En esta columna, la talentosa periodista científica Nora Bär recoge una propuesta para nuestro país que se hizo casi dos décadas atrás, después de la Crisis del 2001. Desde AgendAR, la compartimos y refirmamos.
«Muy temprano, una mañana de febrero de 2003, Jeffrey Sachs, entonces director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, además de asesor de Juan Pablo II y del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, atendió la llamada que le llegaba desde Buenos Aires a su oficina en la costa este de los Estados Unidos para dialogar sobre la reciente crisis que había atravesado el país, tal vez la peor de su historia.
El economista, que había sido director del Centro para el Desarrollo Internacional de la misma universidad, director de la Comisión de Salud y Macroeconomía de la Organización Mundial de la Salud, asesor de los gobiernos de Bolivia, Rusia y Polonia y de países de Oriente y África, codirector del Informe de Competitividad Global y consultor del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, era considerado en ese momento uno de los cincuenta principales líderes de la globalización.
Durante la entrevista (que recuperé accidentalmente del siempre sorprendente cosmos digital), se mostró muy al tanto de los problemas locales y aseguró que había una salida, siempre que se trazaran estrategias de largo plazo y se ganara competitividad desarrollando la ciencia y la tecnología. «La crisis argentina se hizo devastadora porque la economía carecía de competitividad – subrayó-. Y le faltaba competitividad porque estaba empantanada en la exportación de productos tradicionales, especialmente commodities […].
De hecho, durante los años noventa la Argentina no desarrolló nuevas exportaciones […] Si uno observa a los que lo hicieron, muchos comenzaron peor que la Argentina y sin embargo ahora son mucho más ricos. En ellos, el gobierno jugó un papel muy significativo. Estoy pensando en lugares como Corea, Taiwán e Israel, por nombrar solo algunos. Esos países impulsaron laboratorios de primer nivel internacional dentro del Estado, también ofrecieron becas y subsidios a través de las fundaciones nacionales para estimular la ciencia básica y respaldaron la colaboración entre la actividad privada y las universidades, y entre la actividad privada y el Estado, para estimular la creación de nuevos sectores tecnológicos».
Para Sachs, aunque los detalles variaban de país en país, en los casos exitosos había un denominador común. Los gobiernos habían fijado la prioridad de desarrollar la ciencia y la tecnología, y habían trazado estrategias para lograrlo. «En contraste -afirmó-, en la Argentina, durante la crisis económica, una de las propuestas del gobierno fue reducir los costos de la universidad. Reconozco que había una crisis presupuestaria, pero me parece que iban en la dirección contraria. Asfixiar la educación universitaria es un ejemplo de falta de estrategia».
Una y otra vez los términos «ciencia» y «tecnología» reaparecían en sus respuestas, como si fueran una letanía o una fórmula mágica. «Yo creo que la idea de incrementar inversiones en ciencia y desarrollo es la clave de lo que vengo diciendo». «Por supuesto, una buena estrategia económica debería incluir un componente de ciencia y tecnología». «Se sabe que el retorno social para la inversión en ciencia y tecnología es muy grande. No es fácil hacer los cálculos, pero diversos trabajos lo sitúan alrededor del 40 o 50% en mejoras sociales. Esta ganancia muchas veces no la ven las firmas individualmente, porque los retornos a la inversión privada desbordan hacia toda la sociedad». «Solo hay que pensar en la competitividad de largo plazo, cómo se va a reconstruir la economía, cómo se reconstruirán las universidades, cómo será impulsado el sector de ciencia y tecnología. Espero que haya un gobierno que entienda estos desafíos», finalizó. Es increíble, pero todo esto, que suena como si hubiera sido ayer, sucedió hace ¡casi veinte años!»