Preocupados como estamos por la inflación, el dólar y las tasas, y también por los técnicos y científicos argentinos que encuentran dificultadas para trabajar en lo suyo en su país. quisimos acercar esta noticia de la BBC sobre una nueva tecnología. Trivial, tal vez, pero que probablemente será un éxito comercial.
«Tomar una cerveza caliente puede llegar a ser una mala experiencia. Los ácidos del lúpulo se descomponen con la luz, afectando a su sabor y haciendo que sea desagradable.
Un refresco caliente puede tornarse demasiado dulce y un café helado pierde todo su sentido si no se toma a la temperatura adecuada.
Pero, ¿qué hacer si uno no tiene una heladera a mano o hielo para enfriar el producto?
La empresa californiana The Joseph Company, especializada en tecnología y alimentación, acaba de lanzar un sistema con el que pretende solucionar el problema: «la primera lata del mundo que se enfría sola», asegura en su sitio web.
Se trata de una iniciativa que ha logrado un reconocimiento especial de la NASA (la agencia espacial de EE.UU.), un premio de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA, por su sigla en inglés) y otro del ejército estadounidense.
Las latas -cuyo nombre comercial es Chill-Can (lata que enfría)- ya se venden en las góndolas de la cadena de supermercados estadounidense 7-Eleven en 15 locales en el área metropolitana de Los Ángeles, California».
¿Cuánto se tardará en traerlas a Argentina? Un detalle: como pasó con la birome del inventor Laszlo Biro, la idea subyacente parece simple, mirada como ejercicio de ciencia aplicada, y probablemente «el diablo esté en los detalles», como suele suceder en tecnología patentable. No por nada Biro tardó 20 años en tener un bolígrafo decente y vendible. Es más o menos lo que tardó Mitchell Joseph, en este caso, en crear su latita autoenfriada.
La física del asunto: descomprimir un gas es el modo de enfriar cosas de casi todos nuestros artefactos ad-hoc, empezando por las heladeras, que descomprimen freones en las serpentinas de sus circuitos cerrados. En este caso, Mitchell Joseph lo hizo de modo abierto, con una lata cuya base tiene un contenedor anular de dióxido de carbono (C02) presurizado. Al inyectar el gas, durante la fabricación, este se calienta (y también la lata), pero en esa fase de las cosas no importa demasiado, porque está vacía.
Una vez enfriada naturalmente la lata, se la llena, sella, distribuye y ésta llega a su sudorosa mano en un día infernal en que sólo puede salvarlo una cerveza bien fría. ¡Pero maldición, está a temperatura ambiente! Entonces Ud. abre la válvula del contenedor de C02 en la base de la lata, el gas se ventea y al despresurizarse de golpe, sustrae calor de la lata y de la propia cerveza. Ahora sólo necesita las papas fritas.
Posibles contras del sistema: la lata podría ser bastante voluminosa en proporción al contenido líquido bebible. También pesada, si el dióxido de carbono está presurizado a muchas atmósferas, y eso requiere paredes reforzadas. Esos podrían ser problemas logísticos.
Hay otros. Aquí no hay un circuito cerrado de líquido/gas refrigerante, como en su heladera. No hay siquiera un circuito. Y liberar carbono a la atmósfera ya no es un acto culturalmente inocente, como cuando no sabíamos del cambio climático o no nos importaba. Este tipo de lata podría ser una doble fuente de emisión de carbono: además del seguramente escaso que se ventea en el acto de refrigerar la cerveza, hay otra fuente más abundante. En un país con una matriz energética básicamente fósil, como la Argentina (y los EEUU), está el carbono que se ventea por chimeneas de centrales térmicas al fabricar la electricidad del compresor que inyecta carbono presurizado en esta simpática latita. No se puede generar frío sin liberar calor, aunque sea en otro lado.
Joseph tiene su prontuario ambiental. Su primera latita autoenfriada usaba un freón (el HFC134a), mucho más eficiente en la extracción de calor que la del C02. Sin embargo, como gas de efecto invernadero el HFC134a atrapa 1400 veces más radiación térmica terrestre que el C02, de modo que en materia de calentamiento global, el efecto de enfriar una latita era similar al de manejar un automóvil mediano unos 850 km. Sus amigos y la Environment Protection Agency parecen haberlo disuadido «al Capitán Frío» de la conveniencia de semejante artículo de uso masivo.
En AgendARweb.com.ar no somos ecofundamentalistas sino experimentalistas. Estamos dispuestos a un «trial» en el que se estudie la economía del carbono en latas de este tipo, y su impacto climático. Tenemos científicos y economistas. La cerveza la elegimos por voto, y las papas fritas ya están compradas.