La decadencia de la industria nacional

Habitualmente en AgendAR abreviamos la mayoría de las noticias que reproducimos. Como se indica en nuestra carta A Todos, nuestro objetivo es «buscar, destacar y resumir todas las noticias que pueden interesarle a un argentino vinculado con actividades productivas». No alcanza el tiempo para leer todo…

Pero en este caso queremos reproducir íntegra la nota de Alcadio Oña; el tema lo merece. Y agregamos breves observaciones al final.

«Los economistas de la Fundación Fiel Juan Luis Bour y Guillermo Bermúdez han aportado un dato de la decadencia de la industria nacional que es, también, una muestra de la decadencia argentina. Dice que en el segundo semestre la producción manufacturera será un 14% más baja que la del mismo período de 2011 y que, aun cuando ésta hubiese sido récord, queda claro que desde entonces han pasado nada menos que siete años.

Otros ejemplos semejantes, ahora surgidos de las estadísticas del INDEC: durante septiembre en el sector se destruyeron 7.300 puestos de trabajo, y 39.000 desde diciembre. Hoy ocupa la misma cantidad de personal y hasta un poco menos que en 2008, esto es, una década atrás.

Más de lo mismo: en los años 90, el financiamiento a la industria representaba 30% del financiamiento privado total; en 2011 había bajado al 17% y ahora está en el 16%. Y como los números de Brasil y de Chile cantan 70 y 106% respectivamente, el contraste dice que acá el crédito es poco, caro o, al fin, que no hay inversión.

Miradas a través de estas carencias y retrocesos, algunas de las grandes ventajas que históricamente se le han atribuido a la industria quizás debieran ser colocadas entre paréntesis o consideradas antigüedades. Para el caso, la de constituir una fuente indiscutida de empleo calificado, bien remunerado, de ser una garantía de ascenso social y de contribuir en cierto grado a la independencia económica.

Claro que este conjunto no brotó de la nada, porque aquello que se afirmaba de la industria sigue siendo cierto.

Entre varias explicaciones de especialistas una dice que acá faltaron políticas públicas puestas a desarrollar y articular una estructura industrial sólida y sustentable. Pariente directa, otra clave fue no contar con un empresariado nacional amplio apostando a un proyecto productivo que sea asumido, además, como un proyecto político. Y lo de siempre: poner las cargas en otro lado, sin arriesgarse o arriesgando sólo bajo un paraguas oficial seguro.

De vuelta al presente, dicen Bour y Bermúdez: “No está claro aún cuál será la profundidad del ajuste en la industria en los próximos meses, pero el piso de la contracción se encuentra en torno del 6% durante la segunda mitad de 2018”.

La estadística del INDEC ya anota cinco meses consecutivos de caída, y uno, septiembre, desplomándose 11,5%. La Fundación Fiel acaba de agregar a la lista un 3,6% para octubre y un relevamiento de la Unión Industrial plantea que el 65% de las ramas fabriles viene en pendiente: “Las que crecen, afirma, es respecto de una muy baja base de comparación”.

¿Y qué prevén los propios empresarios? Nada muy diferente a esto que hay, según una muy reciente encuesta oficial.

El 61% espera que la demanda siga bajando a corto plazo y solo un 8,4% estima que puede subir. Tres de cada diez directivos piensa recortar la plantilla de personal, el 40% prevé eliminar las horas extra y poco menos que nadie se imagina invirtiendo.

Aún en visible retroceso, la industria todavía es una palanca importante: representa alrededor del 16% del PBI, lo cual significa que mucho de lo que pase en la economía depende lo que pase con ella. Entonces nada hay de casual en los seis meses de signo negativo, sobre trece, que acumula el indicador general del INDEC.

Números sobre números, algunos analistas miden el impacto del ajuste fiscal, monetario y cambiario que “puso” el Fondo Monetario y corren el repunte hasta el segundo trimestre de 2019. Eso sí, con una aclaración: que nadie festeje a cuenta ni festeje demasiado hasta no ver qué magnitud real tiene la mejora.

Gente cercana al Banco Central apuesta a un reordenamiento general de las grandes variables, hacia las vísperas de las elecciones. Suman: achicamiento del déficit de las cuentas externas; aumento del stock de reservas; correcciones en precios relativos, como tarifas y tipo de cambio; déficit cero y baja de la relación deuda-PBI. “Todo quedará alineado para ingresar a una etapa de crecimiento equilibrado”, dice uno de esos especialistas.

Así es, también, la música que se escucha cerca de Nicolás Dujovne, solo que la temporada de noticias oscuras sigue viva y aconseja no ir más rápido de lo que van las cosas.

Ayer mismo se supo que en noviembre, contra el mismo mes de 2017, la venta de autos se derrumbó un 45,9% y aterrizó en los niveles de 2002. Esta vez tocó devaluación, tasa de interés, salarios caídos y precios subidos; más o menos lo mismo que toca por todas partes.

La industria ya entró de lleno en la que será su quinta recesión en diez años. Va para atrás en toda la línea, obviamente, aunque el problema es que la estructura económica retrocede casi sin excepciones.

Escenario dual para quienes plantean jugarse a fondo con los servicios, viendo allí un estadio superior de la evolución económica. Ni tanto ni tan poco. Es cierto que recién en 2011 la Argentina recuperó el PBI industrial por habitante que tenía en 1974, pero para entonces Japón ya lo había sobrepasado en un 150%; Italia lo había duplicado; EE.UU. casi duplicado y Brasil lo superaba en un 70%. Por algo países como estos siguen aumentando la capacidad de sus industrias«.

En su último tramo, este informe rescata un discurso que estuvo de moda 25, 30 años atrás. Y sirvió entonces para justificar políticas de desindustrialización: La presunta «mayor modernidad» del sector terciario -los servicios- sobre la industria (Recordemos que en ese tiempo también se consideraba a la producción primaria -el agro- como irreversiblemente atrasada. En otros países ya estaba en marcha la Revolución Verde).

El informe cuestiona ese discurso, con razón. Pero sucede que quedó atrasado: hoy lo que se vende como «moderno» no son los servicios en sí, sino la precariedad: los «empleos basura», que son los que muchas veces se encuentran en ese sector.

También es necesario aclarar que la decadencia a que se refiere es de la industria en su conjunto, y del empleo industrial. Algunos sectores, al contrario, desbordan vitalidad y son una prueba de la competitividad argentina. El complejo agroindustrial del Gran Rosario es uno de los ejemplos.

VIAClarín