El silencioso cierre de la planta experimental de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu, en junio de 2016, fue una movida en profundidad contra el proyecto nucleoeléctrico “de bandera” de la Argentina, la central compacta modular CAREM. Y esa jugada, potencialmente muy dañina, se hará efectiva sólo cuando esta última máquina esté construida, operativa y tratando de reclutar clientes o socios.
“Pilca”, como la llaman los del ambiente, es una unidad de demostración y de primera generación: tecnología de difusión gaseosa típica de los ’60, muy costosa en la correlación electricidad/producto. Es chica, además, garantiza 20.000 UTS, o Unidades Técnicas de Separación. En castellano, eso significa que funcionando a pleno (y sin romperse) quedaría algo debajo de la demanda de uranio enriquecido al 3,1% del CAREM hoy en construcción. Y eso pese a que éste es un prototipo minúsculo de 32 MW (el consumo de una ciudad de 20.000 habitantes). Pilca jamás podría satisfacer la demanda de esta central en sus futuros modelos comerciales, sean de 120, 240, 360 o 480 MW, según el número de módulos. Y menos aún las de la flota de reactores multipropósito que lleva exportados nuestro país a Perú, Argelia, Egipto, Australia, Arabia Saudita y Holanda.
Sin embargo, chiquita y obsoleta como es, Pilca cumple una función clave desde 1983: con tal de que no la modernicemos o ampliemos, el club, cartel, lobby o mafia mundial del enriquecimiento, es decir el combo EEUU, Unión Europea y Rusia, nos venden el uranio enriquecido que pidan nuestras máquinas, sean reactores y centrales en suelo propio o exportadas. Prefieren que les comamos mercado a perder el monopolio sobre los combustibles.
No es una teoría. Cuando no teníamos Pilca, en 1978, EEUU nos sometió a boicot al minuto de haber tenido la CNEA el atrevimiento de exportar dos reactores a Perú, el RP-0 y el RP-10. Sudamérica, en la visión del Departamento de Estado, “is their backyard”, su patio trasero. Y nosotros, unos okupas.
Hubo que rediseñar de apuro aquellas dos plantas plantas y además todas las nacionales –en aquel entonces usaban enriquecido al 90%- para funcionar con un combustible menos potente, enriquecido al 20%. Y entre tanto salir a adquirir este uranio “grado reactor” en la URSS, único oferente no extorsionable por Washington. Se perdió plata pero se ganó una lección. Pilca se tuvo que hacer en secreto, en medio de la estepa rionegrina, a 16 kilómetros de un pueblo que en 1980 tenía 400 habitantes y una estación de tren. Por eso la planta es tan chica. Pero por algo se la construyó.
Sin Pilca, no tendríamos el RA-3 de Ezeiza, tampoco el segundo mayor desarrollo del Hemisferio Sur en medicina nuclear oncológica y cardíaca. Australia tiene el primero, gracias al OPAL, reactor vendido por INVAP, de Bariloche, Río Negro, Argentina. Sin Pilca, menos que menos tendríamos autosuficiencia y exportaciones a la región en radiofármacos.
Sin Pilca no estaríamos construyendo el RA-10 para suplantar el RA-3 y apoderarnos del 20% del mercado mundial del principal radioisótopo de diagnóstico por imagen. Más aún, sin Pilca no seríamos el primer y más respetado exportador de reactores multipropósito del mundo, porque lo primero que exige el comprador de una planta nuclear argentina (visto lo que le pasó al Perú), es que el vendedor lo proteja contra un boicot de combustible enriquecido de los que perdieron la licitación, especialmente uno que derrotamos tantas veces que ya ni compite. En tecnología nuclear, si la Argentina vende un caballo, debe garantizar el pasto.
Se cae de lógico que sin Pilca se vuelve conjetural el “scale up” del CAREM y su exportación a decenas de países. Eso privaría a nuestro SMR (Small Modular Reactor) de su objetivo principal: fabricarse de a decenas de unidades por año en grandes líneas de montaje, como los jets de pasajeros, exportarse en unidades que quepan en trenes, barcos y camiones, y que puedan ensamblarse en centenares de destinos, aquí y en las antípodas del planeta, sea para crear “oasis eléctricos” en parajes remotos fuera de red, o para desalinizar agua de mar. Junto con las patentes biotecnológicas y el software, el CAREM está destinado a ser la tercera pata de las exportaciones de know-how argentino durante el siglo XXI.
No será un recorrido fácil. Presentado por primera vez en 1984 en un congreso nuclear en Perú, el CAREM entonces no tenía ningún proyecto competitivo en otros países. Hoy, ya suma 19. Y en su tierra, donde nadie es profeta, viene teniendo más opositores ocultos que partidarios a la vista: recién 27 años más tarde se empezaron a cavar sus cimientos.
Parado totalmente el CAREM en 2016, la obra se reinició a media máquina hasta que en 2019 se quedó oficialmente sin presupuesto. Ahora logra seguir de a trancos porque le quitó su dinero a otro proyecto estratégico, el mencionado RA-10. ¿Qué mano prefiere perder, estimada CNEA, la derecha o la izquierda? Pregunta hecha por la Secretaría de Energía, tras cortarle un pie.
Eso le sucede hoy al CAREM, un proyecto que podría relanzar nuevamente a la Argentina como país industrial y avanzado. Eso no sucederá si Pilca se cierra definitivamente. Por algo este gobierno la cerró.
Continuará. ¿Continuará?
Daniel E. Arias