La industria a de los videojuegos argentinos busca subir de nivel

Hace tiempo que dejó de ser un negocio de nicho. Hoy, en la Argentina, además de la soja, se exportan videojuegos. Quizás resulte difícil creerlo pero el país es parte de una de las industrias con mayor crecimiento a escala global.

Tan agresivo es el mercado que existen tanques internacionales que no dudan en invertir US$ 500 millones en el desarrollo de un producto: saben que lo recuperan en 24 horas, como sucedió con el videojuego Destiny, producido por Bungie.

La pelea por hacerse de una parte de la torta es a matar o morir; lo que está en juego, un botín jugoso. En 2017, los videojuegos, a nivel global, generaron ventas por más de US$ 116.000 millones, según la consultora especializada Newzoo. Hoy, la Argentina representa una porción ínfima del consumo, apenas unos US$ 423 millones, pero esta faceta de la industria creativa local podría hacerse con una parte significativa del mercado mundial si continúa creciendo y acumulando logros, entre los cuales se encuentran diversos títulos independientes, herramientas de desarrollo nacional, carreras universitarias orientadas al sector y los primeros proyectos realmente ambiciosos.

PROBLEMAS A SUPERAR
Sin embargo, el camino es cuesta arriba: la falta de inversión privada y la escasez de profesionales empantana el camino de los estudios de videojuegos locales para que se embarquen en grandes epopeyas. No solo de exportación de servicios de software viven los developers.

El primer videojuego local fue creado en 1982, cuando Enrique Arbiser y su sobrino Ariel hicieron una versión digital del tradicional juego de cartas argentino, “el truco”.

Según Martina Santoro, presidenta de la Asociación Argentina de Desarrolladores de Videojuegos, «industria de videjuegos hay desde siempre, pero hubo un boom en los años 2000 cuando se profesionalizó. Dejó de ser solo hobby y se empezó a trabajar únicamente en esto. Apareció internet y se encontraron los desarrolladores del país, ahora se podían comunicar y conocerse», contextualiza Martina que también es fundadora del estudio Okam.

«Uno de los principales problemas de desarrollar en la Argentina es que todos los eventos grandes pasan por los Estados Unidos y Europa. Esto significa que si no hacés contenido en inglés, no existís”, señalan los expertos. A partir de esta premisa hicieron todo pensado “for export”.

El mercado mobile es, sin lugar a dudas, el más competitivo de todos. La inmensa cantidad de videojuegos que se publican por día y el ecosistema de las aplicaciones móviles hace que el formato requiera de una cultura de desarrollo diferente, orientada a la adquisición y la retención de una amplia variedad de jugadores, algunos más casuales y otros fanáticos, que son los responsables de gran parte de los ingresos.

DATO
El 62 % de los gamers pasan hasta tres horas diarias como jugadores y pueden estar hasta cuatro horas semanales como espectadores de transmisiones en vivo.

La oferta y la calidad educativa es un factor que determina el tamaño de la base de la industria, la cantidad de desarrolladores capacitados y, por lo tanto, el tamaño y la cantidad de proyectos en los cuales se puede trabajar en simultáneo. Pero los estudios y el sector educativo tienen visiones diferentes de cómo debería ser el camino hacia la profesionalización y la fricción es inevitable.

Desde ADVA también priorizan el crecimiento de la base de la pirámide organizando eventos como la Exposición de Videojuegos Argentina (EVA) donde la idea es acercar a la comunidad a talleres, rondas de negocio, exposiciones y charlas sobre cuestiones específicas de la industria. “Es la carnada para que la gente se entere que se hacen videojuegos acá y que se puede vivir de ello”, explica Santoro.

La industria del gaming local adquirió la suficiente experiencia para poder decir que consiguió subir de nivel, que ahora es más fuerte y más grande que antes por haber superado desafíos. Pero, como todos los gamers saben, el “level up” significa que todo lo que viene es más desafiante, más peligroso y es más fácil fallar.

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