BIOCERES aterriza en Wall Street

Federico Trucco, CEO de Bioceres

Esta semana la empresa argentina de biotecnología Bioceres dio un paso fundamental: adquirió Union Acquisition Corp, una firma de EE.UU., que le permite empezar a cotizar en Wall Street. Ya este año había intentado desembarcar en la Bolsa de Nueva York, como informó en su momento AgendAR, pero tuvo que postergar la decisión por la desconfianza de los inversores a la Argentina.

Es la primera empresa de biotecnología de América latina que aterriza en la bolsa de Nueva York. Lo hace con el nombre Bioceres Crop Solutions y ya tiene un valor estimado de US$ 456 millones. Es, además, la primera salida de una firma argentina a la Bolsa en EE.UU,. tras la dramática devaluación.

Compartimos la satisfacción por este logro, ya que la firma es un símbolo de la incorporación de tecnología a las actividades productivas, imprescindible si nuestro país aspira a un futuro industrial.

Como señala la sagaz periodista Silvia Naishtat, Bioceres, la empresa que comenzó a ser imaginada por muy pocas cabezas en el dramático 2001, hoy es vanguardia mundial en la tecnología que se aplica en el agro. Ahí trabajan matemáticos, genetistas, químicos e ingenieros de varias especialidades. Al principio fueron veintitrés socios, cada uno de los cuales puso de su bolsillo US$ 600 para dar forma a un modelo que une la academia, el sector privado y el Estado, en plena cooperación. Hoy son 308 socios de una firma que reinvierte todas sus utilidades. Y tuvo avances notables en ingeniería metabólica y «molecular farming», o «cosecha molecular», entre otros.

Su principal patrimonio son sus patentes y contabiliza nada menos que 217 patentes internacionales.

Las patentes estrella de Bioceres, su activo principal, son las hb4, aplicaciones de un gen resistente a la sequía y a suelos salinos. Ese gen fue extraído del girasol y «transfectado» a soja y trigo por Raquel Chan en la Universidad del Litoral, y expresa como ningún otro desarrollo un modelo perfecto de integración entre científicos y empresarios. De haber sido aprobado a tiempo (los trámites superaron los 10 años) probablemente habrían salvado a los agricultores argentinos de buena parte de los U$ 7000 millones que perdieron con la sequía del verano pasado. La Secretaría de Agroindustria sigue sin autorizar el trigo hb4: tiene miedo de que su harina con genes de girasol espante a los ecologistas brasileños. «Un médico ahí», como decía el presidente Raúl Alfonsín. Preferiblemente, psiquiatra.

Y hacia delante, Bioceres está trabajando en una semilla que resuma en su genoma la capacidad de producir su fertilizante y su herbicida.

De acuerdo con su CEO, Federico Trucco, en Bioceres se concibe a las plantas como fábricas de proteínas. Un caso es el de la quimosina, usada en la fabricación de quesos. Primero se obtenía del rumen de terneros, lo que suponía algún riesgo mínimo de transmisión de virus bovinos, pero mucho más difícil de medir en el caso de enfermedades priónicas, como la encefalitis espongiforme, mal de Kreutzfeld Jacob o popularmente, «síndrome de la vaca loca», de la que aquí no hubo casos, pero en Europa fue epidémica, mató a 160 contagiados (resultó 100%fatal) y obligó a Francia e Inglaterra al exterminio de inmensos rodeos vacunos. Inmediatamente, como el show lácteo debe seguir, la ingeniería genética logró fabricar quimosina en bacterias coliformes y levaduras del género Aspergillus modificadas «ad hoc». Se cultivan en fermentadores, mucho más simples y controlables biológicamente que los terneros.

Pero ahora Indear (Instituto de Agrobiotecnología de Rosario), ligado a Bioceres desarrolló el «molecular farming», otra vía de producción más avanzada. Extrae quimosina de semillas de plantas de cártamo genéticamente intervenidas. Eligió este cultivo particular porque es muy rústico, como el girasol, soporta variaciones climáticas letales para otras plantas con semilla, y porque de una tonelada de tales semillas se extrae 1 litro de quimosina MUY valiosa. Las plantas de cártamo fueron recombinadas con el «pack génico» vacuno correspondiente a la expresión de quimosina, enzima que la evolución desarrolló para que los rumiantes cuajaran las proteínas lácteas y las asimilaran mejor. Tal cual, plantas con genes de vacas.

Los plantines agronómicamente más perfectos luego son clonados («micropropagados») para generar decenas de miles de plantas adultas y sexualmente maduras, idénticas como fotocopias biológicas. Y la producción de quimosina en las semillas resultantes es más perfecta y barata que con cualquier método anterior para la industria láctea. Bioceres se unió con Porta Hermanos y está en plena producción de este insumo.

La fábrica resultante produce por «crushing» (molienda y extracción) U$ 200 millones de dólares/año de quimosina. Abastece la quesería nacional y la de todos nuestros vecinos del Cono Sur. Todo esto es el resultado de la gran inversión pública en ciencia pura, aplicada y desarrollo productivo que se mantuvo hasta 2016, y su vinculación con la industria. A principios de este año, los analistas de riesgo de Wall Street, unas genialidades en lo suyo, aconsejaban a sus clientes no comprar acciones de Bioceres: «argentina y demasiado endeudada», decían. Si les pregunta hoy, cambian inmediatamente de tema.

Antes de esta salida a la Bolsa, la firma adquirió el 51% de Rizobacter, con una dilatada red comercial y experta en la protección de cultivos. Parte de los fondos que coseche en la bolsa serán para pagar el crédito con el que compraron Rizobacter, para ampliar su participación al 80%. Con semejante apalancamiento científico y tecnológico y mucha audacia empresarial, se puede ser industrial, argentino, comercialmente agresivo, no temerle a deudas y si Wall Street te había cerrado la puerta, entrar por la ventana.

En AgendAR nos encanta dar ese tipo de noticias.

VIAClarín