Publicamos la 1° parte de este artículo hace 3 días, aquí.
CLIMA DE NEGOCIOS Y NEGOCIOS DEL CLIMA
La línea de argumentación para defender el átomo en nuestro país no es lo mucho que la negligencia de los gobiernos nos hace y hará perder. El argumento ganador es lo que perdemos de ganar. La catástrofe en curso -el calentamiento global- es una oportunidad para vender al resto del mundo potencia de base libre de carbono y con un 93% de disponibilidad. Y eso por ahora da nuclear o nuclear, de aquí a la China.
No hablemos de moral, hablemos de plata. La contribución y responsabilidad de la Argentina en el actual descalabro atmosférico es mínima, aunque estamos entre los países más crudamente afectados. ¿Quiénes son los 10 máximos emisores de carbono fósil del mundo? La respuesta origina muchas preguntas diplomáticas, porque esos 10 suman el 67,6 del C02 que se emitió en 2015. Ahí va la galería del crimen:
• China 29,51% del total mundial
• EEUU 14,34%
• UE 9,62%
• India 6,81%
• Rusia 4,88%
• Japón 3,47%
• Alemania 2,16%
• Irán 1,76%
• Corea 1,71%
• Canadá 1,54%
¿Qué sentido tiene bajar la huella argentina de carbono, si con el 0,53% de las emisiones mundiales “rankeamos” en el puesto # 32? En realidad, sería el 34 si se consideraran en igualdad con países dos complejos industriales mundiales, la navegación marítima (1,78%) y aérea (1,39%), industrias que queman respectivamente bunker-oil y querosene JP1 a escote.
El argumento argentino debe ser otro: “primerear” al Primer Mundo con soluciones energéticas que no sólo no agraven el problema sino que te blinden contra el mismo.
“Save the planet” es un plus moral carero y careta. Que se está llevando gratis la gente equivocada: la gran multinacional de la ecología, y los importadores libres de sistemas de potencia intermitente. Aquí se forraron como duques aunque en el mundo son al calentamiento global lo que las aspirinas a un cáncer en estadio IV: no cambian nada.
Hasta que no aparezca un sistema barato de almacenamiento de electricidad, por mucho que la eólica y la solar bajen el costo del MW instalado, el MWh -es decir producido y entregado a la red- (tal vez el Dr. Alieto Guadagni perciba la diferencia) sólo lo pueden vender caro, a precio subsidiado, y en lapsos que suman entre el 25% a quizás el 39% del año, eso de acuerdo a la calidad del recurso y de “los fierros”.
Pero de yapa, sólo funcionan con despacho preferencial sobre otras fuentes “descarbonizadas” y de disponibilidad planificable (las hidro y las nucleares). Pero además las más impredecibles (la eólica) necesitan de máquinas generalmente térmicas «en parada caliente», es decir contaminando pero sin entregar potencia, para tomar su lugar de apuro si sobreviene calma chicha. Es decir, los sistemas renovables funcionan con múltiples capas de subsidios y el fuerte son las prioridades de compra, los “feed in tariffs”, o “tarifas de inyección”. Esa última traducción es buena para los consumidores, que son los que ponen lo que uno suele ponerle resignadamente a la jeringa.
Lo que nos obliga nuevamente a revisar posiciones respecto de dos centrales núcleoeléctricas que podemos llamar “criollas” sin faltar a la verdad: el CAREM y el CANDU. Una es experimental, la otra madura y probada, ambas se pueden ejecutar con o sin socios, en ese último caso con más de un 85% de componentes nacionales, y ambas le dan a la Argentina oportunidades internacionales.
Lo que varía en ambos casos es el modelo de negocios. Con el CAREM venderíamos plantas enteras llave en mano, o con los componentes críticos (el combo unificado del recipiente de presión y generadores de vapor) “made in Argentina”. Otros podrían ser derivables al cliente, y en tal caso se cobra la transferencia de tecnología. Con las CANDU, con los caños “high-tech” que fabrica CONUAR con superaleaciones: los tubos de zircaloy de presión y de calandria, o los de inconel 690 de los generadores de vapor. Pero colaborando en el «retubamiento» de los muchos CANDU e imitaciones indias, o en la construcción de nuevas unidades, lo que hay es una ponchada de horas/hombre de ingeniería de detalle y de montaje a un precio que a nuestros socios forzosos (Canadá, quizás Corea) les queda bajo sus elevados pisos salariales.
No es plata que se vaya a ganar rápido. Jamás hubo cambios mundiales drásticos de matriz energética: el paso de la leña al carbón mineral se apalancó alrededor de 1780 con la máquina de vapor de Thomas Newcomen mejorada por James Watt… pero aún no terminó. La transición del carbón mineral a los líquidos derivados del petróleo no está siquiera cerca de concluir. Empezó en 1872 con el motor de combustión interna del yanqui George Brayton y en 1876 con el diésel de los alemanes Nikolaus Otto, Gottlieb Daimler y Wilhelm Maybach. Pero a casi un siglo y medio de estos desarrollos, la primera fuente de electricidad sigue siendo el carbón… ¡en EEUU y Alemania!
La infraestructura tiene inercia. Aún si hoy a la mañana hubiera aparecido un “game changer” universal capaz de destetar al mundo de toda combustión fósil, la necesidad de amortizar su red existente de producción y distribución de energía, más la renuencia a pagar el despliegue de un sustituto rápido van en contra de todo salto de paradigma. Salvo otro “game changer”, pero que venga desde la política y la diplomacia, apure las cosas.
Vamos a lo primero. Póngale, oh lector, que desenvaina U$ 50.000 más impuestos y le compra a Elon Musk un Tesla 3, el mejor auto eléctrico del mundo (el menos caro de ese fabricante). Lo pinta multicolor, como el “Rainbow Warrior”, aquel barco de Greenpeace, para proclamar su guerra unipersonal contra el carbono fósil y se va a celebrar con un clásico Baires-Marpla. Arranca como un huracán y va arrugando el piso por la RN2, pasando a los demás autos como postes, pero la gigantesca batería de litio se le desinfla pasando Vivoratá, a unos 40 km. de La Feliz.
Maldición, ahora necesita de largas horas de recarga a nuestros 220 volts de corriente doméstica, y también de un enchufe amigo. Porque, vea, esto no es Shanghai, es decir Tesla todavía no desplegó en estas pampas ninguno de sus actuales 12.000 “Superchargers” (estaciones de recarga eléctrica rápida, que inyectan 280 km. de autonomía extra en ½ hora). Puede llevarse una novela para pasar el rato. Recomendamos “La Guerra y la Paz”.
Lo lindo es que cuando termine de recargar, la electricidad de su Tesla será 62% fósil, porque gracias a la obra acumulada de todas los popes de energía desde Jorge Lapeña en 1983 hasta el actual Gustavo Lopetegui, pasando por los ya mentados Alieto Guadagni, Juan C. Aranguren y demás notables, la matriz eléctrica argentina es cada vez menos nuclear y menos “hidro”. Es decir, aquí su Tesla vomita carbono fósil a lo pavote, sólo que lejos del auto, en otro lado. Consejo de ecologista, lléveselo a Suecia: matriz 40% hidro, 40% nuclear, 20% renovables.
Antes de salvar el planeta deberíamos salvar a la Argentina. Sostener 69 años de desarrollo nuclear criollo tiene dos sentidos: volver a tarifas de consumo razonables y desacopladas de las petroleras por un lado. Por otro, desarrollar tecnología que en 10 años el mundo, con el agua al cuello o tosiendo por el mix de smog urbano, incendios forestales y polvaredas rurales de sequía, nos tenga que comprar de apuro. Elon Musk y Bill Gates, almas bondadosas, están en ese tipo de filantropía. ¿Y nosotros? Por ahora sólo tenemos el CAREM, y somos muy buenos retubando plantas CANDU desarrolladas por Canadá en los ‘60.
Las buenas noticias es que las CANDU vuelven al ruedo. Aunque entre los EEUU, la URSS y luego Rusia lograron hacer entrar en quiebra a su desarrollador, la AECL, patoteando diplomáticamente a su clientela natural para que no las compraran y a Canadá para que no las vendieras, las CANDU siguen siendo excelentes para países sin siderurgia pesada y sin enriquecimiento doméstico de uranio, pero con ganas de desarrollar industrias de componentes. Los únicos que conocen bien esa ingeniería canadiense son sus creadores, amén de los coreanos, los indios y nosotros.
Las malas noticias son que China y Rusia ya tienen kioskos nucleares muy grandes, y que los EEUU nos están robando nuestra única idea casi propia: el CAREM, que a su vez es un “off shoot” del reactor naval alemán Otto Hahn (cien años de perdón, por ello).
Sin embargo, de los EEUU podemos copiarnos hasta en cómo nos copian: son bastante geniales y siempre se aprende algo de ellos. Vea esto, si no: aunque empezarán a construir el prototipo del NuScale en los años 20 (si logran un trámite regulatorio “flash” por parte de la minuciosa Nuclear Safety Commission), ya están vendiendo esta ingeniería como “la planta a prueba de catástrofes naturales” por su resiliencia (el NuScale es tan pasivo que se atiende solo en caso de accidente grave, etc., etc).
En un artículo del 22 de junio de 2018, la revista Forbes elogia la capacidad del NuScale para resistir incluso impactos de aviones, y su rol de “first responder” para empezar a iluminar vastas zonas de apagón por tormenta o terremoto, y seguir así durante meses, aún si los caminos estragados no permiten que al reactor llegue combustible de reposición. Qué ironía. El país causante número uno del cambio climático, ahora tiene la solución: el capitán del Titanic te vende el salvavidas…
Puerto Rico sigue mayormente a oscuras a más de un año y medio de que el huracán María, de categoría 5, destruyera su infraestructura eléctrica y vial en Octubre de 2017. James Conca, de Forbes, dice aquí que si la isla tuviera media docena de centrales NuScale jamás debería volver a preocuparse por los huracanes. Exagera: cada vez son más frecuentes e intensos y la red de distribución siempre será vulnerable. Pero comparado con otras centrales de 3ra generación, el NuScale tiene esa cosa del CAREM: es sencillo, robusto y hecho para dormir sin frazada. Nos lo copiaron muy bien y aunque les faltan algunos años para la obra, ya lo están vendiendo.
Y nosotros, en babia. El 27 de marzo de 2004 tuvimos el primer huracán extra-tropical registrado en el Atlántico Sur, el de Santa Catarina, con vientos de 160 km/h. y un grado 2 en la escala Saffir-Simpson, que dejó 20 muertos en Uruguay, 3 en Brasil y 3 aquí. ¿Lo nuevo? La temperatura superficial del Atlántico Sur estuvo arriba de los 26º C, como sucede durante la temporada de huracanes “en el Mar de las Antillas, que también Caribe llaman”, al decir de Nicolás Guillén. Eso va contra la geografía que la mayor parte de quienes peinamos canas estudiamos en el secundario, oh lectores. El cambio climático la dejó atrás.
(Continuará)
Daniel E. Arias