Queremos reproducir en AgendAR esta columna de Horacio Alonso en Ámbito porque es ingeniosa, y refleja una realidad que todos los argentinos, y también los extranjeros, percibimos: la naturaleza circular de las crisis argentinas, la repetición de los mismos problemas. Lamentablemente, es cierta. Pero también es superficial. Queremos marcar que, para bien y para mal, la economía y la Argentina no son las mismas en cada crisis. Nuestra observación al final.
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«La Argentina parece atrapada en un laberinto. Corre para un lado, corre para otro pero, inevitablemente, se encuentra siempre en el mismo lugar. Nadie mejor que Tato Bores describió ese eterno retorno en sus inolvidables monólogos de los 60, de los 70, de los 80, de los 90. No importaba cuándo; total, los problemas eran los mismos. En estos días de tanta efervescencia política y económica, con unas elecciones presidenciales a la vista, se hace palpable, por los temas en discusión, la actualidad del capo cómico aunque, lejos de ser gracioso, toma un cariz dramático.
Hay una frase acuñada en el periodismo gráfico que sirve también para ilustrar el momento: nada es más viejo que el diario de ayer. Sin embargo, en la Argentina, se necesita adosarle un complemento para que no quede incompleta: nada es más actual que un diario de años atrás.
La comprobación empírica es demoledora. Una recorrida por las noticias de hace 30 años (un punto de referencia elegido al azar, con cierta lejanía pero no tanta como para parecer ajeno, y con la debilidad numérica que produce el sistema decimal, algo que Jorge Luis Borges cuestionaba) refleja que, salvo los personajes, el nombre del signo monetario y algunos ceros de más, poco es lo que cambio en el país en estas tres décadas.
En agosto del 89, por ejemplo, hacía pocas semanas que Carlos Menem había asumido la presidencia, en una traspaso adelantado por el vacío de poder que generó la crisis económica alfonsinista, sumado a un calendario electoral no pensado para momentos de zozobra. Julio había marcado una inflación récord de 196% y el debate en esos primeros días de gobierno era cómo controlar la suba de precios. La implementación del Plan BB (Bunge&Born) era la política adoptada por el mandatario riojano sin saber que, después de un alivio temporal, se encamina a un segundo proceso hiperinflacionario.
El dólar había entrado en cierta estabilidad, después de la explosión de los meses previos, pero cada día se vivía con incertidumbre ante la falta de confianza por el plan antiinflacionario implementado por el menemismo. Los economistas de entonces miraban con un ojo el tipo de cambio y, con el otro, el nivel de las reservas. Muchos son los mismo que hoy son consultados por periodistas, empresarios y políticos. La diferencia está en los años, las canas y unos kilos de más; las preocupaciones son las misma.
La discusión entre el Ministerio de Economía, dominado por el grupo empresario, y el Banco Central -según se consignó en la tapa de Ámbito Financiero del martes 1 de agosto de 89 – se centraba entonces en el elevado nivel de la tasas de interés que rondaba el 15% mensual. Unos pedían bajarla por salir de la recesión; otros mantenerla para contener el dólar. El mismo debate de estos días.
Más allá de este cortocircuito interno, toda la expectativa estaba puesta en la negociación con el FMI que tenía fecha para septiembre. Era clave. La deuda externa –cercana a u$s70.000 – era un peso muy grande para la economía y el propio Menem adelantaba que se tenía que reducir a la mitad.
Como solución al problema fiscal, y en un rapto de imaginación, se decidió la creación de nuevos impuestos “de urgencia” con la promesa de una reforma impositiva. La baja de las retenciones a las exportaciones, prometida en la campaña, se postergaba para el año siguiente con el malestar del sector agropecuario.
Los aumentos de las tarifas, la falta de crédito, el reclamo empresario y la oposición sindical a un reforma laboral, el aumento de la pobreza y una desocupación que alcanzaba nivel alarmantes eran otros de los temas que llenaban las páginas de los diarios. Todo tan parecido a hoy.
En las redes sociales circula una frase ingeniosa que describe a una estancada: “La Argentina es un país donde, si te vas de viaje veinte días, al volver cambió todo, y si te vas de viaje veinte años, al volver no cambió nada”.
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Lo que dice aquí Alonso es válido, en la superficie. La crisis que empieza durante el gobierno de Alfonsín, (aproximadamente) en 1987 y dura hasta abril de 1991, cuando se lanza la Convertibilidad tiene bastantes parecidos con la que atravesamos -que empieza en abril del año pasado, con la corrida cambiaria y dura hasta… También se parece, pero menos, al derrumbe de Convertibilidad, que tuvo el pico más alto con el «corralito» en diciembre 2001, y la Gran Devaluación en febrero 2002.
Pero la Argentina, y su economía, eran muy distintas. Cierto, había una deuda externa agobiante. Cierto, las políticas de abertura y represión de la dictadura de 1976/83 habían dejado un legado de desempleo y pobreza estructural en un nivel nuevo en nuestro país. Pero… la economía argentina todavía estaba relativamente cerrada; la industria automotriz y la electrónica, la industria liviana general mantenía un alto nivel de protección arancelaria y una tecnología atrasada en relación a lo que se llamaba «primer mundo». Las empresas estatales eran una parte considerable -en algunos rubros mayoritaria- de la actividad productiva. Todo eso desapareció con las políticas que el gobierno de Carlos Menem adoptó frente a la crisis.
La razón por la que la historia nunca se repite en lo profundo es porque es esa historia la que nos llevó a donde estamos ahora.