariloche, la CNEA ha sido muy experta en formar expertos que, regresados a sus países, se transformaron en clientes tecnológicos de INVAP. Esa política de becas con el RA-10 se puede ir a las nubes. Y eso es dar vuelta la geografía.
Toda crisis viene con oportunidades. Si “de arranque nomás” en 2023 el RA-10 se alzará con el 10% de un mercado mundial abastecido tan precariamente como el del Mo-99, entre 2024 y 2030 y con desarrollo de redes, además de fierros, nuestro reactor podría morder mucho más. La vida útil total de la planta es de 50 años, y probablemente se pague sola en los primeros ocho.
Queda mucho por hacer. Pero en 2022 Herman Blauman sí que se va a haber ganado su jubilación.
Daniel E. Arias
La CNEA preparó este video, de algo menos de 10 minutos, sobre el RA-10, el Reactor Nuclear Argentino Multipropósito en construcción