Esta deliciosa anécdota que cuenta Nora Bär nos parece que muestra muy bien la tenacidad y la paciencia para soportar frustraciones que exige la investigación científica. Y la continuidad de algunos problemas argentinos:
«Esta semana se cumplieron 100 años del eclipse más famoso que se recuerde: el del 29 de mayo de 1919, que permitió verificar que la gravedad de un cuerpo masivo deforma el espacio (y, por lo tanto, la trayectoria de la luz que nos llega desde una estrella distante), algo que Einstein había planteado unos años antes en su teoría de la relatividad y que lo convirtió en ídolo de multitudes.
La historia de la empresa científica que logró probarlo, sazonada por desafíos tecnológicos y dificultades logísticas, forma parte de las alternativas cinematográficas que rodean la vida y la obra del físico alemán. Pero a propósito de esto, Beatriz García, astrónoma del Conicet, me reveló una trama mucho menos conocida e igualmente fascinante: varios años antes de que lo lograra Arthur Eddington, la Argentina intentó probar las ideas de Einstein, aunque con menos suerte.
Los historiadores Edgardo Minniti y Santiago Paolantonio lo cuentan en detalle en Córdoba estelar (editado por la Universidad de Córdoba en 2013 con motivo de su cuarto centenario): Para probar esa teoría de Einstein, desde Argentina se organizaron tres expediciones. La primera fue al poblado de Cristina, en el estado de Minas Gerais, unos 200 km al noreste de San Pablo. Allí viajaron Charles Perrine, entonces director del Observatorio Nacional Argentino, de Córdoba; el astrónomo Enrique Chaudet; el mecánico James Oliver Mulvey, y el fotógrafo Robert Winter. Llevaron numerosos instrumentos para captar el eclipse del jueves 10 de octubre de 1912. Iban a emplear un telescopio de 12 metros de distancia focal para tomar imágenes de la corona solar, pero el clima les jugó en contra. Durante los días previos y el previsto para el fenómeno celeste, estuvo nublado y lluvioso.
Minniti y Paolantonio cuentan que Perrine no se desalentó y en 1914 organizó una costosa expedición a Teodesia, en la península de Crimea, a orillas del Mar Negro. Hacia allá se trasladó con Mulvey decidido a capturar el eclipse del viernes 21 de agosto. Pero con la Primera Guerra Mundial ya desatada, resulta que el 28 de julio el imperio austrohúngaro invade Serbia, detienen a los integrantes de una expedición alemana que viajaba con el mismo fin y obligan a los ingleses y franceses a volver a sus países para incorporarse al ejército. Solo siete de las 27 expediciones planeadas pudieron realizar observaciones. La Argentina fue la única del hemisferio sur, pero no pudo obtener imágenes útiles porque en el momento crucial el cielo se nubló.
El tercer intento se organizó para el 3 de febrero de 1916, fecha prevista para un eclipse que cruzaría el norte de Sudamérica. Enrique Chaudet partió hacia Venezuela el 2 de diciembre de 1915, se instaló en el pueblo costero de Tucacas, montó el equipo con la ayuda de pobladores de la zona y aguardó la fecha indicada. En esa oportunidad, pocos observatorios habían enviado delegaciones a cubrir el fenómeno. Después de una lluvia copiosa durante la mañana, el eclipse se presentó con una tenue cubierta nubosa y pudieron tomar 28 imágenes de la corona solar. Sin embargo, ninguna sirvió para verificar la teoría.
Solo cabía esperar hasta que la Luna volviera a interponerse entre el astro y la Tierra, precisamente el 29 de mayo de 1919. El evento podría observarse con claridad desde Brasil, de modo que Perrine le escribió a un astrónomo de ese país para que le sugiriera el mejor lugar: Sobral. Pero (y aquí viene la parte increíble de la aventura), a pesar de tener los equipos ya preparados para trasladarse hasta allí, los gastos originados por los tres intentos previos hicieron imposible la presencia del Observatorio Nacional Argentino en la expedición que, junto con la de Eddington (en la Isla Príncipe), finalmente tuvo éxito.
«No pudieron ir por falta de presupuesto. ¡Es la historia argentina!», exclamaba García días pasados. Parece que, como Sísifo, ascendemos y caemos una y otra vez por la misma colina.»