El de ayer, miércoles 24 de abril, fue uno de esos días que desde hace un año sacuden los nervios de los argentinos. De todos. De los que están pendiente de la plaza financiera y también de los que les preocupa llegar a fin de mes, pero saben que estas cosas siempre terminan en aumentos de precios. El dólar pegó otro salto, el riesgo país marcó otro record -una noticia monótona-, los títulos y acciones argentinas cayeron, en la bolsa local y en la de Nueva York, la tasa que fija el Banco Central sigue haciendo imposible financiarse, porque es más alta que el beneficio de cualquier actividad legal…
Ahora, desde hace casi tres años economistas serios -distintos de los consultores que pronostican lo que creen que sus clientes quieren escuchar- advertían que un esquema de déficits gemelos -fiscal y de cuenta corriente-, endeudamiento y apertura financiera era insostenible en el largo plazo. Pero… «en el largo plazo todos estaremos muertos», decía otro economista famoso, y los argentinos están (mal) acostumbrados a una economía inestable. Además la tendencia natural de los ciudadanos -salvo de los que están «metidos en la política»- es asumir que el gobierno sabe lo que hace. Por el mismo motivo que los pasajeros de un barco necesitan, para dormir tranquilos, confiar en el capitán. Hasta que el agua empieza a entrar en la bodega…
Finalmente, como había sido previsto, el esquema se derrumbó. Hace un año, en abril de 2018. El gobierno tuvo que recurrir al Fondo Monetario Internacional, que aplicó racionalidad… en sus términos. Su receta y sus consecuencias, fueron absolutamente previsibles, porque es lo que sucedió en todos los países que las aplicaron.
La reducción del gasto público -para disminuir el déficit «primario» (por supuesto, el déficit que provocan los intereses de la deuda es intocable)- causa una baja en todas las actividades que dependen del consumo interno o de las inversiones del Estado. Lo que a su vez disminuye la recaudación, lo que obliga a bajar el gasto otra vez, para que no aumente ese déficit «primario». Este círculo descendente sigue -mientras lo sociedad lo aguante- por largos años, hasta que el país y sus habitantes logren algún tipo de equilibrio, en un nivel de bienestar y consumo inferior, por lejos, al que tenían. Lo hemos visto recientemente en el Sur de Europa.
En el caso argentino, hubo una circunstancia especial. Ya sea por simpatías en el Hemisferio Norte hacia la supervivencia de la gestión Macri ante un desafío electoral, para rescatar algunos inversores específicos, o por ambas cosas, la conducción del FMI autorizó algunas desviaciones, menores, del esquema ortodoxo.
El remedio fue peor que la enfermedad. Porque los gerentes de los fondos de inversión y de riesgo -los profesionales que manejan algo más del 90% de los capitales que circulan en el planeta- no tienen tiempo ni motivación para enterarse del detalle de la economía y la política de cada país pequeño o mediano. Los números de las finanzas argentinas daban muy mal -véase arriba-, y ahora su gobierno recurre a medidas que son no-no en su catecismo: precios fijos, créditos subsidiados… El hecho que el control de los precios fuera de pobre a inexistente, que los créditos, con subsidio y todo, fueran impagables a la larga, no mejoraba el cuadro. Al contrario: alimentaba la certidumbre que este esquema también era insostenible.
Entonces, según las circunstancias del mercado global, una agencia de calificación avisa de sus dudas sobre el pago de los bonos argentinos, un fondo decide venderlos e irse al dólar… Y tenemos uno de esos días negros que menciono al comienzo.
Nada nuevo en esto que estoy diciendo, hasta ahora. El único factor que se hace necesario tomar en cuenta es político e interno: la acumulación de estos días negros han hecho que los pasajeros hayan perdido la confianza y la tripulación empieza a murmurar sino sería mejor echar al capitán por la borda.
En estos meses que Argentina decide su destino y los liderazgos que compiten, vale la pena reexaminar la situación. Lo único bueno es que los diagnósticos que se publican hoy son más realistas.
Quiero acercarles uno muy duro, con el que estoy de acuerdo en líneas generales. Pero, como digo en el título, no creo que esta vez el costo que todavía tendremos que pagar los argentinos sea necesariamente tan alto como luego de la Crisis del 2001, y doy mis razones.
Julián Zícari, economista y doctor en Ciencias Sociales firma ayer un artículo en Ámbito donde analiza donde estamos y cómo llegamos. De esto último, pienso que es la mirada de un (buen) teórico, pero no contempla las realidades de gobierno. De su diagnóstico, tengo que decir que, apoyado en lo que pasó hace 19 años, describe lo que puede pasar. Lo copio:
ooooo
«La salida de la convertibilidad en 2001 fue tan terrible porque frente a cada problema que aparecía en el horizonte con el “uno a uno” se fueron subiendo los costos de salida del sistema para demostrar compromiso y jurar que nunca se saldría de ella. Por ello su explosión fue tan fulminante entonces.
Ahora el Gobierno está cometiendo exactamente el mismo error: para simular que todo está tranquilo anuncia que el dólar, precios y tarifas quedarán congelados y muy atrasados. Pero que todo se moverá inevitablemente y a la vez a fin de año.
Mientras todos los atajos elegidos están incubando explosiones por doquier que, cuando ocurra la primera o alguna de ellas, hará que las otras también estallen. Generando un efecto dominó o reacción en cadena difícil de salir y ya prácticamente imposible de evitar.
El 2019 ya está perdido en materia inflacionaria, salarial, nivel de actividad y fiscal. El Gobierno, según todas las encuestas, pierde en todos los escenarios, y la situación sigue empeorando.
Si además sumamos que el mercado sabe que todo está atrasado y que se viene un cambio de Gobierno y una fuerte e inevitable actualización de las variables centrales de la economía, buscará entonces adelantarse a las explosiones que ello generará, haciendo que todo resulte más trágico todavía. Como dijimos, las tragedias a esta altura ya resultan inevitables. En todo caso, solo nos resta protegernos de sus terribles efectos.»
ooooo
Es cierto que la crisis actual comparte muchos aspectos con la que estalló a fines de 2001 (más otros que se asemejan al derrumbe de la economía en los dos últimos años del gobierno de Alfonsín). Pero hay una diferencia fundamental: no existe un punto en el tiempo como el que implicaba la ruptura de la Convertibilidad.
No es un detalle menor: hasta un día determinado, el peso argentino valía un dólar, y el gobierno llegó al «corralito», a impedir el retiro de efectivo de los bancos, porque ya no tenía como respaldar esos pesos. A partir de ese día, comenzó una desvalorización vertiginosa del peso, que incluyó un «overshooting»: el dólar llegó a valer $ 4, hasta que se estabilizó, por un tiempo largo, en $ 3.
La diferencia está clara: esta crisis es en cámara lenta. La devaluación ya empezó hace un año. Una parte de lo que Remes Lenicov afrontó en los meses iniciales de 2002 ha sucedido durante la administración Macri. También estamos sufriendo, en una versión más moderada, la aceleración de la inflación que marcó la última parte del gobierno de Alfonsín.
Queda pendiente otro paso, que como Zícari creo inevitable: la reestructuración de la deuda. Macri, mientras sea presidente, se resistirá a tomarlo, por supuesto. Pero también se resistía a los «precios esenciales», a detener la escalada de aumento de tarifas, a negociar con los radicales…
En realidad, no importa demasiado. Los mercados financieros, aún los medios especializados, Financial Times, Forbes, Bloomberg, que hasta hace no mucho aplaudían las «reformas» macristas, hoy asumen, como Zícari y, salvando las distancias, como yo, que cualquier gobierno tendrá que sentarse a negociar una extensión de los plazos. Porque ya es evidente que los vencimientos del 2020, será imposible pagarlos. Ese es el significado de la caída del valor de los títulos argentinos, que hoy sólo interesan, se dice en los círculos financieros, a los «fondos buitres». Los que tienen espaldas para esperar un largo tiempo para cobrar.
Como ven, mi visión no es optimista. Si creo que lo tenemos por delante no será tan grave, es porque ya estamos pagando el costo en cuotas. Lo pagan, especialmente, los que se han quedado sin empleo, y los empresarios que se funden y no han acumulado un patrimonio fuera de su negocio.
Todo lo que puede decirse es que, con una política económica inteligente y prudente -si los argentinos logramos consensuarla- el recupero de la economía argentina puede ser cuestión de meses. No es un gran consuelo, pero es el que puede darse.
A. B. F.