La primera parte de este artículo está aquí.
Peor aún, nuestros generales creían que si en inundación histórica del Alto Paraná Brasil abría de golpe todas las compuertas de golpe de los 40 represamientos que hoy cierra esa vasta cuenca, ¿qué iba a quedar de la Ciudad de Buenos Aires, cuando el frente de inundación llegara? Los más paranoicos en el Ejército hablaban -con poco sustento científico- de 11 metros de agua al pie del Obelisco. Con semejante arma hidráulica, los primos nos podían chantajear de aquí a la China. Significativamente, los primeros modelos matemáticos de funcionamiento del Paraná, que corrían en series de computadoras del tamaño de camionetas, el CONICET los financió en esta época, alrededor de 1971.
La imposibilidad de “fazer parceria” con nosotros por demasiadas viejas historias de guerra entre vecinos, más la costumbre displicente de comprar “llave en mano” quizás expliquen por qué Angra 1 se adquirió a las apuradas, para no ser menos que nosotros, y sin transferencia total (es decir, sin examen a fondo) de la tecnología. Y también por qué se buscó al mayor proveedor yanqui, Westinghouse, como garantía presunta de suficiente de calidad. Y eso a su vez acaso permita vislumbrar por qué, pese a que fue concebida a tiempo, Angra 1 nació tan tarde y anduvo tan renga.
Mientras esto sucedía, Atucha I era rigurosamente co-diseñada en Alemania Occidental por KWU y un elenco de más de 40 reactoristas de la CNEA cuya alma, dedicada a los combustibles, fue el Dr. Roberto Cirimello. La CNEA sabía que la única planta de uranio natural creada por KWU-Siemens era el reactor MZFR de 57 MW, y no tenía garantía alguna de que un «scale-up» de 320 MW como Atucha I se bancaría la paliza. Y lo bien que hicimos. En alguno de sus breves descansos familiares en Argentina a Cirimello lo llamaron urgente desde Erlangen: se acababan de romper como grisines 9000 barras de los elementos combustibles de la futura Atucha 1 por vibraciones a las 200 horas de ser testeadas a presión y temperatura y caudal de operación en un «loop». «El Chiri», como se lo llama aquí, tuvo que salir corriendo desde Santa Fe a Karlsruhe (muchos, muchos transbordos) para rediseñar -sin códigos de cálculo y con regla de cálculo- los elementos combustibles de pe a pa. Y le salieron bien, son los que seguimos usando hoy.
De haber comprado la CNEA el combustible alemán a ojos cerrados, el problema habría sucedido en 1974 a pocos días de inauguración de la central real por el presidente Juan D. Perón, y probablemente habría deteriorado con un alud de pastillas de cerámica de dióxido de uranio las bombas de circulación del primario. ¿Venderle «llave en mano» un prototipo de algo no probado a escala 1 a 1 a la CNEA? «Vergiss, meine Liebe», como dicen en el Kernforschungzentrum de KWU en Erlangen, y en Santa Fe, «Olvídate, cariño», seguido por «Cocodrilo que se duerme, es cartera». Ese favor que nos hizo «El Chiri» -y mil otros- hoy se van olvidando, incluso entre los colegas.
Hasta la compra de Angra 1 a Westinghouse, los EEUU hacían de la dictadura brasileña un gendarme regional y su niño mimado, pero no tenían maldita la gana de permitir otro imperio en las Américas que no fuera el suyo. Y menos, uno con un programa nuclear independiente y dirigido por tres fuerzas armadas que coincidían en su visión de que Brasil no sólo merecía sino que necesitaba tener «la bomba». De modo que respecto de la promesa de abastecer a Angra 1 de combustible enriquecido, en 1973 los del State Department anunciaron que, bueno, en fin, let’s see, meus meninos, la promesa quedaba sujeta a la capacidad de oferta estadounidense. Y si no hay, no hay.
¿Se entiende mejor, ahora, por qué la CNEA de Jorge Sabato evitó la trampa de las centrales de uranio enriquecido, y por qué todas nuestras centrales hasta hoy han sido de uranio natural, y por qué JAMÁS en su historia -salvo ahora- la entidad que dirige el Programa Nuclear Argentino compró una central «llave en mano», y máxime una unidad sin kilometraje real? Además de comprar problemas técnicos, se compran geopolíticos, y pueden ser peores. Una cosa es que los EEUU te paren un reactor como el RA-3, cosa que nos hicieron en 1978, con un boicot de combustibles enriquecidos para castigar el atrevimiento argentino de haberle vendido 2 reactores a Perú. Nos dejaron mal con el cliente y además interrumpieron la única fabricación de radiofármacos de Sudamérica. Y al State Department ese tiro le salió por la culata, como se verá después. Pero otra cosa mucho más seria es que te paren 3 centrales nucleoeléctricas y te dejen 7 u 8 millones de habitantes a oscuras.
El mensaje que le envió el State Department a Itamaraty, con Angra 1 ya en obra, fue sencillo: “Háganse los vivos con el plutonio y todo eso, y no la inauguran jamás”. Rápidamente, el resto del “Club Nuclear” se alineó con los EEUU, el RU y Francia, pero en este caso acordaron también la URSS y China. Aún en plena Guerra Fría y estrangulándose entre ellos, las 5 superpotencias estaban de acuerdo en que no querían un nuevo miembro en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. O sea.
En 1975, tiempos del general de artillería (y presidente) Ernesto Geisel, hijo de alemanes, los militares brasileños se vengaron de los EEUU firmando el pacto nuclear más grande de todos los tiempos con Alemania Federal. Era una venta apabullante; incluía de 4 a 8 centrales PWR (es decir, de uranio enriquecido) de 1300 MW por unidad, y además una planta piloto de enriquecimiento “por toberas”, recién inventado por KWU, y de yapa el reprocesamiento de combustibles. Compraban el caballo, y además el pasto, y cómo sembrarlo. La KWU exultaba. Valuada en U$ 4000 millones “de los de entonces”, aquella sería la mayor exportación tecnológica alemana de la historia. Hoy sumaría más o menos U$ 8000 millones, cifra que ya no despeina a nadie: las centrales se han vuelto más complejas y demasiado caras, y eso viene a ser el costo de una sola de 1300 MW.
Pero volvamos a 1975: de nuevo esa costumbre de los vecinos: compran “llave en mano” y a ciegas una planta de enriquecimiento –tecnología dual, es decir de uso civil y militar si las hay, y de yapa experimental- como quien pega el tarjetazo en Jumbo y se lleva un televisor LED de 110 pulgadas: después de todo, no se necesita saber de microelectrónica para ver TV: sólo manejar el control remoto. Nada de sentarse con el diseñador y sugerir cambios. Nada de reinventar la rueda en casa. Exactamente el modelo de Angra 1. Podrá servir para fabricar automóviles, pero el mundo de la tecnología dual no funciona así.
La prueba se las dio en 1977 un exreactorista nuclear de la US Navy, don James Earl Carter, a la sazón presidente de los EEUU. Viajó a Brasilia para reunirse con el general Geisel y tener unas palabras en privado. Luego de lo cual redirigió el «Air Force One» hacia Bonn, donde mantuvo alguna reunión igualmente reservada con el canciller Helmut Schmidt.
Inevitable: algún diablo volvió a meter la cola. Todo empezó a ir «para atrás». Lo de las toberas, la principal innovación del modelo alemán, no anduvo jamás, vaya a saber por qué. La KWU-Siemens negó tener la culpa y no se hizo cargo de subsanar el problema, o de devolver las garantías. Brasil tuvo que ponerse a desarrollar por prueba y error un sistema de enriquecimiento avanzado pero más convencional, las ultracentrifugadoras. Y lo terminó dominando, porque habría sido un papelón dejarse apagar la única central que tenían en marcha por un boicot de uranio enriquecido.
Pero simultáneamente, los militares brasileños tomaron nota de que la núcleoelectricidad era un asunto mucho más complicado de lo que suponían, no sólo en lo tecnológico sino en lo político. Y concluyeron en que lo seguro para blindar la monstruosa demanda de energía de Río de Janeiro y de Sao Paulo, en ese país más bien montañoso y lleno de ríos -el más fluvial del planeta, verdaderamente- era seguir apostando al desarrollo hidroeléctrico.
Y en cuanto a la bomba, no renunciaron a ella. Sólo que en lugar de separar el programa nucleoeléctrico de un único programa militar clandestino, hicieron 3 de estos: uno para cada fuerza armada, y todos en competencia recíproca. Semejante despilfarro de esfuerzos y plata fue visto por la CNEA, donde ya campeaba el contralmirante Carlos Castro Madero, como algo casi tranquilizador: era muy difícil que de semejante caos saliera nada, al menos rápido. Fue Castro Madero el que tuvo que suministrarle alprazolam verbal al generalato y también a su propio y satánico jefe en la Marina, Emilio Massera. Fue al menos la segunda vez que la CNEA impidió una carrera armamentista nuclear regional. Si se piensa en la que se desató entre la India y Pakistán, y que ha hecho de la frontera de Kashmir el sitio más peligroso de la Tierra por su potencial de desatar una guerra atómica, se entiende de qué estamos hablando. Ese favor secreto a su país y al mundo casi nadie se lo reconoce a Castro Madero y a su antecesor, Oscar Quihillalt.
Antes que la bomba a Brasil llegó la democracia en 1985, y Angra II seguía demorada entre aprietos o aprietes presupuestarios, desvíos a cajas políticas, impugnaciones judiciales de ese nuevo jugador, los ecologistas, y escándalos de todo tipo. Y así volvieron a pasar 13 años en lugar de los 5 normales para que entrara en línea. El romance entre Brasilia y Bonn, capital política de la República Federal Alemana, duró poco y nada, mientras en el edificio Harry S. Truman de Washington DC sonreían con diplomática indulgencia y ponían cara de «Yo no fui».
Los EEUU sencillamente se sentaron a ver cómo en 1977 el Reino Unido, Francia, la URSS y China le caían encima a Alemania Federal con el argumento de que estaba violando el TNP, al venderle tecnología dual a un país no signatario. Acaso lo de las toberas (“jet nozzles”) habría funcionado bien, en otro contexto político más tranquilo. Nunca lo sabremos. Ese par de viajes de Jimmy Carter dejó más destrozos que el ataque a Pearl Harbour.
Eso sí, la central alemana a la larga se portó mejor que “La Luciérnaga” yanqui. Desde 2000, cuando por fin entró en línea, su factor de disponibilidad anda por el 80%, lo que no es brillante pero no está mal en absoluto. Angra III, otra PWR de KWU (luego Siemens), empezó su obra en 1984… y ahí se quedó, enterrada en despioles parecidos a lo de su melliza Angra II. Debió entrar en línea en 1989: ya van 30 años de demora, y sigue sin terminar. Al hombre que más logró adelantar su obra bajo el amparo del presidente Luiz «Lula» da Silva, y me refiero al almirante Othon Luiz Pinheiro da Silva, ingeniero nuclear, mecánico y naval, los tribunales de Curitiba y los multimedios brasileños le armaron una causa de corrupción y le dieron 43 años de cárcel, cuando el hombre ya cumplía 78 años. Para entender mejor Seu Othon, como se lo llama en Brasil, fue también el hombre que mayor adelanto le imprimió a la motorización del futuro submarino nuclear brasileño, el SNB Alte. Alvaro Alberto.
Otras tres grandes centrales nucleares proyectadas por el programa de 1975 en Iguapé, Peruibe y Sao Sebastiao jamás empezaron. En menos de una generación, desde un optimismo inicial enorme y un armamentismo casi cándido, una sucesión de escándalos, fracasos y operaciones de medios de los ecologistas y de una resistencia frontal e indisimulada de los EEUU, vacunaron a Brasil contra el átomo. Y las consecuencias son espantosas.
Especialmente, las ecológicas.
- Adiós a las armas, “ma non troppo”
“Take five”: en 2008 Brasil compró a Francia 4 Scorpene como el de abajo, y 1 como de diámetro aún mayor, parecido al del Barracuda, al que le pondrá un motor nuclear, un pequeño PWR de desarrollo propio, obra del almirante Othon Luiz Pinheiro da Silva.
Ante el fiasco del sistema de toberas que les vendió Siemens, la dirigencia brasileña se decidió entonces a construir su planta de enriquecimiento de Resende con tecnología propia, de centrifugadoras. La diseñó la Armada en una unidad piloto en Iperó, Sao Paulo, inaugurada en 1988, posteriormente llevada a escala industrial en Resende, Río de Janeiro, en 2003.
Iperó fue el único éxito palpable del llamado “Programa Nuclear Paralelo” de Brasil, en el que cada fuerza armada tenía su propio proyecto de producción de elementos físiles, billetera libre y ningún control internacional. Llegada la democracia a Brasil en 1985, esto se fue corrigiendo bastante rápido, al menos según los tiempos más bien glaciarios de la diplomacia, para no romper lanzas con la Argentina. Iperó y nuestra planta de enriquecimiento de Pilcaniyeu, en la estepa rionegrina, y luego Resende fueron puestas bajo control del ABBAC, la novedosa agencia binacional de controles recíprocos de inventarios nucleares inventada por el Palacio San Martín e Itamaraty para sustraerse al control mucho más intrusivo del OIEA. Pero como el presidente Carlos «Menem lo hizo» firmó el TNP sin consultar siquiera con Brasil, y obligó a Brasil a hacer lo propio para no quedar en una suerte de aislamiento norcoreano, hoy Resende opera bajo salvaguardias dobles, del ABBAC y del OIEA, según un engendro híbrido llamado «Acuerdo Cuatripartito». Los brasileños aún no nos perdonan.
Resende fue pensada para abastecer un programa de centrales ya muy disminuido, que sólo genera el 3% de la electricidad nacional. Y pese a la oposición de los EEUU los brasileños la hicieron nomás, y le dijeron “No hay tu tía” al tío Sam, que detesta que Brasil y Argentina tengan capacidades propias de enriquecimiento. El de Brasil, por lo pronto, nos ha servido para comprar allí la carga inicial de uranio enriquecido al 1,8% y al 3,1% del prototipo de la central nucleoeléctrica CAREM 25, hoy en construcción.
Pero en este desafío del uranio hay algo de fútbol tribunero. Es cierto que Brasil necesita enriquecer este combustible “at home” para cubrir sin temor a extorsiones el consumo de las Angras 1 y 2, y la 3 si se termina alguna vez. Nosotros también lo necesitamos paras seguir construyendo exportando reactores de investigación, cuyo núcleo tiene HALEU (High Assay Low Enrichment Urenium), uranio al 19,7%, el mayor índice de enriquecimiento dentro del llamado «bajo enriquecimiento». Es una cifra no es arbitraria en lo técnico ni en lo político: si uno logra enriquecer al 20%, el camino para llegar desde ahí al 95 o 97% habitual en una bomba atómica de uranio se hace con muy poco trabajo separativo adicional, sin tener que añadir hectáreas de planta fabril. Cuando pasemos del CAREM prototipo de 25 MW al primer modelo comercial, que puede tener 120, 240, 360 o 480 MW de acuerdo a cuántos módulos lleve, necesitaremos mucho más capacidad de enriquecimiento de la que nos da Brasil, y ni hablar de la de nuestra planta en Pilcaniyeu, que es más una unidad de demostración tecnológica que una industrial.
Pero a la hora de hacer bombas lo que vale es el plutonio: una esfera tamaño bola de billar de plutonio 239 militar pesa 4 kg y cuesta mucho menos que una de 15 kg. de uranio enriquecido al 90% (de tamaño apenas mayor). En el ínfimo y terrible instante de formar masa hipercrítica, la bola de plutonio rinde más potencia termomecánica y radiante. “More bang for the buck”, como descubrió Oppenheimer en 1944. En términos militares, con uranio se hace “jogo bonito” pero los goles se hacen con plutonio. Hoy es hasta dudoso que queden muchas bombas de uranio como “Little Boy”, la de Hiroshima, en los arsenales de las potencias armamentistas. Y no es que Little Boy no haya funcionado: lo hizo horriblemente bien. Simplemente que era carísima en relación a los efectos termomecánicos logrados: fue “la bomba champagne”.
Por ello, es de una imbecilidad supina perseguir a los países enriquecedores de uranio, si tienen sus plantas bajo salvaguardias. Y menos cuando se trata de unidades chicas y vigiladas 24x7x365, pero de algo tiene que vivir el OIEA. Como para dejar la cosa establecida, si se suman las capacidades de enriquecimiento actuales de Brasil en Resende y de Argentina (Iperó + Resende + Pilcaniyeu) se llega al 0,3% de la instalada en todo el mundo, medida en unidades separativas.
Es cierto que la misma planta que produce MUCHO uranio LEU (Low Enrichment, entre 3 y 5%, “grado central”) se puede reconfigurar para producir MUY POCO uranio HEU (High Enrichment, 90%, “grado bomba” o “motor naval”). Pero aún si se reconfigurara Resende, la planta resultaría chica para un programa militar. Hay material en Wikipedia- que asegura que Resende –capaz de arrimar a 280 toneladas/año de LEU a algo más del 3%, «grado central»- se podría reconfigurar para producir hasta 31 bombas de HEU «grado bomba» por año (565 kg, mínimo). Wikipedia asegura además que el “lapso de escape” hasta la primera bomba brasuca sería de 3 años.
Es un macanazo atómico, indigno de Wikipedia pero también típico de la misma. Por empezar, la planta está instrumentada y telemetreada desde la sede del OIEA en Viena, para saber en tiempo real su inventario de insumos y productos a la centésima de gramo. De yapa, Brasil llegó a recibir entre 60 y 80 inspecciones sorpresa/año del organismo vienés en 2003 y 2004, cuando la construyó. Es cierto que la planta ocultaba con mamparas de madera o biombos de tela los detalles de las centrifugadoras, para evitar el pirateo de tecnología por los inspectores, que no son ángeles. Eso dio lugar a un tiempo de forcejeo casi cómico entre inspectores y autoridades locales, parecido al de una adolescente brava con su mamá santurrona cuando discuten la longitud de una minifalda.
Son fantochadas y las dos partes lo saben. Cuando los estados quieren armas –ver Israel, ver Sudáfrica, ver la India, ver Pakistán, ver Corea del Norte- van al plutonio, al secreto y a los hechos consumados. Aunque los isótopos físiles de ambos metales físiles –plutonio 239 y uranio 235 de alta pureza- son los metales más caros de la Tierra, más que el oro o todos los de la familia del platino, el plutonio sigue siendo más barato que enriquecer el uranio 235 desde «su piso natural» del 0,7%, hasta el grado militar del 95 al 97,5%.
El plutonio es un elemento artificial, pero no siempre lo fue. Como hace 1700 millones de años funcionaron al menos 16 “reactores nucleares naturales” en formaciones uraníferas subterráneas e inundadas de Oklo, Gabón, allí se han encontrado indicios de distintos isótopos de plutonio de origen natural, además de americio 241. Pero son cantidades ínfimas, casi indetectables. A lo largo de 1700 millones de años el decaimiento en otros elementos terminó eliminando casi toda traza de estos átomos super-pesados.
El plutonio se fabrica en reactores ad-hoc o plutonígenos, bastante berretas pero potentes, como el de Arak de 40 MW térmicos, que el OIEA –y éste fue il “capolavoro” tardío del argentino Rafael Grossi, «Our Man in Vienna»- le hizo cerrar en 2014 a Irán. Para mayor inri, los iraníes le tuvieron que extirpar el núcleo al reactor y rellenar la cavidad con cemento. Hoy Arak vuelve a ser noticia, porque EEUU se retiró unilateralmente del acuerdo de desarme y vuelve a estrangular a Irán bloqueándole las cuentas y cerrándole las oficinas en EEUU a cualquier país que se atreva a comprar petróleo a los persas. Obviamente, el gobierno iraní anuncia que va a poner nuevamente operativo el reactor de Arak. Probablemente no lo haga: ¿para qué financiar, y a precio tan caro, la reelección del presidente Donald Trump?
Como estos reactores son militares, no brillan por su prolijidad en radioprotección, que es una manía sólo de civiles. Esto es cierto incluso -o especialmente- en EEUU, donde a estas plantas se las llama con el eufemismo de “production facilities”. Dicho en Argentina en 1987 por Abel González, hoy nuestro “top man” en esta difícil materia en el ICRP (International Commitee on Radiological Protection) del OIEA, “Los operadores de las production facilities se irradian hasta las pelotas”.
Estas instalaciones no fabrican ni un kilovatio/hora de electricidad. Son meras “tostadoras” de uranio natural moderadas con agua pesada. Su función es darle una irradiación “livianita” al uranio 238 (que viene a ser el 99,3% de este elemento en estado natural), como para limitar su captura de neutrones. La idea es obtener mucho plutonio 239, pero poco y nada de 240, 241 y 242. Estos son “hiperfísiles”: resultan tan reactivos que disuelven en plasma el “pit”, o semilla hipercrítica de la bomba A, antes de tiempo, y disipan en un fogonazo prematuro (“fizzle”) lo que debería ser una razonable explosión.
Las “production facilities” se construyen en general con alguna planta adjunta de reprocesamiento, donde el plutonio es químicamente separado en fase líquida del combustible irradiado, después de lo cual resulta inevitable una segunda separación isotópica mucho más difícil, en general en fase gaseosa. No existe ninguna constancia de que Brasil haya tenido jamás este tipo de instalaciones.
Sería risible mencionar ese reactorcito de 0,5 MW térmicos moderado con grafito en la Reserva Biológica de Guaratiba, llamado Projeto Atlantico. La escasa potencia del aparato -80 veces menor que el de Arak, en Irán, y 300 veces menor que el de Dimona, en Israel- trasunta su escasa utilidad militar. Es inevitable que produzca plutonio, pero no en las cantidades y tiempos que requiere un programa de armas, incluso si se disminuye el quemado para obtener el “mix” isotópico necesario.
Acabo de explicar, sin proponérmelo, por qué las centrales de potencia son pésimas fabricando plutonio militar. Dado que hay que maximizar el quemado para sacarle a cada tonelada de combustible el máximo posible de megavatios/hora por día, la irradiación del uranio 238 en una central es muy larga y profunda. Resultado: un exceso de isótopos hiperfísiles del plutonio. Las piezas de ese metal inútil irradian gamma con tal ferocidad que es casi imposible tornearlas, y como descubrieron sucesivamente EEUU, el Reino Unido y la URSS, entran en supercriticidad a gran distancia unas de otras. Es imposible transportarlas dentro del espacio reducido de una bomba. Y si eso se logra, hace autoencendido o «fizzle» en lugar de una buena y destructiva explosión.
Las FFAA brasileñas, más prestigiosas en su país que las argentinas en el suyo –asesinaron menos civiles, dejaron crecer la industria nacional en lugar de destruirla y no perdieron ninguna guerra- todavía tienen la costumbre de “cortarse solas”. Lo hicieron entre 1964 y 1985, cuando cada una tenía su propio programa de armas nucleares libres de control interno civil, y obviamente tampoco externo por parte del OIEA. Como prueba, ya en democracia y aprovechando que el presidente Henrique Cardoso estaba de gira en el exterior, el Ejército anunció en 1991 la construcción de una “facility” de 40 MW térmicos, que al día siguiente de volver Cardoso eran 2 MW y luego ninguno… porque jamás se construyó. Pero «la cabra tira p’al monte», como dicen.
El establishment político brasileño, que hasta 1986 no veía con malos ojos que su país accediera a “la bomba”, en 1991 se había vuelto más intolerante con esas “travesuras” de sus militares. Empezaba seriamente el Mercosur, y la industria paulista entonces estaba muy interesada en acceder al mercado interno argentino. El brevemente presidente Fernando Collor de Melo, antes de ser expulsado por «impeachment» de su cargo, hizo un show televisivo de cerrar, pala en mano, el túnel de 320 metros de profunidad destinado a una presunta prueba de un arma nuclear en la base militar de Cachimbo, estado de Pará. Se duda bastante de que la bomba existiera. ¿De adónde iba a sacar Brasil el suficiente uranio enriquecido a tan alto grado, en 1991? Todavía hoy no podría. Lo que quedó en claro es que quienes mandan en Brasil, los fabricantes de «los estados Gaúchos», decidieron que no podés venderle heladeras y autos a tu socio y cliente, si simultáneamente lo asustás con un trabuco.
El plutonio 239 sin contaminación de isótopos más pesados, a diferencia del uranio, permite hacer artefactos muy miniaturizados, capaces de viajar en misil. Además, las bombas A de plutonio son la espoleta imprescindible de toda bomba H, o termonuclear.
Aunque parezca “política ficción”, los brasileños renunciaron a “la bomba” –y a la vía del plutonio, que es el mejor modo de hacerla- no por presiones yanquis: tienen más espaldas que cualquiera en la región para aguantarlas. Lo hicieron a propuesta de la DIGAN (Dirección General de Asuntos Nucleares) fundada por el embajador Adolfo Saracho en la Cancillería. Esa propuesta fue empleada por el presidente Raúl Alfonsín en 1987 para atraer al presidente Sarney a la mesa de negociaciones de la cual salieron el primer acuerdo bilateral de salvaguardias recíprocas de la historia, el ya mentado ABBAC, y como consecuencia de ese voto de confianza nuclear mutua, esa rara criatura llamada Mercosur.
Eso sí, dado que se autoabastecen de uranio enriquecido, los brasucas tienen cierto margen para desobedecer al “Club Nuclear”, o al menos a 4 de sus miembros principales. Asociado con el 5to, Francia, el presidente Lula en 2008 anunció la compra de 4 submarinos de ataque Scorpene franceses de propulsión convencional (térmica y eléctrica), más un 5to con el casco de mayor manga y eslora de un Barracuda, preparado para recibir un motor nuclear de tipo PWR con uranio enriquecido al 20%. Esta PWR existe, está siendo testeado en tierra y sería de desarrollo totalmente brasileño (según los vecinos). Su segunda carga de combustible saldría de alguna ampliación de Resende, por ahora abocada a surtir la demanda (no toda) de “las Angras”.
Cono de popa del Scorpene nuclear brasileño, con un PWR de 48 MW todavía en desarrollo.
Las fechas de terminación de este 5to submarino se van corriendo de 2020 a 2023 y hoy a 2030. La verdad es que poner una central nuclear de potencia en un submarino es un asunto complejo. Si uno apura estos proyectos, termina saliendo al mar con un prototipo inmaduro y se accidenta. Lo cierto es que Resende tiene el módulo suficiente como que Brasil pueda permitirse uranio al tope del llamado bajo enriquecimiento, o LEU, es decir al 19,7%, para su Scorpene nuclear.
Pero un submarino nuclear no remedia los déficits de generación eléctrica. Brasil tiene sin duda la mejor infraestructura de distribución eléctrica de la región, pero también un consumo pavoroso en el Sur del país y cada vez que la economía crece un poco, una insuficiencia crónica de generación. Como viene el panorama, se puede atender con el petróleo que Petrobrás, bajo instrucciones de «Lula», descubrió y empezó a explotar «off shore» en una formación submarina profundísima llamada «Presal». El déficit podría cubrirse a menor costo y sin añadir carbono a la atmósfera con un programa nucleoeléctrico de alrededor de 30 mil MW. Pero eso ahora es políticamente ya imposible, con tanto escándalo y fracaso en el pasado de Angra 1 y 2. Por factores que se verán a continuación, el átomo brasileño quedó maldito, al menos para usos civiles, y ni el presidente Luis Inazio “Lula” da Silva, que de ecologista finolis no tuvo jamás un pelo, tuvo tiempo de resucitarlo. Otra sería la historia si a Seu Othon Luiz Pinheiro da Silva le hubiera alcanzado el tiempo para que Eletrobras terminara y pusiera crítica Angra III. La mala imagen nuclear habría revertido bastante, como sucedió en la Argentina cuando entre 2006 y 2014 logró terminarse Atucha II, en línea desde entonces, con 27 años de retraso.
El otro recurso a mano para generar electricidad de base en Brasil es hacer estragos humanitarios, etnológicos, sociales, ecológicos y jurídicos en sus inmensos ríos. Y los únicos que todavía no se han explotado están en la llanura amazónica. Para mal de la población ribereña y nativa.
(La continuación es la crónica de malas decisiones en los campos de la energía y de la ecología que terminaron en la derrota del Partido de los Trabajadores. Continuará, más adelante)
Daniel E. Arias