La Secretaría (antes Ministerio, y antes de eso Secretaría) de Agroindustria, junto con la Secretaría de Alimentos y Bioeconomía, autorizó una “acumulación de eventos biotecnológicos”.
En castellano, dio luz verde para plantar y vender una semilla de soja doblemente recombinante. Ésta tiene otra originalidad mayor: se trata de un desarrollo argentino de la firma Indear, la empresa de investigación y desarrollo de Bioceres, compañía argentina. Las patentes que genere vendrán hacia nuestro país, en lugar de salir de él.
Esta soja de Indear está doblemente “pisteada” en su ADN: tiene el H4 o HB4 (se lo llama de ambos modos). Es el “pack genético” del girasol que hizo de la doctora Raquel Chan, de la Universidad Nacional del Litoral y el CONICET, una celebridad mundial.
El H4 o HB4 le da a la especie receptora no sólo resistencia a extremos hídricos sino la paradójica capacidad de aumentar su producción de semilla con la sequía. Esta capacidad es natural del girasol, hasta donde se puede llamar “natural” a lo que hace una especie cultivada, y por ende sometida a selección artificial, desde hace miles de años. Pese a ello las autoridades regulatorias argentinas se tomaron una década para autorizar el uso a campo y comercial de este conjunto de genes, aunque ni las publicaciones científicas, ni como la historia escrita y oral, registran datos de humanos o ecosistemas atacados por girasoles.
En marcado contraste, las autorizaciones de eventos transgénicos pedidos por multinacionales (Monsanto es un caso paradigmático) en la Argentina siempre tuvieron «trámite express», incluso si estaban ligados directa o indirectamente al uso de pesticidas. Además de que las multinacionales tienen un «lobby» ramificado y poderoso, sus eventos en nuestro país van por vía rápida porque ya han sido autorizados por la Food and Drug Administration (FDA), la agencia de licenciamiento de los EEUU. Es colonialismo mental, pero además también miedo de funcionarios a enfrentar juicios de otras multinacionales (las grandes organizaciones ecologistas) sin el respaldo de una autoridad científica «incuestionada» (supuestamente, la FDA).
El colonialismo mental le sale caro a los colonizados. La década a espera de poder licenciar en Argentina el evento H4 en soja tuvo un costo financiero fuerte para Bioceres. Este año trató de salir de deudas mediante un Initial Public Offering (IPO) de acciones en la bolsa de New York, pero las evaluadoras de riesgo locales -AgendAR leyó sus informes- miraron la oferta con frialdad: estaba endeudada y era una firma sudamericana.
El potencial económico del H4, que en algunos cultivos responde a la sequía con un aumento del 18% del rendimiento en grano, no lo entendieron y al parecer ni lo leyeron: hasta ahora, y a la luz de los desastres por ciclos acentuados de sequía e inundación que viene causando el cambio climático en los países exportadores de granos, la de Raquel Chan, Indear, el CONICET, la Universidad Nacional del Litoral y Bioceres es la patente de biotecnología vegetal más significativa del siglo XXI, hasta el momento. Las calificadoras de riesgo tienen sus propias miopías culturales. Si Bioceres hubiera sido un «start up» de tres biólogos nerds operando desde un garage en California, habrían examinado el caso con más detenimiento. Los colonizados no tenemos el monopolio de la idiotez.
En conclusión, Bioceres debió vender un 5% de su paquete a la multinacional de las semillas recombinantes, Monsanto… antes de que ésta fuera engullida por Bayer. Que con muy poco esfuerzo, hoy es co-propietaria del evento H4.
La pérdida mayor fue de los argentinos: En los últimos cinco años, la producción promedio de Argentina en soja es de 55 millones de toneladas. En la última campaña se perdieron 16 millones por la sequía, de las cuales con el evento se podría haber recuperado un 26%: 4 millones y medio de toneladas.
Además del «pack» H4 de resistencia a extremos hídricos, esta soja de Indear tiene el famoso gen RR (por “Roundup Resistant). Este gen, desarrollado y transfectado por primera vez por Monsanto a fines de los ’80, le permite seguir viva a la planta receptora aún después de una rociada de glifosato o de glifosinato. Son dos herbicidas todavía bastante efectivos contra las malezas, aunque el campo argentino viene abusando del mismo desde 1996, cuando la Secretaría de Agricultura licenció para su uso a campo la primera soja RR. Pero han causado una resistencia doble. Una es biológica: en la llanura chacopampeana ya hay más de 18 especies de malezas que evolucionaron y lo soportan. Y el uso de dosis cada vez mayores de glifosato o glifosinato para derrotar a las «supermalezas», amén de su combinación con otros herbicidas de mayor toxicidad y poder residual, está generando resistencia política a su empleo sin control. Y Monsanto (que ya no existe) empieza a perder algunos juicios por toxicidad. Hoy goteo, mañana catarata.
Probablemente por todo ello el «evento» RR es historia vieja, que ya superó su techo de mercado hace años, pero el “evento HB4” no lo es en absoluto. Fue aprobado por las autoridades regulatorias de la Food and Drug Administration de Estados Unidos, asunto que hoy le facilita poner el sello de aprobación a otras autoridades regulatorias del mundo y permite imaginar su licenciamiento mundial… salvo en la Unión Europea, donde la ingeniería genética comercial está prohibida por el lobby de los pequeños productores subsidiados por la UE. Saben que enfrentar la oferta de granos (transgénicos o no) de Argentina, Brasil, EEUU, Canadá y Australia los llevaría a la quiebra de inmediato. No tienen escala para competir. Su ideario ecologista es mayormente un verso pseudocientífico para esconder barreras para-arancelarias. Habida cuenta de que en ello se juegan el lujo de vivir en aldeas y producir poquísimo con precios subsidiados, es inútil explicar en Europa Occidenal que el pasaje de genes entre especies, a veces nada emparentadas, no se trata siquiera de un invento humano sino más bien un hecho biológico natural: las bacterias y virus lo practican exitosamente desde hace más de 3500 millones de años. Nosotros, los humanos, lo empezamos a imitar en los ’80.
Como sea, hoy el HB4 está en proceso de autorización en la República Popular China, el primer comprador de soja del mundo y el mercado principal del campo argentino.
Supusimos que la aprobación relativamente rápida de la soja doblemente recombinante de Bioceres pudo deberse a su nuevo respaldo multinacional. No fue así. Consultada la Dra. Chan sobre esta noticia, contestó lo siguiente a AgendAR: “… Estoy en un congreso en México y la internet anda horrible en este lugar, se me corta todo el tiempo. Así que va cortito, creo que interpretás mal. Aunque me entero por los diarios ((igual que vos), esto es una aprobación como la que tiene H4 sola desde octubre de 2015, o sea, no se puede comercializar y queda en espera hasta la aprobación de China. No sé cuál es la gran noticia (me llegaron muchos correos y whatsapps): seguimos siendo un país que espera que otro decida para ver si gana o pierde en la próxima cosecha”.
Habida cuenta de que las autoridades argentinas se tomaron una década para autorizar el “evento” H4 o HB4, asunto que Bioceres, Indear, el CONICET, la Universidad Nacional del Litoral y la Dra. Chan tramitaron con una paciencia china, al menos es un alivio saber que ahora al menos no son compatriotas los que están demorando las cosas. Otro alivio inconfesable es enterarse de que existen sitios donde la Internet y los celulares andan peor que en Argentina.
Daniel E. Arias