Como ya había informado en detalle AgendAR hace 4 meses, INVAP firmó un contrato con Turkish Aerospace (TAI) para producir y comercializar satélites geoestacionarios pequeños -los «Small Geo»- destinados a telecomunicaciones. El proyecto se hará mediante la empresa «Gsatcom Space Technologies», constituida en partes iguales por ambas compañías. TAI, con una facturación de U$ 1.430 millones en 2017, es una de las “top 100” de la industria aeronáutica. Y la empresa estatal rionegrina INVAP… es INVAP. Un emblema de la capacidad tecnológica de los científicos y técnicos argentinos.
Ya se sabía en 2017 que esta nueva generación de satélites del «joint-venture» de Turquía y Argentina serían relativamente livianos (alrededor de 2 toneladas, frente al standard actual de los de alta capacidad, que pesan entre 5 y 6). Lo esencial es que tendrían la misma potencia eléctrica que los gigantes, igual ancho de banda y antenas de “iluminación multispot”, que generan hasta decenas de haces de potencia diferenciada según la densidad regional de usuarios en tierra. Donde hay más, se envía más potencia de iluminación: el recurso más escaso a 35.786 kilómetros de altura. Esta señal segmentada en haces permite que los usuarios, especialmente los de TV o de servicios de TV a través de Internet, reciban señal de alta calidad sin importar si viven en megalópolis o en desiertos, y en casi cualquier lugar del mundo, salvo en los polos.
Ayer el ingeniero de INVAP Luis Genovese brindó más detalles: «Los nuevos satélites serán desarrollados con una tecnología evolucionada respecto a los ARSAT-1 y -2, en particular para la plataforma satelital (de servicios), ya que incorporará propulsión eléctrica, mucho más eficiente que la química y que permitirá reducir la cantidad de combustible que hay que embarcar en el lanzamiento».
Con la propulsión convencional química, típica de los satélites de 1ra generación como los ARSAT 1 y 2, los propelentes líquidos constituyen hasta 2/3 del peso del satélite, y de este inventario, la mayor parte se gasta en el ascenso desde la altura de inyección a órbita, raramente mayor de 2000 km., a la posición definitiva geoestacionaria del aparato, a 35.786 km. sobre el cinturón ecuatorial. Este largo viaje, llamado LEOP en la jerga satelital y raramente menor de 400.000 km medido en distancia lineal, hace de los satélites GEO verdaderas espacionaves.
El problema es que con el exiguo restante de los propelentes el satélite debe durar 15 años en órbita, haciendo constantes disparos de sus microcohetes («thrusters») de posicionamiento. Eso es lo único que le permite conservar su altura y un apuntamiento perfecto de sus antenas con la estación terrena desde donde se lo dirige. Si este resto de propelente se agota antes de que la terrible radiación solar agote el desempeño de la electrónica del satélite, la estación terrena pierde el control de un aparato todavía operativo en términos comunicacionales, éste queda dando tumbos a la deriva, las comunicaciones se interrumpen, existe el peligro de que el ahora llamado «zombiesat» interfiera las comunicaciones de satélites vecinos dando lugar a reclamos, y de múltiples modos se termina perdiendo mucha plata.
La propulsión eléctrica, que depende de la aceleración de iones de átomos pesados como el xenón o el argón, es propia de los satélites de 3ra generación. Es mucho más ahorrativa. Permite subir a esas órbitas altísimas con mucho menos masa empleada en propulsión, y ese ahorro se puede emplear en placas fotovoltaicas de mayor potencia eléctrica. Con los satélites que diseñará para la sociedad con TAI, INVAP habrá pasado en un único salto tecnológico de la 1ra generación a la 3ra, obviando la 2da, que es la propulsión mixta (motor principal de ascenso químico, «thrusters» eléctricos). Es un riesgo deliberado asumido por ambas partes, porque la ganancia puede ser mucha.
Genovese, hombre histórico de INVAP, destacó además que con su propulsión puramente eléctrica, una vez que el satélite haya sido lanzado, «se podrá mover de una posición geoestacionaria a otra distinta, e incluso (reconfigurar) su frecuencia (de emisión dentro del espectro de las microondas) de acuerdo a la necesidad de cada cliente». En suma, un mismo satélite de 3ra generación, dentro de su vida útil quizás mayor de 15 años (el estándar actual), puede terminar dando servicios distintos a clientes distintos sobre distintos puntos del planeta. La nueva tecnología es lo que también permitió reducir el tamaño del satélite.
Asimismo, Genovese aseguró que «la potencia de 7.000 vatios de carga útil que poseerán los pequeños satélites permitiría dotar holgadamente de un servicio de banda ancha satelital a toda la República Argentina».
La vida útil de los nuevos satélites, que se ubicarían en la órbita geoestacionaria sobre el Ecuador, a unos 36.000 kilómetros de altura, fue estimada en más 15 años e implicaría una inversión de unos 100 millones de dólares (por unidad), señaló Genovese. AgendAR supone que este costo no incluye el servicio de puesta en órbita, que INVAP y TAI deberán contratar con terceras partes, ya que ni Argentina ni Turquía poseen cohetes lanzadores efectivos y testeados ni siquiera a órbitas bajas (de entre 300 y 1000 km de altura). Pero un satélite GEO chico y liviano obviamente sale a órbita por menos plata, y si se lo construye en gran escala, la estandarización baja aún mucho más los costos totales. En comparación, los ARSAT-1 y 2, que transformaron a la Argentina en el 8vo fabricante mundial de GEOs (y la volvieron un socio atractivo para Turquía), son satélites que costaron U$ 300 millones por pieza.
Si bien los estados-nación donde se radican las proveedoras proveedoras del servicio de lanzamiento al espacio de satélites GEO, «hay lugares que son más propicios… como la Guayana Francesa, la costa este o la costa oeste de los Estados Unidos, aunque también podría pensarse en Rusia, Japón o la India», señaló el ingeniero. Dado que la órbita geoestacionaria es únicamente ecuatorial, es deseable que el cohete inyector despegue desde un centro espacial situado muy cerca del ecuador terrestre: disminuye la cantidad de maniobras, el recorrido total del ascenso LEOP, y así ahorra propelentes. A este ahorro contribuye también la física geográfica: si bien la velocidad angular de rotación de la Tierra es igual en todos sus puntos, la velocidad lineal a la que rotan los trópicos es mayor que la de las latitudes medias. Esto imprime al vehículo de lanzamiento un «plus» de energía cinética simplemente por salir desde bases tropicales como Florida, California o Guyana, en lugar de Baikonur, en las estepas de Asia Central. Esto ha hecho que empresas rusas de puesta en órbita alquilaran instalaciones en el centro espacial guyanés, bajo administración francesa. Lo que sea por bajar costos.
La sociedad entre INVAP y TAI podrá aprovechar una guerra de precios entre firmas de lanzamiento como no había sucedido antes, con un gran disruptor que fueron los cohetes Falcon 9 y Falcon X de la empresa Space X, creada por Elon Musk. Pero haber llegado a esa posición es, como dice Genovese, «… consecuencia de un gran trabajo que se viene dando durante décadas para consolidar a INVAP en el mercado internacional (de alta tecnología en materia nuclear y espacial)«.
Sólo cabe agregar aquí que la decisión del gigante TAI de asociarse con INVAP es lógica: a partir de 2006 la empresa argentina codiseñó y fabricó los ARSAT-1 y 2. Estos aparatos de 3 toneladas, con antenas y propulsión convencionales, fueron los únicos GEOs, el tipo de satélite más exigente en el sentido técnico, diseñados y construidos en el Hemisferio Sur. Son también los que transformaron a la Argentina en el segundo país americano capaz de hacer satélites GEO. El otro es, por supuesto, los Estados Unidos.