(Hace 24 horas, Daniel Arias proponía aquí el desarrollo nacional de ROVs (Remote Operated Vehicle, Vehículo operado a distancia) como la forma realista de determinar qué sucedió con el ARA San Juan. Ahora, se extiende sobre sus otros usos, y nuestra capacidad para construirlos).
Asuntos territoriales a zanjar
Hay más en esto de desarrollar ROVs que el análisis forense. Hay futuro. Concluido judicialmente el caso del San Juan, la capacitación de diseño y construcción de ROVs nos servirá para desarrollar la investigación y el control de los recursos de nuestro millón de km2 de Zona Económica Exclusiva, amén del 1,7 millón adicional que nos otorgó Naciones Unidas, a través de CONVEMAR, en 2016.
De esa extensión tenemos derecho indiscutido sobre sólo 0,3 millones de km2. El resto se superpone con reclamos de otros países, fundamentalmente el Reino Unido. Desde 2012, la inminencia de la decisión de CONVEMAR a favor de nuestro mapa de reclamos aceleró la decisión por parte de Gran Bretaña de construir el “Sir David Attenbourough”, un barco polar oceanográfico del British Antarctic Survey, de inmensas capacidades científicas (y de paso, por sus dos helicópteros, con aptitud para la lucha antisubmarina).
Claramente los británicos quieren tener lo más rápido posible un mapa actualizado de los recursos energéticos y minerales de los fondos sobre los que la Argentina ya reclamaba soberanía. Pero sobre todo, de aquellos nuevos sobre los que, tarde o temprano, tendrá que reclamar. Será el mayor desafío territorial de la Argentina en este siglo.
No seamos tan imbéciles como para creer que, ante la inevitabilidad de tener que negociar alguna vez, los británicos vayan a compartir el conocimiento de NUESTRAS zonas abisales con nosotros, por más gansadas de “cooperación científica conjunta” que haya firmado el Palacio San Martín con Whitehall, la cancillería de ellos. Necesitamos NUESTRO mapa, y rápido.
Creemos también que un “ROV básico argentino”, modificable a medida de distintas tareas, potenciará nuestra pequeña flota actual de barcos oceanográficos. No es despreciable: son el ARA Austral, el Comodoro Rivadavia y el Puerto Deseado, amén del Cormorán de la Prefectura Naval. El Attenborough podrá ser una joya y tiene ROVs e incluso vehículos totalmente autónombos, robots tipo AUV. Pero compitiendo contra una flota de 4 barcos con ROVs que logísticamente la juega más de local, se puede aventurar que cerramos el primer tiempo empatados.
Sobre lo que haya en el fondo, sean nódulos de cobalto o yacimientos de crudo en tal o cual lugar de la «demersal», la lomada de sedimento en la llanura abisal, a pie del talud… lo fundamental es que sepamos, y que ellos sepan que nosotros sabemos.
¿Acaso no lo hicimos antes?
Algo en este asunto recuerda la reparación de Atucha I en 1988/9. Se había roto un elemento combustible por las vibraciones de un sensor, y eso había a su vez inundado el fondo del recipiente de presión de fragmentos de chapa del canal refrigerante y de pastillas de cerámica de dióxido de uranio, que son durísimas y pueden dañar las bombas de circulación del primario. La central, según diseño, fue perdiendo potencia y se detuvo sola. Los reactoristas se pusieron a investigar qué había pasado.
A los pocos días el diagnóstico era desolador. En las condiciones en que había quedado Atucha I no había modo de volverla a usar. Y hacer reparaciones dentro del ambiente radiante de un recipiente de presión no se había intentado jamás hacer en ninguna otra central nuclear. SIEMENS-KWU, la proveedora del reactor en 1968, recomendaba medidas muy dramáticas y caras: destapar el recipiente de presión, tener la central parada 2 años, desmontar todos sus internos con rotaciones velocísimas del personal para disminuir su exposición a radiaciones, reparar y volver a montar todo robóticamente. Hecha la cuenta: U$ 200 millones.
Los alemanes nos tenían agarrados por el cuello (dicho finamente): había una crisis eléctrica sin antecedentes. Debido a años sin mantenimiento o reemplazo de decenas de viejísimas centrales térmicas a fueloil, amén del parate de Atucha II (que debía haberse completado en 1987), las grandes ciudades argentinas tenían apagones diarios de hasta 14 horas de duración. La gente joven que vivía en pisos altos debía cargar baldes de agua escaleras arriba varias veces por día. Nos lavábamos como gatos. Ahorrábamos hasta con el inodoro. Meses así. Y los viejos y enfermos la pasaban mucho peor.
La Secretaría de Energía, tirando la pelota afuera, hacía recaer la culpa en Atucha I. Pero en medio del caos eléctrico además se estaba desatando una hiperinflación, y los U$ 200 millones pedidos por SIEMENS eran una cifra enorme antes de los ’90. Era la mitad del costo de una hipotética Atucha I “cero kilómetro”.
Era una tormenta perfecta. Los accidentes de tránsito nocturnos y los asaltos a personas y comercios se disparaban. Algunos enfermos electrodependientes se morían en sus casas. Los medios vociferaban: “FIRMEN DE UNA MALDITA VEZ CON SIEMENS”. Hans Blix, el director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, vino a sugerirnos lo mismo.
Pero un comité de crisis de la CNEA se había puesto a trabajar por su cuenta semanas antes de su llegada. El Jefe de Central, el Dr. Juan Almagro, empezó su reunión con Blix preguntándole cuánto le había pagado SIEMENS por el favor. El sueco se dio cuenta de que se había metido a nadar entre pirañas, y reculó. La CNEA estaba incendiada de furia por la inconducta de “su socio estratégico en ENACE”, una empresa de diseño y construcción de centrales en la que CNEA y la multinacional alemana eran copropietarios, SIEMENS con el 25%.
Sólo años más tarde supimos que los alemanes no tenían maldita la idea de cómo hacer esta reparación, sino que ya pensaban secretamente en irse de ENACE porque querían abandonar el negocio nuclear en todo el mundo, incluso en Alemania Occidental. Pero ya que estaban, ¿por qué no irse de aquí con plata?
Por una decisión fortísima de la doctora Emma Pérez Ferreira, a la sazón presidenta de la CNEA, el presidente Raúl Alfonsín dió luz verde. La reparación la terminaron haciendo entre la CNEA, INVAP y TECHINT con herramientas «laparoscópicas» telecomandadas. Fueron creadas ad-hoc, eran capaces de meterse a 12 metros de profundidad dentro de canales refrigerantes de 12 cm. de diámetro, y lograban dar imágenes de video, manipular, cortar, desmontar, soldar, etc. en un ambiente enormemente radioactivo. Duraban unas pocas horas, eso sí. Los rayos gamma les freían los circuitos y los cableados.
El trabajo total se hizo en 5 meses y costó U$ 17 millones. No hubo irradiación de los teleoperadores de las herramientas, resguardados por paredes de plomo de metro y medio de espesor. La central volvió a entrar en línea. Blix, para reponerse de una mala entrada en escena, no tuvo más remedio que dejar que los reactoristas y expertos en radioprotección del OIEA nos felicitaran por la tarea, y estaban bastante deslumbrados. Desde entonces, 30 años después, Atucha I viene funcionando con normalidad.
No todo el mundo celebró. El representante de KWU-SIEMENS, Ulrich Gaetke, habló ante los medios de la posibilidad de un «mini-Chernobyl». Greenpeace venía planteando lo mismo desde el principio de la detención de Atucha I, pero sin el adjetivo «mini». Jorge Lanata mandó en tapa una foto de la central con el título de «La arreglamos con un alambre». El gabinete uruguayo se retiró discretamente a dirigir el país desde Tacuarembó, por lo que pudiere… Juan “El Pelado” Almagro nunca pudo hacerle públicamente y ante cámaras a Lanata la pregunta que le había hecho a Blix, porque lo frenó Emma Pérez Ferreira.
Lo que quedó en claro desde entonces es ante tareas muy desafiantes conviene arremangarse. Cuando ministros carentes de toda formación tecnológica y los medios más chichipíos se apuran a llamar “imposibles” a misiones en las que los expertos externos venden humo y el país se juega no sólo plata sino soberanía y principios, hay que arremangarse. Y hacer las cosas aquí. Para el caso, en 2014 y 2018 respectivamente, la terminación de Atucha II y el retubamiento de Embalse las terminó NA-SA, empresa paradójicamente creada por Menem pero que reunió lo mejor de ENACE con la Dirección de Centrales Nucleares de la CNEA. A veces, como dice «Arriba la Celeste», aquella murga de Jaime Ross, “los de afuera son de palo”.
Más allá de la información que logren producir en términos forenses, los ROVs, la capacitación, el aprendizaje y el dinero que cueste esta tarea irrenunciable de saber qué le pasó al San Juan, quedan aquí. Es algo que no habrá que contratar afuera nunca más. Voy más lejos: naufragios ocurren desde que existe la navegación, reflotamientos, casi nunca, pericias a gran profundidad, rarísima vez. Si desarrollamos ese «know how» forense, es algo que después, como país, podemos vender.
Los contextos se parecen: comprar submarinos nuevos “llave en mano” es imposible, por el combo de deuda e hiperinflación, pero además “llave en mano” es para idiotas. El CINAR es uno de los dos únicos astilleros de submarinos de la región, y apenas lo hemos usado. Comprar chatarra de descarte de la OTAN, además de imposible, es técnica y políticamente suicida. Las cuestiones de reclamos cruzados sobre plataforma y fondos abisales no las tenemos con Indonesia, las tenemos justamente con países del Atlántico Norte.
Incluso con la primitiva propulsión diésel-eléctrica con que nació el submarino de ataque en la Primera Guerra Mundial, sigue siendo el arma más poderosa de cualquier armada. Mientras el COFSUB no navegue, no podemos negociar un metro cuadrado de agua o de fondos con nadie. No tenemos credibilidad.
Un TR-1700 sigue siendo peligroso. Tres, no quieras ver. Lo sabe la Royal Navy, lo sabe incluso la U.S. Navy, cuyos superportaaviones nucleares clase Nimitz y Gerald Ford, desde los años ’80, son “torpedeados electrónicamente» una y otra vez por pequeños pero ágiles y silenciosos submarinos de caza diésel eléctricos europeos en toda maniobra conjunta. Eso sucede pese a que al ser “núcleo de flota”, los portaaviones navegan literalmente envueltos por sus escoltas antisubmarinas. El propio San Juan cruzó en oblicua la cortina de fragatas y helicópteros antisubmarinos, sin ser detectado, ascendió a profundidad de perioscopio, dejó pasar al grueso de la flota y “coheteó” al Mount Withney, un crucero misilístico, en los ejercicios FLEETEX frente al Cabo Hatteras en 1994. Como manda la tradición, el capitán Gustavo Trama le mandó al comandante del Withney la fotografía de su propio barco sacada por periscopio como recuerdo. «Hundido», es el mensaje.
Hay una foto aún más espectacular de orígenes parecidos: el un portaaviones, tomada desde el periscopio del ARA San Juan durante el ejercicio UNITAS en aguas del Caribe en 1992. Es el USS Nimitz.
Averigüemos por nuestra cuenta qué le pasó a aquel viejo pero excelente submarino, el ARA San Juan.
Como dijimos ayer, averiguar en forma concluyente el destino del ARA San Juan, desarrollar la tecnología de los ROVs, que lo investigarán, ganar capacidades para defender los territorios submarinos de nuestro país: no hay mejor modo para que 44 millones de argentinos rindan tributo a 44 compatriotas muy valientes de la Armada que murieron patrullando nuestro mar.
Daniel E. Arias