Rusia ha logrado una victoria simbólica en el Consejo de Europa. Su Asamblea Parlamentaria aprobó restituir a Moscú sus derechos de voto, retirados en 2014 por anexionarse la península ucrania de Crimea.
(Simbólica porque el Consejo de Europa no es un organismo de gobierno de la Unión Europea, aunque fue creado por el Tratado de Londres en 1949. Integra en su seno a todos los Estados europeos, inclusive los que no son miembros de la UE, con la excepción de Bielorrusia, Kazajistán y el Vaticano).
La resolución, empujada por Francia y Alemania y a la que se opuso la mayoría de países de la antigua URSS, ha enfurecido a Ucrania: Crimea sigue anexionada y el conflicto con los separatistas del Este, apoyados por el Kremlin, que ha costado 13.000 vidas, está enquistado. En protesta, la delegación ucrania se retiró de la Asamblea.
Los partidarios de reincorporar a Moscú a la asamblea, como el ministro de relaciones exteriores alemán, Heiko Maas, argumentan que es una forma de “proteger” con el paraguas del Consejo y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos a sus 144 millones de ciudadanos. Un argumento que también mantiene Francia. La salida de Moscú crearía una “nueva línea divisoria” en el continente, ha dicho el secretario general del Consejo, Thorbjorn Jagland. Ya en mayo, los ministros de Exteriores de los países miembros se habían mostrado favorables al acuerdo de vuelta, elaborado por Alemania y Francia.