Hace dos días, el jueves 20 de junio, el mundo -la parte del mundo que no estaba absorbida en sus problemas locales- contuvo el aliento: la República Islámica de Irán anunció que había derribado «un dron espía estadounidense» que «había violado su espacio aéreo».
De inmediato, Washington confirmó que uno de sus aviones de inteligencia sin piloto había sido abatido por Irán, pero negó que el aparato hubiese violado el espacio aéreo iraní. La aeronave se hallaba «en el espacio aéreo internacional» y «las informaciones iraníes según las cuales sobrevolaba su territorio son falsas», afirmó el Pentágono.
El presidente Trump dispuso un alerta militar. En EE.UU., como en todos los países con fuerzas armadas serias, están preparados planes para los varios niveles de represalia que el poder político disponga. De acuerdo a las versiones, los aviones iban a despegar en minutos, y tenían definidos tres blancos en Irán.
Pero Donald Trump decidió que no. Según contó en una entrevista con la cadena NBC «Lo pensé por un segundo y dije, ¿sabés qué? derribaron un avión no tripulado, un dron, como quieras llamarlo, y acá estamos, sentados con 150 personas muertas (las bajas civiles estimadas del ataque previsto) probablemente media hora después de que yo dijera ‘adelante’. Y no me gustó. No pensé que fuera proporcional«.
Se puede creer, o no, en estos escrúpulos de Trump. Es cierto que ha bombardeado mucha menos gente que el presidente anterior, Obama. Es cierto también que sus aliados locales en el Medio Oriente, Netanhayu en Israel y Salmán bin Abdulaziz en Arabia Saudita han quedado desconcertados ante su inesperada «blandura» con Irán.
Es también notoria aunque no expresada, la desilusión de los sectores más ultras de la oposición venezolana y sus aliados en Latinoamérica, ante la renuencia de los EE.UU., hasta ahora, a la intervención militar en ese país.
Por supuesto, se trata de casos muy distintos. Irán, aunque empobrecido, es una potencia regional importante y extensa, con fronteras comunes con Rusia. Si EE.UU. estuviera dispuesto a ir a la guerra, como lo hizo hace 16 años con Irak, podría destruirlo, pero no ocuparlo. Se convertiría en una larga pesadilla, como Afganistán. O antes, Vietnam.
En todo caso, no hay que pensar que el presidente de los EE.UU. se ha hecho pacifista, u objetor de conciencia. No corresponde a su cargo, especialmente en temas de seguridad. Trump lo deja claro con su habitual estilo: «No tengo ninguna prisa, nuestro ejército está rearmado, es nuevo y está listo para ser, por mucho, el mejor del mundo. Las sanciones están mordiendo y más fueron añadidas anoche. ¡Irán NUNCA puede tener armas nucleares, no contra los Estados Unidos, y no contra el MUNDO!«.
Este presidente ya hizo evidente que prefiere negociar a pelear, en el caso de Corea del Norte y su difícil amigo Kim Jong-un. También está claro que emplea la exageración y el fanfarroneo -viene del negocio inmobiliario, después de todo- y no se priva de presionar muy duro a quienes percibe débiles. Eso sí, con los fuertes negocia muy duro, como pueden atestiguar su otro amigo, Xi Jinping, y los ejecutivos de Huawei, entre otros.
Pero más allá del estilo personal de Donald Trump, este humilde columnista está convencido que el dato geopolítico clave sigue siendo, desde hace 74 años, lo que al comienzo se llamaba el «Equilibrio del Terror». El peligro de escalada de un enfrentamiento directo entre Grandes Potencias cuando existen armas nucleares, y nuevas amenazas como los misiles hipersónicos, y el potencial de los drones que pueden servir como misiles de crucero, es un riesgo demasiado alto en cualquier cálculo racional. Hay que esperar que la racionalidad se mantenga.
Mientras, Donald Trump sigue pensando como empresario. Como informamos en otra nota de AgendAR, plantea reunir 50.000 millones de dólares para financiar la paz en Medio Oriente, un plan que llama con su habitual modestia el Acuerdo del Siglo.
A. B. F.