Las redes sociales, en particular la que ha sido llamada la Agencia de Noticias más grande del mundo -Twitter-, difunden muchas tonterías -tanto como los medios convencionales- y contribuyen a crear «burbujas» de opinión. Es cierto. Pero también tienen algo positivo: permiten mostrar rápido donde se ubica cada uno.
En este caso, muy importante, Jorge Aliaga, ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, ex Subsecretario de Evaluación Institucional del ex Ministerio de Ciencia y Técnica, resumió una condena en un tweet:
Se le dio importancia al asunto, por suerte. No salieron a contestarle solamente los habituales guerreros de Twitter. La Jefatura de Gabinete de la Presidencia, el mismo Marcos Peña, respondió:
Para tener clara la realidad de ambos juegos de números se necesitan más caracteres que los admitidos en Twitter. Aquí están:
La Jefatura de Gabinete suma y confunde deliberadamente la asignación de becas (de iniciación y de formación media y superior) con ingresos a la carrera de investigador profesional del CONICET), para hacer bulto y mostrar pendiente en ascenso.
Es sumar naranjas y chorizos. El cuello de botella fue siempre la entrada a la carrera.
Los becarios cobran una miseria. Siempre fue lo que un repositor de supermercado, pero sin vacaciones, jubilación u obra social, y en ese limbo pueden estar aproximadamente 6 años (depende de su especialidad) trabajando como locos y sin horarios para ir saltando de iniciación a formación media, y de ésta a superior, lo que supone la presentación de diversas tesis e informes y su pasaje de título de grado a maestría y a doctorado.
Pero en ese trance van cayendo como moscas por rechazo de informes (todo depende de la palanca de sus padrinos) y mientras la gente de su edad se independiza, se casa, tiene hijos, ellos deben ser bancados económicamente por sus familias o ejercer otros diversos laburos incompatibles con la dedicación exclusiva necesaria para sobrevivir en esa competencia. En muchos casos es la docencia universitaria, pero como es sabido las facultades pagan mal y frecuentemente tienen en negro o directamente impagos casi todos los cargos de ayudantías e incluso jefaturas.
El período de becario en Argentina es siniestro y funde física y psíquicamente a los que no tienen doble banca (la familia con plata, el padrino poderoso en el CONICET). Coincide bastante con la edad del descubrimiento, entre los 25 y 35, cuando los investigadores de otros países suelen tener las inspiraciones más importantes, ese momento en que tienen la suficiente elasticidad como para salir con algún «game changer».
Pero el cuello de botella real sobreviene cuando se sale ganador de esa competencia y hay que ingresar a la carrera, donde en 2015 llegaron a entrar 1000 por año y ahora el número bajó a 450. Si entra, será un profesional (estadísticamente, mal pago) del estado. En compensación, tendrá estabilidad en el cargo, vacaciones, jubilación, y una posibilidad de ascensos en el tótem fijada por la capacidad para superar a sus competidores, tener jefes importantes y, en el sistema de méritos bibliométrico y casi antitecnológico del CONICET, tan sesgado hacia la ciencia pura, lograr publicaciones en revistas grossas del Hemisferio Norte que sean muy citadas por otros investigadores. Ahí los tecnólogos tienen la cancha inclinada en contra y enjabonada, además, porque para poder patentar, necesariamente no deben publicar.
En esta etapa profesional de la vida de un investigador del CONICET importan sobre todo sus instintos políticos y sociales: seleccionar y dirigir buenos equipos propios, conseguirles equipamiento (aquí ya no se fabrica nada de modo que puede ser muy caro), elegir a qué revistas apuntar sus «papers», a cuáles congresos ir y a cuáles no. Son importantes porque en algunas disciplinas como las biologías, es fundamental hacer alianzas con equipos de otros países para firmar «papers» multicéntricos fungiendo aunque más no sea como cola de ratón de investigaciones de «big science», etc.
Pese a lo destructivo hacia los recursos humanos que resulta nuestro sistema total, sobre todo en épocas de ajuste (entre 1972 y 2019 hubo sólo 13 años que no fueron de ajuste, el interregno que va de Duhalde a Cristina Kirchner), Argentina sigue siendo el país con mayor y mejor producción científica de la región. Algo bueno debe producir nuestro sistema educativo.
Lo de la baja producción tecnológica es inherente al CONICET: tiene una sobreoferta de buena ciencia pura que obviamente genera patentes redituables… pero al Norte del ecuador terrestre.
Oscar Varsavsky llamaba a esto «cientificismo» y es fundacional: la institución la inició Bernardo Houssay, que recibió un Nobel por aclarar el metabolismo de los carbohidratos en relación con el lóbulo anterior de la hipófisis, lo que no significó de modo alguno que la poderosa farmacología argentina de entonces lograra algún avance propio contra la diabetes.
Lino Barañao, atento a no desgastarse en las internas -gran diferencia con su antecesor Tulio del Bono-, no trató de corregar este sistema: simplemente le dio más plata y más personal, cuando el gobierno de aquel entonces se los brindaba. Y es que la suboferta tecnológica del CONICET excede sus limitaciones bibliométricas en materia de calificación. En su mayor parte está generada desde afuera de la institución por otro cuello de botella más intratable, que es la ínfima demanda de «know how» local de nuestros industriales.
En fin, lo que muestra la pendiente es que la apertura de la entrada en carrera que produjeron Tulio del Bono como Secretario de Ciencia de Néstor Kirchner y luego Lino Barañao como Ministro ALENTARON que mucha gente, esperanzada por la duplicación del diámetro de aquel futuro cuello de botella, se anotara en la línea de largada de la primer maratón eliminatoria, la de los becarios (o «precarios», como los llaman con maldad).
Esa gente todavía sigue peleando en el barro, y no han bastado los 3 años y monedas de macrismo explícito para eliminarla de la periferia del sistema científico. Su tiempo de residencia en esa primera y sangrienta parte del «reality show» suele durar, si me guío por casos que conozco, alrededor de 6 años.
Por eso en el gráfico de barras de arriba están mezclados los becarios y los investigadores en carrera, peras y chorizos.
Daniel E. Arias