En 2018 habrá menos investigadores ingresando al CONICET

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Gabriel Rabinovich, uno de los investigadores argentinos más destacados (Imagen cortesía de Conicet)

Este año, por decisión del Ministro de Ciencia, Dr. Lino Barañao, la Argentina tendrá un un 50% menos de nuevos científicos profesionales que el año pasado, y un 70% menos que lo proyectado para 2018 allá por 2015, por el propio Lino Barañao. En lugar de 1100 ingresos a carrera de investigador, en 2018 sólo habrá 300.

800 investigadores quedarán “tirados en la cuneta”. Al país le costó decenas o centenares de miles de dólares formar a cada uno. A su vez, haber llegado al ingreso a la planta estable del CONICET le costó un Perú a ellos: pasaron por los sucesivos filtros del acceso a la Beca de Iniciación y luego la de Formación Superior, de 5 a 10 años viviendo de un estipendio sin aportes o vacaciones mientras se doctoraban y postdoctoraban: changarines del conocimiento. Normalmente bilingües, a veces trilingües, muchos ya se foguearon en congresos, publicaciones e investigaciones conjuntas en EEUU y la UE.

¿Se imagina el tiempo que tardarán en rumbear para Ezeiza?

Somos industrialistas, no nos interesa la justicia “per se”. Nos interesa saber qué puede estar perdiendo el país al descartar esos recursos humanos. Cuando la Universidad de Cambridge se quedó con un tal César Milstein, se quedó también con la primera patente internacional de fabricación de anticuerpos monoclonales (mAbs, Monoclonal Antibodies).

Cuando en 1984 a Milstein le dieron el Premio Nóbel por sus mAbs, sólo en farmacología de diagnóstico, el know-how para fabricarlos estaba generando un producto bruto de U$ 500 millones/año. Ese mercado mundial se diversificó y creció. Entre diagnóstico y terapias oncológicas, el rubro mAbs cerró 2017 con U$ 100 mil millones.

¿No habría sido estupendo tener la primera patente aquí? Suelen durar 17 años. ¿Se imagina la recaudación? ¿La Unión Europea, los EEUU y Japón pagándonos por usarla? ¿Qué nos quedó? Repetir como idiotas que Milstein es un premio Nóbel argentino. Corrijo: inglés. Sólo que nacido, educado y formado en Argentina, y expulsado de Argentina.

Sinceramente, no nos importan tanto los premios Nobel, pero sí los negocios. La farmacología argentina domina el 60% de su propio mercado (caso único en el hemisferio sur) y fabrica el 71% de los medicamentos que aquí se consumen. Además, por su calidad, exporta genéricos a las multinacionales farmacológicas de los países llamados 7G por los economistas finolis. ¿Esto sucede por casualidad? ¿O porque aquí la industria tiene recursos humanos de primera línea, formados por el estado? ¿Y entonces cuánta plata estará perdiendo el país por tirar a 800 posibles Césares Milstein a la vera de la ruta, “para hacer economías”, como dice Barañao?

La planta estable de investigación del CONICET siempre fue un montón de soluciones en busca de problemas, desperdiciada por una cultura que prefiere comprar desarrollos tecnológicos afuera. Peor aún, no era raro que algunos “game changers” del CONICET terminaran deviniendo en patentes en el exterior. Esa tendencia empezó a revertirse (no lo suficiente) durante -qué paradoja- la primera administracion de Barañao.

El caso de la doctora Raquel Chan es la prueba máxima. La patente de Chan es la más valiosa en la historia de la ciencia nacional, con un techo probablemente más alto que la de Milstein. Investigadora superior del CONICET y de la Universidad Nacional del Litoral, Chan dirigió la creación de cuatro especies nuevas llamadas HB4: soja, trigo, maíz y arroz transgénicos capaces de resistir sequías, inundaciones y salinidad con hasta un 25% de aumento de rendimiento en porotos o granos.

Las patentes de Chan crecen de valor por minuto; las fogonea el cambio climático. Este año, como el Ministerio de Agroindustria todavía no las licenció, el agro perdió U$ 3500 millones por la sequía.

Las patentes pertenecen a Bioceres, una extraña empresa nacional de biocencias de las que se formaron durante el breve «boom» científico argentino. Una historia reciente de esa firma ya la hemos contado. Ese Goliat de US 66.000 millones formado por Bayer y Monsanto se acaba de comprar el 5% de esta pequeña firma criolla, hasta ayer un David en condiciones de darles una paliza, pero un David endeudado. Esa tecnología HB4, en Monsanto y Bayer, no la tenían. Se quedaron a esperar que les cayera en la mano. Al Ministro de Agroindustria, parece, “se le escapó la tortuga”.

En cuanto al ministro Barañao, cabeza de lanza de esos 5 minutos de gloria de la ciencia argentina, esta semana dejará a 800 gladiadores científicos y tecnológicos tirados a la vera del camino. Nadie sabe cuántos Césares Milstein y Raqueles Chan hay entre ellos. Y según viene la cosa, nadie lo sabrá. Al menos aquí, en Argentina, hoy.