(Las dos primeras partes de esta crónica, con el título «El camino a Bolsonaro I y II» fueron publicadas aquí y aquí)
3. Tristeza nao tem fin
En la historia del Programa Nuclear Brasileño desde fines de los ’60 no hay sólo malas decisiones. Hay también cuotas de mala suerte y mucha confusión política de la población, con final de tragedia griega que pagó el gobierno del PT.
Angra 1, decidida en 1971 y firmada en 1972, tuvo la desgracia de entrar en línea tarde, renga y el mismo año en que estalló la central soviética de Chernóbil: 1986. Debido a que salía de línea por desperfectos a cada rato, se ganó su apodo entomológico de “A Vagalume” (la luciérnaga, porque se prende y se apaga) mientras en la URSS sucedía el primer accidente nuclear “INES 7” de la historia, y en Río de Janeiro se fundaba el Partido Verde. Todo junto.
En sus inicios, el PV era un inocuo rejunte de artistas y psicólogos progres, pero se enraizó rápidamente en varias corrientes de raíz muy distinta y más seria, que trataban de corregir las injusticias más brutales del Brasil: el Movimiento de los Sin Tierra, el mucho más disperso y despolitizado de las etnias amazónicas acorraladas y masacradas por ganaderos, madereras, mineros y constructoras de represas. A esto se sumó el “boom” de los partidos evangélicos, en general políticamente muy conservadores, entre la creciente población urbana “favelada”. Política, mediática y financieramente, este último movimiento es mucho más compacto.
Lo que logró la línea fundacional carioca del Partido Verde –y sin Chernóbil le habría sido más difícil- fue imprimirle su antinuclearismo tilingo a toda esta gente tan distinta, tan humilde, y muy desencontrada entre sí por sus intereses económicos y visiones culturales específicas. Contra la nucleofobia difusa en la sociedad no pudo luchar siquiera Lula, pese a comandar un partido obrero, urbano y de lejanas raíces materialistas y pro-tecnológicas.
Las represas “buenas” por definición son las de ríos de montaña o serranía: alta pendiente implica mucha potencia hidroeléctrica, y altas orillas de piedra suponen lago chico en área, con buena capacidad de almacenamiento para gastar en años secos, y un impacto de inundación de vecinos manejable.
Caso de libro de texto: Itaipú, con 14.000 MW instalados, cuya producción eléctrica DIARIA equivale al consumo ANUAL de Argentina en aquel todavía floreciente 2008. El Paraná, aunque tiene estiaje, es bastante caudaloso a año completo: da un factor de carga del 51%. Por ello Itaipú equivale a 8 centrales nucleares de 1000 MW cada una, nuevecitas y con un factor de disponibilidad del 90%.
Hay un lado oscuro. Los sobrecostos fueron del 240% sobre lo estimado: oficialmente, llegaron a los U$ 36.000 millones. Con eso, hoy uno se compra 9 centrales nucleares como las descriptas. El economista estadounidense Jeffrey Sachs dice que con los préstamos (llámense “cometas”) que Brasil le hizo a Paraguay para que no pusiera cortapisas, hay U$ 24.000 millones más de costos financieros que se terminarán pagando en 2023. Si esto fuera cierto, “la boleta total” de Itaipú cerraría en U$ 60.000 millones.
Pero como el comprador del 97,5% de la electricidad es Brasil, Paraguay estuvo revendiéndole su 50% de producto eléctrico generado anual “a precio reventado”. Así las cosas, en 2012 –según Sachs- Brasil le debía U$ 5000 millones a Paraguay. Atif Ansar y Bent Flyvberg, respectivamente profesores de Gobierno y de Manejo de Grandes Programas en la Universidad de Oxford, creen que en realidad Itaipú salió tan cara que nunca se sabrá cuánto costó porque no va a pagarse jamás. La escala de los megaproyectos hidro parece proporcional a la opacidad de sus costos.
Más lados oscuros. El lago es enorme: 1400 km2, y desalojó cultivadores brasileños de soja que, ante la insuficiencia de las compensaciones, tuvieron que comprar hectáreas más baratas en Paraguay, transformándose en “brasiguayos”, como se los llama. Datos de impacto humano de Paraguay, indisponibles. El total de familias desplazadas en ambas orillas parece haber sido de 10.000, y el de individuos, 59.000. Los Ava-Guaraníes y mestizos del lado paraguayo terminaron embutidos a culatazos en reservas conflictivas, mientras los medios elogiaban la obra y los ecologistas se preocupaban por los yaguaretés.
Y no obstante, si se eliminan mágicamente de la ecuación sus aspectos sociales y financieros impresentables, en términos de ingeniería ésa es una presa buena, pero buena de toda bondad. Y así de irrepetible: hace tiempo que Brasil agotó todos los enclaves geográficos comparables.
Los que le quedan, en términos hidroeléctricos, se dividen en malos y peores. La represa más controvertida, Belo Monte, sobre el Xingú, entró en operaciones a principios de 2014, pese a la movilización masiva de las tribus Kayapó, Munduruku y otras. Los caciques que no fueron comprados con televisores y camionetas saben que tras Belo Monte se vienen 60 represas más en la cuenca amazónica, a construirse en las dos próximas décadas sobre el Tapajós, el Teles-Pires, el Araguaia-Tocantins, y sigue la lista.
Los problemas de estos emprendimientos son inherentes a la geografía, y por ende irremediables: no se arreglan con «jogo bonhito» de diseño. Lectores argentinos, toda la cuenca amazónica funciona con dos estaciones casi independientes de la lluvia local: la inundada y la seca. No tenemos nada parecido, y tampoco lo hay en el resto del planeta. En la estación húmeda, que va de diciembre a abril, toda la red de grandes ríos, de tributarios y de arroyos tiene 7 metros extra de profundidad, por la mayor escorrentía que baja desde los Andes. Hasta el 17% de la selva (el “Igapó”) queda 3 o 4 meses bajo agua por el desmadre hídrico general. Con embarcaciones angostas, se puede navegar en zigzag entre los fustes de los tremendos árboles, evolutivamente adaptados para resistir temporariamente la falta de oxígeno en las raíces.
Sin embargo en la estación seca, de mayo a diciembre, todos los ríos bajan 7 metros y en muchos de ellos se puede caminar por el fondo. Y esto sucede aunque llueva diariamente «in situ». En la seca, las precipitaciones sobre la cuenca amazónica apenas bajan un 10% promedio sobre una media anual de 4000 milímetros. Es una seca muy mojada. Y sin embargo llueva o no llueva, los ríos entonces quedan reducidos a su mínima expresión, porque no les llega ese «plus» estacional de sus altas y heladas nacientes andinas. Esto obliga a que cada gran represa amazónica deba contar con varias represas tributarias construidas aguas arriba, que les sirvan de reservorio. De otro modo, en la seca las turbinas funcionarían muy fuera de régimen y la red eléctrica quedaría en “brown-out”. Esto ha sucedido más de una vez.
Los ríos amazónicos en la época inundada son navegables, y en la seca, caminables.
Las etnias ribereñas hasta ahora son alimentariamente autónomas porque viven sobre ríos biológicamente vivos, no sobre cadenas de lagos eutrofizados por excesos de algas, podridos y con poca pesca. En lagos de escasa corriente y alta temperatura, a lo sumo sobreviven peces no migratorios o capaces de soportar agua con bajo contenido de oxígeno disuelto. Por lo demás, en los embalses de llanura los lagos hidroeléctricos se vuelven gigantescos en superficie, porque la chatura del paisaje no demarca orillas. Y esto significa que los lugareños inundados no sólo pierden su medio de vida, sino también sus aldeas. Se vuelven IDPs, “Internally Displaced Persons”, eufemismo gringo de parias.
En suma, el antinuclearismo de “las minorías intensas” urbanas y la acuciante falta de electricidad de base en la industria condenaron a la desaparición al sector menos organizado y peor representado y defendido de la democracia brasileña: los indios. Alguien tenía que joderse.
4. Marina Silva y Lula: divorcio trágico
Marina Silva en Xapurí, su estado de Acre nativo, junto a la efigie de su compañero de militancia, Chico Mendes, líder cauchero asesinado por “grileros” agropecuarios.
La idea de la maldad inherente del átomo merece examen, porque ya no es un asunto de “minorías intensas” sino algo implantado en casi toda la sociedad brasileña, una verdad revelada aparentemente tan indiscutible como la redondez de la Tierra.
Viendo las cosas en su origen, los militares cometieron la estupidez insuperable de inaugurar el complejo de centrales nucleares Almirante Álvaro Alberto en Angra dos Reis, un parque nacional a sólo 151 km. de Río de Janeiro.
Angra tiene un combo de 365 islas, playas inmensas, manglares, aguas prístinas, relictos selváticos de Mata Atlántica, navegación a vela, buceo y ecoturismo. Los militares –y la democracia posterior también- dejaron que Angra se urbanizara con condominios de lujo, paraísos de “weekend” para los cariocas ricos. Son tres usos de la tierra poco compatibles entre sí.
Los argentinos carecemos de esplendores geográficos equivalentes a Angra a tiro de La Reina del Plata. ¿Pero cómo se pondrían los habitantes de La Horqueta de San Isidro o los de Recoleta en CABA si alguien construyera tres centrales nucleares en Cariló, donde tienen sus casas de fin de semana? Cada vez que los chicos rubios que salvan las ballenas (y el planeta en general) salen por la TV vaticinando Chernobyles en Angra, cruje el valor inmobiliario de los que mandan en Río. ¿Empieza a entender por qué en Brasil no hay 4 ni 8 centrales, como quería el dictador Ernesto Geisel, sino 2 y media?
Angra III se empezó en 1984. En 1989 debía estar entrando en línea. Como en sus predecesoras, la construcción se paró demasiadas veces, no sólo por un «cash flow» espasmódico sino por frecuentes juicios, investigaciones, escándalos, en general interferencias promovidas por cierta embajada muy interesada en que el Programa Nuclear Brasileño se hundiera. Aunque en 2010 el presidente saliente, Luiz “Lula” da Silva, trató de ponerle fecha de terminación en 2015 y reactivar proyectos por 4 o 5 centrales más, las tribulaciones ulteriores de su sucesora Dilma Rouseff terminaron sacando del ring al alma viviente del Programa Nuclear Brasileño. Efectivamente, el almirante Othon Luis Pinheiro da Silva, el hombre a cargo –entre otras cosas- de construir la propulsión nuclear del submarino brasileño, ese sueño eterno del país resucitado por Lula. Es más, en eso tuvo éxito: el motor existe y funciona bien testeado en tierra, la nave todavía no. Pero la operación “Lava-jato” dejó preso a Pinheiro da Silva desde fines de Octubre de 2015. Y era un ícono político y social.
Y llegamos al caso doloroso de Marina Silva, compañera juvenil de militancia del “seringueiro” Chico Mendes, aquel cauchero artesanal asesinado por defender su pedazo de Amazonía en Acre de los “grileiros”. Estos últimos son ladrones de áreas protegidas y otras tierras fiscales selváticas, generalmente ganaderos. “Grilar” es dejar varios meses una escritura falsificada de cesión a propiedad privada en una caja con grillos, para que el papel adquiera el aspecto amarillento y roído de un documento oficial de 1930, o por ahí, y coincida con la fecha inventada y los sellos fraguados.
Con tales papeles, los grileiros expulsan a la población residente como si se tratara de “okupas” para hacer talas rasas, con gran ayuda de gobernadores, jueces, policías y sicarios. En Brasil las cosas se hacen a lo grande: en 2012 murió Cecilio do Rego Almeida, tras haberse “grilado” 4,7 millones de hectáreas, la superficie sumada de Bélgica y Holanda, en el estado de Pará, área del río Xingú. Su grupo, CR Almeida, reúne 30 empresas, algunas de ellas de ingeniería.
Marina Silva fue una seringueira amazónica, huérfana temprana que sobrevivió a hepatitis reincidentes, expulsiones de tierra, envenenamiento con metales pesados por la minería de oro e incontables amenazas de muerte. Aprendió a leer a los 16 años, se licenció en historia en la Universidad de Acre a los 28, y pasó de mucama doméstica a activista social y ambiental, militante del PT, concejal, diputada nacional y Ministro de Medio Ambiente en el primer gobierno de Lula, todo entre 2003 y 2008.
Este personaje gigantesco –tanto como Lula, y añado a Dilma- no tardó en quedar aislada dentro del gabinete del PT, entre otras cosas porque en su guerra personal contra los grileiros fue tan “al hueso” que bajó la tasa interanual de deforestación de la Amazonía en un 56% durante su ministerio. La agroindustria, la minería y las constructoras se la juraron. Su ruptura con Lula tuvo varias causas más, pero la principal fue el apoyo del PT a dos megaproyectos “hidro” en la selva, el desvío del San Luiz y luego aquel represamiento múltiple del Xingú, Belo Monte.
Y es que los megavatios “de base” de algún lado tienen que salir. En Brasil, donde Petrobras en tiempos de Lula descubrió y empezó a explotar en 2008 no poco petróleo nuevo, está creciendo la energía térmica y además hay un “boom” eólico fulminante. Pero el viento es un recurso intermitente: no genera electricidad de base, que es la que cubre demanda 24x7x365. Y en un país tan de diques y represas como Brasil, siempre falta potencia de base en años secos como 2001 y 2015. Entonces las ciudades entran en apagón, la industria reduce turnos, o cierra, y la hidrodependencia se vuelve una fuerza recesiva permanente.
Y qué hidrodependencia, la de Brasil: entre el 77 y el 85% y hasta el 95% de la electricidad sale de turbinas hidráulicas, según los caprichos de las lluvias. Más de 400 embalses artificiales entre el trópico y los 30º de latitud Sur son demasiados, incluso en el país más rico en ríos del planeta. Todo lo bueno y con alta densidad energética se represó hace rato y lo que queda son ríos selváticos de llanura, con caudal muy variable según la estación, poca pendiente, baja densidad energética, orillas no demarcadas, lagos enormes y un impacto social, político y ambiental múltiple.
La densidad energética es medible objetivamente: una buena represa, como Xingó, garantiza una capacidad instalada de 50 vatios por metro cuadrado de lago (w/m2). Una discutible pero buena «por necesidad y urgencia», como Itaipú, 8,13 w/m2. Una mala en serio, como la selvática Tucuruí, 1,74 w/m2. Vamos de nuevo a las buenas: Xingó tiene 3000 MW instalados y un lago de apenas 60 km2. Vamos a las impresentables: Tucuruí tiene 4240 MW instalados, pero su desaforado lago mide 2340 km2.
Esto tiene consecuencias ambientales, y no se limitan a lo local. Hasta 1980 se creía, ingenuamente, que la hidroelectricidad combatía el efecto invernadero. Estudios posteriores mostraron que en los trópicos y subtrópicos, los lagos y el agua turbinada emiten cuatro de los seis llamados “gases invernadero”: dióxido de carbono, metano, óxido nitroso y sulfuro de hidrógeno, productos de la putrefacción vegetal.
Las emisiones varían según cada lago hidroeléctrico, su latitud, su temperatura, su fotosíntesis y su profundidad, porque no hay dos iguales. Pero en líneas generales, los de baja densidad energética llegan a emitir más toneladas anuales de carbono por megavatio/hora producido que las peores plantas termoeléctricas del mundo: las de carbón. Los mejores lagos, los de más bajas emisiones de carbono, parecen ser los de alta densidad energética, y emiten –según estudios de Luiz Pinguelli Rosa- menos toneladas/kw/h que las plantas térmicas más aceptables, que son las de ciclos combinados que queman gas natural.
Lo cierto, lectores, es que en bajas latitudes -cerca del ecuador- el verso de la hidroelectricidad sin impacto invernadero no se sostiene. Pero ese impacto se reparte globalmente, en el alegre marco de la irresponsabilidad energética humana.
Los impactos sociales y políticos locales son más concentrados y trágicos. A través de corporaciones mixtas (Norte Energia) en que se mezcla dinero del BNDES con constructoras privadas, el estado federal vuelve a financiar como en épocas militares la expulsión y ocasional masacre de indígenas en favor de las empresas. Lo que se pierde, además de recursos biológicos y bosque, es el “ethos” mismo de la república, especialmente cuando el PT, el partido de los pobres urbanos, termina haciendo las mismas inmundicias que el general Emilio Garrastazú-Médici en sus “limpiezas étnicas” del Amazonas allá a comienzos de los ’70, pero a una escala mayor. La Constitución de 1988, que le da ciudadanía plena y propiedad de sus tierras a los indios, se disuelve en fuego y humo.
En 2010, con pleno acuerdo del PT y de la oposición de derecha –pero nunca del PV- se aprobó la represa Belo Monte, construida a velocidad “warp”, 1/3 del tiempo que tomaron las dos primeras “Angras”, porque había que ir más rápido que los recursos de amparo. El asunto nunca llegará a la Suprema Corte: con una decisión express de la Abogacía General de la Unión, equivalente de nuestra Procuraduría, el Poder Judicial brasuca desechó de un saque más de 20 acciones interpuestas por el Ministerio Público Federal. Lo hizo con un rarísimo instrumento legal llamado “suspensión de seguridad”: en síntesis, se construye primero, y después se litiga a ver si se construye.
Pese a su pragmatismo de política de raza, por su historia y su origen, Marina Silva eso no se lo fumó y dio el portazo antes en el PT. Y no le fue mal con su Partido Verde, y viceversa. Hace poco adoptó algunas ideas muy “piantavotos” para la base urbana progre del PV: se hizo pentecostal, ergo antiaborto en materia de derechos femeninos, y además creacionista en materia educativa. Y aún con tales mochilas, en las elecciones presidenciales de 2010, ya como rival de Rousseff, Silva sacó el 19,3% de los votos.
En las generales de 2014, con 21%, quedó sólo 7 puntos abajo que la infortunada ganadora, Dilma, y bien por encima de Aecio Neves. Si había ballotage, quizás ganaba. El “trabalhismo”, distributivo pero demasiado “friendly” con las constructoras de represas, logró hacer enemigos de aliados y la Silva hizo del PV una fuerza nacional, multiclasista y con despliegue territorial.
Las 14 turbinas tipo Francis de Belo Monte (4 son de nuestra criolla Pescarmona) giran desde marzo de 2015, y el lago irá creciendo hasta que sepulte 668 km2 de selva amazónica: tiene 4,2 veces la extensión del de Yacyretá. Hubo que “remocionar” (eufemismo novedoso) a 40.000 pescadores-cazadores-recolectores Xingú y Kayapó, hasta 2010 alimentariamente autónomos, pero hoy despojados de sus ríos, selvas y aldeas porque todo se lo va tragando el lago. Ya son IDPs hacinados en campamentos, desconcertados padres de una próxima ola de “favelados” urbanos, aunque a algunos los mataron porque se resistieron. El 4% recibió otra casa, que a diferencia de la que tenían antes junto al río viene sin profesión. Al 96% restante le dieron bonos imposibles de canjear a precio nominal, algo de efectivo, o nada. “Eletricidade limpia”…
¿Tan limpia? La emisión de gases invernadero de los embalses tropicales deberá medirse caso por caso. Pero definitivamente, no es tanta la electricidad producida. Los MW instalados en Belo Monte son 11.000, pero el “factor de carga” del Xingú es de sólo el 39%, ya que es un río monzónico con 3 a 4 meses de estiaje anual, y eso en años normales. Así, la producción anual de Belo Monte equivale a la de 5000 MW nucleares con un factor de disponibilidad –demos una cifra modesta- del 85%.
Curiosamente, Belo Monte equivale en electricidad anual a lo que quedó sin hacerse del plan de 1975 del dictador Geisel. Las 8 centrales habrían ocupado unas 800 hectáreas de tierras sin mayor valor etnológico, cultural o biológico. Eso es 835 veces menos superficie que la del lago de Belo Monte, cuando se termine de llenar. La densidad energética de esas centrales hoy imaginarias andaría en los 112.500 vatios/m2. Lectores, Tucuruí tiene 1,74 vatios/m2. ¿Se entiende el tamaño de la estupidez?
Pero a no confundirse: más allá de las truculencias de las “minorías intensas” como Greenpeace, el antinuclearismo de bajas calorías pero difuso e infuso en la sociedad brasileña tiene al menos uno de sus orígenes en el talón de Aquiles de casi todo programa nuclear: el sector minero de uranio. Es infernalmente sucio.
Pero ojo, no sucio por nuclear, sino por minero. Las compañías mineras tienen en casi todos lados donde el estado no las persiga, controle y apriete la maldita costumbre de gestionar en forma precaria sus pasivos ambientales, sobre todo los diques de colas. La mala fama del Programa Brasileño tiene nombres mineros: Caldas, en el estado de Minas Gerais, Caetité, en Bahía, Santa Quiteria en Ceará, todos pasivos a remediar, con vecinos afectados y menos invisibles mediáticamente que los indios.
Los diques de colas son el gran regalo de las megamineras multinacionales a cualquier país pobre. Agotada la mina se van y te los dejan de recuerdo. Y como están hechos como la mona, se derrumban fácil. En 2019, el dique de colas de la mina de hierro de la multinacional Vale, en Minas Gerais, se desmoronó. El alud de barro bajó por las quebradas como un tren, sepultó la aldea de Brumadinho y mató a 243 de sus habitantes. Seis veces más muertes que las del accidente de Chernóbil, pero los derrumbes de diques de colas de las mineras son sistemáticos, suceden todos los años en todo el mundo, y HBO no hace miniseries sobre ellos.
Aclaración necesaria: las minas de uranio de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) de la Argentina son las únicas en la región con un programa de remediación ambiental, el PRAMU, con distintas obras en diverso grado de avance, y una primera terminada en Malargüe, Mendoza, transformada en un parque público forestado. Además de las agencias medioambientales de cada provincia, las obras deben ser aprobadas y luego monitoreadas por la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN), dependiente del Poder Ejecutivo Nacional. Ojalá la minería metalífera de oro, cobre y plata en Argentina estuvieran sujetas a esos requisitos. Podemos esperar sentados.
Como expresión medible del problema político de las represas, 6 años más tarde de la aprobación de Belo Monte, los diputados del PV levantaron, unánimes, la mano a favor del “impeachment” de Dilma Rousseff, mezclados con una impresentable caterva de tilingos y delincuentes con fueros legislativos y judiciales. De verdes a golpistas.
Y del desgobierno de Michel Temer, el presidente que sustituyó a Dilma, llegaron ajustes en educación, salud como no se los había visto en décadas, una legislación laboral que barre con los derechos de millones de trabajadores, una previsional que deja colgados de la palmera a millones de jubilados, un tremendo descontento social bien aprovechado por los medios para cocinarle una causa judicial a Lula que lo saque de contienda electoral, e imponer un presidente como Jair Bolsonaro. Que ha logrado deshacer el freno relativo impuesto por el PT a la tala del Amazonas.
¿En cifras recientes, cómo se mide esto? El interanual de deforestación 2018/2019 de junio este año está un 90% arriba. El de julio, un 278% arriba. Las cifras las dio el INPE (Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais) en base a sus mediciones satelitales, luego de lo cual el presidente Jair Bolsonaro echó a su director, Ricardo Magnus Osorio Galvao . Y se jactó de ello ante los medios, autotitulándose como «el Capitán Motosierra».
Marina Silva no debe estar felicitándose. Y tampoco Lula, por habérsela echado de enemiga.
Tragedias verdaderas son cuando todos tienen razón. No sé si esto es una fotografía o un epitafio del átomo brasileño.
Daniel E. Arias