La crisis local obliga a Bioceres a retrasar su plan para sumar capitales

Bioceres: protagonista de avances de biotecnología en Argentina.
Bioceres: protagonista de avances de biotecnología en Argentina.

Por la última turbulencia cambiaria y la escalada del dólar, la firma de biotecnología Bioceres decidió ponerle un freno provisorio a su plan de salir a cotizar en bolsa en los Estados Unidos, tal como AgendAR informó el 10 de abril. Federico Trucco, su CEO, dijo ayer al diario La Nación: «Sin los fondos de una capitalización, nuestra posibilidad de hacer nuevas adquisiciones está acotada a cosas relativamente chicas».

En enero pasado, la Securities and Exchange Commission (SEC) de los Estados Unidos aprobó la publicación del prospecto de esta firma argentina de biotecnología agrícola.

Bioceres, que tiene 308 socios, entre ellos el productor Gustavo Grobocopatel y el empresario Hugo Sigman, tenía en sus planes operar de manera simultánea en la Bolsa de Nueva York y en la Bolsa porteña, apuntando a recaudar unos 100 millones de dólares.

El activo principal de esta firma ha sido estúpidamente subvaluado por las calificadoras de los EEUU, que sólo parecen tener ojos para la situación de endeudamiento de la empresa. Ese activo se compone de la soja, el trigo y la alfalfa «transfectados» con el paquete de genes HB4 extraídos del girasol, una silenciosa o silenciada hazaña biotecnológica del equipo dirigido por la doctora Raquel Chan, del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral, dependiente del CONICET. Y son las primeras y por ahora únicas patentes en estos cultivos diseñadas para soportar el cambio climático global. ¿Cuánto valen? Buena pregunta en una Argentina que acaba de perder hasta un tercio de su campaña de soja 2017/18 por «la peor sequía de los últimos 50 años». Que dentro de unos años probablemente haya dejado de ser la peor. El clima está cambiando, y no para mejor.

Los «transgenes» HB4 confieren una resistencia fuera de lo común a extremos hídricos, en particular a la sequía, y además mejoran el rendimiento en semilla de casi todas las especies que los recibieron, incluso en «stress hídrico». Es decir, lo hacen portarse como el girasol, una especie «altruista» cuyas plantas, cuando detectan exceso o falta de agua, movilizan todos sus recursos metabólicos a producir más y mejor semilla: que se salve la generación siguiente.

El único gran cultivo de la llanura chacopampeana argentina que no parece mejorar su rendimiento con los genes HB4 del girasol es el maíz, algo que tal vez se explica por sentido común: el que se cultiva hoy suma milenios de mejoras por cruzamiento selectivo, y ya en los ’90, con «eventos» transgénicos añadidos, era un cultivo muy «Fórmula 1». Para las biociencias actuales, está al límite de optimizaciones. No hacemos hipótesis a futuro.

Lo cierto es que si las autoridades de licenciamiento argentinas, la CONABIA y el SENASA, hubieran sido menos lentas en su trámite de aprobación de la soja, iniciado en 2008, Bioceres habría llegado a campo como para mitigar -es imposible saber en cuánto- la pérdida del equivalente a 1,56 millones de hectáreas de la campaña de soja 2017/2018. Quizás miles de productores, en particular en la Provincia de Buenos Aires y en la zona núcleo o «Cinturón Rosafé», hoy no estarían al borde de la quiebra. Es una duda tan especulativa como la que se le hizo a White Star Lines cuando se hundió el Titanic, en 1911. ¿Se habría muerto tanta gente si se hubieran puesto todos los botes de salvamento necesarios? Hoy, en otro ecosistema legal, lo único seguro es que no se habría salvado de hundirse en juicios.

La cantidad de municipios en la llanura que hoy piden a sus gobernadores que se los declare en «emergencia agropecuaria» parece un precio demasiado alto para la lentitud burocrática que toma, en nuestro país, demostrar científicamente que un cultivo habitual con una pequeña parte del genoma de otro cultivo también habitual no tiene un valor nutricional inferior a la especie genéticamente receptora. O que esta nueva soja no perjudica a decenas de otros cultivos, o a los animales de cría, o a los salvajes, o al medio ambiente. O que no agranda el agujero de ozono o no se come a los chicos. ¿Le estamos echando la culpa a alguna administración nacional? No, al menos a dos. Si alguien piensa que en AgendAR estamos enojados, tiene razón. Pero que nos escuche:

Los trámites de licenciamiento de multinacionales de biociencias que venden «paquetes» de cultivos resistentes a desmalezantes, y además el desmalezante por ventanilla separada, han sido comparativamente rápidos. Aunque estamos hablando del uso obligado de agrotóxicos, que no es el caso de los cultivos HB4. Los muy altos costos de licenciamiento, significativamente, explican la situación deudora de Bioceres. ¿Nadie es profeta en su tierra? En la Argentina tal vez, pero conviene ser un profeta muy rico. Y ser de otras tierras, ayuda.

Esto explica que Bioceres haya intentado salir a una Initial Public Offering (IPO) en Wall Street este verano austral, y ante la frialdad de los informes de las calificadoras locales, se tuviera que echar atrás a último momento. Quien aprovechó el traspié para quedarse, por negociación directa, con un 5% del paquete de Bioceres fue la Monsanto, una compañía que entre sus problemas de imagen y su falta de nuevas patentes interesantes, se pudo hacer copropietaria de «los eventos» HB4, esos que AgenAR calificó desde que existe este portal como el desarrollo biotecnológico argentino más importante de la historia. Acto seguido, la Monsanto fue adquirida por el gigante alemán de biociencias Bayer en U$ 63.000 millones de dólares. Inmediatamente de adquirida, Bayer eliminó el nombre «Monsanto» de su oferta y de su imagen agrícola. Que el lector saque conclusiones.

A todo esto se añade una carga de «imagen país», es decir un problema cultural. Una cosa, para una calificadora de bolsa de New York, es ser un gran productor de soja, otra un productor de patentes intelectuales sobre la soja. Los evaluadores pueden ser muy benevolentes con tres «nerds» californianos en un garage que desarrollaron una «app» nueva. Pero a la hora de juzgar a un «cisne negro argentino» como Bioceres, se ponen muy cautelosos, como si tuvieran que opinar sobre un desarrollo tecnológico en perforaciones offshore proveniente de Nigeria. Para su mal, los nigerianos por ahora son famosos como oferentes de crudo, no de tecnología.

Si el equipo de la Dra. Chan logró lo que logró es porque las ciencias biológicas argentinas pisan fuerte desde los ’40: tres premios Nóbel y el 65% del mercado farmacológico bajo control local lo certifican.

Bioceres por ahora tiene aprobada en Argentina únicamente la soja resistente a sequía. No obstante, ésta debe recibir el visto bueno de China. Además, Bioceres la firma controla en un 50,01% a la compañía de microbiología agrícola Rizobacter. Pero este es un negocio lateral. El «core business» de Bioceres, su «sex appeal» bursátil, son los eventos HB4. De aquí a la China.

Allá, la inclusión de un socio como Bayer tal vez ayude con el licenciamiento. Aquí también.

  • Para entender a fondo este tema y sus implicancias en el negocio agrario argentino lea el análisis de AgendAR aquí.

 

VIALa Nación