Eduardo Charreau, un hombre de ciencia para la Argentina

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El doctor Eduardo Charreau, presidente del Conicet entre 2002 y 2008, durante los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, el hombre que reconstruyó la columna vertebral del sistema científico argentino después de la debacle de 2001, falleció este sábado 23 de marzo.

Discípulo de Bernardo Houssay, fue Director del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), fundado por Houssay, desde 1993 a 2010. Se especializó en endocrinología molecular​ y hormonodependencia tumoral, y fue pionero en la puesta a punto de determinaciones hormonales en biopsias de cáncer mamario cuando el análisis de los receptores estaba en sus inicios.

Se había doctorado como químico en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Fue profesor en la Universidad de Harvard y en Exactas, presidente de la Asociación para el Avance de las Ciencias. También ocupó la presidencia de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (2008-2010) y fue miembro de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo. Autor de 200 publicaciones internacionales, recibió innumerables distinciones y fue condecorado por los Gobiernos de Francia y Brasil.

La destacada periodista científica Nora Bär ha reunido testimonios de sus colegas:

Damasia Becú, que lo sucedió en la dirección del IBYME, y a cuyas reuniones de directorio siguió yendo hasta hace pocos días: «Estoy devastada. Era una persona querida por todos, fuera cual fuera su pertenencia política; tenía el don de escuchar y decir la palabra justa. En el Instituto era mi ‘gurú’, porque nunca perdía la tranquilidad y siempre tomaba la decisión correcta. Lo conocí en 1980, cuando ingresé como becaria, y  se quedó a mi lado, no tapándome, sino apoyándome. Era una persona de una generosidad y una humildad increíbles».

Jorge Aliaga, ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, donde Charreau fue profesor titular «Cuando se escriba la historia de la ciencia argentina durante las primeras décadas del Siglo XXI, seguramente el nombre de Eduardo Charreau tendrá un lugar destacado. Más allá de sus contribuciones científicas, como formador de investigadores, y como director del Ibyme, el que fuera discípulo de Bernardo Houssay tuvo la responsabilidad de conducir el Conicet cuando estaba en una crisis terminal. En 2001 no había habido ingresos a la carrera del investigador. La planta de 3000 investigadores estaba envejecida, lo que aseguraba un colapso en pocos años. Convenció a los presidentes Duhalde y Kirchner de la necesidad de tomar medidas urgentes. Logró que ingresaran los investigadores que habían sido seleccionados, deteniendo así la fuga de cerebros. Al mismo tiempo, triplicó las becas de doctorado, lo que permitió que seis años después la cantidad de egresados creciera en una proporción similar, generando un semillero de nuevos investigadores. Su figura quedará asociada tanto con la imagen del científico que logró revertir lo que parecía ser el fin del Conicet como con la del que ideó las transformaciones que permitieron en una década triplicar el tamaño del sistema. Durante su gestión, y gracias a un plan que dispuso el ingreso anual de 500 investigadores y 1500 becarios, se redujo sensiblemente el promedio de edad de la planta del Conicet, que después de décadas de restricciones rondaba los 55 años».

La ingeniera Águeda Suarez Porto de Menvielle destaca «Eduardo Charreau fue uno de los científicos más destacados de la Argentina, reconocido en el nivel internacional. En mi trabajo como responsable de la política internacional de Ciencia y Tecnología desde 1998 a 2016 me acompañó, y ayudó a facilitar y lograr acuerdos muy importantes para el país. Su calidad humana lo convirtió no solo en un verdadero constructor del desarrollo científico-tecnológico del país, sino también en un amigo y consejero de quienes tuvimos la suerte de trabajar con él».

El inmunólogo Gabriel Rabinovich dice de quien fue su maestro y mentor «Hoy es un día de inmensa tristeza. Se despidió un entrañable amigo, uno de los imprescindibles. Eduardo fue un gran científico y líder, pero por sobre todo un hombre excepcional de una extrema generosidad y calidez. Como científico, fue maestro de la endocrinología y la bioquímica. Como presidente del Conicet, logró reconstruirlo y lograr consensos en uno de los momentos políticos más difíciles del país. Como amigo, fue un enorme refugio, un hombre cálido y sabio que supo escuchar, apoyar en forma desinteresada y respetar las diferencias, brindando su amor de la forma más desinteresada. No puedo imaginarme entrar al Ibyme sin cruzar las puertas de su oficina para darnos un abrazo y escuchar sus consejos. Sin duda, se nos fue un gran maestro, irreemplazable, un hombre admirable en todo sentido que trazó las rutas de la ciencia en nuestra país y nos marcó el camino a seguir. Lo vamos a extrañar muchísimo».

Galo Soler Illia, nanotecnólogo de la Universidad Nacional de San Martín «La noticia de la muerte de Eduardo me apenó mucho. Era uno de esos colegas que uno tiene como referentes en todo: en la ciencia, en la gestión y también en la ética. Eligió siempre el país y sus instituciones. Habiendo estado en el exterior, volvió y se ocupó de que los jóvenes estuviéramos bien. Siempre voy a recordar que después de la crisis de 2001, cuando muchos posdocs financiados por el Conicet estábamos en el exterior, él tuvo la capacidad de tranquilizar a la gente, lograr que se pagaran las becas (que era prácticamente imposible) y atraernos a un país que estaba devastado. En ese sentido, tuvo un rol muy importante en esa época de transición. Y todo lo hizo con humildad, porque se consideraba un servidor público. Perdimos a un grande, a un intachable. Realmente estamos tristes».

Dice Nora Bär que tal vez las palabras que mejor lo retratan son las que pronunció al aceptar la presidencia del Conicet, cuando dijo: «El cargo que hoy asumo no es para decorar ni envilecer, trasunta la responsabilidad de servir con amor al progreso de la institución con el amor que enaltece los logros de la ciencia cuando se sirve a la vocación, sin orgullosos dogmatismos, sin excesos tumultuosos, sin saciedades desesperadas, y se sabe esperar la floración de rodillas ante el milagro de una nueva primavera».

En AgendAR queremos terminar con la frase que dijo en un reportaje en 2005: «Rico es un país que sabe«.

VIALa Nación